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30/10/09: La Política 2.0 en el Prisma de la Conversación

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El siguiente articulo fue escrito por Augusto Erbin

El marketing político ha puesto el ojo en Internet, sus maravillosas herramientas y las bondades que posiblemente brindarán de aquí en más. Pero, comosi fuese una relación amorosa, los primeros pasos parecen ser de cautela porque aún se está conociendo a la contraparte. Muchos se animan y se incorporaron al juego, pero sin pensar en una estrategia de cómo aplicarlas en el día a día.

El dilema pasa por otro lado y radica en si hay que empezar a ver a Internet como el centro de la estrategia de comunicación política o no. Resulta muy difícil pensar el mundo de la comunicación política dejando de lado las herramientas de la Web 2.0, y sosteniendo la idea de que todos los políticos deben comenzar a reamar sus estrategias de marketing político poniendo foco primero en Internet; al estar dentro de la Web lo que hay que analizar en primera instancia es los espacios en donde se da la conversación. A partir de ver un esquema que nos muestre la cantidad de herramientas que se pueden encontrar en Internet debemos generar los mecanismos para accionar sobre aquellos espacios que puedan resultar más provechosos para emitir nuestro mensaje y que, tanto en el mediano como el largo plazo, traigan beneficios que puedan ser medidos en términos de resultados.

Brian Solis, un reconocido PR (relacionista público) de Silicon Valley, armó un Prisma de la Conversación que pretende ser una viva representación de los Medios Sociales que se va transformando y evolucionando a medida que los servicios y los canales de conversación surgen, se fusionan y se disipan. En la Web 2.0 hay que trabajar como en muchas disciplinas en las cuales la motivación, la forma y la dirección está dirigida por los consumidores, y se debe entender que participar en las conversaciones online resulta crítico para competir en el futuro.

El Prisma de la Conversación de Solis busca dar un muestreo en un gráfico sobre como se mueve la conversación online entre las comunidades más populares así como ilustrar las redes interconectadas a la Web Social. El paisaje de las herramientas sociales, los servicios y redes van cambiando al mismo tiempo por la rápida evolución o la incorporación de nuevos jugadores.

¿Qué ocurre si no estoy en el Prisma de la Conversación? Probablemente muchos políticos se pregunten eso. Si esa conversación está llevándose adelante en la Web y no estoy allí para verla y escucharla, ¿es como si no hubiese ocurrido realmente?

Lamentablemente, para aquellos que prefieren “hacer oídos sordos”, por ignorarla no va a dejar de existir: más allá de lo que piense el político, la conversación sobre él se está dando en la Web, con o sin su presencia.

Estar en el centro del Prisma de la Conversación resulta imprescindible, ya sea escuchando y observando lo que se dice o participando en los espacios. Por eso el político debe situarse en el medio del prisma para tener una visualización completa del mapa que conforma la Web 2.0 y poder accionar sobre aquellos espacios en los cuales le interesa formar parte de la conversación.

En ocasiones, al estar escuchando y observando lo que ocurre en algunos de esos espacios, puede determinar aplicar estrategias y formas de participación distintas para cada canal. Estas decisiones pueden estar supeditadas al plan comunicacional general del político o a las características y cultura que identifica a cada espacio.

Los resultados dentro de los Medios Sociales pueden resultar más efectivos cuanto mayor conocimiento se tenga de ellos, que, en definitiva, posee los mismos principios de interrelación social que se dan en el mundo offline o físico.

Por esa misma razón, en el mundo de la política 2.0, al igual en el de la política tradicional, las relaciones entre las personas es la moneda de mayor cotización. Así es como los políticos deben armar estrategias de comunicación política para saber de que manera van a involucrarse dentro del Prisma de la Conversación de los Medios Sociales y la Web 2.0.

Uno de los detalles a entender, es que al armar la estrategia de marketing político, Internet debe cumplir una función central, sino primordial, de ese plan.

