Dios “humanizado”: conoce el dolor de una enfermedad

3:00 p.m. | 5 may 20 (RD/EBJ).- La salud, sea cual sea nuestra condición, siempre está entre nuestras principales preocupaciones. Ahora, en medio de una pandemia, aún más, y no solo nuestra salud, sino la de nuestra familia, gente cercana, y por supuesto de las personas en general. ¿Tiene algo que aportar el cristianismo sobre este problema que ahora nos quita la tranquilidad? Una mirada al Jesús histórico -Dios viviendo entre nosotros- y a decenas de relatos contados en los Evangelios, exponen la prioridad que tiene la salud humana a la vista de nuestro Señor.

——————————————————————————————–

Jesús y los enfermos (M.E. Pérez Tamayo)

Distintos textos bíblicos nos muestran cómo era vista y entendida la enfermedad en el pueblo de Israel: i) La enfermedad es una situación de debilidad y agotamiento; ii) el enfermo vive una situación de paro forzoso, no puede trabajar, depende totalmente de los otros; iii) por su misma condición, la enfermedad es considerada como un castigo de Dios; iv) Como consecuencia de lo anterior, el enfermo se ve a sí mismo como culpable de algo, y ritualmente se le considera impuro, indigno de presentarse ante Dios.

Conocedor de su tiempo y su cultura, Jesús percibía con inmenso dolor, la difícil situación que vivían las personas enfermas, quienes, aparte de sus dolores físicos, tenían que enfrentar la marginación y la carencia de  los bienes indispensables para su vida; esto lo llevó a sentir en lo más profundo de su corazón, una inmensa compasión por todas ellas, sin importar su enfermedad, su condición social, su sexo o su lugar de origen.

Pero Jesús no se acercaba a los enfermos, con  la  preocupación de un médico, que simplemente deseaba resolver el problema biológico creado por la enfermedad como tal, sino que su intención fundamental era recuperar y “reconstruir”, plenamente, a estos hombres y mujeres hundidos en el dolor físico, y también en el dolor espiritual que implicaba para ellos sentirse condenados por la sociedad y la por la religión.

Jesús se sentía llamado a acercarse no a los sanos y justos, sino a los enfermos y a los pecadores, para infundirles fe, aliento, esperanza. Por eso los acogía. los escuchaba, y los hacía sentir comprendidos, amados por Dios con gran ternura; esto les ayudaba a creer de nuevo en la vida, en el perdón de Dios, y en la posibilidad de restablecer plenamente sus relaciones con Él y con la sociedad de la que formaban parte.

“Los seres humanos no necesitamos un Dios curandero” (José María Castillo)

Quienes leen los evangelios saben que, en esos cuatro libros, se relatan con frecuencia episodios de curaciones milagrosas de enfermos. Exactamente, los relatos que, en los cuatro evangelios se refieren al problema de la salud son 67. La mayoría de estos relatos se refieren a hechos concretos. En otros casos (no muchos), se trata de “sumarios”, en los que se dice genéricamente que Jesús curaba a enfermos, lisiados, personas endemoniadas (o sea, que padecían enfermedades del cuerpo o de la mente. Cf. O. Böcher, TRE VIII, 279-286).

Así pues, y sin duda alguna, se puede afirmar que la primera y más destacada preocupación de Jesús fue el problema de la salud humana. Como es lógico, esto quiere decir que Jesús, el “Dios encarnado” y por tanto el “Dios humanizado”, vio claramente que el primer problema, que tiene que resolver la humanidad, es el problema de la salud. Y fue a eso, a lo que más, ante todo, se dedicó Jesús, si nos atenemos a más de 60 relatos evangélicos.

Esto quiere decir -entre otras cosas y como parece lo más lógico– que las curaciones prodigiosas, que relatan los evangelios, no son sencillamente “milagros”, mediante los cuales Jesús demostraba que él era Dios (cf. John P. Meier, Un judío marginal, vol. II/2, 598-602). No es eso. El problema, que plantean y resuelven los hechos prodigiosos de Jesús, es otra cosa. Y nos dice otra cosa.

Un Dios humanizado

Me explico. No se trata de que, a partir de los milagros, queda demostrado que Jesús es Dios y así conocemos a Dios. No. Se trata, al contrario, de que, a partir del “Dios humanizado” (que es Jesús), nos enteramos de lo que ese Dios nos quiere decir sobre el ser humano, sobre la vida humana, sobre la sociedad humana.

