San Ignacio de Loyola, una espiritualidad y ética para nuestro tiempo

6:00 p m| 9 ago 17 (CIJ/BV).- La festividad (31 de julio) y una nueva película sobre San Ignacio de Loyola -producida por la Jesuit Communications Foundation-, motivaron un texto del portal Cristianisme i Justícia, que expone las claves y el legado que nos deja el fundador de la Compañía de Jesús para nuestro tiempo. Un legado que tiene como principio la búsqueda sincera, honrada y apasionada por la verdad, la belleza y el bien.

Una búsqueda espiritual y moral que le lleva a encontrarse con el Dios revelado en Jesús de Nazaret. Esa búsqueda es una respuesta al don de la llamada (vocación) que Dios nos hace a cada persona, y apoyado en el discernimiento, experimenta, acoge y responde al proyecto que Dios tiene para la humanidad. Recogemos también una entrevista de Radio Vaticano al padre Arturo Sosa, Superior General de la Companía, quien reflexiona sobre algunos de los desafíos centrados en el tema de la reconciliación.

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Desde el Don (Gracia) del amor y vocación que Dios nos regala a toda persona, se trata de ir asumiendo y realizando un camino de conversión a Dios en el seguimiento de Jesús, a la vida de su comunidad o pueblo, la Iglesia, y al servicio del otro con la fraternidad solidaria con los pobres. La vida de San Ignacio queda marcada por esta búsqueda de Dios en todas las cosas desde la unión con Cristo, por el sentir con la Iglesia y por servir al otro, a los pobres y al bien más universal. Una existencia que, como nos mostró K. Rahner, vive de esta “mística de la vida cotidiana”, con la contemplación en la acción. Una espiritualidad del servicio de la fe y de la justicia en la opción liberadora por los pobres. Ignacio testimonió esa iglesia que sirve a la misión en salida hacia las periferias y fronteras, Iglesia pobre con los pobres que va liberando de los ídolos de la riqueza-ser rico y del poder.

Frente a la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte, Ignacio vive la experiencia católica de la fe en diálogo con la razón y con la cultura, en una nueva mirada renovada, profunda a todas las cosas, en la honradez con la realidad en sus diversas dimensiones o aspectos. Tal como aparece en su Autobiografía (A), con esa vivencia decisiva en el Cardoner (A 31). Es una experiencia honda y mirada renovada a lo real que bebe de la misma entraña del Dios cristiano, el Dios Comunión y Solidaridad, que contempla toda la realidad del mundo e historia asumiendo la vida y la muerte, la alegría y el mal, el bien y la injusticia. Y que como respuesta honrada a esa realidad, como aparece en los Ejercicios Espirituales (EE), Dios mismo en Cristo se encarna en la humanidad e historia, para regalar al mundo esta salvación en el amor y justicia que va liberando de todo mal e injusticia (EE 102-109).

El lugar y realidad de esta Encarnación de Dios en la realidad, que nos trae la salvación y liberación integral, es el amor y pobreza fraterna que nos libera de los ídolos de la riqueza-ser rico y del poder (cf. EE 102, 106-107). “El Señor nacido en suma pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí” (EE116). Es el “principio y fundamento” (EE 23), el ser libres ante estas idolatrías de las cosas, del tener y del poseer para que toda la realidad esté al servicio de la gloria de Dios y de los otros, con los frutos de santidad, reconciliación y justicia.

Como aparece en la dinámica de las “dos banderas” (EE 136-147), es la vida liberadora de la “pobreza contra riqueza; oprobrio o menosprecio contra el honor mundano; humildad contra la soberbia; y de estos tres escalones induzcan a todas las otras virtudes” (EE 146). De ahí que el seguimiento de Jesús nos lleva a esta vida de santidad y virtudes morales con la pobreza, humildad y verdadera libertad ante estos ídolos de la riqueza-ser rico, del tener y poder que nos dirigen al mal e injusticia.

“Por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza” (EE 167). Tal como se culmina en la segunda semana de los EE con la “tercera manera de humildad”, de amor pleno (EE 167-168), en una transformación de la vida donde nos liberemos de nuestro egoísmo e interés individualista (EE 189).

En su recordada “carta a la comunidad de Padua”, San Ignacio nos enseña que “son tan grandes los pobres en la presencia divina, que principalmente para ellos fue enviado Jesucristo a la tierra: por la opresión del mísero y del pobre ahora –dice el Señor– habré de levantarme; y en otro lugar: para evangelizar a los pobres me ha enviado, lo cual recuerda Jesucristo, haciendo responder a san Juan: los pobres son evangelizados, y tanto los prefirió a los ricos que quiso Jesucristo elegir todo el santísimo colegio entre los pobres y vivir y conversar con ellos, dejarlos por príncipes de su Iglesia, constituirlos por jueces sobre las doce tribus de Israel, es decir, de todos los fieles. Los pobres serán sus asesores. Tan excelso es su estado. La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey eterno”.