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22/10/09: ¿El elector sigue a la manada?

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Apreciados lectores mi ausencia obedecio a motivos de salud,pero estoy aqui de nuevo para comaprtir conocimientos y aprender a ser mejores comunicadores sociales
Gianna

El siguiente articulo pertenece al Dr. Daniel Estibel

Llega el circo al pueblo y es todo un acontecimiento.
En un descampado se levanta la carpa.
Inconfundible. Con algo o mucho de misterio.
Por allí están los animales enjaulados. Las fieras.
Y un pequeño ejército de malabaristas, equilibristas, domadores, magos, payasos…

¡Payasos!
Cuántos recuerdos de infancia…¿verdad?

Esta historia, justamente, comienza con un payaso.
Un payaso profesional.
Un payaso de circo llamado Dan Rice.

Corría el año 1848. Año de elecciones presidenciales en los Estados Unidos.
El mayor partido político de EEUU era el Partido Demócrata.
Y el segundo partido era…

¿Cual era el segundo partido de EEUU?
El Republicano, por supuesto.
¡No! Error, no existía todavía dicho partido.

La segunda fuerza era el Partido Whig, que años después se disolvería y varios de cuyos ex-dirigentes serían entonces los fundadores del nuevo Partido Republicano.

Y el candidato del Partido Whig a la Presidencia de los EEUU en 1848 era Zachary Taylor. Un destacado militar que nunca había ejercido cargos públicos. Y que como resultado de aquella campaña electoral resultó ser el 12º Presidente de Estados Unidos de América.

¿Y el payaso?
Ya dije que se llamaba Dan Rice. Además de payaso profesional era hombre del Partido Whig.
Y en aquella campaña de hace más de 150 años decidió apoyar a Zachary Taylor con todas sus fuerzas.
No solo con todas sus fuerzas, sino también con su bandwagon.

¿Band…qué? Bandwagon.

Se le llamaba bandwagon al carro donde iba una banda musical, ya fuera en el circo, en un desfile o en un espectáculo.
Dan Rice tenía su bandwagon. Y se le ocurrió usarlo en la campaña electoral de Zachary Taylor. Para atraer la atención con la música, ni más ni menos.
¡Vaya si consiguió llamar la atención! A medida que avanzaba la campaña electoral, más y más popular se volvía el bandwagon. Arriba del mismo, además de la banda musical, el candidato a Presidente y su entorno político más cercano.
Pero cuánto más popular era el bandwagon del candidato Zachary Taylor, más dirigentes políticos se subían al mismo y lo acompañaban. Cada vez más. Y la gente se divertía observando cada día qué nuevo dirigente se subía al bandwagon.

Años más tarde, los bandwagons eran pieza ineludible de toda campaña electoral en Estados Unidos.
Y se popularizó la frase “subirse al carro” para describir la actitud de quienes solo buscan asociarse con el éxito de otros más allá de sus propias convicciones.

Pasaron unos cuantos años más y el término bandwagon pasó al campo de las ciencias sociales y políticas.

Hoy en día se entiende que existe un efecto bandwagon cuando un determinado segmento de votantes son más proclives a votar a un candidato si lo ven como posible ganador de la elección.

El oscuro impulso de seguir a la manada
No es que simplemente piensen que van a votar al candidato A porque A seguramente será el ganador. Es más bien un estado de ánimo colectivo, un impulso ancestral que parece venir desde el fondo más primitivo de nuestro cerebro. Ese impulso a seguir a la manada, a dejarnos arrastrar por ella, a dejarnos llevar.

Seamos claros: el cerebro humano ha desarrollado magníficas habilidades y capacidades vinculadas con la inteligencia y la creatividad. Pero todo ese desarrollo se ha hecho conservando intacto el cerebro animal que le subyace. Incluyendo aquel comportamiento de manada que en oscuros tiempos prehistóricos seguramente fue vital para sobrevivir en un entorno hostil y peligroso.

