¿Que es el amor? Hannah Arendt y el “amor mundi”

6:00 p m| 9 mar 18 (TF/BV).- ¿Cómo encajan en la noción del amor de Hannah Arendt las expresiones de romance propias de una celebración como San Valentín? El padre Mark Aloysius SJ explica qué es y qué no es el amor según la famosa filósofa: “Arendt nos desafía en toda nuestra capacidad de ‘dar amor’ a ver al prójimo tal como es, y a ver el rostro de Dios en ellos, sin reducirlos a una simple función de nuestro anhelo o una concepción abstracta de la mismidad”.

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“Porque el amor, aunque es uno de los hechos más raros en la vida humana, posee… una inigualada claridad de visión para descubrir el quién, debido precisamente a su desinterés, hasta el punto de total no-mundanidad, por lo que sea la persona amada, con sus virtudes y defectos no menos que con sus logros, fracasos y transgresiones. El amor, debido a su pasión, destruye el en medio de que nos relaciona y nos separa de los demás… El amor, por su propia naturaleza, no es mundano, y por esta razón más que por su rareza no solo es apolítico sino antipolítico, quizá la más poderosa de todas las fuerzas antipolíticas humanas”. (i)

En esas, sus propias palabras, Hannah Arendt retrata el amor como aquello que le da al amante ojos para ver al amado clara y profundamente, de manera que todo lo demás no solo se aleja del campo de visión de uno, sino que queda completamente borrado. El amor, dice ella en “La condición humana”, es destructivo del “en medio”, aquellos atributos individuales que revelan nuestra identidad y también el mundo común que habitamos.

Sin embargo, al mismo tiempo que Arendt escribió esas palabras, descubrió en su interior profundos indicios de un tipo diferente de amor, el “amor del mundo” (amor mundi). En una carta a su antiguo maestro y amigo de toda la vida, Karl Jaspers, el 6 de agosto de 1955, escribe: “He empezado tan tarde, realmente solo en los últimos años, a amar verdaderamente al mundo… Por gratitud, quiero titular mi libro sobre teorías políticas Amor Mundi“. (ii) ¿Cómo conciliamos estas posiciones aparentemente contradictorias que Arendt tiene con respecto al amor? ¿Cómo vemos a la otra persona y al mundo cuando amamos? Esta pregunta la abordó cuando escribió su doctorado sobre “El concepto de amor en San Agustín”.

 

Amor como anhelo

Arendt presenta dos tipos de amor en su estudio sobre San Agustín. En primer lugar, considera el amor como anhelo (appetitus), que comienza con una experiencia de carencia y está ligado a un objeto definido que despierta las ansias en uno mismo. (iii) El anhelo proporciona así el impulso necesario para que el sujeto obtenga el objeto, que se percibe como bueno. El anhelo es, por lo tanto, una especie de movimiento y solo termina cuando el objeto se alcanza y se disfruta. Sin embargo, una vez que eso sucede, el anhelo rápidamente degenera en el miedo a perder lo que se ama, ya que incluso si el objeto del anhelo perdura, la vida misma se escapa.

Por lo tanto, la muerte se convierte en el mayor temor que domina al yo y lo que el yo realmente anhela es la libertad, liberarse de ese miedo a perder. Arendt señala la experiencia de la muerte de un amigo en las “Confesiones” de Agustín. (iv)

Agustín expresa conmovedoramente lo que esa pérdida significó para él y cómo “se convirtió en una pregunta para él”. Para escapar del miedo y el dolor de la pérdida, Arendt argumenta que Agustín se vuelve hacia su interioridad y “procede a despojar al mundo y a todas las cosas temporales de su valor y hacerlas relativas”. (v)

En consecuencia, Arendt nota que el amor como anhelo es siempre un estado de olvido; uno se olvida de sí mismo en la búsqueda del amado, y el miedo a perderlo lleva al olvido del mundo. Ella dice: “Así como el que ama se olvida de sí mismo por el amado, el hombre mortal y temporal puede olvidar su existencia por la eternidad”. (vi)

 

Amor-como-memoria

Al trazar la segunda forma de amar, Arendt recurre a la discusión de Agustín sobre la memoria en La Trinidad y explora qué es lo que permite al amante percibir algo tan bueno, tan adorable. Aunque ni la “justicia” ni la “felicidad” son una experiencia de este mundo, tenemos una profunda intuición de lo que son “justicia” y “felicidad”. Por lo tanto, Agustín argumenta que deben ser experiencias dadas en la conciencia pura y es la facultad de la memoria lo que permite al que ama acceder a esas intuiciones a medida que se enamora. (vii)

Apoyándose en Agustín, Arendt afirma que, en contraste con el primer modo de amor como anhelo, este amor-como-recuerdo atrae al yo hacia la búsqueda de los orígenes y, finalmente, hacia la presencia del Dios Creador. Mientras que la primera forma de amar está marcada por el miedo a la muerte, esta segunda forma de amar está marcada por la gratitud al nacimiento y la existencia, que es para Arendt la capacidad de nuevos comienzos o lo que ella llama ‘natalidad’. (viii) Atravesando la memoria, el que ama se da cuenta de que aman porque han sido amados. El hombre se libera del anhelo solipsista y es tocado y transformado íntimamente por el deseo de Dios, el Amado, por el que ama, o el “amor por el amor de Dios” (amor amoris Dei). (ix)

Esta transformación de los deseos y el amor en la presencia de Dios en el “amor del amor” mismo, un amor absoluto que mira más allá de las particularidades de la existencia, es lo que lo hace poco mundano según Arendt. El que ama elige no “pertenecer” al mundo sino al Amado, convirtiendo así el mundo en un “desierto ante la existencia aislada del hombre”. (x)

Además, Arendt argumenta que este tipo de amor reduce la singularidad del otro a la semejanza de un ser creado por Dios. “E igual que no amo al yo que yo hice de mí por mi pertenencia al mundo, tampoco amo a mi prójimo en razón del encuentro concreto, mundano, con él, sino que lo amo en su creaturalidad. Amo algo en él que es justamente lo que en él no es de él: ‘Pues amas en él no lo que es, sino lo que esperas que sea'”. (xi)

 

Una nueva comprensión del amor

Arendt reflexiona sobre las discrepancias y fracasos en nuestro amor. En el amor como anhelo amamos hasta el olvido de nosotros mismos y convertimos al amado y al mundo en un ídolo. En el amor como recuerdo, descubrimos verdaderamente la fuente de nuestro propio ser en Dios, pero reducimos el mundo y el otro a meros fantasmas. En el primero, solo vemos nuestro propio anhelo. En este último, solo vemos a Dios, nuestro origen y fuente. No es que sus reflexiones sobre el amor sean puramente teóricas, sino que corresponden a formas específicas de estar en el mundo.

Si el amor se concibe como anhelo, entonces las únicas opciones disponibles para el que ama son el hedonismo o su antídoto, una ataraxia concebida estoicamente, un estado en el que uno se hace inmune al mundo para nunca sentir la experiencia de la pérdida.

Si el amor se concibe como un recuerdo, entonces las opciones disponibles para el cristiano son una espiritualidad que está desconectada de las realidades socio-económicas y políticas del mundo o su opuesto, un secularismo militante. Una forma de amar mira hacia el futuro absoluto, la otra hacia el pasado absoluto; ambos son un escape a la atemporalidad, ninguno está comprometido con el presente.

Arendt intenta reconfigurar estos puntos de vista deficientes de amar. De hecho, en una nota al pie del pasaje que se citó al comienzo, ella insinúa que el problema del amor es nuestra propia comprensión de él.

“El prejuicio corriente de que el amor es tan común como el ‘romance’ puede deberse al hecho de que los primeros que nos lo enseñan son los poetas. Pero estos nos engañan, ya que son los únicos para quienes el amor no solo es una experiencia crucial, sino indispensable, que les califica para confundirla con una universal”.

Entonces, ¿cómo concibe Arendt un tipo de amor adecuado, el amor mundi por el cual el prójimo y el mundo son amados en toda su alteridad? Quizás lo que Arendt intenta invitarnos a considerar se puede entender mejor visualmente, y recurro a “Los lirios de agua, sol poniente” (1907) de Monet, que cuelga en la National Gallery de Londres.

Me parece que lo que Monet intenta hacer en esta pintura es capturar una nueva perspectiva del mundo. Lo hace pintando el reflejo de los rayos rosados ​​y amarillos del sol poniente sobre las tranquilas aguas de su estanque en su jardín en Giverny, Normandía. En palabras de Marcel Proust, Monet logra esta asombrosa perspectiva al “inclinarse sobre el espejo mágico” del lienzo. En un lienzo, Monet superpone alturas y profundidades. Mirando su pintura, vemos dos mundos a la vez, sin tensión, sin tener que cambiar nuestra mirada. Y podemos notar que esta notable perspectiva se obtiene cuando el pintor mismo adopta la postura de doblarse ante este bello momento en el tiempo y el espacio.

La crítica de Arendt logra un análisis altamente sofisticado de las patologías del amor. Ella nos recuerda que hay más en el amor que solo el que ama y el amado; existe este mundo entre ellos que también debe ser cuidado, el espacio político donde otros actores están presentes. Para un cristiano, la crítica de Arendt nos recuerda tomar en serio la síntesis que hace Jesús de la totalidad de las Escrituras: amar a Dios y amar al prójimo como a uno mismo (Mateo 22: 37-40).

Al igual que la pintura de Monet, Arendt nos desafía a ver, en todo nuestro amor, al otro tal como es, y ver el rostro de Dios en ellos, sin reducir al otro a una mera función de nuestro anhelo o una concepción abstracta de semejanza. Tal visión solo se puede obtener si nosotros también, como Monet, aprendemos una postura de humildad y el dejar de lado el egoísmo ante el prójimo.

 

Fuente:

Thinking Faith

 

Referencias:

[i] Hannah Arendt, The Human Condition, 2nd ed. (Chicago: University of Chicago Press, 1998), p.242.

[ii] Lucy Tatman, ‘Arendt and Augustine: More Than One Kind of Love,’ International Journal of Philosophy and Traditions 52, no. 4 (2013): 626.

[iii] Hannah Arendt, Love and Saint Augustine, trans. Joanna Vecchiarelli Scott and Judith Chelius Stark (Chicago: University of Chicago Press, 1996), pp.9–17.In this paragraph I summarise Arendt’s arguments in her chapter entitled ‘The Structure of Craving’.

[iv] Augustine, Confessions, IV.7-9.

[v] Arendt, Love and Saint Augustine, p.14.

[vi] Ibid., p.29.

[vii] Augustine, The Trinity, VIII.6.9.

[viii] Arendt, Love and Saint Augustine, p.51.This is where Arendt distinguishes herself from her mentor and lover, Martin Heidegger, who claims that the self in the world (Dasein) is a Sein-zum-Tode: ‘being towards Death’.

[ix] Augustine, Confessions, II.1.

[x] Arendt, Love and Saint Augustine, p.94.

[xi] Ibid., p.95.Here Arendt is quoting Augustine’s Homilies on the First Epistle of John, VII.10.

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