La autoridad de Jesús

Autoridad de Jesús

4.00 p m| 5 mar 15 (MENSAJE/BV).- La gente se admira de cómo Jesús habla en la sinagoga con autoridad, y no como los escribas y fariseos. Ni grita ni vocifera. Su mensaje es auténtico, sincero y convincente porque está basado en su propia experiencia mística, fundamentada en su vínculo personal, cercano e inquebrantable con el Padre de amor. La invitación, para salvar a la Iglesia de su autoritarismo frío e ideológico, es redescubrir la experiencia mística, reencontrarnos con la fuente de la vida; ya no como un dato arcaico, exótico y excepcional, sino como herencia de todo bautizado y vivencia imprescindible de cada discípulo.

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Fundamento de la fe cristiana es la experiencia mística del discípulo. Los cristianos conocen al Resucitado. Lo han visto; lo han oído; han sido tocados por él. Su Señor no es un concepto; no es una doctrina; sino un viviente con quien tienen vínculos de afecto, compromiso y amistad.

El encuentro espiritual acontece de diversas maneras, dependiendo de la persona, su cultura y el momento histórico. Pero, sin el conocimiento íntimo de Cristo para más amar y mejor servir, los discípulos son bronce que suena; protocolo aparatoso sin sentido alguno.

Mi percepción es que la experiencia mística está cada vez más escasa. Los más rigurosos entre los devotos la consideran una gracia extraordinaria, excepcional e arcaica. Creen que la intimidad espiritual con el Cristo hermano es propio de los santos de antaño. No saben cómo entrar en ese espacio, aun cuando reconocen que hubo, alguna vez, alguien que lo hizo.

Y para los modernos, ovejas sin pastor, apóstoles sin señor, ¿qué nos queda? Sin la experiencia mística, queda solamente la ideología, el dogma, el concepto y la abstracción. Al desconocer al eterno viviente, a la fuente de fuerza y amor, los fieles substituyen estructura, autoridad y procedimiento. El sometimiento se ha vuelto más importante que la solidaridad. La burocracia institucional nos pesa más que la compasión.

La doctrina por sí sola no salva a nadie. Ningún concepto ha entregado su vida por amor al prójimo. Las abstracciones no convocan, ni envían. Ninguna ideología, jamás en la historia de la humanidad, ha tenido la empatía necesaria para sanar a los enfermos, alimentar a los hambrientos y expulsar a los demonios. Las leyes, ideas y procedimientos son fríos e impersonales.

Al carecer de carisma, las ideologías se vuelven sobre sí mismas, involucionando hacia la corrupción total. Están al servicio de quienes las administran. Los conceptos y doctrinas se adaptan según el vaivén del momento, para la conveniencia de los dirigentes. Las normas se aplican con misericordia o rigor, de acuerdo a la cuenta de amistades y antipatías personales.

Las ideologías, a veces, idealistas en sus inicios, se vuelven tiranas. Sus adeptos, privados del espíritu, se vuelven autoritarios. Imponen el orden mediante amenazas y violencias. Recompensan la lealtad incondicional de sus partidarios con favores indebidos. Algunos dirán que peor es nada; a la falta de experiencia mística, más vale ordenar las tropas por la fuerza.

Yo digo que no. En la fe cristiana, substituir otra cosa en el lugar de Cristo el Señor, no es un bien de segunda orden. Es diabólico. Es dejarse poseer. Suplantar otra cosa en el lugar de Dios es idolatría. Es vender el alma del pueblo a cambio de una falsa apariencia de estabilidad institucional. Es cambiar el amor por la violencia; es entregar la compasión a cambio de autoritarismo descarado; el perdón por la exclusión despreciativa.

Reemplazar la presencia real del Resucitado con reglamentos y protocolo desvirtúa el Reino de Dios. Distorsiona el rostro del Padre de Jesús que ama incondicionalmente a buenos y malos por igual.


Fuente:

Texto de Nathan Stone SJ. Publicado en la Revista Mensaje.

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