Por qué la fe y el miedo a la muerte no son incompatibles

1:00 p.m. | 16 set 20 (AM).- Como cristianos, el temor y la valentía ante la muerte se acompañan. El miedo expresa una comprensión más clara de las implicaciones de la muerte. La fortaleza es manifestación del impulso y consuelo de nuestra fe. Una reflexión sobre el sentir frente a la muerte, que lamentablemente en tiempos de pandemia se podría reducir a “temer a la COVID-19 es falta de fe”, nos invita al equilibrio. Así, podremos cuidar con cautela nuestra vida y la de los demás, sin perder la fortaleza que nos da la fe para actuar como cristianos o encontrar consuelo, según lo que nos toque vivir. Reflexión de Theresa Aletheia, escritora y religiosa paulina.

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He pasado los últimos tres años motivando a la gente a retomar la antigua tradición cristiana de la meditación sobre la muerte. Lo hice después que lo practicara conmigo, emulando al fundador de mi orden religiosa, el Beato Santiago Alberione. Un beneficio de esta práctica es la disminución del miedo a la muerte, una actitud a la que todos los cristianos están llamados. Sin embargo, la actitud cristiana hacia la muerte tiene matices diferentes, especialmente ahora, en plena pandemia. Desafortunadamente, algunos de los llamados actuales a la fortaleza cristiana frente a la muerte han simplificado demasiado el desafío que tenemos por delante y han hecho parecer que cualquier temor a la COVID-19 significa que nos falta fe. Esto no es cierto.

Primero, la fe y el miedo no son incompatibles. Las Escrituras nos dicen una y otra vez que no tengamos miedo porque necesitamos oírlo una y otra vez. El miedo no desaparece en el momento en que somos bautizados. De hecho, el miedo a la muerte puede indicar que tenemos una comprensión más clara de la realidad física y las implicaciones de la muerte.

En La Ciudad de Dios, San Agustín describió la atemorizante realidad de la muerte física como “la violencia con la que el cuerpo y el alma son separados bruscamente”. Dicho de esa manera, ¿cómo podríamos no tener un miedo razonable? El Beato Alberione escribió una vez: “La muerte es repugnante para la naturaleza; por eso la naturaleza se rebela al pensar en ella. No debemos sorprendernos por ello. Nuestro divino Salvador, que se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado, sintió también esa repugnancia”.

En segundo lugar, negar que uno experimenta miedo ante la muerte no es valentía. Santo Tomás de Aquino describió la virtud de la fortaleza como “lo que une firmemente la voluntad al bien de la razón frente a los mayores males… y lo más temible… es la muerte”. En otras palabras, porque la muerte es el mayor de los males, debemos temerla. De hecho, la valentía requiere que reconozcamos que la muerte es temible y sin embargo, continuemos razonando y actuando virtuosamente frente a ese temor. Para ello tenemos el ejemplo no sólo de muchos de los santos sino del propio Jesús.

Para suerte nuestra, Jesús no se eximió de toda la gama de emociones humanas. No era un robot estoico que se apoyaba en la comodidad de su divinidad cuando las cosas se ponían feas, incómodas o dolorosas. Más bien, sentía mucha preocupación; lloraba; agonizaba. Pero también siguió adelante, confiando en el Padre y haciendo su voluntad.

Tercero, el miedo a la muerte es razonablemente mayor ante la perspectiva de una muerte súbita. En las Letanías de los Santos, una de las primeras oraciones de la Iglesia, rezamos: “De una muerte repentina e imprevista, líbranos, Señor”. La Iglesia ha rezado contra la muerte súbita durante siglos porque la preparación para la muerte es crucial. Si tenemos el más vago sentido de lo que será el juicio de Dios que nos espera a todos después de la muerte, deberíamos temblar ante la perspectiva, al menos con temor filial. Por supuesto, Dios es misericordioso, y debemos confiar en su misericordia en estos tiempos en que algunos mueren solos sin la luz de los sacramentos. Sin embargo, es razonable temer la muerte súbita, para nosotros y para los demás. Por este motivo, la Iglesia nos exhorta a meditar regularmente sobre nuestra muerte para que estemos preparados sin importar cómo o cuándo nos la encontremos.

A la luz de estos puntos, siendo cristianos ¿cómo podemos responder a ese razonable temor a la muerte, especialmente a la muerte súbita? Como con todos los elementos paradójicos de nuestra fe, estamos llamados a mantener juntas las tensiones de múltiples verdades: que temeremos razonablemente a la muerte pero al mismo tiempo acogemos la valentía que la fe nos proporciona. Temor y valentía. No podemos tener uno sin el otro. San Francisco de Sales escribió, “Debemos temer a la muerte sin temerla”. La valentía ante la muerte, sin ningún grado de miedo, es simplemente tonto. Y temer sin al menos vislumbrar la valentía es simplemente caer en el abismo de la ansiedad existencial y la desesperación sin aferrarse al consuelo de la fe.

Como cristianos que temen, pero que encaramos el miedo con valentía, estamos llamados a cuidar con amor y cautela nuestras propias vidas y las de los demás, reconociendo la asombrosa belleza y el valor de la vida humana en todas sus etapas. Al mismo tiempo, también estamos llamados a vivir virtuosa y valerosamente en respuesta a la voluntad de Dios para nosotros.

Reconociendo humildemente nuestro temor y afirmando el poder de la fe, reconocemos que esa fe en medio del temor es precisamente lo que hace que sea un don en tiempos de tribulación y desafío. Cuando negamos la realidad del miedo, negamos el don de la fe. Por lo tanto, con la gracia de Dios, podemos seguir adelante sintiéndonos a la vez temerosos y valientes ante la muerte, confiando en que nuestro Salvador ha vencido incluso este mal más grande.

Fuente:

Artículo “Why faith and fear of death are not incompatible” de Theresa Aletheia Noble. Publicado en America Magazine.

 

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