DISCURSO CEREMONIA DE CONDECORACIÓN DEL COLEGIO DE ABOGADOS DE LIMA – ENERO 2014

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SEÑOR EXPRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPUBLICA DR. ALAN GARCIA PEREZ
SEÑOR DR. RAUL CHANAME ORBE
DECANO DEL ILUSTRE COLEGIO DE ABOGADOS DE LIMA
SEÑORES MIEMBROS DE LA JUNTA DIRECTIVA DEL ILUSTRE COLEGIO DE ABOGADOS DE LIMA
SEÑOR DR. CARLOS BLANCAS BUSTAMANTE, EX MINISTRO DE ESTADO EN LOS DESPACHOS DE JUSTICIA Y TRABAJO, Y PROFESOR PRINCIPAL DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ
SR. GRAL. EP ROBERTO CHIABRA LEON, EXMINISTRO DE DEFENSA
AUTORIDADES PÚBLICAS
COLEGAS DEL TRIBUNAL SUPERIOR DE RESPONSABILIDADES ADMINISTRATIVAS Y DE SU SECRETARÍA TÉCNICA
COLEGAS, AMIGOS, ESTUDIANTES DE DERECHO
SEÑORAS Y SEÑORES:

Enseña un antiguo refrán español que es de bien nacido ser agradecido. Por ello, debo empezar por agradecer, en primer lugar y antes que nada, esta honrosa distinción que hoy me ofrece con tanta generosidad el Ilustre Colegio de Abogados de Lima, mi Colegio, a su Decano, Sr. Dr. Raúl Chanamé y, por su intermedio, a toda su Junta Directiva, por haber acordado -con evidente indulgencia- otorgarme la condecoración “Vicente Morales y Duárez” con la que nuestra Orden honra a sus integrantes.

Dentro de ello, quisiera hacer mención especial a la iniciativa de los Drs. Ronald Palomino y Willy Ramírez, quienes tuvieron a bien sustentar e impulsar esta iniciativa, y al Dr. Miguel García, de la Comisión de Consultas del Ilustre Colegio de Abogados de Lima, por su permanente apoyo para hacer realidad esta ceremonia.

Mi reiterado agradecimiento al Dr. Carlos Blancas Bustamante por sus generosas expresiones en la presentación de mi hoja de vida ante esta Condecoración.
Tengo cumplidos en agosto pasado 30 años como miembro de este Ilustre Colegio de Abogados de Lima, y tengo para mí la absoluta convicción de que una distinción, como la que hoy me confieren mis Colegas, honra más a quien la da, que a quien la recibe. Es, sin duda alguna, un altísimo honor para quien la recibe, que se debe saber agradecer. Pero es, antes que nada, un acto de generosidad de quien lo otorga. Y así lo debemos reconocer.

Siempre decimos, en la academia y en la docencia, que en el acto de evaluación que el profesor hace sobre sus estudiantes, también se contiene una cuota de generosidad, desde que implica que el maestro reconozca en sus pupilos los méritos y habilidades que por sí mismos han desarrollado. Lo mismo ocurre con distinciones como la presente, que revelan más la generosidad de espíritu de quien la otorga, antes que los posibles méritos del distinguido. Y ello se hace mucho más patente en las actuales circunstancias nacionales en que nuestro Decano se encuentra voceado, apoyado por diversas organizaciones políticas, para integrar el Tribunal Constitucional en una de las seis vacantes actualmente existentes. Sería naturalmente humano que el Señor Decano no beneficie la imagen de quienes con él pudieran competir por alguna de esas vacantes para integrar el Tribunal Constitucional. Sería legítimamente humano. A despecho de eso, a pesar de ello, y alejándose de tan humano sentimiento, el Señor Decano ha contribuido decididamente a la concreción de esta honrosa distinción, lo que habla muy bien de su espíritu democrático y valía espiritual que compromete mi gratitud. Yo sólo podría agregar, desde mi particular punto de vista, que si alguien tiene los méritos necesarios para llegar por derecho propio al Tribunal Constitucional, antes que nadie, es Ud. Señor Decano de nuestra Orden.