En campañas electorales, el efecto bandwagon opera sobre la parte menos informada del electorado y con menores definiciones partidarias e ideológicas. Pero opera. Lo hace sobre un porcentaje a veces mayor y a veces menor del electorado. Pero opera.

“Yo no creo en brujas, pero que las hay…las hay” dice la sabiduría popular. ¿Quién no ha visto crecer y crecer una especie de ola de opinión pública a favor de quienes encabezan las encuestas?

Por eso muchas campañas electorales buscan provocar ese efecto bandwagon.
Y aquella música de 1848 aún sigue sonando.
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06/10/09: El votante escucha lo que quiere oir

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A continuacion un articulo de mi autor favorito Daniel Estibel
Disfrutenlo

Es un chiste viejo y conocido.

Es de noche y un hombre va caminando por la calle. La ciudad está muy oscura. El hombre llega por fin hasta una esquina iluminada. Allí se encuentra con una persona que parece buscar algo en el piso. Y que además parece que tomó diez veces más de la cuenta.

-¿Necesita algo?- le pregunta inclinándose sobre el borracho.
-Perdí una moneda- contesta el otro con la lengua trabada.
-¿La perdió por aquí?- dice el hombre señalando la esquina iluminada.
-No, no, la perdí lejos de acá- responde el borracho casi imperturbable.
-¿Y entonces por qué la busca aquí?- pregunta con rigor el hombre.
-Porque acá hay luz- finaliza el borracho con lógica demoledora.

Te pido que olvides el chiste y el borracho. Y que recuerdes esta imagen: una persona buscando donde le resulta más fácil buscar. Buscando en la luz lo que perdió en la oscuridad. En realidad la imagen ilustra una vieja ley de la psicología: cada persona prefiere escuchar los puntos de vista más cercanos a los suyos propios.

Buscar la verdad es complejo. Es más sencillo buscar validar una opinión previa.
Para eso lo más simple es escuchar a quien piensa como nosotros. O descartar de lo que escuchamos todo aquello que produce “ruido” en nuestras convicciones. Así sea un argumento irrebatible o un dato puro y duro. Algunos estudios indican que así actúan por lo menos 2 de cada 3 personas.

El cerebro humano evita toda información que le genere conflictos internos. Por eso el cerebro tiende hacia toda información que refuerce su información previa. Igual que un insecto se lanza ciegamente hacia la luz.

Uno de los ámbitos donde ésto es más notorio es el de la política.

La persona tiende a rodearse de personas que piensan de un modo similar.
Pero además elige fuentes informativas próximas a sus ideas (el diario o semanario o revista que lee, el programa de televisión que ve, el noticiero radial que escucha…). Y cuando personas o medios alternativos le llegan, entonces los filtra inconcientemente: se queda con la información compatible con sus ideas y descarta la incompatible. Más aún: lo poco que escapa a este filtro puede todavía ser reinterpretado en función de…¡sus propias ideas!

Cada elector circula entonces por su propio universo político-ideológico.
Que puede en ocasiones tocarse o cruzarse con otros universos, pero que nunca se confunde con los otros. Y el elector se mueve dentro de ese mundo. Con los códigos, los valores, las ideas y también las barreras de ese particular mundo.

Saber ésto es crucial para muchas decisiones de campaña electoral. Porque sin saberlo, muchas campañas actúan como el borracho del chiste: solo buscan en la luz lo que está en la oscuridad. O como el insecto que se lanza hacia la luz y se estrella encandilado
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01/10/09: La videopolítica, nuevos desafíos para la democracia

