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LA TENTACIÓN AUTORITARIA

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Aníbal Quiroga León ([1])

Luego de que el año pasado el Presidente Vizcarra dispusiera la inédita y muy discutible -desde el punto de vista constitucional- disolución del Congreso, para ingresar en un no menos ignoto interregno constitucional con la supervivencia del Congreso a través de su Comisión Permanente, para supuestamente escuchar al pueblo y elegir un mejor Congreso que completase el mandado del disuelto -un Congreso corto-, ingresamos luego de 20 años y cuarto periodos constitucionales consecutivos, más el periodo de transición de Paniagua, en una clara fragilidad institucional y en un debilitamiento constitucional que las apresuradas elecciones de enero de este año, su magro resultado (con los pescaditos y los antauristas redivivos) no han solidificado para nada. Por el contrario, la lentitud del JNE en el resultado, la juramentación por “bloques” ya con el tsunami del CODIV19 encima, las dificultades para organizar sus sesiones, junta directiva y plenarios, han complicado en mucho el panorama en favor de lograr un contrapeso de poderes constitucionales.

Para el Presiente Vizcarra la pandemia ha representado -políticamente- la tormenta perfecta, desde que con la disolución del Congreso logró gobernar sin Congreso ni oposición y, con la pandemia, en los hechos, ha logrado que ese status quo se mantenga, no solo por el resultado de la elección y quienes han sido elegidos -lo que ya ha sido considerado por no pocos analistas como peor Congreso que el anterior-, a despecho de la promesa del propio Vizcarra cuando disolvió el Congreso anterior o del ex Premier Del Solar cuando, en día de las apuradas elecciones, ofreció un “refrescamiento” en la política nacional.  De seguro no se refería a la inusitada presencia de los pescaditos…

Por efecto mismo de la terrible pandemia que nos aqueja, que obliga al aislamiento y distanciamiento social, la dinámica y metodología del Congreso resulta contradictoria, al punto que con los pocos plenarios y reuniones que han sostenido, en Mesa Directiva o Junta de Portavoces, ya hay siete de los nuevos congresistas cortos contagiados con diversos niveles de gravedad y nada parece indicar que eso tenga solución práctica en el corto o mediano plazo.  Es decir, el Presidente Vizcarra, por efecto de la pandemia, seguirá gobernando en los hechos con un Congreso nominal y una oposición casi inexistente.

Por eso mismo, por su naturaleza apresurada y su propia composición -muy diferente a la ofertada por Vizcarra cuando proclamó la disolución del Congreso anterior por una supuesta negación fáctica de confianza que el propio Tribunal Constitucional no convalidó, a pesar de la muy benévola sentencia en mayoría que cohonestó la disolución-, y porque estos congresistas cortos están con ansias de ejercer ese poder cortito que se les ha dado tan solo por tres semestres y que con la pandemia se les escapa entre los dedos (el poder es un gran afrodisiaco), ya se escuchan algunas voces muy peligrosas que pretenderían -claro, modificando la Constitución- alargar el mandado de este Congreso corto y/o postergar las elecciones presidenciales del 2021, alterando el cronograma electoral y el natural recambio del Ejecutivo y Legislativo previsto  constitucionalmente para julio de 2021, es decir, a la vuelta de la esquina.

Ya aparecerán quienes de oficio, asalariados o entusiastas, pretendan justificar esto con las más disímiles teorías que hacen la delicia de la prensa, como ocurrió con la convalidación de la disolución fáctica del Congreso el año pasado.  La fortaleza de nuestra democracia, también -qué duda cabe- afectada por el COVID19 se pondrá a prueba para definir si logrará mantener el calendario electoral o terminaremos cediendo, como el año pasado, con ingenuos, ilusos, impostados y bien remunerados argumentos a una nueva tentación autoritaria.

([1]) Jurista. Profesor Principal PUCP.

EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA

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Aníbal Quiroga León ([1])

Ahora que la parte dura de la cuarentena parece terminar, nos enfrentaremos a una nueva realidad, muy diferente a la que habíamos vivido hasta la primera semana de marzo del verano del 2020.  Será una suerte de cuarentena escalonada. Algunas empresas no funcionarán, otras cerrarán y otras quebrarán; nadie sabe a ciencia cierta si los bancos en verdad ayudarán por la mala fama -bien ganada- de nunca quemarse y siempre lucrar (algunos pretenden hasta el 10% de interés cuando el BCR les ha librado 300 millones de soles al 2.5% para el rescate financiero de las MYPES). Un viejo adagio cuenta que los bancos son como un paraguas que solo se abre cuando no llueve y se cierra a la primera garúa. Y después preguntan lastimeramente porqué tienen tan mal predicamento.

Tampoco las personas saben si van a tener trabajo.  Los profesionales no saben si continuarán con sus clientes, los clientes recortarán gastos y puestos de trabajo, muchos trabajadores se verán desempleados y las cuentas por pagar se acumularán.  Hoy, además del estrés natural por el inédito encierro familiar  forzado al que no estamos acostumbrados ni preparados, con muchas casas no aptas para que las familias convivan las 24 horas, se une la incertidumbre económica y laboral.  Son como ollas de presión que deben desfogar por algún lado.  Uno de esos resquicios son los colegios y las universidades, en que hay una notoria cesación de pagos e ingentes reclamos de padres que sienten que se les ha privado del servicio educativo, por lo que no se sienten obligados a pagar las pensiones, entrompándose con los colegios privados en muy distintas formas y decibeles, sin tener en cuenta que también allí hay trabajadores, auxiliares, profesores y directivos que están enclaustrados y que, no obstante eso, han hecho su mejor esfuerzo por cumplir con sus metas educativas: un excelente punching bag.

Ciertamente nuestra vida no será la misma. No puede ser la misma.  A los cuidados y prevenciones que deberemos seguir tomando frente a la pandemia y sus riesgos latentes, con una ineficiente infraestructura de salud pública-ESSALUD, a pesar del enorme esfuerzo desplegado a última hora, tendremos que cuidarnos a diario de no ser contagiados con una enfermedad que luce imparable, por lo menos hasta fin de año en que con suerte se pueda contar con su vacuna.

No habrá espectáculos públicos, ni teatros, ni cines, ni deportes masivos, ni reuniones, ni turismo. Todos los negocios y empresas -y el tráfico comercial alrededor de eso- deberá esperar buen tiempo aún.  Trabajaremos lo más eficientemente posible encerrados la mayor parte hasta lograr una media aceptable de eficiencia y seguridad.  Las empresas ralentizarán sus funciones, serán muy cautas con sus gastos, reducirán salarios de personal esencial y prescindirán de todo lo prescindible; empezando -para variar- por sus “colaboradores” (huachafo eufemismo con el que llaman a los trabajadores), compras no esenciales, proveedores no urgentes, -servicios legales p.ej.-, beneficios, bonos, comisiones, etc.  Las empresas estarán aliviadas con ese oxímoron llamado “la suspensión perfecta de laborales” que manda al afectado tres meses sin paga a su casa: ¿Perfecta? ¿Sí? ¿Para quién?

El día después de mañana será muy duro y totalmente diferente. A fuerza deberá serlo.  Y a fuerza nos deberemos adaptar y, con ello, rehacer la vida, la producción, la economía, nuestras actividades y el sostenimiento de la familia.  Deberemos abandonar por un tiempo gastos extras, beneficios y comodidades recreacionales que ya habíamos adquirido (cuántos asistieron al mundial de Rusia, al otro lado del mundo), y volvernos sobre una economía de guerra hasta que finalmente la pandemia sea controlada por la ciencia del hombre (y de la mujer).

Esperemos que en ese día del mañana también participe el necesario recambio político y que las elecciones del 2021 no se frustren por los apetitos nuevos y añejos que subsisten y aparecen, amenazando nuestra fragilizada institucionalidad democrática, también afectada por el Covid19, y que nuestro Bicentenario nos encuentre sanos, recompuestos y con nuevas autoridades en el Gobierno y en el Congreso.