En segundo lugar, quisiera dedicar esta honrosa distinción a mi esposa, Ma. Cristina, con quien hemos formado una maravillosa familia, con el apoyo y participación de mis hijos Alonso y Sol María, lo que constituye mi mayor orgullo y logro personal. A mi esposa dedico este reconocimiento pues a élla debo el impulso vital diario para acometer, con entusiasmo y empeño necesarios, las actividades y afanes cotidianos del trabajo, del ejercicio profesional y sus sinsabores, de la docencia, de la investigación y la redacción de artículos, ponencias y libros, algunos de los cuales –lo confieso con entera satisfacción y orgullo- hemos sacado adelante en coautoría, en conjunto. Siempre nos decimos que somos un equipo. A tí, Ma. Cristina, con todo mi renovado amor y permanente gratitud, el mérito de esta ceremonia y la distinción que conlleva, con la absoluta convicción de que juntos alcanzaremos todos los proyectos que nos hemos prometido alcanzar.

En tercer lugar, quisiera agradecer a mis hijos, Alonso y Sol Ma., por mantener vigente la ilusión en el futuro, en su desarrollo personal, en sus estudios y en lo que será su futuro profesional. Siempre hemos hablado, al lado de Ma. Cristina, que la mejor herencia que los padres debemos dejar a nuestros hijos son: una buena educación, que los posicione en la vida con un mejor porvenir; y un apellido y ejemplo de vida del que cotidianamente se sientan orgullosos.

En cuarto lugar, mi agradecimiento y homenaje a las personas que trabajan conmigo en mi Estudio, alguna de las cuales me acompañan casi desde su inicio hace 17 años. Mi personal gratitud para quienes contribuyen diariamente con su entrega, lealtad y apoyo indesmayable a mi desarrollo profesional y a mantener el necesario espacio para acceder a una proyección académica, docente y de investigación, sin el cual todo esto hubiese sido imposible o muy difícil de acometer.

