Beato Pedro Fabro SJ: ‘En todas partes hay algo bueno por hacer’

Beato Pedro Fabro SJ

3.00 p m| 15 ago 13 (THINKING FAITH/BV).- El 2 de agosto se celebró la fiesta del Beato Pedro Fabro SJ. Desde muy joven fue uno de los compañeros más cercanos de San Ignacio de Loyola y el primero en ese grupo en ser ordenado sacerdote. Su historia es poco conocida, a diferencia de sus compañeros jesuitas más cercanos, como Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, pero los que conocen su historia consideran curiosa su ausencia en la lista de santos jesuitas. Edel McClean presenta uno de los primeros jesuitas que fue admirado por todos los que lo conocían, pero con un perfil de vida plagado de dudas.

Caminando por las magníficas iglesias jesuíticas en Roma, uno ve las grandes figuras Ignacianas en todas partes. Tenemos a Ignacio, con los Ejercicios Espirituales en su pecho y los ojos arrojados al cielo; Francisco Javier, su cruz en alto, Roberto Belarmino, Francisco de Borja, un verdadero “quién es quién” de la historia de la Compañía, sin embargo con una ausencia notable. Los “primeros compañeros” eran tres hombres – Ignacio, Javier y Pedro Fabro. Fabro fue, durante muchos años, el segundo al mando después de Ignacio, el primero del grupo en ser ordenado, un hombre muy solicitado en la Europa del siglo 16. Durante muchos años en París este grupo de tres compartieron una habitación, una billetera y un objetivo en común, sin embargo, mientras que Ignacio y Javier fueron santificados, Fabro continúa con el estatus de “bendecido”.

Incluso la búsqueda de una imagen de Fabro es difícil, y las que existen lo presentan con cabello oscuro, pequeño y con gesto adusto, cuando en realidad era rubio, alto y amable. Incluso en su nativa Savoy, la capilla construida en la granja Fabro, aunque limpia y muy visitada, ha visto días mejores. La tienda de la iglesia local en Le Grand Bornand se ha quedado sin la única estampa que lleva su imagen. Y en Annecy (localidad perteneciente a Savoy), preguntando por la estatua “casi oculta” de Fabro en el recinto de L’Eveche, lo más probable es que señalen hacia la Catedral de San Francisco de Sales.

Fabro nació en la parroquia de St Jean de Sixt en Savoy en 1506. Su familia no eran campesinos sino agricultores que trabajaron en el suelo de las estribaciones de los Alpes. Pedro, el mayor de tres hijos, fue una chispa brillante. Destinado para la vida de agricultor, pero desde niño le entusiasmó el conocimiento. Fue así que sus padres lo enviaron a la escuela por primera vez en Thones, luego más lejos en La Roche.

Vivió con un pie en el mundo del aprendizaje. Sus estudios, sin embargo, no le eximieron de sus deberes de verano, hasta que se fue a Paris a los 19 años, pasó sus veranos solo en las altas praderas de los Alpes con los rebaños de la familia. Aprendió a observar, a resistir y a perseverar, para estar a salvo en la montaña. La vida de un buen pastor, literalmente, habría sido su segunda naturaleza, ya que cada animal en su rebaño habría sido crucial para el sustento de su familia. En años posteriores él sin duda entiende, mejor que sus amigos, las parábolas agrícolas de Jesús, porque él vivió con ese entorno desde su nacimiento. Su habilidad natural con la gente que conoció refleja una vida anterior en la que, a diferencia de muchos de sus compañeros, había tenido una estrecha relación con la tierra y su gente.


El apóstol caminante

En 1525, Fabro dejó Savoy y se fue a la Universidad de París, y el Collège Sainte-Barbe. Para todos los efectos, se destacó -era un talentoso erudito- pero vivía interiormente angustiado. Un joven devoto, que tuvo problemas con el sentir de su propia pecaminosidad, con la indecisión, y con un constante temor de ofender a Dios. Fue a partir de esta interioridad más oscura que Ignacio fue a rescatarlo. A pesar de ser 15 años menor que él, Fabro le llevaba a Ignacio muchos años por delante en estudios y, siempre un alma generosa, dedicado a ayudar a los españoles. Por su parte, Ignacio dio la mano para ayudar a un joven Fabro, para hacer frente a sus ansiedades. Años más tarde, Favre recordó:

“…Me orientó a un entendimiento de mi conciencia, y de las tentaciones y escrúpulos que había tenido durante tanto tiempo sin poder entenderlos, ni ver la manera en que sería capaz de conseguir la paz”.

Ignacio salvó a Fabro, aunque también podría decirse que Fabro salvó Ignacio, ya que este último tuvo dificultades para sobrevivir algunos de los rigores de la vida universitaria, sin la enseñanza sólida, firme, y razonada de Fabro. París fue formativa para Pedro. Se reunió con Ignacio, Javier, y los otros que iban a unirse a su grupo de hermanos. Él hizo los Ejercicios, extendió la amistad que formó en su infancia con los cartujos, aprendió las herramientas de discernimiento, fue ordenado sacerdote, fue educado en la teología humanista, y decidió entrar en una nueva forma de vida con una Compañía en estado embrionario.

