Los cristianos en el escenario del cambio climático

Cristianos y el cambio climático

10.00 p m| 24 oct 13 (THINKING FAITH/BV).- Un reciente informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU afirma que hay una certeza del 95% que el comportamiento humano ha sido la causa principal del calentamiento global desde 1950.

Mark Dowd, escritor y periodista, sostiene que es imperativo que la advertencia del informe, contra el estatus actual de los niveles de emisiones de gases de efecto invernadero, sea tomada en serio por los cristianos ¿Qué esperamos de una verdadera teología cristiana de la creación?

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El exvicepresidente de EE.UU. y ecologista de renombre, Al Gore, dijo en el 2006 que el calentamiento global presenta, “un desafío a nuestra imaginación moral”. Siete años después de que fueron pronunciadas esas palabras, es tentador concluir que la humanidad no le ha dado cara al reto. El reciente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluyó que, a menos que nos trazamos un curso radicalmente diferente, para el año 2100 nuestro planeta estaría condenado a un colapso climático. En los últimos cien años el promedio de las temperaturas planetarias aumentaron en 0,85 °C y los científicos han advertido de los peligros si este incremento alcanza los 2 °C.

La naturaleza de la amenaza no tiene precedentes en la historia de la humanidad: los gases invisibles, producidos por la quema de combustibles fósiles, que están al acecho en la atmósfera durante cientos de años, a puesto una cuenta regresiva a los efectos de transformación del clima. Aún cuando la humanidad abra los ojos a los peligros, el impulso del proceso está tan firmemente establecido, que puede ser demasiado tarde para detener y evitar el “punto de inflexión”. Dado este contexto, ¿cuál debería ser la respuesta de la gente de fe ante tal perspectiva sombría sobre la ecología?

Hay quienes niegan que esto sea una cuestión para las religiones del mundo. Recuerdo que debatí este tema con un exministro conservador del Gabinete británico, Michael Portillo, hace unos años en la BBC Radio. “Este es un problema para los gobiernos y los científicos” dijo, “realmente no entiendo por qué los obispos, imanes y rabinos deberían estar preocupados”. Repliqué rápidamente, y le pregunté si no creía que se trataba de una cuestión de justicia ética si la gente de nuestro planeta, con la menor culpabilidad por las emisiones de carbono, se encontraban en la línea de fuego de los peores efectos: la subida del nivel del mar, las sequías y los patrones climáticos erráticos. Siguió una larga pausa y una mirada respetuosa a través de los micrófonos del estudio. Realmente creo que nunca antes había oído la discusión enmarcada en esos términos.

Tenemos la responsabilidad de decir la verdad. Una tradición tomista, con raíces en el empirismo aristotélico no debe tener miedo a reflexionar sobre los hechos y extraer conclusiones. Más de 9000 informes científicos y las obras fueron citados por el IPCC en su informe. Es casi seguro el trabajo transgubernamental más exhaustivo e integral de la cooperación científica en nuestra historia colectiva. Sin embargo, aún los cantos de sirena de negación desvian la mirada. Uno de los mantras más comunes ha sido la de afirmar que en los últimos quince años se ha producido un estancamiento del calentamiento global desde el año más caluroso de la historia (1998). Pero ¿desde cuándo los científicos del clima afirman que las temperaturas podrían subir sin problemas e inexorablemente año tras año? Cualquier estudio de la historia del clima muestra que, incluso durante los períodos de enfriamiento o calentamiento, el patrón no es uniforme.

Uno de los principales sumideros de carbono, los océanos, parecen haber absorbido cantidades desproporcionadamente elevadas de dióxido de carbono mientras los arrecifes de coral se destruyen debido a la acidificación. Pero estos llamados sumideros no son infinitos (en realidad estamos eliminando gran parte de otro por la deforestación rampante). Lo que sí sabemos es que hay una relación directa entre los gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, el metano y el dióxido de nitrógeno, y la temperatura del planeta, con la base científica que se estableció ya en 1896 por un investigador sueco, Svante Arrhenius. El IPCC afirma que ahora es 95% seguro de que la humanidad es la principal fuerza impulsora del cambio climático.

