El Evangelio se anuncia con dulzura

Misa acción de gracias canonización Pedro Fabro

7.00 p m| 23 ene 14 (BUENA VOZ).- Una invitación a predicar la buena nueva “con dulzura, fraternidad y amor”, evitando la tentación de “unir el anuncio del Evangelio con bastonazos inquisitorios, de condena”, dirigió el Papa Francisco a los jesuitas y a los fieles que el pasado 3 de enero participaron en la misa por el día del Santísimo Nombre de Jesús y de acción de gracias por la canonización de Pedro Fabro, en la iglesia del Gesù en Roma.

Canonizado por Francisco el 17 de diciembre, Fabro fue el primer compañero de San Ignacio de Loyola -por esta razón se le conoce como “el segundo jesuita”- y uno de los fundadores de la Compañía de Jesús, de la que además fue el primer sacerdote.

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El Papa resaltó de San Pedro Fabro su modestia, sencillez, su profunda vida interior, su espíritu inquieto y su capacidad de tomar grandes decisiones, y afirmó que en él se traslucía que Cristo estaba en el centro de su corazón. A sus compañeros en el Señor, el Sumo Pontífice dijo: “Nosotros, jesuitas, estamos llamados a tener los mismos sentimientos de Jesús” y les pidió volar alto y cultivar los propios sueños; no contentarse con la mediocridad ni con “nuestra programación apostólica de laboratorio”. “Seamos hombres contradictorios”, pero que caminan al resguardo de Jesús.


Aquí las palabras del Papa Francisco:

“Es necesario buscar a Dios para encontrarlo, y encontrarlo para buscarlo aún y siempre. Sólo esta inquietud da paz al corazón de un jesuita, una inquietud también apostólica, no nos debe provocar cansancio de anunciar el kerygma, de evangelizar con valentía. Es la inquietud que nos prepara para recibir el don de la fecundidad apostólica. Sin inquietud somos estériles”.

“Ésta es la inquietud que tenía Pedro Fabro”, continuó el Papa, “hombre de grandes deseos, otro Daniel. Fabro era un «hombre modesto, sensible, de profunda vida interior y dotado del don de entablar relaciones de amistad con personas de todo tipo» (Benedicto XVI, Discurso a los jesuitas, 22 de abril de 2006). Pero era también un espíritu inquieto, indeciso, jamás satisfecho. Bajo la guía de san Ignacio aprendió a unir su sensibilidad inquieta pero también dulce, diría exquisita, con la capacidad de tomar decisiones. Era un hombre de grandes aspiraciones; se hizo cargo de sus deseos, los reconoció. Es más, para Fabro es precisamente cuando se proponen cosas difíciles cuando se manifiesta el auténtico espíritu que mueve a la acción” (cf. Memorial, 301).

“Una fe auténtica implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo. He aquí la pregunta que debemos plantearnos: ¿también nosotros tenemos grandes visiones e impulsos? ¿También nosotros somos audaces? ¿Vuela alto nuestro sueño? ¿Nos devora el celo? ¿O, en cambio, somos mediocres y nos conformamos con nuestras programaciones apostólicas de laboratorio? Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no está en ella misma y en su capacidad de organización, sino que se oculta en la aguas profundas de Dios. Y estas aguas agitan nuestros deseos y los deseos ensanchan el corazón. Es lo que dice san Agustín: orar para desear y desear para ensanchar el corazón. Precisamente en los deseos Fabro podía discernir la voz de Dios. Sin deseos no se va a ninguna parte y es por ello que es necesario ofrecer los propios deseos al Señor. En las Constituciones dice que «se ayuda al prójimo con los deseos presentados a Dios, nuestro Señor»” (Constituciones, 638).

Fabro, afirmó el Papa Francisco, “tenía el verdadero y profundo deseo de «estar dilatado en Dios»: estaba completamente centrado en Dios, y por ello podía ir, en espíritu de obediencia, a menudo también a pie, por todos los lugares de Europa, a dialogar con todos con dulzura, y a anunciar el Evangelio. Me surge pensar en la tentación, que tal vez podemos tener nosotros y que muchos tienen, de relacionar el anuncio del Evangelio con bastonazos inquisidores, de condena. No, el Evangelio se anuncia con dulzura, con fraternidad, con amor. Su familiaridad con Dios le llevaba a comprender que la experiencia interior y la vida apostólica van siempre juntas. Escribe en su Memorial que el primer movimiento del corazón debe ser el de «desear lo que es esencial y originario, es decir, que el primer lugar se deje a la solicitud perfecta de encontrar a Dios nuestro Señor» (Memorial, 63).

“Fabro experimenta el deseo de «dejar que Cristo ocupe el centro del corazón». Sólo si se está centrado en Dios es posible ir hacia las periferias del mundo. Y Fabro viajó sin descanso incluso a las fronteras geográficas, que se decía de él: «Parece que nació para no estar quieto en ninguna parte» (mi, Epistolae i, 362). A Fabro le devoraba el intenso deseo de comunicar al Señor. Si nosotros no tenemos su mismo deseo entonces necesitamos detenernos en oración y, con fervor silencioso, pedir al Señor, por intercesión de nuestro hermano Pedro, que vuelva a fascinarnos: esa fascinación por el Señor que llevaba a Pedro a todas estas «locuras» apostólicas”.

“Nosotros somos hombres en tensión, somos también hombres contradictorios e incoherentes, pecadores, todos. Pero hombres que quieren caminar bajo la mirada de Jesús. Somos pequeños, somos pecadores, pero queremos militar bajo el estandarte de la Cruz en la Compañía galardonada con el nombre de Jesús. Nosotros, que somos egoístas, queremos también vivir una vida agitada por grandes deseos. Renovemos así nuestra oblación al Eterno Señor del universo para que con la ayuda de su Madre gloriosa podamos querer, desear y vivir los sentimientos de Cristo que se despojó de sí mismo. Como escribía Pedro Fabro, «no busquemos nunca en esta vida un nombre que no se relacione con el de Jesús» (Memorial, 205). Y pidamos a la Virgen ser puestos con su Hijo”, concluyó el Papa Francisco.

Concelebraron con el Santo Padre fueron el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal Agostino Vallini, vicario general de Su Santidad para la diócesis de Roma, el obispo Luis Francisco Ladaria Ferrer, SJ, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el obispo Yves Boivineau de Annecy, Francia, en cuya diócesis Fabro nació, y el vicario general Alain Fournier-Bidoz; el Superior general el P. Adolfo Nicolás, SJ, y siete jóvenes sacerdotes jesuitas.


Fuente:

News.va / Observatorio Romano

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