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Nuestra Alma Mater es aquel centro de formación universitario en que recibimos la impronta esencial, el alimento intelectual, de lo que serán las herramientas básicas y sus principios para el desarrollo laboral que, normalmente, nos acompañará –para bien o para mal- toda la vida, realizándonos al lado de nuestra familia o frustrándonos si extraviamos el camino en la vida.
Esta locución significa «madre nutricia» y era usada en la Antigua Roma para describir a la diosa madre y, más tarde, a la Virgen María. En su uso actual el lema es Alma Mater Studiorum («madre nutricia de los estudios») que anuncia el escudo de la universidad más antigua del mundo: la de Boloña fundada en 1088.
Nuestra Alma Mater ha cumplido 100 años. Para una sociedad aún en formación, fundamentalmente desinstitucionalizada, es un éxito impresionante que una institución cumpla una centuria de vida. ¡Y qué vida!
Gonzalo aún recuerda vívidamente que la víspera del examen de ingreso a Estudios Generales Letras (EEGGLL), hace más de 40 años, le costó conciliar el sueño. Se levantó casi al alba para no llegar tarde, con su carnet de postulante, lápiz No. 2, un borrador blanco y el alma en vilo, que era todo lo que las instrucciones le permitían portar. A las 8 de la mañana de un febrero estival las imponentes aulas y la severidad de los controladores eran intimidantes. Las 4 horas que duraron las dos partes de la prueba de ingreso no levantó la cara del cuadernillo, al lado de una tarjeta IBM en que debía marcar las respuestas.
Al terminar se retiró aliviado, sintiendo que había corrido una maratón. A partir de las 8 de la noche saldrían los resultados en unos papelotes que eran pegados en los muros con que la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) marcaba sus linderos con la Av. Universitaria. Como todos los postulantes se acercó a ver el resultado buscando frenéticamente su apellido. De pronto vió que al costado de su nombre había dos dígitos. Miró varias veces para cerciorarse si lo que veía era cierto y no un error visual. Miró hacia arriba y hacia abajo, hasta que ya no le quedaron dudas. Había ingresado en el puesto 28 de casi 4000 postulantes para EEGGLL. De pronto tomó conciencia de su rededor, donde pocos celebraban y muchos quedaban frustrados o con lágrimas en los ojos.
La PUCP era una de las pocas universidades en que tozudamente se exigen 2 años de EEGGLL antes de pasar a la facultad. La vida en la universidad era más fácil y más difícil al mismo tiempo. Lo primero que llamaba la atención es que cada uno regulaba su propia conducta, a diferencia del colegio en donde la conducta era dirigida por el plantel con un regente. Y encima, era una nota en la libreta. ¡En la universidad no había nota de conducta! Lo segundo fue la sensación de peligrosa liberación ya que cada uno hacía sus horarios y cada uno era responsable de asistir a clases. No había formación. No siempre las clases coincidían con los mismos compañeros. Ni en las mismas materias, ya que el currículum flexible hacía que además de cursos obligatorios, habían cursos alterno-obligatorios y cursos electivos. Dese allí se iba formando el alma intelectual y profesional del estudiante.
Otro aspecto muy importante era la libertad de expresión y los primeros escarceos políticos. Habían del partido rojo, verde, amarillo y naranja y estudiantes activos en la política, pero ni una sola pinta en las paredes o fuera de las vitrinas puestas por la universidad para ser el medio de comunicación interuniversitaria. Eso sí que era mágico. Tolerancia, pluralidad, respeto mutuo y democracia.
Con ese bagaje, terminado el cuarto ciclo pasó a la facultad, donde ya se había la especialidad profesional, se abandonaron –a veces para siempre- a los compañeros de letras que iban a otras facultades y se juntó con los retrasados de la misma facultad, formando lo que sería luego su “promoción”
¿Cuál es la clave del innegable éxito de la PUCP? Sin duda alguna el culto disciplinado por la excelencia intelectual, la lucha por no bajar los estándares de exigencia, la lucha por no llenarse de estudiantes y la calidad de la mayoría de sus profesores. Por ejemplo, la carrera de derecho era la más larga a nivel nacional: 6 años (y en una época 6 años y medio).
Por eso la PUCP es un modelo de educación universitaria y se encuentra en los primeros puestos del ranking internacional para a mayoría de sus carreras: artes, ciencias e ingeniería, psicología, pedagogía, ciencias humanas y letras, historia, economía y derecho. A eso se le ha sumado hace poco ciencias de la comunicación y su actual Escuela de Postgrado.
También ha ayudado mucho el recambio democrático de sus autoridades, sin pleitos, cierres, intervenciones ni cúpulas. El estatuto se ha cumplido en lo más esencial y –fuera de algunos detalles que pertenecen al alma humana- y el recambio de autoridades, cada una en su periodo, ha sido plenamente respetado. Por eso se recuerda a rectores como el Padre McGregor, el Ing. Tola, el Ing. Saravia, el Ing. Guzmán Barón y, sin duda alguna, al Dr. Salomón Lerner.
Finalmente el sello que nos identifica en lo fundamental: ser una universidad laica apegada al espíritu esencial de la Iglesia Católica bajo cuyo influjo fue fundada hace un siglo. Quizás sea lo más difícil de entender de la PUCP: ¿Cómo puede ser una universidad libertaria de pensamiento y formación si al mismo tiempo tiene una impronta e historia de vinculación respetuosa con la Iglesia Católica? Precisamente porque el espíritu libertario, los valores democráticos esenciales y el respeto de los derechos fundamentales que iluminan el pensamiento y enseñanza en la PUCP siempre han sido plenamente alentados y respaldados por la Iglesia, mucho más allá del imaginario popular. Por eso es que el lema principal de nuestra Alma Mater se cumple: Et lux in tenebris lucet (y la luz brilló en las tinieblas).