¿Qué es exactamente lo que está en juego con la delicada ecología del planeta? Los últimos 30000 años han sido testigos de un período de extraordinaria estabilidad climática mientras la concentración de dióxido de carbono ha permanecido estática en torno a 260 partes por millón. Este es el escenario benigno de los grandes avances en la historia de la humanidad, de la mano de la investigación filosófica, teológica y científica, todos se han producido sin grandes rupturas a nuestros sistemas meteorológicos. Sin embargo, los niveles actuales son los más altos de los últimos 800000 años. Incluso si dejamos de quemar combustibles fósiles durante la noche, muchos expertos sostienen que el calentamiento del clima mundial podría continuar a buen ritmo hacia niveles peligrosos debido a los efectos de retardo de tiempo. Así que, ¿los cristianos sencillamente nos encogemos de hombros y aceptamos la inevitabilidad de la fuerza destructora del clima?

Una buena noticia es la promesa anunciada con la elección del Papa Francisco. En las primeras semanas de su papado, habló claramente acerca de las responsabilidades medioambientales del hombre. “Cultivar y cuidar la creación es la indicación de Dios dada a cada uno de nosotros, no sólo al principio de la historia, sino que es parte de su proyecto”, dijo. “Significa nutrir al mundo con responsabilidad y transformarlo en un jardín, un lugar habitable para todos”.

Se ha informado ampliamente que Francisco se está preparando para dedicar una encíclica al tema del cuidado de la creación. Papas anteriores, como Juan Pablo II y Benedicto XVI escribieron también sobre temas ecológicos, pero sus enseñanzas a menudo fueron enterradas con párrafos de los discursos y encíclicas que se dedicaron a otros temas. El mensaje se perdió con frecuencia. Dedicar toda una encíclica a la ecología podría anunciar un cambio importante. Así, ante el dilema del clima y la tendencia de la humanidad a la destrucción de los hábitats naturales de la especie, apuntando a la extinción, ¿qué de utilidad podría decir una encíclica?

En primer lugar, es imprescindible para conseguir un marco teológico adecuado. Una ecología verdaderamente cristiana tiene que ser teocéntrica. No se puede presentar como un manifiesto verde con un tinte espiritual. No, una verdadera teología de la creación tiene que hablar de su bondad intrínseca, porque Dios la llamó “buena”. Tiene que rechazar hablar de “dominio” como una licencia del hombre para explotar, e involucrar la responsabilidad humana. Debe tener cuidado de un dualismo que acecha el mundo material. Literalmente, la sustancia importa.

En segundo lugar, aunque no es el papel de la Iglesia hacer frente a los detalles de las políticas específicas, necesita recordar al mundo de sus responsabilidades para con los pobres y vulnerables a través de la asignación prudente de la inversión y los recursos. La inestabilidad climática amenaza con precipitar la tensión entre los estados sobre el agua y los recursos, y obliga a de millones a cruzar las fronteras en busca de medios de vida más seguros. Una ética práctica podría abogar por la reducción de los presupuestos estatales en armas de destrucción masiva y más bien invertir en soluciones y tecnologías de bajo consumo de carbono.

En tercer lugar -y el Papa Francisco está en condiciones de hacerlo, debido a su reputación de líder que se abstiene de extravagancias- tenemos un mensaje que ensalza la virtud de la prudencia y el sacrificio. Toda la tecnología del mundo no va a resolver el problema de nuestra dependencia de la energía barata. Simplemente tenemos que acostumbrarnos a usar menos y tomar decisiones duras. El ciudadano promedio británico tiene una huella de carbono anual de poco menos diez toneladas al año (en los EE.UU. y Australia, están cerca de las 24 toneladas per cápita). Estas cifras deben acercarse a solamente dos toneladas. La campaña del CAFOD (Agencia católica oficial de asistencia en Inglaterra y Gales) de “vivir sencillamente” es un paso en la dirección correcta, pero necesita un impulso global. Así que muchos de los problemas en torno a la consecución de los objetivos internacionales para las emisiones de carbono giran en torno a la política de equidad. Sin embargo, el estrecho interés de las naciones han entorpecido muchas de las negociaciones que hasta ahora surgieron. Quién mejor para romper este estancamiento que un obispo de Roma, un hombre que vive su amor por el mundo natural, un hombre de gustos sencillos y frugalidad que dirige un pequeño Estado-nación que no está inmerso en el póquer del egoísmo de intereses nacionales.