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Giovanni Sartori *

El problema crucial para la democracia fue detectado por Rousseau. Él se preguntaba: “¿De qué manera puede una multitud ciega que casi nunca sabe lo que quiere porque sólo rara vez sabe lo que es bueno para ella” alcanzar una democracia? De hecho Rousseau no dijo en su cita “democracia”. Su ideal era una república gobernada por leyes y no por hombres. Su ideal eran Esparta y los romanos (no Atenas). Rousseau admitía la democracia en sus teorías sólo para estados pequeños y primitivos y de manera muy periférica. Para él, el quid de la cuestión era, como dije al principio, que “uno siempre busca el bien, pero uno no siempre lo reconoce”. Para resolver este problema, Rousseau tuvo que recurrir a una “voluntad general” que no era la voluntad de todos (la suma total de las voluntades particulares) ni una voluntad individual libre de todo egoísmo y particularismos. La voluntad general no se traduce en las voluntades de todos, sino, muy por el contrario, es la voluntad de las personas que deben someterse a la voluntad general. Evidentemente la solución de Rousseau no era muy convincente; sin embargo, llamó la atención sobre un punto que la posterior teoría de la democracia simplemente evitó.

Aproximadamente un siglo después del primer bosquejo del Contrato Social (en 1756) el pueblo comenzó a votar, en el mundo occidental en pequeños aunque importantes cantidades. Inicialmente el voto era concedido únicamente a gente adinerada, únicamente a los que pagaban impuestos. La representación política se afianzó gradualmente bajo el principio de “sin representación no hay impuestos”. Este principio implicaba que los fondos debían ser controlados por los que proporcionaban el dinero. Ya que el interés de los desposeídos o de los aspirantes es “incrementar los impuestos a través de la representación”. Como sea que fuere, la concesión del derecho al voto era inevitable, y el argumento a la cabeza era que aún cuando los votantes que no podían leer no sabían cómo votar, aún así uno aprende (a votar) votando. Como dijo Hegel: para aprender a nadar uno debe saltar al agua. El argumento parece plausible. Pero aún así no funcionó. Entonces se cambió al argumento de que el votante malo era producto del analfabetismo y que podía curarse, por tanto, a través de la alfabetización, de la educación. Para la desgracia de todos, la alfabetización llegó pero el votante malo no mejoró. Entonces, ¿por qué la educación no produce ciudadanos más interesados y mejor informados? Este sigue siendo el problema, o uno de los problemas.

La teoría participativa de la democracia de los sesentas cambió el problema sosteniendo que el voto no es una experiencia adecuada y suficiente, y que un mejor ciudadano requería un ciudadano participativo. Este sigue siendo el remedio prescrito por la teoría progresiva de la democracia. Sin embargo existen muchos defectos en esa teoría. En principio, en la misma definición de participación. Muchos autores no logran caracterizar la participación como un “tomar parte” activo, como ponerse en marcha, desde la movilización, como ponerse o incluso ser forzado a moverse. La evidencia empírica demuestra también que la participación como auto-movimiento se relaciona con la intensidad y por tanto con el extremismo. Y el extremismo (por ejemplo una persona situada al borde de la extrema derecha o izquierda de una línea ideológica) resulta tener una personalidad dogmática. Así, como Bernard Berelson hizo notar, “el interés extremo que acompaña a la participación extrema puede convertirse en un fanatismo rígido que perturba los procesos democráticos.” (Voting, Chicago Univ. Press 1954. p. 314).

Por otra parte, “tomar parte” se expresa en una proporción que tiene sentido en cifras pequeñas, no en cifras altas. En un grupo de diez mi participación suma 1/décimo a la toma de decisiones de ese grupo. Bien. Pero la parte que yo tomo en un universo de un millón reduce mi parte a 1/millonésima. Una proporción que no expresa mi poder sobre los demás, sino el de un millón (menos uno) sobre mí. Lo cual no tiene sentido. De igual manera la participación pertenece a la teoría horizontal de la democracia, a su nivel de demos, no a la teoría vertical de la democracia, es decir, a la esfera del gobierno democrático. Dicho esto, pues, no creo en lo mínimo que una mayor participación sea el remedio para los males actuales de la democracia. Es verdad, la participación electoral de ser fomentada, al igual que los grupos de voluntariado y las sociedades multi-grupales. Pero hasta ahí.

