¿Nos encontramos con Jesús?

9:00 a m| 23 abr 19 (AICA/RD).- ¿Por qué muere Jesús? ¿Dónde y cómo lo recordamos en Semana Santa? ¿Qué inspira la vivencia de su pasión? ¿Por qué importa el tiempo después de su resurrección? Apenas días después de la Semana Santa, encontramos diversas reflexiones -planteadas por teólogos- sobre momentos y acciones que perfilan la figura de Jesús para nosotros, y que apuntan a la necesidad de una mayor atención y comprensión de lo que se evoca en los días que rodean a la Pascua.

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Mons. Fernández: “No vale la pena escapar de Cristo crucificado. Es mejor abrazarnos a Él”

En su carta para la Semana Santa, el arzobispo de La Plata, monseñor Víctor Manuel Fernández, explicó la lógica del Viernes Santo y afirmó: “Cuando miremos a Jesús crucificado, tiene que llegar un momento en que la propia mirada se una a su mirada. Así veremos que Él levanta la cabeza y contempla a todos los abandonados, excluidos, explotados, desesperados, y nos pide que seamos sus instrumentos para acercarles alivio y liberación”.

Monseñor Fernández afirmó que “no vale la pena escapar de Cristo crucificado. Es mejor abrazarnos a Él este Viernes Santo. Porque no hay alegría sin saber lo que es la tristeza, la rutina, la melancolía, la monotonía”. El prelado también invita a entrar en la “locura de Dios” y ejemplificó: “Nadie vive más intensamente un gozo si no aceptó vivir a fondo una angustia. Uno descansa mejor después de cansarse y bebe agua con más placer luego de sufrir una tremenda sed. No se puede vivir plenamente sin aceptar momentos de límite”.

“¡Cuánto sufrimos en esta tierra! Es el dolor por los seres queridos, por lo que les pueda pasar, o porque a veces no están bien. Sufrimos por la incertidumbre de no poder controlar el futuro. Tenemos problemas porque somos diferentes y eso siempre ocasiona algún desencuentro o algún desentendimiento”.

“Sufrimos por diversos temores que nos inquietan, porque no sabemos cómo resolver alguna dificultad. Sufrimos por recuerdos oscuros, cansancios, hastíos, desilusiones, fracasos, abandonos, humillaciones, soledades internas, sin contar esas angustias que brotan sin saber de dónde vienen”, detalló.

El arzobispo destacó que Jesús “lleva la cruz y no se muestra como un héroe poderoso: cae bajo el peso del madero y necesita ayuda”, y explicó: “La muerte en la cruz no es más que la culminación de una vida bien humana, totalmente expuesta, donde los límites son pan de cada día. Pero lo que más lo engrandece es la inmensidad de su amor que explica y sostiene todo”.

Monseñor Fernández consideró que “dejándonos estar con sereno amor frente a Jesús limitado, clavado y vencido, podremos asumir también nuestra real condición humana” y planteó: “Frente a un Dios anonadado de esa manera, ¿qué sentido pueden tener la gloria humana y el poder que pretendemos poseer los mortales?”.

ENLACE: Carta completa de Mons. Fernández “Una Semana Santa para entrar en la locura de Dios”

 

F. Vilabrille: “Jesús no murió por Dios, murió por denunciar a los opresores del pueblo”

Jesús no murió por Dios, porque a Dios no le hacía falta para nada la muerte de su Hijo. Jesús murió por su compromiso con el pueblo, murió por denunciar a los opresores del pueblo, tanto políticos, como sobre todo religiosos oficiales “que ataban cargas pesadas, y las echaban a las espaldas de la gente sin arrimar ni un dedo para ayudar a llevarlas” (Ver Mateo 23,4).