“El amor de esa pobreza nos hace reyes aun en la tierra, y reyes no ya de la tierra, sino del cielo. Lo cual se ve, porque el reino de los cielos está prometido para después a los pobres, a los que padecen tribulaciones, y está prometido ya de presente por la Verdad inmutable, que dice: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos, porque ya ahora tienen derecho al reino. Si esto es verdad en los pobres no voluntarios, ¿qué diremos de los voluntarios? Los cuales, por no tener ni amar cosa terrena puedan perder, tienen una paz imperdurable y una suma tranquilidad en esta parte, mientras que los ricos están llenos de tempestades. Baste lo dicho para mutua consolación y exhortación mía y vuestra para amar la santa pobreza” (BAC, 701-104).

Como se observa, en el seguimiento de Jesús nos ponemos delante de Cristo Pobre-Crucificado (EE 53) y de los crucificados de la tierra por el mal, injusticia y pecado personal, social y estructural, el pecado del mundo. Con una comunión e identificación mística y solidaria con Jesús Crucificado y los crucificados por el mal e injusticia (EE 196-197), tal como es la experiencia mística de Ignacio en la Storta (A 96). En esta respuesta ante Cristo Crucificado que debo dar para la acción y el compromiso, como muy bien nos transmitió y testimonió el jesuita mártir Ignacio Ellacuría desde toda esta espiritualidad ignaciana, se trata de bajar de la cruz a los pueblos crucificados e ir buscando todas estas mediaciones humanas, sociopolíticas, institucionales e históricas que posibilitan este servicio en el amor y justicia con los otros, con los pobres, en la defensa de la vida y dignidad de las personas. Con la promoción de la civilización del trabajo y la pobreza en contra de la del capital y la riqueza.

Una política y economía al servicio de las capacidades y necesidades de las personas, de los pueblos y de los pobres con un desarrollo liberador e integral, un trabajo digno con derechos como es un salario justo, por encima del capital, del lucro y beneficio. La vida austera y sobria con la pobreza solidaria en comunión de vida, bienes y luchas liberadoras por la justicia con los pobres de la tierra que es lo que nos va dando sentido, realización y felicidad; frente a la idolatría de la riqueza-ser rico, del poseer y del tener que se impone sobre este ser solidario.

Efectivamente, la fe y santidad como la de San Ignacio nos propone una vida libre, feliz y espiritual en esta “contemplación para alcanzar amor” (EE 230-237) que se realiza en el servicio y acción por el bien más universal, por el bien común y solidario. En este compartir la vida, los bienes y la justicia con los pobres. Una vida de espiritualidad y mística de comunión con Dios, con los otros, con los pobres y con toda la creación, con todo el universo y cosmos que expresa toda una ecología integral como la que San Ignacio encarnó en su tiempo y realidad. Una vida humanizadora, espiritual, plena y eterna que alcanzó San Ignacio con su santidad en el amor y en la Iglesia.


Entrevista al Padre Arturo Sosa: “Un desafío para la Compañía de Jesús es la reconciliación”

Con motivo de la festividad de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús y maestro de los Ejercicios Espirituales, Radio Vaticano entrevistó al padre Arturo Sosa, Superior General de la Companía, quien reflexiona sobre algunos de los desafíos centrados en el tema de la reconciliación, que propone el Papa Francisco a la Iglesia y la Dirección General a todos los jesuitas del mundo.

“Por un lado estamos retados a encontrar nuestra mejor contribución a las tres dimensiones del único Ministerio de la Reconciliación que define la misión de la Iglesia y de la Compañía de Jesús como la ha formulado la Congregación General 36 el año pasado”, explica el padre Sosa. “Reconciliación con Dios, reconciliación entre los seres humanos y reconciliación con el medio ambiente. Sentirnos por tanto, colaboradores de la misión de Cristo que es la razón de ser de la Iglesia de la que somos parte, partiendo de la fe, fruto del encuentro personal de cada uno con Dios”.

“El Dios Uno y Trino sigue actuando en la historia humana”, continúa diciendo el Superior de los jesuitas, “por ello el primer gran desafío es percibir dónde y cómo trabaja Dios hoy en la historia y así poder contribuir con lo que Él hace para reconciliar a estas tres dimendiones entre sí: el mundo, los seres humanos y la naturaleza que les rodea”.