Permítanme regresar a la educación y a las razones por las que no ha producido ciudadanos significativamente mejores. Existe una razón obvia: la educación no es, en sí, educación en la política ni acerca de la política. La respuesta a esto es que un nivel adecuado de alfabetización deriva en una competencia general sin importar el campo en el que uno se especialice. Bueno, sí y no. Tal como lo apunta Schumpeter, “el rendimiento mental del ciudadano promedio se desploma en el momento en que torna a la política”. (Capitalism, Socialism and Democracy) No podemos generalizar. Un sociólogo que habla de música, un astrónomo que habla de arte, un abogado que habla de matemáticas, pueden decir las mismas estupideces el individuo con menos preparación. Qué decir del falso testimonio de cantantes, bellezas, jugadores de futbol, etc. Cuya incompetencia es deprimente y aun así son convertidos por los medios en líderes de opinión.

¿Acaso lo anterior nos lleva a la conclusión de que “mejorar la democracia” es en buena parte una causa perdida? No. El argumento es complicado, pero hemos sido guiados a callejones sin salida, especialmente por la empobrecida teoría política actual. De ser así, mejorar la teoría debería también mejorar la comprensión y el funcionamiento de la democracia. Porque la democracia necesita ser entendida para poder funcionar.

Empezando por el principio, todos sabemos que el significado literal de la democracia es el poder del demos, poder del pueblo. Pero, ¿poder en qué sentido? Y ¿pueblo en qué sentido? Una cosa es ser el propietario titular del poder y de esta manera establecer un principio de legitimidad, y otra totalmente distinta ejercer poder. Entonces, ¿de qué manera la legitimidad condiciona el ejercicio? En lo que se refiere al demos, el término tiene diversos significados: todos, una parte mayoritaria, una multitud genérica, la clase baja, y así por el estilo. En mi argumento, “pueblo” es i) el electorado votante y, ii) la voz del pueblo, es decir, la opinión pública.

Votar (votar libremente con opciones) es efectivamente una condición necesaria para la democracia. Pero, ¿cuánto kilometraje rendirá? De acuerdo a Robert Dahl, “los votantes no deciden lo que debe hacerse; deciden (eligen) quién se ocupará de los asuntos. Esto bien podría ser una definición sucinta de la función de votar. Pero esto mucho o esto poco se logra definitivamente, independientemente de la competencia-incompetencia del votante. Que las elecciones logren más, depende de la mejora del ciudadano. Respecto al elemento “voz” yo me adhiero a Dicey. En sus palabras “los verdaderos cimientos del gobierno, son la opinión del pueblo que es gobernado”. Y aquí es donde llegamos al punto.

La opinión del pueblo es generalmente llamada opinión pública y denota a la opinión lograda por meritos propios sobre cuestiones públicas que es del pueblo y no únicamente localizada en el pueblo. Esto supone también un interés en cosas públicas, en cosas políticas, expresa un interés general, un bien común. Pero aún cuando si o cuando esta suposición no sea correcta, es claro que la opinión pública es la espina dorsal del gobierno democrático. Durante las elecciones, las cuales son eventos fugaces, los políticos están condicionados a todo momento por las opiniones y las voces de sus públicos.

La pregunta es: ¿de qué manera surge una genuina opinión pública? Es seguro que no es innata, ni necesariamente inherente. El mejor ejemplo de la formación de la opinión pública es el “modelo de cascada” de Karl Deutsch (The Analysis of International Relations).

Así que cuando decimos que una opinión pública del público requiere una estructura mediática pluralista […] los medios son monopolizados, la opinión pública se convierte de corte propagandístico. Esto ha sido señalado por mucho tiempo en el estudio de las dictaduras. Sin embargo un nuevo y poderoso factor ha hecho su entrada al ruedo: la videopolítica, el videopoder. Un videopoder que afecta las democracias más de lo que se esperaba al principio.