O sea, en los milagros y mediante los milagros, lo que importa y lo decisivo no es conocer la “historicidad” de esos hechos (si sucedieron o no sucedieron), sino enterarnos de la “significatividad”, que tales hechos tienen para nosotros. Por tanto, la pregunta clave, que tenemos que hacernos al leer esos relatos extraños y hasta desconcertantes, es ésta: ¿qué nos vienen a decir esos 67 relatos de curaciones y remedios que Jesús aportaba a la sociedad humana?

Lo primero y lo más importante, que Jesús nos enseñó (mediante las “obras” que realizaba) fue esto: ante todo está la salud humana, aliviar el sufrimiento de los que padecen, remediar el dolor de los lisiados, hacer la vida más feliz y más llevadera. Los seres humanos no necesitamos un “Dios curandero”. Ni nos hace falta un “Jesús milagrero”.

Lo que ante todo define a un ser humano, que cree en Jesús y toma en serio el Evangelio, es la persona honrada y buena que, ante todo, centra su vida en aliviar el sufrimiento de los demás y hacer más feliz la existencia humana.

Por esto da pena leer tantos y tantos comentarios eruditos, que llenan bibliotecas del saber, que matizan al detalle problemas que no resuelven nada. Pero son ya demasiados los sabios que saben lo indecible. Cuando en realidad no resuelven nada importante y serio en la vida. ¿Para eso Dios “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos”? (Flp 2, 6-7). El papa Francisco nos habla de una “Iglesia en salida”. Ya es hora de que en el Evangelio busquemos y encontremos esa “salida”. La Iglesia que sale de sus propios intereses y da respuesta a tantas preguntas que nos angustian.

El desafío de la fe: ponerse al servicio de la vida de todos (German Rosa SJ)

La fe cristiana es realista y también práctica, interpela a la política y a la democracia para que hoy más que nunca se pongan al servicio de la población y de los grupos vulnerables con el fin de garantizar el derecho universal a la salud y la seguridad integral.

La pandemia hay que afrontarla también con las ciencias médicas, apelando al espíritu humanista y solidario de los científicos para que investiguen y descubran una vacuna o un medicamento eficaz que cure a toda la humanidad y se acabe esta peste.

Finalmente, el coronavirus también se afronta con una resiliencia o la fuerza interior, pero teniendo un horizonte de esperanza y con la capacidad de soñar una casa común sin enfermedades, sin pobreza ni exclusión social. Hay que ponerse a trabajar para lograrlo.

Nadie puede sobrevivir al COVID-19 sin hacer todo lo que está a su alcance para tener los cuidados médicos necesarios y cumplir las indicaciones establecidas en la cuarentena. Hay que poner todo de nuestra parte para vencer esta calamidad, sabiendo que en definitiva todo depende de Dios.

La pandemia -aún con todo el mal que esta conlleva- aporta nuevas oportunidades y posibilidades; nos ha impulsado a tener relaciones más profundas y una mayor compasión por los demás; nos ha despertado un sentimiento de unidad y nos ha hecho más fuertes a la hora de afrontar futuros desafíos; ha provocado un reordenamiento de prioridades y un mayor aprecio por la vida propia y de los demás; ha suscitado una profundización en la espiritualidad y el sentido de la trascendencia.

La pandemia nos ha posicionado en la perspectiva de la esperanza y ante un horizonte común como personas, comunidad, pueblo y sociedad global. Hay una constelación de elementos novedosos que ha dado a luz dolorosamente esta pandemia.

El COVID-19 también ha puesto en cuestión la inercia de la globalización neoliberal y posmoderna, cuyo impacto se hace sentir con las crisis de la ecología y de la salud en la actualidad. Incluso, el coronavirus ha hecho perder el equilibrio de las grandes potencias económico-políticas y no solamente ha afectado a los países empobrecidos.

Esta pandemia nos recuerda, que los grandes imperios y los grandes poderes tienen los pies de barro. Hay que continuar reflexionando sobre las consecuencias y los retos que plantea el coronavirus para la humanidad y nuestra casa común.

Fuentes:

Blog “Teología sin censura” / Vatican News / Blog “En busca de Jesús” / Pintura: Cristo y la adúltera (1525) de Rocco Marconi

 

Puntuación: 4.2 / Votos: 5

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *