Educar en el humanismo solidario a millones de estudiantes de colegios y universidades católicas
5:00 p m| 06 oct 17 (AICA/EP/BV).- La Congregación para la Educación Católica presentó el documento “Educar al humanismo solidario. Para construir una civilización del amor 50 años después de la Populorum progressio“. Esta encíclica del papa Pablo VI exige una propuesta de desarrollo que no se restrinja a lo económico, sino una mirada integral y solidaria de cada persona. Por ende, no se limita a cuestiones económicas, de fraternidad entre naciones bajo los parámetros de la globalización, sino a nivel social-educativo, y también político, con elección de líderes que provean libertad y oportunidades.
Con el documento recién publicado se aborda un elemento esencial en la propuesta de la encíclica: la educación. Así, durante la presentación del texto, el prefecto de la Congregación para la Educación Católica, el cardenal Giuseppe Versaldi, ha indicado que es “urgente y necesario humanizar la educación, favoreciendo una cultura del encuentro y del diálogo”, algo que será posible, a su juicio, si se “globaliza la esperanza”. El documento se enviará a todas las conferencias episcopales para que lo transmitan a las 215000 escuelas católicas y a las 1760 universidades católicas en los diversos continentes.
—————————————————————————
La Fundación Pontificia Gravissimum educationis, instituida con el quirógrafo del Santo Padre Francisco el 28 de octubre de 2015, presentó este viernes el documento “Educar al humanismo solidario. Para construir una civilización del amor 50 años después de la Populorum progressio”.
El documento contiene las líneas generales de educación al humanismo solidario, y se enviará a todas las conferencias episcopales para que lo transmitan a las 215.000 escuelas católicas y a las 1.760 universidades católicas en los diversos continentes.
El escrito considera que la Populorum progressio, es el documento programático de la misión de la Iglesia en la era de la globalización, y que “la sabiduría que emana de sus enseñanzas continúa a guiar aún hoy el pensamiento y la acción de quienes quieren construir la civilización del humanismo pleno ofreciendo modelos practicables de integración social surgidos del ventajoso encuentro entre la dimensión individual y la comunitaria”, integración que “expresa los objetivos de la Iglesia en salida”.
Ante las múltiples crisis que atraviesa el mundo contemporáneo, “la paz está constantemente amenazada”, y los conflictos son causa o efecto de las inequidades económicas y de la injusta distribución de los bienes de la creación, generando “pobreza, desempleo y explotación”.
“De particular importancia es el complejo fenómeno de las migraciones, extendido en todo el planeta, a partir del cual se generan encuentros y enfrentamientos de civilizaciones, acogidas solidarias y populismos intolerantes e intransigentes”, detalla el documento.
-Humanizar la educación
En cuanto a “Humanizar la educación”; plantea que es necesario “transformarla en un proceso en el cual cada persona pueda desarrollar sus actitudes profundas, su vocación y contribuir así a la vocación de la propia comunidad”. Significa “poner a la persona al centro de la educación, en un marco de relaciones que constituyen una comunidad viva, interdependiente, unida a un destino común”.
“Humanizar la educación significa, también, reconocer que es necesario actualizar el pacto educativo entre las generaciones. De manera constante, la Iglesia afirma que la buena educación de la familia es la columna vertebral del humanismo y desde allí se propagan los significados de una educación al servicio de todo el cuerpo social, basada en la confianza mutua y en la reciprocidad de los deberes”.
Una educación humanizada, explica, “se trata de una educación sólida y abierta, que rompe los muros de la exclusividad, promoviendo la riqueza y la diversidad de los talentos individuales y extendiendo el perímetro de la propia aula en cada sector de la experiencia social, donde la educación puede generar solidaridad, comunión y conduce a compartir”.
-Cultura del Diálogo
Respecto a la “Cultura del Diálogo”, la vocación a la solidaridad “llama a las personas del siglo XXI a afrontar los desafíos de la convivencia multicultural”. Los participantes al diálogo “deben ser libres de sus intereses contingentes y deben ser disponibles a reconocer la dignidad de todos los interlocutores”. Se trata de una gramática del diálogo, como lo indica el Papa Francisco, “que logra construir puentes y encontrar respuestas a los desafíos de nuestro tiempo”.
El documento sostiene que “la educación al humanismo solidario tiene la grandísima responsabilidad de proveer a la formación de ciudadanos que tengan una adecuada cultura del diálogo”, que debe difundirse desde las aulas escolares en todos los niveles, donde frecuentemente se experimenta la dimensión intercultural.
