Mons. Agrelo: “En Tánger, aprendemos el Evangelio de los musulmanes y de los pobres”
5:00 p m| 30 nov 16 (RD/BV).- Monseñor Santiago Agrelo Martínez, Arzobispo de Tánger, participó hace poco como ponente en un foro con el tema “Refugiados e Inmigrantes”, organizado por la revista española “Encrucillada”. Su posicionamiento crítico con las políticas sobre extranjería, incluidas las vallas con alambrados en las fronteras de Ceuta y Melilla, como consecuencia de la proclamación del Evangelio en ese mundo, quedó reflejado en la ponencia que tituló “Ver para acoger”. El portal de noticias católicas “Religión Digital” lo entrevisto a propósito de su intervención en el foro.
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En su ponencia, comienza precisando que “el hecho es que Gobiernos y medios de comunicación -medios al servicio del poder y esclavos de ‘lo que vende’-, nos han cerrado los ojos para que, en los caminos de la emigración, no veamos a hombres, mujeres y niños, no veamos sus sufrimientos, no nos afecte su vulnerabilidad, olvidemos del todo sus días de hambre, y no nos importunen las heridas abiertas en sus cuerpos y en su espíritu”.
“Gobiernos y medios de comunicación se obstinan en que veamos, no a una humanidad necesitada de justicia y de futuro, sino a irregulares, a ilegales, a posibles terroristas, una amenaza para la ocupación, para la cultura, para el bienestar, incluso para la religión. Y obispos, curas, frailes y monjas, nos hacemos transmisores de ese virus que, de manera del todo inconsciente, nos lleva a no ver. ¡Terrible paradoja!: los que fuimos iluminados por Cristo, volvemos de regreso a la ceguera”.
Aprovechando su participación en este foro, le pedí unas reflexiones sobre su relación con los emigrantes y refugiados, a las que me contesta amablemente. Como punto de partida, un testimonio fotográfico en el que aparece con una pancarta rodeado de manifestantes.
-Monseñor, ¿qué le trae al recuerdo esa fotografía que aparece reiteradamente en los medios? Supone un compromiso real y una actitud que, necesariamente, tiene que ser fruto de una visión de la realidad que no encaja con el poder que, justa o injustamente, se atribuye a un jerarca de la Iglesia.
He de intentar hacer memoria de aquel día: diversas organizaciones habían convocado una manifestación ante el Consulado General de España, como protesta por la muerte de quince chicos africanos, ahogados en aguas de nadie mientras intentaban entrar en territorio español.
En aquella manifestación participaban personas que eran de casa en la comunidad eclesial de Tánger, y seguramente fue alguna de ellas quien me invitó a que participase yo también. Cosa que hice de corazón y convencido de que la presencia del obispo entre los manifestantes daría peso a su protesta. Claro que no estuve allí sin preocupación, pues si se produjese alguna forma de altercado o de desmesura, en medio estaría el obispo, y de alguna manera sería responsable de ello.
La fotografía tantas veces reproducida en los medios es memoria y denuncia de los quince muertos de El Tarajal, para los cuales no ha habido justicia; la foto es memoria de que aquel día las fuerzas del orden fueron obligadas a denegar el auxilio necesario a unos chicos que se estaban ahogando; aquella foto me recuerda que, si hoy se repitiese la situación, se repetirían las opciones, sin que desde entonces haya cambiado un ápice la política española de fronteras. Aquella fotografía me recuerda sorderas y cegueras que parecen incurables.
-Háblenos un poco de su llegada a la archidiócesis y su realidad social, sus gentes. ¿Qué ha aprendido de sus feligreses y que le piden o esperan de su obispo?
Antes de entrar allí como obispo, no había vivido en Marruecos. Si exceptúo dos ocasiones en que di ejercicios espirituales a los misioneros, podría decir que nunca había estado en Marruecos. Con lo cual queda dicho que no conocía la realidad social de la archidiócesis y mucho menos podría hablar de sus gentes.
Habrá que aclarar desde el principio que, en esta Iglesia, no es lo mismo hablar de sus gentes que de sus fieles.
En un territorio que es más o menos como el de Galicia, los fieles no pasan de ser unos miles si es que llegan a mil, y son todos extranjeros, y todos de paso -turistas, trabajadores de empresas extranjeras, profesores de colegios extranjeros, personal de legaciones diplomáticas, hombres y mujeres detenidos en cárceles marroquíes, y, últimos en llegar, los emigrantes que suben de África en su camino hacia Europa-, todos de paso salvo los pocos españoles que mantuvieron allí la residencia después de la independencia del país en los años cincuenta.
Otra cosa son las gentes de esta Iglesia, que son todos aquellos entre quienes vivimos, y, de modo especial, los que se acercan a nosotros en busca de auxilio.