Esto sucede todavía hoy: hemos visto en el Tercer Mundo a los sacerdotes y a otros dirigentes religiosos pedir a la gente, sobre todo a las mujeres, aportar mano de obra acarreando muchas y pesadas piedras para construir una iglesia enorme; y no solo eso, pedir también aportaciones para construir casa para los sacerdotes, y más aún, incluso para amueblarla, incluidas camas de 1,60 de ancho. ¡Y esto pedirlo a gente sumamente pobre!

¿Dónde está hoy Viernes Santo? Hoy Viernes Santo está en África, en Jesús crucificado en los empobrecidos de Sudán del Sur, en Burundi y Malaui, cuyos habitantes no disponen ni de 1 euro al día; está en Sierra Leona, en República Centroafricana, en Mozambique, en Madagascar, en R.D. del Congo, en Níger o en Liberia, donde no disponen ni de 2 € al día. Son los 10 países más empobrecidos de África que suman 217 millones de habitantes.

Hoy también tenemos Viernes Santo, en las cárceles, en las chabolas y los basureros del Tercer Mundo, en los campos de refugiados, en los emigrantes perseguidos y rechazados, en las víctimas de las guerras; en las torturas de Siria o en la India o el Yemen; lo tenemos en el machismo, en la violencia de género, en las drogas, en las injusticias, en los niños esclavos; en los expulsados de sus tierras en Guatemala, Colombia o África por las multinacionales apoyadas por gobiernos corruptos, por el ejército, la policía o los sicarios.

Los crucificadores de Jesús y los crucificadores de nuestro tiempo:

a) Los de Jesús: La Religión Oficial, confabulada con los políticos, condenó y mató a Jesús, que fue perseguido, torturado y asesinado. Se le aplicó una tortura terrible: la flagelación (algunos reos ya morían en ella); luego se le aplicó la muerte más cruel que existía entonces: ser crucificado, y además desnudo, sin identificarse con ninguna cultura, tan solo con el género humano. Fueron los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén, es decir, la religión oficial, los que manipularon e instigaron a la gente a pedir la muerte de Jesús, y forzaron al procurador romano Pilato para que lo condenara a morir crucificado: la ambición de conservar el poder le traicionó, a pesar de que se daba cuenta de que Jesús era inocente. La ambición de dinero y poder, ¡qué vigente está hoy en el mundo!

b) Los de nuestro tiempo: ¿Dónde están todavía hoy las fábricas y los fabricantes de tantas cruces, tan pesadas, tan dolorosas, tan indignas del Ser Humano y de la Madre Tierra?

ENLACE: ¡Dios mío, qué poco coherentes somos con el Evangelio! (texto completo de F. Vilabrille)

 

La ambigüedad de la Semana Santa (reflexión de J. M. Castillo)

Si algo queda patente en la semana santa, tal como la celebramos la mayoría de los cristianos, es que la religión sigue teniendo más importancia que el Evangelio. Por nuestras calles desfilan las imágenes de la pasión, el fracaso, la condena y la muerte de Jesús. Pero resulta que, para recordar lo que le ocurrió a Jesús, con la lógica añadidura del dolor de su madre, organizamos desfiles de pompa y boato, con lujo, bandas de música y todo el respeto que merece “lo sagrado” y la veneración que exige “lo religioso”.

Por supuesto, las imágenes, que desfilan por nuestras calles, son tallas de valor artístico, que nos impresionan por su calidad y su belleza. Y que nos enfervorizan por su dignidad estética y sagrada. Pero esas imágenes, tan “evangélicas”, desfilan sobre tronos “religiosos”, que evocan lujo, pompa y boato, el esplendor y la gloria, que sólo se puede mantener sobre la base del dinero y el poder.

Sin duda alguna, la semana santa es “evangelio” y “religión”. Pero tendríamos que estar ciegos para no darnos cuenta de que, tal como celebramos cada año la semana santa, la pura verdad es que la religión tiene más presencia y es más determinante, en nuestras vidas y en nuestra sociedad, que el Evangelio de Jesús.

