Gaudete et Exsultate: paradigma del seguimiento de Jesús

10:00 a m| 1 jun 18 (RD).- Muchas veces los escritos de Francisco pasan desapercibidos para la mayoría de cristianos. Después de un primer impacto mediático, se van diluyendo, y solamente unos pocos se atreven a hacer una lectura pausada para profundizar en ellos. Situación lamentable porque los escritos del Papa son reconocidos por usar un lenguaje entendible, sin merma de profundidad teológica y espiritual. En el caso de su última exhortación apostólica, desde el inicio nos presenta sus intenciones para que nuestras expectativas sean certeras.

En Gaudete et Exsultate, Francisco nos dice claramente de qué va la santidad y, de qué no va. No se trata de una teología sistemática de la Santidad, sino más bien es un documento muy cercano, pastoral, cotidiano, pero que es factible, creíble. El objetivo es hacer un llamado a todos hacia la santidad, pero muy enraizado en la época en que vivimos. ¿Cuál es la referencia? En Jesús vemos que ser santos significa ser hombres verdaderos y auténticos, y las bienaventuranzas son el camino. Reflexión del teólogo José Luis Ferrando Lada.

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¿Qué nos dice el Papa sobre la santidad?

1. Las intenciones del papa Francisco

No va de análisis, definiciones y distinciones. Quiere que su exhortación se convierta en un altavoz, una caja de resonancia, de la eterna llamada al hombre, que Dios dirige a cada uno en cada época y en cada tiempo, “Dios es el mismo, ayer, hoy y siempre” (Hb), pero el Papa tiene la mirada puesta en la identidad de nuestra época, en el tiempo que nos ha tocado vivir, e insiste que tiene “sus riesgos, desafíos y oportunidades”. Pone, por lo tanto, de relieve la doble dimensión de la santidad: la atemporalidad y la temporalidad. Pero la insistencia, el subrayado es en el “contexto actual”, recordemos a Ortega y Gasset “yo y mis circunstancias”.

La atemporalidad, en cuanto que la santidad presenta siempre elementos esenciales y permanentes, comunes a todas las etapas históricas y lugares. Y la temporalidad, en cuanto se refiere a la “encarnación en una época y un tiempo”, y todavía más, en una geografía. Hoy, no es lo mismo ser cristiano en Indonesia o Egipto, o en algunos países de Africa, que en Europa. Hay algo de lo mismo: “atemporal- ageográfico”. Pero, también distinto.

2. La llamada a la santidad es universal

Y el papa Franciso continúa. La llamada a la santidad, recalca, es universal: “a cada uno de nosotros el Señor nos eligió ‘para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor’ (Ef 1,4″). Y que, desde el inicio de la revelación nos dice el texto, en este caso del Génesis: Desde las primeras páginas de la Biblia… está presente, de diversas maneras, la llamada a la santidad. Así se lo proponía el Señor a Abraham: ‘Camina en mi presencia y sé perfecto’ (Gn 17,1)”. Y nos recuerda la promesa, es decir el fruto de la santidad: “El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados”. Y esto para evitar una vida con minúsculas, es decir: “una existencia mediocre, aguada, licuada”.

Una existencia “mediocre, aguada, licuada”. Se llama mediocre a aquel individuo que no es capaz de realizar actividades de manera satisfactoria o bien, que no se esfuerza lo suficiente ser apreciado por la colectividad. Igualmente, un objeto es mediocre cuando no cumple con los estándares de calidad impuestos y no puede llevar a cabo las actividades para las que fue diseñado.

Nosotros hemos sido diseñados por Dios para la santidad. Etimológicamente, el término mediocre proviene del latín “mediocris”, cuyo significado es “el que se quedó a media montaña”, haciendo referencia a aquellos que optaban por es. “Aguada”, cuentan de un vinatero que adulteraba el vino con agua y que conocía 16 maneras distintas de hacer vino con agua. Ese líquido ha perdido su fuerza y su identidad. Licuada. Este término significa “hacer líquida una cosa sólida o gaseosa”. Pierde la consistencia, salgo que realmente tiene consistencia, se diluye y deja de tenerla. De esto habla el filósofo Baumann, de la sociedad líquida, inconsistente, sin valores.

3. Parámetros esenciales de la santidad

Nos recuerda el papa Francisco los parámetros esenciales de la santidad: el sentido comunitario de la santidad. No es algo nuevo, ya en la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II se nos recuerda. Así lo expresa el Papa: “El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente”.

El Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Por eso nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en la dinámica de un pueblo. Al pueblo de Dios le corresponde crear contextos de santidad, creer que es posible la santidad en medio de nosotros. La Iglesia tiene que hacer posible y creíble la santidad.

Un paso más. Una tensión fecunda entre la llamada: “Sed santos…” y “solo Dios es santo”. “Sed imitadores de Dios…, y vivid en el amor”. Contrastes: (Ef 5,1-2). En la oración del Gloria, decimos a Jesucristo: “Sólo Tú eres Santo”; es decir, la santidad es Dios mismo. La santidad es un atributo de la naturaleza de Dios es la absoluta perfección moral, infinita bondad, amor y misericordia.

En este sentido Dios es santo. Él es la fuente histórica de donde proviene toda santidad, como empieza la oración de consagración de la segunda plegaria eucarística: “Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad”. Por tanto el único santo, es más, el único tres veces santo es Dios Trinidad; lo decimos en la misa: “Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria” (Isaías 6, 1-2).

En Jesús vemos que ser santos significa ser hombres verdaderos, auténticos. La realización máxima del hombre es la santidad. Y no es una cosa opcional; es la primera y la mayor responsabilidad que tenemos. Ser santos significa, por lo tanto, ser criaturas realizadas, libres del pecado que esclaviza.

¿Dónde está el secreto de la santidad humana? Está en la fe. La santidad de Cristo se nos transmite por contacto. La fe establece entre nosotros y Cristo una especie de contacto espiritual y este contacto se logra a través de los sacramentos que hacen de cable. Y la santidad que Cristo nos transmite no es una cosa abstracta; es el Espíritu Santo. Decir que participamos en la santidad de Cristo es como decir que participamos del Espíritu de Cristo.

4. Dos peligros o falsificaciones de la santidad

Peligros: gnosticismo y pelagianismo: “dos falsificaciones de la santidad que podrían desviarnos del camino: el gnosticismo y el pelagianismo. Son dos herejías que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad. Aun hoy los corazones de muchos cristianos, quizá sin darse cuenta, se dejan seducir por estas propuestas engañosas. En ellas se expresa un inmanentismo antropocéntrico disfrazado de verdad católica… En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente”. La santidad no es el fruto de nuestra racionalidad, ni de nuestro voluntariado. Es obra del Espíritu Santo que transforma nuestras vidas, si nos ponemos a su distancia.

5. Las bienaventuranzas el camino del cristiano hacia la santidad

Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3- 12; Lc 6,20-23). Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta:

“¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?”, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas. Y las bienaventuranzas solo se pueden vivir si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo.

En el capítulo 25 del evangelio de Mateo (vv. 31-46), Jesús vuelve a detenerse en una de estas bienaventuranzas, la que declara felices a los misericordiosos. Si buscamos esa santidad que agrada a los ojos de Dios, en este texto hallamos precisamente un protocolo sobre el cual seremos juzgados: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (25,35-36).

6. Notas del camino de la Santidad

El Papa en el capítulo cuarto nos presenta algunas notas o indicativos de lo que podría apuntar a un modelo de santidad, y que son: cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que considero de particular importancia, debido a algunos riesgos y límites de la cultura de hoy. En ella se manifiestan: la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y nos debilita; la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista y egoísta; el individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios que reinan en el mercado religioso actual.

La primera: “aguante, paciencia y mansedumbre”. Así lo define el Papa: “estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos… Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo. A partir de tal solidez interior, el testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien”.

Una perla muy actual: “También los cristianos pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital. Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena. Así se produce un peligroso dualismo, porque en estas redes se dicen cosas que no serían tolerables en la vida pública, y se busca compensar las propias insatisfacciones descargando con furia los deseos de venganza”.

Es llamativo que a veces, pretendiendo defender otros mandamientos, se pasa por alto completamente el octavo: “No levantar falso testimonio ni mentir”, y se destroza la imagen ajena sin piedad. Allí se manifiesta con descontrol. “Esta es la actitud del santo: No nos hace bien mirar desde arriba, colocarnos en el lugar de jueces sin piedad, considerar a los otros como indignos y pretender dar lecciones permanentemente. Esa es una sutil forma de violencia”.

– Sobre el Discernimiento: “El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer. Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano”.

Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento.

 

Fuente:

Texto de José Luis Ferrando Lada, filósofo y teólogo español. Publicado en el portal Religión Digital.

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