De los fieles he admirado siempre, no sé si lo he aprendido, el compromiso con los pobres, la atención a los necesitados, la entrega a su servicio. Al llegar a Marruecos encontré una Iglesia bellísima, y sólo aspiro a que se me pegue algo de esa belleza.
De las gentes, de los musulmanes entre quienes vivimos, y de los empobrecidos que se acercan a la comunidad eclesial, aprendemos el Evangelio. Ellos lo hacen familiar en nuestras vidas. Esta Iglesia se sabe portadora de buenas noticias para los pobres. Ellos nos ayudan a parecernos a Jesús de Nazaret.
-¿Cual es su relación con las instituciones civiles o sociales?
No hay una relación institucionalizada. No obstante, son muchas las instituciones que acuden al obispo para que avale con la propia autoridad sus proyectos, o que piden para ellos la colaboración de la Iglesia. Y en ese sentido puedo hablar de una buena relación.
-Le confieso que usted captó mi atención por su actuación con los emigrantes y refugiados, sus críticas a la TV de los obispos y al poder político en ese aspecto concreto, su actividad en Facebook. ¿Qué vio o qué le llevó a pensar y actuar de esa manera? Los obispos suelen aparecer en público rodeados de otras clases de personas.
He sido educado en la atención a los necesitados; los hermanos franciscanos son responsables de esa debilidad. Pero Marruecos me puso delante de los ojos a unos necesitados que yo nunca antes había visto: a los emigrantes.
Y el conocimiento -la experiencia viva- de esa forma extrema y nueva de pobreza me obligó a luchar por dar voz a esos pobres, paliar su necesidad, mitigar su soledad, devolver un poco de normalidad a sus vidas, sostenerlos en el camino que intentan abrir hacia el futuro.
Eso me ha llevado también a denunciar opciones políticas y líneas informativas que considero lesivas de los derechos de los emigrantes y contrarias al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que he prometido observar.
Y he de añadir, por si fuese oportuno explicitarlo: creo que cualquiera de mis hermanos obispos, si se hubiese encontrado en la Iglesia de Tánger, habría perseguido los mismos objetivos que yo he tenido y lo habría hecho con más eficacia. Y si este servidor se hubiese encontrado obispo en una Iglesia de España, mucho me temo que mi compromiso con los pobres pasaría desapercibido para los medios de comunicación y para la conciencia de los fieles, como sucedió a lo largo de mi vida, siendo antes y ahora la misma persona y teniendo las mismas preocupaciones.
-La llegada del Papa Francisco le habrá animado a profundizar más y más en su compromiso. ¿En que medida se siente respaldado por su propuesta pastoral y que ha aprendido de él en ese sentido?
Cuando en mi juventud leía las Constituciones de la Orden Franciscana, tenía la impresión de estar leyendo cosas que había practicado siempre por pura intuición: como si las hubiese interiorizado antes de haberlas leído.
Con el Papa Francisco me pasa algo parecido: es como si lo hubiese ‘leído’ desde siempre.
Me consta que bendice mi trabajo con los fieles y con los pobres.
-Me equivoco si su oración tiene muy en cuenta la fuerza que nace de repensar, en lo más hondo de su conciencia, la realidad social y política desde la llamada del Evangelio. ¿Qué nos puede decir al respecto?
Creo que es bastante fácil describir lo que uno hace en la oración; basta un poco de atención a la propia actividad. Necesito de la oración, como se necesita respirar, para no morir; oro, como quien come, para que no me falten las fuerzas; soy egoísta en la oración, tanto que me avergüenzo de estar en ella más pendiente de mí que de los pobres. Si me fijo en lo que hago durante la oración, más temo ofender al Señor que darle gloria.
Todo eso, aunque manifiestamente imperfecto, es lo mío y es necesario hacerlo. Pero no es eso lo que verdaderamente cuenta: lo que hacemos, no es lo que nos hace. La oración es encuentro con otro, y es el Otro el que allí habla, el que ama, el que llama, el que envía, el que transforma, el que realiza su obra. Allí aprendo a creer, a confiar, también a amar. Allí intento aprender a Jesús de Nazaret: sus preferencias, sus opciones, sus pasiones. Allí también van conmigo, para ser amados, todos los que encuentro en mi camino, todos los que me piden que pida por ellos, todos los que amo.
-Sobre sus manifestaciones en relación con 13 TV el señor Google me facilitó 912 resultados en 44 segundos. Hace sólo unos días participó en esa cadena de TV, en un programa con Cáritas. ¿Quiere añadir o precisar algo? ¿Cómo piensa usted que debería enfocarse una TV católica?
Ni se me ocurre cuestionar la libertad de expresión de los periodistas que participan en los programas de 13 TV. Ni se me ocurriría cuestionar nada de lo que quieran decir los medios de comunicación. Lo que me preocupa, y creo que me incumbe, es que, en materia política, económica, social o moral, no se confunda la voz de la Iglesia -el Evangelio- con la línea ideológica de 13 TV.