Jesús entró en Jerusalén montado en una borriquilla. Nosotros paseamos a Jesús sobre tronos de pompa y esplendor, con todo el lujo que puede alcanzar cada cofradía. ¿Es posible dejar más patente que la religión es más determinante que el Evangelio?

¿Es bueno ser “religioso”? Por supuesto que sí. Jesús lo fue. Pero Jesús, para vivir su religiosidad, se iba solo, a los montes y a sitios solitarios. Jamás se nos dice, en los evangelios, que Jesús fuera al Templo a orar. No. Jesús fue al Templo con un látigo, para decirles, a quienes se aprovechaban de la religión para sacar dinero, que habían convertido la “casa de oración” en una “cueva de bandidos”.

No pretendo ni insinuar que las cofradías de semana santa repitan lo que ocurrió en el Templo de Jerusalén. Lo que quiero afirmar aquí es que, sin darnos cuenta ni pretenderlo, con nuestras solemnidades de la semana santa, fomentamos más la pompa y el boato de los sumos sacerdotes, que la humilde solidaridad de los pobres, enfermos y gentes marginales, que buscan a Jesús.

Insisto una vez más en que la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar. Semejante experiencia sólo es segura cuando se traduce y se concreta en honradez, honestidad y solidaridad. Con la excesiva ternura del demasiado cariño a quienes peor lo pasan en la vida.

 

¿Por qué muere Jesús, por qué lo matan? (Reflexión de J. J. Tamayo)

La muerte de Jesús de Nazaret no fue voluntad de Dios, sino consecuencia de su existencia libre y de su forma liberadora de actuar, de su lucha por la justicia, de su actitud transgresora y de su permanente conflicto con las autoridades religiosas, a quienes llama hipócritas, con las autoridades políticas, a quienes acusa de dominar a la gente como señores absolutos, con los poderes económicos, declarando la incompatibilidad entre Dios y el Dinero.

Pero la libertad de Jesús no es narcisista, es una libertad que genera una corriente de liberación en su entorno, tanto en las personas como en las estructuras; una liberación que se traduce en prácticas concretas, como la comida con pecadores y publicanos, el perdón de los pecados, la curación de las enfermedades, la liberación del poder del mal, la incorporación de los paganos en el Reino de Dios y la inclusión de las mujeres en su movimiento, donde recuperan su dignidad y su libertad.

Nada tuvo que ver su pueblo, el pueblo judío en su condena y posterior ejecución. La decisión de ejecutar a Jesús fue de la autoridad política, concretamente de Pilato, suprema autoridad judicial de la provincia de Judea. Aun cuando algunos relatos evangélicos presenten a Pilato como una persona insegura que parecía no atreverse a tomar decisiones, y carguen todo el peso de la responsabilidad sobre su muerte en sus compatriotas y correligionarios, nada tenía de dubitativo; fue un gobernante duro e inmisericorde, inflexible y obstinado, violento y cruel, represivo y depravado, arbitrario e insolente. Así lo atestiguan Filón y Flavio Josefo.

Pilato condena a Jesús por motivos políticos, en concreto, por poner en peligro el orden público, por sedicioso. Según el prestigioso biblista alemán Jürgen Roloff, Pilato aprovechó gustoso la posibilidad de calmar con un acto intimidatorio la tensión que reinaba en Jerusalén durante la Pascua. Sólo más tarde la tendencia antijudía del relato cristiano de la pasión llevó a pensar que Pilato fuera un indeciso escrupuloso que quería dejar libre a Jesús pero se vio presionado por la multitud que le pedía liberar a Barrabás y ejecutar a Jesús.

¿Por qué muere Jesús, por qué lo matan? Por luchar por la justicia en un mundo injusto, por anunciar el reino de Dios como alternativa al Imperio. Lo expresa y actualiza Pedro Casaldáliga con la radicalidad que acostumbra: “Contra la política opresora del Imperio, la política liberadora del Reino, contra la ‘agenda’ del Imperio, la ‘agenda’ del Reino”.

 

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Fuentes:

AICA / Religión Digital

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