Hay, sin duda, algunos hechos que marcaron mi vida académica y profesional: terminar con éxito, en los primeros puestos de mi promoción 1980, mi carrera de Derecho en la PUC del Perú. Haber ganado en 1983 una beca para hacer el doctorado en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, de donde regresé en 1985. Haber ingresado a los 28 años a la docencia universitaria en 1985 en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Haber sido el primer Secretario Ejecutivo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, ocasión en la que conocí y trabajé al lado del Dr. Carlos Blancas, entonces Ministro de Justicia en 1986, de donde nació una inquebrantable amistad, afecto personal y respeto intelectual que se mantiene plenamente vívido hasta la fecha. Haber obtenido el Diploma Académico de Instituto Interamericano de DDHH en 1986 con mi primer trabajo orgánico sobre el Debido Proceso Legal. Haber sido Vocal Suplente de la Corte Superior de Justicia de Lima a los 32 años. Haber logrado en 1996, a los 39 años, ganar el concurso para Profesor Principal en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú, siendo entonces el Profesor Principal más joven de la Universidad, habiendo tenido que competir con quienes habían sido mis profesores a quienes pude superar. Haber sido parte del Estudio Echecopar por más de cinco años. Haber editado, en el 2003, mi primer libro sobre el Debido Proceso Legal en el Perú y en el Sistema Interamericano de DDHH, cuya segunda edición acabo de terminar de corregir al cabo de 2 años de arduo trabajo. Haber fundado, en febrero de 1996, mi propio Estudio Profesional. Haber sido por 8 años, Director de la Revista “Derecho PUC” de mi Facultad de Derecho. Ser integrante de diversas comisiones legislativas y consultivas, pero, por sobre todo, ser designado integrante de la Comisión Consultiva del Ministerio de RREE para el diferendo entre el Perú Chile ante la Corte Internacional de Justicia en la Haya, Holanda, y cuya primera definición se dará este 27 de enero. El haber obtenido el primer lugar en las entrevistas personales en el Congreso de la República ante una convocatoria –frustrada por cierto- para ser integrante del Tribunal Constitucional. Y el haber ganado el primer lugar en el concurso público de la Contraloría General de la República para el cargo de Vocal Titular del Tribunal Superior de Responsabilidades Administrativas, hecho por el cual mis colegas Vocales, con gran generosidad, me eligieron en el 2012 su primer Presidente, y reincidieron –con mayor generosidad aún, si cabe- reeligiéndome como Presidente para el periodo 2013-2014. Y desde el punto de vista profesional, dentro de los muchos casos que me ha tocado vivir, podría citar dos que me han marcado profundamente: el caso de quien llamaré “Gonzalito”, una adopción tutelar lograda para una dama que, siendo soltera, decidió entregar su vida a Gonzalito, un niño NN que un día, a poco de nacer, fue abandonado en los botes de la basura de las afueras de San Juan de Miraflores, y cuyo drama en la televisión flechó a esta dama que hizo de su vida, el lograr tener y criar a Gonzalito a su lado, luchando contra la incuria de la burocracia que lamentablemente rodea a los niños en estado de abandono, y con la propia burocracia del Ministerio de la Mujer, ya que el caso llegó hasta la propia Ministra. Finalmente, fueron un Juez y una Fiscal de Familia, quienes se persuadieron de la razón de la dama, y se sensibilizaron con el caso de Gonzalito, quienes definieron su vida al lado de la dama. Hoy tiene más de 6 años y lleva con singular éxito su educación en un colegio particular, habiéndose integrado a la familia de esta dama cuyo mayor pecado era el ser soltera. Gracias a la justicia, el destino de Gonzalito cambió para siempre.
El segundo caso es uno reciente, el de la homologación de los Haberes de los Magistrados del Poder Judicial en una causa ante el Tribunal Constitucional iniciada, malamente, por el Poder Ejecutivo. Desde la Corte Suprema se pensaba que las cosas estaban ya resueltas en sentido negativo, que las cartas venían marcadas por el poder político, y que ya no había espacio para el reconocimiento de los justos derechos y aspiraciones de los Magistrados de acceder a una homologación justa, tal como la ley lo ordenaba hacer hace más de 20 años. Curioso es nuestro país en donde sus gobernantes y autoridades exigen a todos el cumplimiento irrestricto de la ley, castigándonos severamente cuando los ciudadanos infringimos la norma legal, pero que -desde el Estado y el gobierno de turno- se alienta y persiste en el franco incumplimiento de la ley. Había que hacer el mejor esfuerzo para perder la causa del modo más edulcorado posible.
Sin embargo, no sé “perder bonito”; y el resultado fue plenamente victorioso, ya que – a los que llamé ”hermanos jurisdiccionales” del Poder Judicial-, los Magistrados del Tribunal Constitucional, no solo se sensibilizaron con la justa causa del Poder Judicial (defendemos causas justas, reza nuestro lema) sino que resistieron de modo heroico todas las presiones del poder político y su brazo económico. Finalmente, el fallo del Tribunal Constitucional hizo justicia con una deuda histórica de los Magistrados, al punto que esa misma noche, en menos de 24 horas, un aletargado y siempre lento Congreso Unicameral aprobó en horas la ley que en gran parte reconocía la deuda histórica de la Nación con el Poder Judicial, lo que se concretó de inmediato en el pago del mes de diciembre. Cómo no sentir legítimo orgullo de este resultado que ponía final feliz a un reclamo pendiente por más de 23 años.
Son algunas vivencias que hoy se me agolpan en la mente ante esta ceremonia y ante este imponente Auditórium, y que no quería dejar de mencionar. Una vez le pregunté, según recuerdo, al Maestro Don Héctor Fix-Zamudio, eminente procesal-constitucionalista y uno de los más notables juristas mexicanos en la actualidad, quien se ha hecho merecedor de todos los reconocimientos posibles para un jurista iberoamericano, y quien es obligado referente jurídico en México y mi generoso maestro a la distancia. ¿Porqué no estaba en la Corte Suprema Federal o en un alto cargo público en México?, a los cuales le sería muy fácil acceder apenas cuando se lo propusiera. Además de contarme la anécdota con el Presidente Zedillo, me dijo, con la enorme generosidad que lo caracteriza, lo siguiente: hace muchos años comprendí bien que uno no solo sirve a su patria desde un cargo público, sino que también lo hace siendo un buen ciudadano y un buen profesional y, en mi caso, tratando de ser un buen profesor universitario e investigador desde el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, que es donde he cumplido más de 40 años de contribución académica, intelectual y de investigación.

Puedo, entonces, afirmar sin lugar a dudas, que para servir bien a nuestra patria hay que ser, antes que nada, un buen ciudadano, un buen profesional y realizar con ilusión, entrega y pasión las actividades que nos han tocado realizar. Sólo en ese caso podremos trascender y dejar una huella, que podrá servir de guía a quienes nos sucedan, nuestros hijos, nuestros discípulos, nuestros colegas, nuestro amigos, nuestros conciudadanos. En mi caso, el conjugar el ejercicio profesional en los estrados judiciales, constitucionales, administrativos, políticos y arbitrales como abogado defensor, como asesor, como consultor (y ahora desde el cargo jurisdiccional de Presidente del Tribunal Superior de Responsabilidades Administrativas de la Contraloría General de la República), con la docencia y la investigación universitaria, sobre todo en el campo del Derecho Procesal, la Teoría del Proceso, la Interpretación Constitucional y el Derecho Procesal Constitucional ha sido una experiencia permanentemente enriquecedora que, sin dejarme satisfecho del todo, me ha deparado indudables satisfacciones que han sido aliciente para embarcarme en nuevos proyectos y ambiciones.

