Augustin Bea: Erudito, profesor y cardenal con gran influencia en el Vaticano II

Cardenal Bea

9.00 p m| 13 may 14 (THINKING FAITH/BV).- Augustin Bea (1881-1968) fue uno de los más importantes e influyentes jesuitas que la Compañía de Jesús ha producido en los 200 años de historia desde la restauración de la Orden por el Papa Pío VII en 1814. Oliver Rafferty SJ da una extensa mirada a la vida y obra de este gran ecumenista y erudito bíblico, de quien el Papa Juan XXIII dijo: “Imagínese la gracia que el Señor me ha concedido al descubrir al Cardenal Bea”.

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Bea fue un erudito bíblico de reputación internacional, que había sido rector y superior religioso del Pontificio Instituto Bíblico de Roma (1930-1949), y que también fue una figura destacada en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Tal fue su impacto en el Concilio que el renombrado teólogo dominico Yves Congar escribió: “El Concilio es el Concilio del Cardenal Bea”. Un observador luterano alemán en el Concilio Vaticano II dijo de él, que después del Papa Juan XXIII, Bea “vivirá en la memoria de muchos como la figura más resaltante” del Concilio.

Quizás es más recordado por el hecho de que fue el primer Presidente de la Secretaría (actualmente Pontificio Consejo) para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, desde su fundación en 1960 hasta su muerte, a los 87 años, en 1968. Su producción académica fue sencillamente enorme. En un período de cincuenta años a partir de 1918 escribió 430 artículos que cubren temas tales como la arqueología bíblica, la exégesis del Antiguo Testamento, la mariología, la unidad de los cristianos y antisectarismo. Y sus energías no se disiparon con la edad: 260 de sus publicaciones aparecieron entre los años 1960 a 1968, ocho de los cuales fueron libros completos.

Nacido en Riedböhringen en el sur de Baden, un pequeño pueblo alemán de unos 600 habitantes, Augustin fue el único hijo de Karl y Maria Bea. Su padre era carpintero y pese a su habilidad, los Bea vivían en una pobreza relativa, por lo que la educación de Augustin se financió con becas. Un interés temprano en las órdenes Benedictina y de los hermanos Capuchinos pronto dio paso al deseo de hacerse jesuita. Su padre se opuso a la idea, tal vez por dos razones. Bismarck, el Canciller de Hierro, había expulsado a los jesuitas de Alemania en 1872; no regresarían oficialmente hasta 1917. Esto significaría que tendría que abandonar su país para unirse a la orden. Además, elegir el camino religioso implicaría que no estaría en condiciones de dar apoyo financiero a sus padres en su vejez.

Bajo la influencia de su padre, ingresó al seminario diocesano en Freiburg-im-Breisgau, y el sacerdote de su parroquia tuvo que darle un “certificado de pobreza” para que pudiera estudiar en forma gratuita. Estudió en la Facultad Católica de Teología en la Universidad de Friburgo, pero en 1902 sus padres finalmente le dejaron unirse a la Compañía de Jesús en el noviciado alemán de Blyenbeek en los Países Bajos. Fue ordenado sacerdote a los diez años de unirse a la orden.

Dados sus excepcionales dotes intelectuales, Augustin había sido enviado en medio de su formación académica, a cursar un doctorado en filología clásica en Innsbruck. Sin embargo, el General Jesuita, el Padre Franz Xavier Wernz, decidió que tales estudios especializados deben seguirse después de la ordenación, y así fue encaminado hacia los estudios teológicos necesarios con el fin de ser ordenado.

Cuando ya era sacerdote, sus superiores decidieron que debía ser un especialista en la Biblia en lugar de un clasicista, y fue enviado a la Universidad de Berlín para estudiar lenguas orientales e historia. Estos estudios fueron interrumpidos por el estallido de la Primera Guerra Mundial, aunque ya había estudiado en el Instituto Bíblico fundado en Roma en 1909. En 1914 fue enviado a hacerse cargo de la casa de los jesuitas en Aachen y desde 1917 fue profesor de estudios del Antiguo Testamento en el teologado de la provincia alemana en Valkenburg, Holanda. Para entonces, con la restauración legal de la Orden en Alemania, la provincia alemana había crecido a más de 1,200 miembros con otros 350 que trabajaban en misiones en el extranjero. Las autoridades jesuitas en Roma decidieron crear una segunda Provincia, “Upper Germany”, en 1921 y Bea fue nombrado su primer Superior provincial.