-Globalizar la esperanza
El texto se refiere también a “Globalizar la esperanza”, e implica que la educación al humanismo solidario “debe partir de la certeza del mensaje de esperanza contenido en la verdad de Jesucristo. Compete a ella, irradiar dicha esperanza, como mensaje transmitido por la razón y la vida activa, entre los pueblos de todo el mundo”.
“Globalizar la esperanza es la misión específica de la educación al humanismo solidario. Una misión que se cumple a través de la construcción de relaciones educativas y pedagógicas que enseñen el amor cristiano, que generen grupos basados en la solidaridad, donde el bien común está conectado virtuosamente al bien de cada uno de sus componentes, que transforme el contenido de las ciencias de acuerdo con la plena realización de la persona y de su pertenencia a la humanidad”, especifica.
-Inclusión
En cuanto a la inclusión, apunta a que cada ciudadano se sienta participante activo en la construcción del humanismo solidario. “Los instrumentos utilizados deben favorecer el pluralismo, estableciendo espacios de diálogo finalizados a la representación de las instancias éticas y normativas. La educación al humanismo solidario debe tener una especial atención para que el aprendizaje de las ciencias corresponda a la conciencia de un universo ético donde la persona actúa. En particular, esta recta concepción del universo ético tiene que avanzar hacia la apertura de horizontes del bien común progresivamente más amplios, hasta llegar a toda la familia humana”.
Para que sea una verdadera inclusión, señala, es necesario “construir una relación de solidaridad con las generaciones que nos precedieron”. Comprender la relación fecunda entre el devenir histórico de una comunidad y su vocación al bien común y al cumplimiento del humanismo solidario “implica la formación de una conciencia histórica, basada en la conciencia de la indisoluble unidad que lleva a los antepasados, a los contemporáneos y a la posteridad a superar los grados de parentesco para reconocerse todos igualmente hijos del Padre, y por lo tanto en una relación de solidaridad universal”, concluye.
-Redes de cooperación
En cuanto a las redes de cooperación, se considera evidente “la necesidad de hacer converger las iniciativas educativas y de investigación hacia los fines del humanismo solidario”. Construir redes de cooperación “significa activar dinámicas incluyentes, en constante búsqueda de nuevas oportunidades para introducir en el propio circuito de enseñanza y aprendizaje sujetos distintos, especialmente aquellos que les resulta difícil aprovechar un plan una formación adecuado a sus necesidades”.
El surgimiento de redes de cooperación “ofrece descentralización y especialización”. En una perspectiva de subsidiariedad educativa “se favorece el intercambio de responsabilidad y de experiencia, esencial para optimizar los recursos y evitar los riesgos. De esta manera se construye una red no sólo de investigación sino -sobre todo- de servicio, donde uno ayuda al otro y se comparten los nuevos descubrimientos”.
-Conclusiones
Entre sus conclusiones, el documento expone que “hoy, como en todas las épocas, la Iglesia católica tiene todavía la responsabilidad de contribuir, con su patrimonio de verdades y de valores, a la construcción del humanismo solidario, para un mundo dispuesto a actualizar la profecía contenida en la Encíclica Populorum progressio”.
Además, “para dar un alma al mundo global, atravesado por constantes cambios, la Congregación para la Educación Católica vuelve a lanzar la prioridad de la construcción de la civilización del amor, y exhorta a todos los que por profesión y vocación están comprometidos en los procesos educativos -en todos los niveles- a vivir con dedicación y sabiduría dicha experiencia, según los principios y los valores enucleados”.
“Los temas y los horizontes para explorar -a partir de la cultura del diálogo, de la globalización de la esperanza, de la inclusión y de las redes de cooperación- solicitan ya sea la experiencia formativa y de enseñanza que las actividades de estudio y de investigación. Será necesario, por lo tanto, favorecer la comunicación de dichas experiencias y los resultados de las investigaciones, con la finalidad de permitir que cada sujeto comprometido en la educación al humanismo solidario comprenda el significado de su propia iniciativa en el proceso global de la construcción de un mundo fundado sobre valores de solidaridad cristiana”, finaliza.
Comentario: Raúl González Fabre (EntreParéntesis. Dialogar en las fronteras)
Recientemente la Congregación para la Educación Católica de la Santa Sede publicó un documento titulado “Educar para el humanismo solidario” (versión correcta del original italiano; la traducción vaticana al español es ‘perfectible’ en varios puntos, incluyendo el título). Lo que sigue es nuestro comentario a algunas de sus ideas.
El documento es bueno, sobre todo porque no supone que los estudiantes de las escuelas, colegios y universidades católicas, sean católicos a su vez. En muchos casos (pensemos en las instituciones en India y el Extremo Oriente, pero también en buena parte de Europa o los Estados Unidos) los católicos no son mayoría ni de lejos entre los estudiantes, a menudo tampoco entre los profesores; ni siquiera los “católicos sociológicos”.
Una buena pregunta es qué ocurre entonces. La educación católica ofrece ocasión para que distintas expresiones del testimonio de la fe se planteen a todos los estudiantes. Pero en la lógica de ese testimonio se encuentra la libertad del estudiante para aceptarlo o no, incluso para atenderlo o no. El documento es bueno porque se refiere a características generales de la educación católica dirigidas también a nuestros estudiantes de otras religiones, o sin ninguna, que no necesitan un asentimiento de fe. En ello sigue una tradición de las encíclicas sociales, que hace ya más de medio siglo vienen dirigidas también a “todas las personas de buena voluntad”.
Estos lineamientos parten así de tres supuestos correctos:
- La interdependencia global de los fenómenos sociales y ambientales (por tanto de los problemas correspondientes), que resultan así muy complejos.
- La pluralidad de las convicciones y creencias, de las visiones del mundo y de las opiniones sobre lo bueno y lo malo, que se encuentran no solo en la sociedad en general, sino también adentro de la educación católica (puesto que no seleccionamos a la gente con tests ideológicos).
- El hecho de que las formas de pensar influyen las formas de actuar.
El último punto confiere gran sentido a la propuesta del humanismo solidario en la educación católica. Mientras no hay problema, la vida se maneja con las convicciones heredadas, las que sean en cada sociedad. Pero cuando esas convicciones ya no bastan para dar respuesta a la altura de los problemas, entramos en crisis y empezamos a buscar. Precisamente la función transformadora de la educación consiste en proponer direcciones a los estudiantes, darles herramientas para orientar en sus búsquedas.
La educación no se propone, por tanto, solo reproducir en la mente de los muchachos los modos de vida de las generaciones anteriores, sino también indicarles dónde se encuentran los materiales para construir modos de vida nuevos, capaces de responder constructivamente a situaciones distintas a las que sus padres y educadores afrontaron de jóvenes.
Precisamente vivimos una aceleración de los tiempos, que ya no cesará; no alcanzaremos ninguna nueva meseta capaz de durar décadas. La dinámica tecnológica lo va a impedir, con sus repercusiones inmediatas sobre las comunicaciones, la economía y la política. Dejará obsoletos rápidamente muchos elementos que hasta entonces resultaban bien y valía la pena enseñar a los jóvenes.
La propuesta central del documento es la de una especial “gramática” que se aprende desde la escuela. Esa “gramática” no consiste solo en un lenguaje para relacionar palabras sino que incluye también acciones. Desde el principio, la educación católica debe proponer a los estudiantes algunas convicciones básicas que se realizan en el mismo ámbito educativo, para que cuando estén fuera de él tengan la experiencia existencial completa, palabra y práctica, de por dónde buscar salidas a problemas complejos.
El documento propone puntos de anclaje sólidos para la educación católica en contextos plurales. No los vamos a desarrollar aquí porque el texto vaticano mismo, que es corto y diciente, resulta mejor que cualquier resumen de él. Nos limitamos a enumerarlos:
- Las estructuras sociales, por tanto la educación para participar en ellas, al servicio primero de las personas. No del poder político, de la tecnología, del capital.
- El diálogo como camino, que supone tres aspectos éticos fundamentales: el reconocimiento de todo otro como igual; la libertad para proponer cada cual sus ideas sobre lo que puede ser mejor para todos; y la coherencia existencial entre las ideas propuestas y las prácticas sociales y civiles de cada uno.
- La globalización de la esperanza y de la inclusión, de forma que construyamos que nadie quede afuera, que todos tengan buena razón para esperar que podrán desarrollarse como personas en el mundo que venga, según el deseo de Dios.
- La densificación de las redes de cooperación desde la educación y la producción de saber mismos.
Como decimos, mucho más se encuentra en el documento mismo. Allí se ve mejor que no se trata de formulaciones inocuas o palabras acostumbradas. Su significado de fondo es claro: la educación católica no teme a la globalización, no se cierra en particularismos, no pretende defender terrenos, no está para promover a “los suyos”, no se asusta de mundos futuros que sin duda no controlará.
Las fuertes convicciones católicas no solo no se sienten amenazadas por la pluralidad cultural y religiosa, sino que son capaces de asumirlas adentro de sí, y desde la educación, proyectarlas a través de sus estudiantes como fuerza para la construcción de un futuro más humano.
Sobre la presentación del documento
En la presentación intervinieron el Cardenal Giuseppe Versaldi, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica; Mons. Angelo Vincenzo Zani, Secretario del mismo dicasterio y Mons. Guy-Réal Thivierge, Secretario General de la Fundación Gravissimum educationis.