([1]) Jurista. Profesor Principal PUCP

RESILIENCIA

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Aníbal Quiroga León ([1])

A Gloria y Hernán, ellos saben por qué…

Sin duda que la crisis mundial de la actual pandemia del Codiv19 se va a superar. ¿En cuánto tiempo? No se sabe, pero ya en el Siglo XXI y con el avance de la ciencia, será en menos tiempo que la solución de otras pandemias que atacaron a nuestra humanidad. Y no solamente las enfermedades desconocidas y masivas, sin cura aparente, sino también las grandes guerras -mundiales y focalizadas- que se han llevado de encuentro a millones de seres, bien combatientes, bien inocentes civiles en medio de un territorio, una ideología o una religión.

Pero el ser humano siempre se ha repuesto. Ciudades enteramente devastadas se han
reconstruido, la economía ha mejorado y la industria de emergencia (sea militar o sanitaria) luego servido para el desarrollo industrial, económico y de salubridad. Eso se llama “resiliencia”, cuya definición más común es la capacidad de recuperación frente a la adversidad para seguir avanzando a mejor en el futuro. En algunas circunstancias, difíciles o con severos traumas, permiten desarrollar nuevos recursos y habilidades que estaban latentes en nuestra potencialidad pero que desconocíamos hasta enfrentar la crisis.

Hace 100 años vivíamos la secuela de una grave postguerra que trajo la muerte de lo mejor de nuestra juventud, muchas familias enlutadas, grave crisis económica, militar, política y de desarrollo que nos postró por casi 30 años luego de haber tenido a un enemigo saqueador (la Biblioteca Nacional, p.e.) y de tener casi 3 años de invasión (desfilando por la Plaza de Armas), amén de terminar con nuestro territorio cercenado. También sufrimos otras desgracias, como los terremotos del 40 y del 70, por solo citar dos, graves epidemias de gripe, sarampión, viruela y cólera, por citar algunas, y gobiernos tiránicos marcadamente ineficientes. La cereza la puso los casi 20 años de terrorismo vesánico que trajo muchas muertes y nos tuvo en vilo trabajando sin luz con generadores en tiendas y oficinas. Y de todo nos hemos repuesto ingresando al Siglo XXI con una relativa estabilidad económica y una sustancial mejora en la calidad de vida. ¿Resiliencia? Claro que sí; y de comer nicovita en las barriadas, hoy por lo menos ese margen paupérrimo se ha superado con esfuerzo, ingenio, proactividad y mucho costo social de nuestros antepasados, abuelos, padres y de los que pasamos los 50 años.  Los milenials no conocieron de eso, solo bebieron de la bonanza, hasta que llegó esta pandemia.

Nos toca enfrentar esta adversidad. Una enfermedad desconocida, de contagio omnipresente, sin más cura que el propio sistema inmunológico de cada quien y de marcada letalidad. Para luchar en parte contra eso, nos han confinado en casa y nos prohíben salir. Los trabajos se pierden, los negocios se arruinan y el futuro para muchos se presenta sombrío y deprimente. ¿Me pagarán? ¿Podré pagar? ¿Me ayudarán?

Pero al igual que ayer, y que antes, y de lo que venga en el futuro, saldremos adelante. Encontraremos fortalezas en aquello que parecen debilidades, oportunidades en lo que parecen masivas quiebras y en el mediano plazo nos volveremos a estabilizar.  Así ha pasado siempre. Así pasará. Claro, nadie dice que no cuesta dejar lo logrado, ni resignarse al balance de lo perdido. De la actual incertidumbre, duda y temor, sacaremos valor, certeza y nuevas oportunidades.  Así somos los seres humanos.

Pero algunas lecciones deberán aprenderse: no se puede descuidar la salud pública -nunca la salubridad del Estado podrá ser reemplazada por la privada-, los profesionales de la salud deben estar siempre bien pagados y tratados (no solo con oportunistas y asustados aplausos y lágrimas de cocodrilo), y las FFAA-PNP deben estar bien remuneradas, entrenadas y capacitadas porque son elementos esenciales en la seguridad de la sociedad.  Y nuestros políticos, ¡ay los políticos!  Esos, deberían ser mejores.

([1]) Jurista. Profesor Principal PUCP