Amoris Laetitia: Construir desde la realidad de las familias

11:00 p m| 24 jun 16 (TERRITORIO ABIERTO/BV).- Judith Schönsteiner, académica especialista en derecho internacional y en derechos humanos, interpreta y destaca lo que le parece más valioso en la propuesta de Francisco en su exhortación sobre las últimas asambleas sinodales centradas en la familia. Schönsteiner sostiene que el Papa en lugar de recurrir al método de implementar una renovación desde arriba hacia abajo, que solo busca convencer a los que tienen el poder -omitiendo observar buena parte de la realidad-, propone una reforma desde abajo, desde lo pastoral, desde la realidad, desde lo que son las familias hoy.

Desde su especialidad, compara ese proceder con el de un jurista de tradición anglosajona, que para reemplazar una norma, “busca las fisuras de la anterior, las contradicciones, las faltas de aplicabilidad en la vida actual, para proponer otras lecturas… tiene presente principios básicos, como faros o guías en el camino, pero se orienta hacia la solución de los problemas concretos de las personas”.

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Durante más de dos años, los obispos de todo el mundo se reunieron en la Asamblea del sínodo sobre la Familia, para elaborar los nuevos lineamientos pastorales en relación a la acogida y el acompañamiento de las familias de hoy. Se esperaba con ansias la “palabra final” del Papa Francisco sobre el tema.

Es así que publicó la exhortación Amoris Laetitia, La Alegría del Amor. Este texto ya nos sorprende en el primer párrafo, pues teniendo las atribuciones de pronunciarse de manera definitiva, no lo hace, explicándonos que el “conjunto de las intervenciones de los Padres, que escuché con constante atención, me ha parecido un precioso poliedro, conformado por muchas legítimas preocupaciones y por preguntas honestas y sinceras. Por ello consideré adecuado redactar una exhortación apostólica postsinodal que recoja los aportes de los dos recientes Asambleas sinodales sobre la familia, agregando otras consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral y, a la vez, ofrezcan aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus dificultades.” (N°. 4)

Algunos amigos me dijeron que estaban decepcionados porque, al final, al parecer, las cosas no cambiaban mucho. La exhortación no dice explícitamente que todos los divorciados vueltos a casar serían siempre bienvenidos en la mesa eucarística; no presenta un análisis sobre temas de bioética, ni una concepción nueva sobre lo escrito en Humanae Vitae. Así tampoco, a pesar de no repetir el juicio del catecismo sobre las relaciones homosexuales (que serían intrínsecamente desordenadas), no avanza mucho en un juicio más acogedor sobre estas relaciones.

Una segunda lectura, sin embargo, muestra grietas en el edificio honorable de la moral legalista, fisuras que se manifiestan porque el Papa adoptó una perspectiva (un método) que parte desde abajo: desde la pastoral, la realidad, los signos de los tiempos; desde lo que son las familias hoy. Pareciera que el Papa -y me perdonarán la comparación que surge de mi deformación profesional de jurista, más que de un lenguaje teológico o pastoral- tiene más afinidad con un jurista anglosajón que con uno del derecho continental de origen romano. Me explico.

Cuando un jurista de tradición romana continental (el sistema que es también el chileno) quiere cambiar una norma – y simplifico – pone todo su esfuerzo en lograr que quienes la dictan (la administración o el congreso), la enmienden en el sentido considerado mejor por ese jurista. Para eso, tendrá que buscar apoyo, convencer en los pasillos, reunir votos, y proponer una redacción que recoja cabalmente la buscada nueva norma. Este método describe un sistema deductivo o top-down, el cual, tiende a definir la verdad desde los principios antes de observar lo que ocurre en la realidad.

En cambio, cuando un jurista de tradición anglosajona quiere reemplazar una norma, su forma de proceder es a través de una re-interpretación de los precedentes. Es decir, busca las fisuras de la normativa anterior, las contradicciones, las faltas de aplicabilidad en la vida actual, para proponer otras lecturas, otras “teorías del caso”. El jurista avanza de a poco, tema por tema, mediante soluciones concretas que van construyendo y enmendando el nuevo tejido normativo. Es un sistema que parte desde abajo, bottom-up, que tiene presente algunos principios básicos, como faros o guías en el camino, pero se orienta hacia la solución de los problemas concretos de las personas. Es cierto que podría ser complejo. No es lógica fácil; no es argumento intachable. Pero responde a lo que la gente necesita para poder continuar; pues, en sus vidas, también deben buscar un camino factible hacia aquellos principios básicos o faros a los cuales debería tender.

Así, el sistema bottom-up significa, en otras palabras, acompañar a las personas hacia los principios, hacia estos faros, en vez de recordarles insistentemente que deberían dejarse iluminar por ellos o que son pecadores si no los alcanzan. Esto se refleja especialmente en quienes perciben el cambio de su situación actual como algo imposible o equivocado de hacer. Por ejemplo, los divorciados vueltos a casar que arriesgarían la nueva unión estable y el cuidado de sus hijos, o las personas homosexuales que viven en pareja con los deberes y responsabilidades que esto conlleva.

Me ayuda a comprender Amoris Laetitia si lo leo desde esta segunda manera jurídica que parte desde abajo. Ello se refleja en:

El rol de la conciencia de los fieles, que el Papa Francisco vuelve a destacar, remitiéndose al Concilio Vaticano II (“Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas.”) (N°. 37). En el lenguaje, en comparación con documentos anteriores, relativamente moderado y diferenciado en la condena de la teoría de género (N°. 77). En el reconocimiento del Papa cuando afirma que aún falta para que se acabe la discriminación contra la mujer y se supere el machismo (N°. 54). En la relativización del rol magisterial del Papa ante las iglesias locales (N°. 2). En la relativización del magisterio mismo cuando se busca una solución de las cuestiones morales (“Recordando que el tiempo es superior al espacio, quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales.”) (N°. 3). Y, en un método nuevo y participativo que antes no era conocido en la elaboración de documentos eclesiales.

Es cierto; el Papa no destaca en el documento Amoris Laetitia la discriminación que hoy sufre la mujer en la Iglesia; no reconoce que en una unión homosexual podría haber reflejos del amor de Dios; no explicita que Humanae Vitae no ha sido confirmada por la práctica de los fieles. También es cierto que parte del texto podría desanimar a quienes no tienen posibilidad (por decisiones personales anteriores, o por su naturaleza) de alcanzar la perfección del amor que se elogia. En estos casos me parece que el lenguaje de la misericordia se abandona, para volver al de los ideales y la perfección.

Sin embargo, el texto invoca a la misericordia, la acogida, al acompañamiento, no solamente desde los conceptos teológicos, sino, desde el estilo meditativo que propone.

Algunos me dirán, tal como lo han hecho algunos cardenales como Raymond Burke, que Amoris Laetitia “no es magisterial”, que no “todo lo que diga el Papa es infalible”, que no es doctrina o es meramente pastoral. O, que esta lectura “juridicista” que hago no vale. Tal vez lo digan.

No obstante, tengo la esperanza de que las normas del derecho canónico, las que este último documento del Papa Francisco no enmienda (y que tampoco invoca explícitamente, por lo menos en varias instancias “críticas”, como la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar, etc.), puedan adecuarse con los tiempos, a la luz de la conciencia de las personas creyentes, adultas, formadas en la fe, para reflejar mejor el Evangelio que nos dejó Jesús de Nazaret cuando nos habló de Padre, Abbá y su misericordia con todos nosotros.


Fuente:

Territorio Abierto

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