Los seres humanos son animales parlantes o, como Ernst Cassirer lo denomina, “animales simbólicos”. Durante largo tiempo su cultura fue transmitida predominantemente de manera oral. El gran salto hacia delante vino alrededor de 1450 con Gutenberg. El hombre Gutenberg tenía acceso a la lectura, y los libros o materiales impresos se convirtieron en la base del conocimiento. No sólo conocía más en extensión, sino que logro conocer más en profundidad. Realmente llegó a convertirse en un animal simbólico, ya que el hombre que lee desarrolla por ese hecho la capacidad de la abstracción. Lee, habla y piensa sobre cosas que no puede ver, moviéndose, por así decirlo, del percetum, cosas percibidas, al conceptum, cosas concebidas, cosas que entiende pero que no pueden ser evocadas visualmente. Y el hecho es que la mayoría de nuestro conocimiento actual, conocimiento cognitivo, se basa en conceptos abstractos y por ende invisibles.

En este contexto la llegada de la televisión representa un salto gigantesco desde el hombre Gutemberg al homo videns, a un hombre cuyo mundo se limita a lo que ve. Y este […] en especial pone en peligro la democracia. Los sistemas políticos dictatoriales o tradicionalistas no necesitan ser entendidos. La democracia al menos en una básica medida sí. Considérese el vocabulario político común en un sistema político democrático: justicia, igualdad, legitimidad, libertad, representación, soberanía, Estado, constitucionalista, y más. ¿Es posible traducir estos términos en imágenes? Difícilmente. La igualdad puede representarse mostrando unas bolas de billar, pero esta representación visual es engañosa. ¿Es posible ver al Estado y todos los términos antes mencionados? Obviamente no. Se trata de construcciones mentales. No pertenecen al mundo sensibilis percibido por nuestros sentidos, sino al mundo intelligibilis concebido en nuestras mentes.

La pérdida es ominosa. En la medida en que el videopoder se refuerza a sí mismo, el mensaje es el hecho e, inversamente, el hecho es el mensaje (tal y como reza el lema de Teleworld). Por otra parte, el hombre Gutenberg, el hombre que lee los diarios, se encuentra cada vez más superado. De esto se desprende que la televisión no sólo decapita la mente cognitiva del homo sapiens, sino que también se convierte, de la misma forma, en un manipulador apabullante de la opinión pública en tanto opinión autónoma del público. Bajo estas condiciones, es decir, nos enfrentamos cada vez más con una opinión pública en el público que sencillamente refleja, como copia fiel, del mensaje y el masaje mediático.

He forzado este argumento al máximo debido a que luego del 68 ha desapareció de la teoría de la democracia. La salida fácil para resolver problemas en los libros es ignorarlos. Dicho esto, debo subrayar la enorme diferencia entre un sistema televisivo monopólico y de una sola voz y un sistema genuinamente pluralista y de multitud de voces. En este último, aún el caso de que cada una de las voces mintiera, distorsionara o escondiera, aún en este caso si una mentira es rebatida por otra mentira, tendríamos mentiras (o distorsiones u omisiones) que se niegan o debilitan entre ellas, permitiendo así la prefiguración de un gobierno democrático. Siempre y cuando, claro está, que nos atengamos a la mínima acepción de elecciones, es decir donde los votantes únicamente elijen a los que elijen.

Dicho esto, yo no veo un tipo de democracia más progresiva en ciernes, pero tampoco preveo su desaparición. En relación a esto permítanme bosquejar la diferencia entre democracia como i) demo-protección y como ii) demopoder. La demoprotección es proporcionada por el constitucionalismo liberal y consiste esencialmente en la domesticación del poder político, protegiendo de esta manera al ciudadano contra abusos de poder y arbitrariedades gubernamentales. Rousseau aseguraba que el hombre nace libre, pero en todos lados se encuentra encadenado. Yo diría más bien que no nace libre sino que ha sido liberado por la protección del mandato de la ley, y por las limitaciones constitucionales del poder. Para reforzar, este es el conocido “libertad de” (del estado y de cualquier poder absoluto). Nosotros ya no lo apreciamos porque ya no lo tenemos. Pero lo anhelamos tan pronto como lo perdemos. La normativa imperante en la actualidad o incluso la teoría hipernormativa de la democracia es altamente irresponsable cuando menosprecia la llamada libertad negativa: una libertad negativa sin la cual no podemos tener libertades positivas.