Al referirse al documento, el Card. Versaldi dijo que “analizando los escenarios actuales, subraya cuán urgente y necesario es humanizar la educación, favoreciendo una cultura del encuentro y del diálogo. Esto es posible, en primer lugar, globalizando la esperanza, guiados por el mensaje de salvación y de amor de la revelación cristiana. La solidaridad y la fraternidad surgidas de esta transformación personal y social serán la base para un proceso inclusivo, en grado de influir sobre los estilos de vida y sobre los paradigmas económicos y ambientales”.
“A este esfuerzo compartido pueden contribuir en modo activo las escuelas y las universidades católicas presentes en todo el mundo, a través de una oferta de formación que sea capaz de integrar ciencia y conciencia”.
El cardenal también describió la presencia de las instituciones educativas católicas. “Desde el punto de vista numérico, el África está a la cabeza con una presencia de más de 24 millones de alumnos, le siguen América, con aproximadamente 12 millones y Asia, con más de 13 millones, Europa con cerca de 8 millones y medio y Oceanía con poco más de un millón. A pesar de que se registran caídas en algunos países occidentales, en estos últimos años ha habido un constante crecimiento de inscripciones a nivel mundial”.
“A este inmenso patrimonio de experiencias educativas, se agregan las casi 1800 universidades católicas y las cerca de 500 facultades eclesiásticas, algunas de las cuales poseen una historia secular, en tanto otras son de reciente institución”.
El objetivo del documento, según fue expuesto por Mons. Angelo Vincenzo Zani, secretario de la misma Congregación, es, ante todo, “actualizar el pacto educativo entre las generaciones, partiendo de la familia para llegar al cuerpo social entero. Por otro lado, humanizar la educación significa ocuparse de los resultados del servicio de formación, considerando el cuadro comprehensivo [que abarca] las aptitudes personales, morales y sociales de todos los sujetos que participan en el proceso educativo: docentes, estudiantes, instituciones del territorio, lugares y espacios de encuentro, para una educación que no sea selectiva, sino abierta a la solidaridad y a la puesta en común (formación de formadores)”.
“Otro lineamiento, que reviste una particular actualidad en la cultura del siglo XXI, en una sociedad en la cual conviven ciudadanos de tradiciones, culturas y religiones diferentes, es la de promover una educación basada sobre la formación en la cultura del diálogo, a la cual el Papa Francisco reclama continuamente ([pasar] de la cultura del descarte a la cultura del diálogo)”.
“El auténtico diálogo –subrayó Mons. Zani- se da en un cuadro ético de requisitos y actitudes formativas, y de objetivos sociales, cuyos pilares fundamentales son la libertad y la igualdad, no tanto y no sólo como valores proclamados, sino con gestos que conecten principios éticos anunciados con las medidas sociales y civiles que realmente se ponen en acto”.
“Los proyectos formativos de la educación al humanismo solidario tienen en vista algunos objetivos fundamentales. Ante todo, su objetivo principal y prioritario no es la selección de las clases dirigentes, sino la inclusión, que permite a cada ciudadano sentirse partícipe activo en la construcción del humanismo solidario, a partir de un cuadro de instancias éticas y normativas compartidas”.
Ante todo, para influir sobre los estilos de vida y sobre la existencia misma de los ciudadanos de las futuras generaciones, es necesario “construir el bien común, que no sólo involucra a los contemporáneos”. “Ello exige una educación en el humanismo solidario, basado en una ética inter-generacional”.
“Esto significa que en las escuelas, y mucho más en las universidades, es necesario brindar las competencias necesarias para tomar las medidas decisivas [tendientes] a los equilibrios de sistemas humano-sociales (como la democracia), de sistemas naturales y ambientales (véase la ecología), para así garantizar también las exigencias de las generaciones futuras”. La tercera misión de la universidad, además de la función de enseñar y de desarrollar la investigación, es la dimensión de la apertura a la sociedad y a sus problemáticas.
Para promover un humanismo solidario, que sea incisivo frente a las emergencias actuales, concluye el documento, “las instituciones no deben actuar de modo disperso o aislado, sino promoviendo programas concertados. Es sólo con la lógica de las redes de cooperación, a nivel educativo, escolar, académico y de investigación, que se pueden activar dinámicas inclusivas e incidir sobre las exigencias culturales y sociales del contexto cultural”.
Otros enlaces:
- Comentario de Fernando Redondo Benito – 21 La revista cristiana de hoy
- Comentario de Carlos Ayala Ramírez – Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”
- Una educación transformadora de la realidad
- Audiencia General. Papa Francisco. Sobre educar a la esperanza (20 de setiembre)
- Fundación Pontificia Gravissimum Educationis
Fuentes:
AICA / EntreParéntesis / AsiaNews