Son muchos los asuntos que la Iglesia ha de poner bajo la luz del Evangelio. En realidad los ha de poner todos. Digo todos, que es mucho más que el aborto y la ideología de género.
En materia de inmigración, lo que afecta a la vida de mis hijos más acosados por la legalidad vigente, me afecta directamente.
Puedo entender que los partidos políticos hagan las opciones que consideren más convenientes para alcanzar el poder y mantenerse en él. Pero a la Iglesia no se le ha dado para los pobres una legalidad interesada, sino un Evangelio. Y no podemos correr el riesgo de que el mensaje de sus medios de comunicación induzca a pensar, o que no hay un Evangelio para los pobres, o que la Iglesia lo esté olvidando.
-Cambiando un poco de perspectiva y para ir terminando, nos puede decir algo respecto del lenguaje extraño, arcaico, alambicado que utilizan los eclesiásticos en la liturgia, en sus comunicaciones, en sus libros, en su comportamiento, etc.. ¿Piensa que los jóvenes de hoy y los no tan jóvenes son capaces de entender ese lenguaje? ¿No le parece que es una de las causas principales que llevan a las gentes de hoy a prescindir de la Iglesia oficial?
Me parece significativo este diálogo -tiene más gracia en gallego-:
María volvía da misa e Rosa apañaba na leira.
María saudou dende o camiño: _E logo, ¿apañas?
– Un mando de herba -dixo Rosa erguéndose para falar-. ¿E ti, xa vés?
– Si -respondeu a María-, veño da misa. ¡Ay, hoxe moi ben falou o cura!
– ¿E de que falou?
– ¡Das súas cousas!
María nos ha dejado un diagnóstico plausible de la situación: los curas hablamos de “nuestras cosas”, respondemos a preguntas que nadie hace, gastamos palabras en lo que a nadie interesa, y lo hacemos con un lenguaje que nos sitúa fuera del tiempo, al margen de la vida. Hasta que un día descubramos que pasos y palabras del pastor han de ser compañeros de camino de hombres y mujeres con los que peregrinamos.
-¿Qué piensa del discurso de la jerarquía o clero en general, dentro y fuera de los templos? A mí me parece excluyente, autoritario, a veces muy poco o nada actualizado, obsesionado en condenar, poco respetuoso y dialogante, escandalosamente partidista. Evidentemente que hay excepciones. Le digo esto pensando en las manifestaciones del Papa Francisco en relación con el estado laico al que tiene tanto pánico cierto sector eclesiástico en España: “Un Estado debe ser laico. Los confesionales terminan mal. Va contra la Historia”.
Supongo que nadie cuestiona la laicidad el Estado. Supongo que el carácter laico de los Estados no priva a ningún creyente, tampoco a los obispos, del derecho a manifestar su parecer o sus convicciones sobre cualquier asunto. Supongo que la laicidad estatal tampoco deja sin voz a los obispos para expresar lo que entiendan ser conforme al Evangelio o contrario a él.
-Entonces, ¿dónde está el problema?
Sospecho que está en la forma en que hacemos uso de esa libertad a la que, otra parte, no debemos renunciar. Para empezar, algo debemos de estar haciendo mal, si se entiende que “estamos obsesionados por condenar”, que somos “poco respetuosos”, “poco dialogantes”, o “escandalosamente partidistas”.
Algo debemos de estar haciendo mal si damos la impresión de que nuestros intereses morales y doctrinales son manifiestamente selectivos. Y será necesario que hagamos en esto un humilde y cuidadoso discernimiento.
-Me gustaría seguir preguntando y escuchándole, pero no quiero robarle demasiado tiempo. No sé si le habré dado la impresión de querer condicionar sus respuestas. No ha sido mi intención. Si así fuese le pido disculpas. Seguro que este XXXI Foro Encrucillada le habrá proporcionado encuentros con muchas personas que quieren una Iglesia para los tiempos que nos ha tocado vivir, que quizá muchos de ellos han optado por caminos que la oficialidad no respeta convenientemente. ¿Nos quiere dejar algún mensaje en particular?
Hermano mío: considero gracia de Dios muy grande el que, más allá de mi carácter personal y de la formación recibida, la puerta de mi vida haya estado abierta para todos los que he encontrado en el camino. Nunca tuvo importancia qué credo tenían, en qué partido militaban, qué ideas eran las que sostenían sus vidas. Ellos eran lo importante. No consigo dejar fuera de mi puerta ni siquiera a los que desprecian lo que hay dentro de la casa.
Con lo cual queda dicho que para mí son hermanos muy queridos quienes en la Iglesia buscan a Jesús, quienes buscan caminos nuevos para vivir la fe común, para expresarla, para transmitirla. No puedo imaginar una Iglesia a mi medida: la prefiero embellecida por la variedad de dones y carismas con que la enriquece el Espíritu del Señor.
Fuente:
Entrevista de Antón Gómez para Religión Digital.