En París, también, comenzó a comprender lo que iba a ser el quid de la obra de su vida, cuando descubrió su primera conexión con lo que iba a llamar “los herejes de esta era”. Las enseñanzas de Lutero y sus contemporáneos se discutieron en las aulas de las universidades en las que Fabro se dedicó a los estudios teológicos eclécticos, pero también fue una crisis que impactó hasta en las calles de París. Como estudiante universitario, Fabro se habría visto obligado a asistir a la ejecución de herejes, algunos de tan sólo 14 años. Tal brutalidad habría llegado el alma del manso pastor y años más tarde, al comprender plenamente la amplitud del desafío de los reformadores, instó a la amistad, no al juicio:

“Cualquiera dispuesto a ayudar a los herejes en esta época debe cuidar en tener una gran caridad y amor sincero para con ellos. Necesitamos ganar su buena voluntad, así el amor podrá ser recíproco y nos otorgarán un buen lugar en sus corazones. Esto se puede hacer al hablar familiarmente con ellos acerca de los asuntos que se tienen en común, y evitando cualquier debate en el que un lado intenta acabar con el otro. Debemos establecer comunión en lo que nos une antes de hacerlo en lo que podría evidenciar las diferencias de opinión”.

Después de once años, en 1536, Fabro salió de París, haciendo un largo viaje a Roma a través de Venecia. En los tres años siguientes en las ciudades del norte de Italia, él y varios miembros de un grupo cada vez mayor de hombres comprometidos con una variedad de ministerios, incluyendo, por parte de Fabro, conferencias en teología y las Escrituras. En 1539 el Papa Pablo III le pidió Fabro que se mude a Palma, y así comenzó lo que se convertiría en su errante vida apostólica, enviado de aquí para allá por toda Europa, donde quiera que se sintió como una gran necesidad apostólica. Sus viajes lo llevaron a España, Portugal, Alemania, Bélgica, Francia y Suiza. Se estima que viajó 7.000 millas “en línea recta”. Dado que viajaba a pie, y las fronteras físicas y políticas hacen difícil viajar, la cifra real es probablemente más cercano a 14.000. No regresó a Roma ni vio a su estimado Ignacio hasta 1546, y murió dos semanas más tarde.

La herencia principal de Fabro para nosotros es su Memoriale, un diario que mantuvo durante los últimos cuatro años de su vida. A diferencia de Ignacio, no tenía una audiencia en mente, y si no hubiera muerto tan rápido sin duda lo habría destruido. Así las cosas, tal vez por el deseo de proteger su reputación, el texto no se publicó hasta tres siglos después de su muerte. El texto consta de reflexiones entre él y Dios, y uno no puede leer el Memoriale sin sentir que te vas a encontrar demasiado cerca a su razonamiento, a veces tortuoso.

Él escribe a veces a sí mismo -se reprende, se desafía- y a veces a Dios, pidiendo, dando gracias, arrepintiéndose. En algunas ocasiones registró sus actividades, pero esto con la intención de discernir en base a ellas, antes que para curiosas generaciones futuras. El Memoriale y sus pocas cartas que sobreviven merecen ser más conocidas ya que son tesoros los que se pueden encontrar. Dos temas que surgen con más fuerza son el enfoque de Fabro sobre el ministerio, y su compromiso con el discernimiento.


Abordando el ministerio

El estilo apostólico de Fabro se basa en la amistad, la participación en la conversación espiritual, oír confesiones y brindar los Ejercicios. Él se convierte en ese buen pastor, dispuesto a salir, viajar las carreteras y caminos en busca de la oveja perdida”. Camina millas entre y dentro de las ciudades, en busca de conversación, siempre confiando en que Dios está obrando. Él explica cómo, en los viajes, se trata de estar atento a las oportunidades que le rodean:

“Durante mi estancia en posadas, siempre me he sentido inspirado para hacer el bien e instruir y animar a la gente… es muy bueno dejar en las posadas y casas donde nos ha tocado alojarnos, algún rastro de bondad y santo comportamiento, por todas partes hay cosas buenas por hacer, en todas partes hay algo que plantar o cosechar”.

Aquellos a los que no puede llegar a pie, busca llegar a través de la oración. Era, como Michel de Certeau dice, “un pastor de la bondad invisible que descendió de las alturas”, y la amplitud y el alcance de su oración es extraordinario. Viajando a través de Alemania y ver de primera mano los efectos de la Reforma, su oración sigue siendo increíblemente generosa:

“Sentí gran fervor cuando ocho personas se presentaron ante mí, junto con el deseo de recordar vívidamente el fin de orar por ellos sin tener conocimiento de sus faltas. Eran el soberano pontífice, el emperador, el rey de Francia, el rey de Inglaterra, Lutero, el Gran Turco, Brucer y Felipe Melanchton”.


Fuente:

Extracto del artículo de Edel McClean publicado en Thinking Faith.

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Un pensamiento en “Beato Pedro Fabro SJ: ‘En todas partes hay algo bueno por hacer’

  • 16 agosto, 2013 al 12:17 am
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    Hace años,bastantes, desde que supe quienes fueron los tres primeros Compañeros, me he preguntado por qué la Iglesia no ha reconocido oficialmente la santidad fe Pedro Fabro ¿Será porque él mismo, a pesar de su increíble actividad guardó siempre un perfil bajo? Si mal no recuerdo, el mismo "Padre Ignacio" opinaba que era el que mejor daba sus Ejercicios Espirituales…

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