A un conocido “broadcaster” limeño, ya jubilado, le llamaba la atención el que un popular locutor y presentador de muchos años, casi fundador de la TV y líder en la radio, cuya imagen representaba al medio en que trabajaba y que durante muchos años opinó, editorializó y juzgó de modo implacable sobre distintos aspectos de al vida nacional, se llamaba al dolor cuando fue objeto de crítica por su comportamiento público en los finales de su actuación frente al público.
Una presentadora de TV, también afamada y ya jubilada, pedía respeto y discreción cuando uno de sus ex jefes, un reputado jefe de prensa, decidió poner fin a su vida disparándose en la sien en un oscuro cuarto de un desconocido hostal, aplacando penosamente el sufrimiento que le causaba una profunda depresión.
En general los agentes de prensa escrita, radio y TV que cotidianamente presentan las más diversas informaciones, editorializando, opinando, juzgando, calificando, hurgando sin compasión ni piedad en las los más profundos recovecos de la vida, actividad, pensamiento y hasta en el alma de las figuras públicas -privadas, sociales, deportivas, gubernamentales, regionales, municipales, etc., incluyendo ciertamente a sus familiares- suelen ser rigurosamente escrupulosos con su vida –también pública, sin duda alguna- exigiendo respeto a su intimidad, familia, privacidad y pensamientos cuando se ven en medio de una tragedia personal o familiar (como perder al novio en un confuso accidente de tránsito), pidiendo para sí lo que en su diario quehacer no conceden a los demás.
Este contrasentido no ha sido aún resuelto. Esa vara de doble dimensión no ha sido enfrentada aún. Esa doble moral aún no ha sido objeto de análisis ni reflexión. La actividad de la prensa -en general- es una conquista del Estado de Derecho y una manifestación de una democracia que se precia en defender los principales valores de una sociedad libre. El autoritarismo, la dictadura –dura y blanda- y la autocracia no suelen llevarse bien con la prensa libre. Pero, al mismo tiempo, esa democracia y ese Estado de derecho exigen que toda actividad sea hecha con respeto de la ley y de los valores morales y democráticos del comportamiento ciudadano.
Por alguna razón que no se llega a comprender, cuesta mucho conceder a los demás lo que exigimos para nosotros. Nos da urticaria cuando se nos exige que las mismas limitaciones morales y legales que imponemos a los demás, nos sea enrostrada. Pretendemos apoyarnos en Maquiavelo con la máxima de que el fin justifica los medios, cuando eso no es acorde ni con el sistema jurídico, ni con el imperativo moral en que se debe desenvolver una sociedad democrática: no, jamás el fin debe ni puede justificar los medios utilizados, ya que eso rebaja la categoría moral del autor para achatarlo hasta llegar al mismo rasero de aquello que se censura, ataca o combate. Si un delincuente mata, no se le puede dar directa muerte (salvo en legítima defensa) ya que el sistema jurídico exigirá que la sanción al asesino sea impuesta conforme a los parámetros legales, por un tribunal de justicia imparcial y por medio de un debido proceso. Sólo en tal caso, el Estado y la sociedad se elevarán moralmente sobre el delincuente adquiriendo el derecho a sancionar su conducta. Hacerlo de modo directo y ser el omnímodo juez de la vida y conducta de los demás, ya está visto en la historia social y política, sólo nos hace tan censurable como aquel a quien se pretenda castigar. Ni más, ni menos.
Cómo vamos a censurar, y pedir castigo, para la corrupción pública y privada, si “compramos” una primicia para generar una noticia. No es acaso, más allá del grave dilema moral, que la noticia así obtenida estará contaminada por un evidente conflicto de interés, ya que no se obtendrá ni conseguirá, sino que será objeto de un toma y daca, dentro en un “contrato”, en que puede haber de todo, menos objetividad, imparcialidad y rigurosidad en su tratamiento. Cómo lamentar la corrupción estatal o privada si pagamos a los agentes del orden, judiciales o fiscales para obtener copia de atestados, expedientes y piezas judiciales en aras de una “noticia” o “primicia”.
Aún subsiste un importante dilema moral –y ético- por dilucidar de cara a una sociedad verdaderamente sana, democrática y con plena libertad de expresión.