En cuanto al segundo desafío, el Padre Sosa se centra en la necesidad de “desarrollar la capacidad de diálogo entre las culturas y las religiones”. “La Compañía de Jesús es, gracias a Dios, un cuerpo multicultural, lo que le permite sentirse reflejo de la diversidad cultural propia de la humanidad creada a imagen y semejanza del Dios Uno y Trino”, añade nuestro entrevistado, resaltando que Dios es también” variedad y diversidad”; y ahí reside la importancia de contribuir al refuerzo de la interculturalidad como “el camino hacia la conciencia de universalidad del ser humano, que comienza con un reconocimiento de la diversidad cultural como un don de Dios”.

Y como prueba de ese “camino hacia la interculturalidad” que conlleva también a una “mayor unidad entre las religiones”, el religioso cuenta la reciente experiencia de su visita a Indonesia, el país con mayor población musulmana del mundo, donde tuvo la oportunidad de reunirse con un grupo de intelectuales musulmanes y dialogar sobre las posibilidad de encontrarse en la tarea de renovar la fe de la gente como el motor para el entendimiento y la convivencia fecunda entre creyentes de confesiones diversas”.

Otro de los puntos tratados en esta charla fue el tema de la conversión institucional, que tal y como cuenta el padre Sosa, consiste en “ser capaces de adaptar y recrear nuestras instituciones poniéndolas al servicio de la situación actual del mundo, y no quedarnos en modelos de instituciones que son monumentos al pasado”.

Para terminar, el Superior General de origen venezolano, dedica unas palabras a su pueblo que actualmente atraviesa una compleja crisis social y económica marcada por tensos enfrentamientos de violencia. “Quisiera unir mi voz a la posición de los Obispos y jesuitas de Venezuela que están teniendo una participación testimonial muy importante en este momento, quienes fundamentalmente tratan de compartir el sufrimiento de la mayoría de la gente, que busca el acceso a las condiciones más elementales de la vida: alimentación, salud, educación, justicia y seguridad”.


Padre Sosa: recorramos sin miedo el camino hacia las fuentes carismáticas de la Compañía

Celebrar la fiesta de San Ignacio es una invitación a profundizar nuestro carisma y espiritualidad: lo afirmó el padre Arturo Sosa Abascal, Superior General de los Jesuitas, en la homilía de la misa celebrada en la Iglesia del Jesús en Roma, ocasión de la fiesta del santo de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, este 31 de julio.

Recordando que el Concilio Vaticano II envió a “fundadores y fundadoras de congregaciones” a recorrer el camino de las propias fuentes carismáticas, el Superior de los Jesuitas los definió en su homilía “portadores de dones del Espíritu Santo a la Iglesia y al mundo”.

“Cada carisma – puntualizó el padre General de los Jesuitas – es dado para contribuir en la construcción del cuerpo de la Iglesia y para enriquecer su servicio a la misión del Cristo”. Y en este sentido subrayó que referirse a “San Ignacio fundador” es el modo de los jesuitas de “renovar la fidelidad al carisma recibido” y de abrirse a su enseñanza, siempre con un fundamento: “el amor de Jesús”. Por lo tanto – agregó – “el primer paso para volverse cristiano y jesuita es enamorarse de Jesús, volverse su amigo y compartir su vida y misión con los compañeros”.

Precisamente, señaló el padre Sosa, “es el amor de Jesús que funde aquella unión de mentes y corazones que hace posible la Compañía de Jesús, como ha escrito San Ignacio en las Constituciones”.

Unión de mentes que no significa compartir una ideología –precisó– porque los jesuitas “están invitados, como todos los cristianos a reflexionar por su cuenta, a tener ideas personales y a desarrollar el pensamiento”.

“Unión de mentes –especificó– quiere decir tener la mente dirigida, en primer lugar, a Dios y por ende, a la vocación a la cual hemos sido llamados”.

El Padre Sosa habló también de “la unión de los corazones” realizable solamente con una condición: si el amor de Cristo llena completamente nuestra afectividad, amor que es capaz de liberarnos de los afectos no dirigidos “solamente a Dios”.

Con la invitación a sus hermanos jesuitas a no tener miedo de recorrer el camino hacia las fuentes carismáticas de la Compañía, el padre General invocó a Nuestra Señora della Strada, la Virgen del Buen Camino, para que sea para ellos la guía en este camino hacia el origen de la fuente de vida, “el amor del Señor Jesús”.

Fuente:

Cristianisme i Justícia / Radio Vaticano

Puntuación: 5 / Votos: 4

Buena Voz

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Un pensamiento en “San Ignacio de Loyola, una espiritualidad y ética para nuestro tiempo

  • 16 agosto, 2021 al 5:37 pm
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