Su tiempo como provincial se vio truncado cuando fue llamado a Roma por el P. General Wlodimir Ledochowski en 1924 para convertirse en Rector de la recientemente establecida “Bellarmino”, una residencia para sacerdotes jesuitas haciendo doctorados en Roma. También fue designado para enseñar en la Universidad Gregoriana y en el Instituto Bíblico.

Entre las más importantes de sus actividades en estos años está su misión en Japón, donde fue enviado por el P. Ledochowski como visitante oficial a la misión jesuita durante seis meses en 1929. Allí ayudó a rescatar a la “Sophia University”, que había sido creada por los jesuitas en Tokio en 1910 por orden expresa del Papa Pío X, y que se encontraba en graves dificultades financieras. Con su ayuda se le dio un nuevo enfoque a la comunidad jesuita y además asesoró la negociación de un préstamo bancario desde Londres, que tuvo como garante a la Provincia Inglesa de la Compañía.

Su nombramiento como Rector del Instituto Bíblico (Biblicum) en Roma fue acompañado por otras funciones. Desde 1931, año en que se convirtió en consultor de la Comisión Bíblica, se hizo cargo de la dirección editorial de la revista “Biblica”, una tarea que ejecutó con distinción durante 20 años. Redactó el borrador y el esquema de la Constitución Deus scientiarum Dominus (1931) del Papa Pío XI, que reformó los estudios eclesiásticos superiores para el clero.

Convenció al Papa para que él y varios otros jesuitas asistan a una reunión de estudiosos exégetas del Antiguo Testamento -sobre todo protestantes, judíos y seculares- en Göttingen en 1935. Los poderes de persuasión de Bea eran bastante influyentes en aquellos días preecuménicos, especialmente teniendo en cuenta que el Santo Oficio había emitido un edicto unos años antes que prohibía específicamente a los católicos a participar en dichas reuniones. Tal fue la impresión que Augustin causó en los conferencistas que se le pidió que presidiera la sesión final.

Se involucró en todos los aspectos de la labor del Instituto Bíblico. Visitó la sucursal del Instituto en Jerusalén en varias ocasiones y en 1936-1937, participó en una excavación arqueológica en Tulaylāt al-Ghassûl en el valle del Jordán, cerca del Mar Muerto. Estas excavaciones dieron lugar al descubrimiento de una cultura perdida que había florecido en torno a 3800 – 3350 a.C. y que hoy es conocida como Ghassulian. También fue fundamental en la creación del Instituto Oriental (que no debe confundirse con el Orientale) en el Biblicum, que estudia las lenguas, arqueología y culturas del antiguo Oriente próximo.

Otro momento importante de su vida coincidió con el pontificado de Pío XII (1939-1958). Ayudó en la redacción de la Encíclica papal Divino afflante Spiritu (1943), que permitió a los estudiosos católicos hacer uso de técnicas fundamentales en el estudio de las Escrituras y se fomentó el estudio de las antiguas lenguas bíblicas. También fue nombrado a una comisión del Vaticano, asignada a examinar nuevas reformas de la liturgia propuestas por la encíclica Mediator Dei (1947) de Pío XII, aunque hay que decir que no fue un innovador en este campo. También se desempeñó como asesor del Santo Oficio, y pocos meses después de su nombramiento, dio el permiso formal para que estudiosos católicos asistan a conferencias teológicas con otros no católicos. Fue asesor de la comisión que trabajó en la Declaración de la Asunción de la Virgen María en 1950, el mismo año en que fue nombrado como consultor de la Congregación de Ritos. Desde 1945 fue también el confesor del Papa.

Y Augustin Bea no era un “liberal” recalcitrante. Cuando el cardenal Emmanuel Suhard, arzobispo de París, pidió al Papa Pío XII que se anule la sentencia 1911 de la Comisión Bíblica sobre la cronología y la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis, Bea aconsejó al Papa simplemente elaborar sobre el juicio, en lugar de abandonarlo, a fin de no relativizar el valor de los pronunciamientos anteriores del Vaticano. También escribió en defensa de la Humani generis (1950), a pesar de que la Encíclica tuvo como objetivo, en parte, ir en contra de la “nueva teología”, que luego fue emanando de Francia y Alemania.

Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo en estrecho contacto con el ecumenismo en desarrollo en Alemania, entre católicos y protestantes, y con movimientos similares en Suiza y Francia, pero en particular con Mons. Johannes Willebrands en los Países Bajos y su Conferencia Católica para Preguntas Ecuménicas.