Tantas personas se sienten impotentes con el contexto del panorama para el clima a largo plazo. Gran parte de esto se debe a las comunicaciones inadecuadas. Cuando los científicos y los políticos hablan de gigatoneladas de carbono y los complejos entresijos del régimen de comercio de emisiones de la Unión Europea, los ojos se ponen vidriosos y la mente divaga. Cuántas veces hemos oído lo siguiente: “¿cuál es el punto en apagar o racionar el uso de mi terma cuando nuevas centrales eléctricas a carbón se abren en China cada semana?” ¿Cómo se puede contrarrestar esa mentalidad resignada? Es interesante comparar este enfoque con nuestras actitudes hacia otras crisis internacionales.

Tras el tsunami del 2004 en el Océano Índico, se pidió un esfuerzo en las donaciones a las iglesias y comunidades, y luego cientos de millones de libras fueron donadas para ayudar en los esfuerzos de reconstrucción en Indonesia, Tailandia y los países afectados. Pero, ¿cuántos de esos donantes se plantean la siguiente pregunta: “¿Mi pequeño esfuerzo resolverá el problema por completo?” La respuesta es ninguno. Entonces, ¿por qué, en nuestra relación con el medio ambiente en general, menospreciamos los pequeños impactos de nuestras propias decisiones al ver el panorama completo y lo citamos como evidencia para la falta de acción? ¿Es esto, a su manera, no una forma de negación, sino una impotencia selectiva que nos permite negarnos a enfrentar la pregunta?

En esta tema, hay una profunda necesidad de un enfoque que tiene una rica historia en el discurso religioso, es decir, ética de la virtud. Las acciones valen la pena llevarse a cabo no sólo por sus consecuencias, sino porque son intrínsecamente justas en sí mismas. Un solo ciudadano no puede asumir toda la economía china o la estadounidense. Él o ella debe simplemente hacer lo que es correcto en su propia situación interna y difundir la palabra, y no por fariseísmo verde sino como humilde ejemplo. Decisiones de los consumidores, tales como elegir empresas que utilicen energía renovable, el racionamiento del transporte a combustible, la producción de alimentos a nivel local, etc. todo se puede compartir rápidamente a través de las redes sociales para promover una cambio de cultura.

Sólo un eco-soñador sentimental podría creer que con solo este enfoque voluntarista se puede evitar la amenaza a largo plazo de la inestabilidad climática. En última instancia esto requiere de la acción colectiva y los liderazgos de los gobiernos, y el genuino temor es que el estrecho interés nacional y la inacción prevalezcan, a menos que la naturaleza del discurso sufra una gran transformación. El programa de cuidado de la creación puede ser una herramienta positiva. Se puede amoldar un mensaje inspirado en la fe a la juventud mundial preocupada por su futuro. Además, puede servir de base para el diálogo interreligioso, dado que nuestro destino planetario común se abre a la exploración de relatos ‘verdes’ en casi todos los credos del mundo. El nuevo Obispo de Roma está en condiciones de ejercer el liderazgo. El Papa Francisco está por encima de la refriega política y merece el respeto de los líderes políticos y de la fe por igual. Su participación es clave: hablar proféticamente a un mundo que necesita urgentemente una voz que haga reaccionar a la humanidad.


Fuente:

“Matter matters: Christians and climate change” por Mark Dowd. Publicado en Thinking Faith.

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