La democracia constituye un valor fundamental, un fin, una teleología. No es un medio para alcanzar el poder. Es el fin y el marco esencial del ejercicio legítimo del poder. Sin embargo, ello no siempre es bien entendido ni mejor ejecutado, y a algunos gobernantes la democracia les pasa por el costado, pues solo representa un valor meramente instrumental. He ahí el verdadero reto y peligro para la democracia. El Prof. Pedro de Vega, extraordinario jurista español, enseñaba que el verdadero sentido de la democracia no es el lograr que todos pensemos o sintamos de manera análoga, de modo igualitario; sino, por el contrario, él decía que el verdadero valor y esencia de la democracia es lograr que una sociedad, una comunidad, donde sus integrantes sientan, piensen y sean diferentes, logren desarrollar mínimos sociales de orden común, valores esenciales que sean comunes a todos, que constituyan un esencial común denominador, de manera que respetándose y protegiéndose las diferencias de las personas, por raza, género, creencia religiosa, afanes políticos, criterios, aspiraciones, pensamientos y sentimientos, los diferentes integrantes de dicha comunidad puedan desarrollarse sobre valores comunes de respeto recíproco, tolerancia, paz , seguridad y desarrollo social.

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I. DEFINICION DEL DERECHO PROCESAL CONSTITUCIONAL

a. CONTROL ORGANICO

b. DEFENSA DE LAS LIBERTADES O JURISDICCION DE LA LIBERTAD

II. DIFERENCIA ENTRE EL DERECHO PROCESAL CONSTITUCIONAL Y EL DERECHO CONSTITUCIONAL PROCESAL

III. INSTRUMENTOS DEL DERECHO PROCESAL CONSTITUCIONAL EN EL PERU

a. Control Orgánico
i. Control Difuso
ii. Acción de Inconstitucionalidad de las Leyes
iii. Acción Popular
iv. Contienda de competencia

b. Defensa de las Libertades o Jurisdicción de la Libertad
i. Hábeas Corpus
ii. Amparo
iii. Hábeas data
iv. Acción de Cumplimiento

c. Precedente Vinculante.
i. Overrruling
ii. ¿Overruling por el Poder Judicial?

d. Actuación Anticipada o Inmediata de Sentencia Estimatoria.

e. Jurisdicción Negativa de la Libertad y Tribunal Constitucional.

f. Jurisdicción Supranacional
i. Comisión Interamericana de DDHH
ii. Corte Interamericana de DDHH

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Por último, y para terminar, a despecho de ser repetitivo con mis compañeros del Tribunal Superior de Responsabilidades Administrativas de la Contraloría General de la República, quisiera compartir una vez más un texto de Balo Sánchez León, en “Las Rocas”, que creo describe del mejor modo lo que hoy quisiera expresar ante Uds.:

“El hombre duro no es bruto, terco o insensible. Ha asumido, porque así se lo exige, un papel que debe llevar adelante aunque le rompa el alma, le cueste su felicidad y se tenga que tragar todas sus lágrimas. Los hombres duros lloran, pero en seco. Se guardan sus sentimientos. Su rostro puede adquirir un rostro pétreo y su voz carecer de los altos y de los bajos en la modulación, pero debe mantenerse leal al papel que el destino le ha obligado a asumir. Por nada del mundo titubea, trastabillea o tartamudea.
El hombre duro tiene un gran corazón. Un corazón que le golpea el pecho como un martillo. Se considera a sí mismo fuerte, y su eventual vulnerabilidad la matiza con una tierna sonrisa. Ha entendido que la dureza no es otra cosa que dolor. Que su papel no le permite zafarse o dar un paso hacia atrás. Los hombres duros no pueden flaquear. Miran hacia adelante con una enorme tristeza.”

MUCHAS GRACIAS

Lima, 08 de Enero de 2014

ANIBAL QUIROGA LEON

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