Su trabajo para la Santa Sede en la década de 1940 llegó a ser tan exigente que pidió ser relevado del Rectorado de la Biblicum. En reconocimiento a su labor, Pío XII había decidido hacerlo cardenal en 1953. Sin embargo, la intervención del P. General, Jean-Baptiste Janssens, argumentando que tal medida era contraria a los votos jesuitas, detuvo la iniciativa. El reconocimiento surgió de otras fuentes. El gobierno de la República Federal de Alemania le otorgó la Gran Cruz al Mérito en 1954, de la que dijo en broma que no era la cruz más pesada que tuvo que cargar. Dos años antes había sido nombrado miembro honorario de la Sociedad de Estudios del Antiguo Testamento, cuya conferencia se organizó en el Biblicum ese año. Bea hizo las coordinaciones necesarias para que los participantes de esa conferencia se reúnan con el Papa Pío XII, importante por el hecho de que la mayoría de ellos no eran católicos.

La propuesta de creación de una Secretaría del Vaticano para promover la unidad de los cristianos había sido sugerida en primera instancia por el griego católico-melquita, Patriarca Maximos IV, en mayo de 1959, y la propuesta fue retomada por el arzobispo alemán Lorenz Jäger de Paderborn, sobre la base de un documento que Bea había preparado. No fue del agrado de todos la desginación del cardenal alemán como cabeza de esa Secretaría, se sintió cierta reserva porque había estado estrechamente asociado con el “conservador” Pío XII. Sin embargo, se convertiría igualmente influyente en el papado de Juan XXIII.

La primera reunión extensa entre Augustin Bea y el Papa Juan XXIII fue el 9 de enero de 1959; para noviembre de ese año, Bea ya había sido creado cardenal. El P. Janssens, una vez más se había opuesto, en gran parte por las mismas razones que la primera ocasión. Esta vez, sin embargo, el cardenal Domenico Tardini de la Secretaría de Estado del Vaticano, dijo al P. General que había una “orden categórica” desde el Papa. El 20 de abril de 1963, apenas dos meses antes de su muerte, el Papa Juan XXIII dijo al Dr. Vittorino Veronese, Director General de la UNESCO: “Imagínese la gracia que el Señor me ha dado al descubrir al Cardenal Bea”. El propio cardenal comentó que él y el Papa Juan “se entendieron a la perfección”.

Fue Bea el primero en sugerir que observadores no católicos deben ser invitados al Concilio Vaticano II: al final 60 observadores asistieron. Uno de los líderes de los Protestantes estadounidenses que participó, Robert McAfee Brown, dijo que el espíritu de Bea “era aplaudido por el mundo protestante”. Desde su posición fue el principal arquitecto del Decreto sobre el ecumenismo. Sin embargo, fue mucho más allá que eso. Fue él quien se encargó de elaborar la declaración sobre los Judios, que eventualmente se convirtió en el Decreto Nostra Aetate sobre las relaciones entre el catolicismo y las religiones no cristianas en su conjunto.

En general, la Secretaría para la promoción de la Unidad de los Cristianos actuó como un contrapeso a la Comisión Preparatoria central para el Concilio Vaticano II, que fue encabezada por el ultraconservador cardenal Alfredo Ottaviani. Al formar parte del Vaticano por tantos años, Bea sabía lo que era posible y lo que no se podía hacer. En algunos temas se hizo concesiones. Aunque era el responsable de supervisar la histórica visita a Roma del Arzobispo de Canterbury, Geoffrey Fisher, en diciembre de 1960, aceptó las restricciones impuestas por la Secretaría de Estado, incluso hasta el punto de prohibir las fotografías. Cuando Bea propuso que El Vaticano debería enviar observadores a la tercera Asamblea General del Consejo Mundial de Iglesias en Nueva Delhi en 1961, de nuevo se impusieron los deseos del cardenal Ottaviani, que sólo estaría de acuerdo siempre que los observadores no pertenezcan a la Secretaría para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

Sus intervenciones en el Concilio cubrieron varios temas, como la Liturgia, la Divina Revelación, la Iglesia, y la Iglesia en el Mundo Moderno: de hecho, en todos menos cuatro de los dieciséis documentos del Concilio, Bea intervino, ya sea con discursos o con sugerencias por escrito. Se dice que su influencia decayó un poco en el pontificado de Pablo VI; sin embargo, el Papa lo visitó en el hospital justo antes de su muerte. A petición propia fue enterrado junto a sus padres, ya que, como él mismo comentó cuando hizo esta inusual petición a la Santa Sede, hay muchos cardenales enterrados en Roma, pero ninguno en Riedböhringen. Ahora hay uno.


Fuente:

“Augustin Bea: Scholar, teacher, cardinal”. Publicado en Thinking Faith.

Puntuación: 5 / Votos: 6

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