Hay que subrayar también que la demo-protección es el elemento de la democracia que puede viajar y ser exportado a la mayoría del mundo. A pesar de Amartya Sen (quien vende bien un conocimiento pobre de la materia) la democracia liberal y las constituciones son un invento occidental. Y aún así no se trata necesariamente de un invento con limitantes culturales o etnocéntrico. La India y Japón han adoptado y/o mantenido la demoprotección occidental a pesar de las grandes diferencias culturales. La libertad protectora encuentra su frontera sólo en relación con sistemas teocráticos que no pueden aceptar el principio de la voluntad del pueblo o de la legitimidad precisamente porque acatan el principio de la voluntad divina.

Es cierto que la demoprotección desemboca inevitablemente con el tiempo al demopoder, a un pueblo que exige más poder y más beneficios para sí mismo. Pero éste es el desarrollo problemático y controversial de la democracia. Las cuestiones restantes son: ¿cuál demos? ¿cuál poder? ¿cómo?

El demopoder fortalece a la demo-ignorancia. (existe una aplastante evidencia empírica de ello) lo cual explica el pobre historial de un número de democracias. El demopoder también ha demostrado (como hemos visto recientemente) el intenso pode manipulador del video-poder. Pero esta es una razón más de peso para defender y reafirmar la demo-protección. Bajo ninguna circunstancia deberíamos permitir que el poder destruya la protección.

Hasta aquí he cubierto más o menos la parte de la videopolítica de mi título. Me gustaría mencionar algo acerca de los nuevos retos de la democracia. Los cuales son tanto económicos y ecológicos, en ese orden.

El primer problema: el vínculo entre democracia y prosperidad. S.M. Lipset ha establecido la relación de a mayor riqueza, mayores posibilidades de una democracia (Political Man, 1960). Evidentemente sí, pero también no. La demoprotección surgió en sociedades muy pobres. El demopoder, por otra parte, evoluciona naturalmente en demoexigencias de la redistribución de la riqueza. Pero exigencias económicas excesivas pueden llevar a las llamadas democracias en déficit. Esta es una experiencia común en Latinoamérica. La damoprotección nació durante el surgimiento del principio “sin representación no hay impuestos,” mientras que el demopoder termina por afirmar lo contrario, es decir, “más impuestos a través de la representación”.

Un problema relacionado, pero diferente reside en la relación entre la democracia y es sistema mercantil. ¿Requiere la democracia un sistema mercantil? La respuesta es sí. Pero dicha respuesta se basa específicamente en razones políticas, no económicas. Un sistema mercantil no puede existir a menos que la sociedad presente innumerables actores de capital flotante. Trotzki comprobó esto claramente: en una economía colectivizada como la soviética “el que no obedece no come”. Esto es debido a que en una economía perteneciente al estado, el estado es el único patrón: de esta manera, si te despide nadie más puede contratarte. Esto es lo mismo que decir que un sistema mercantil presupone y requiere una enorme difusión del poder (en detrimento de su acumulación). De esta manera, la difusión del poder es la base tanto de la democracia como de los sistemas mercantiles.

La pregunta inversa es: ¿un sistema mercantil presupone una democracia? La respuesta es no. Las dictaduras pueden muy bien tener sistemas mercantiles. El ejemplo más reciente es China.: sin democracia, pero con un impresionante desarrollo al estilo mercantil. Esto es, lo admito, la respuesta a corto plazo. A largo plazo (pero qué tan largo) no lo sabemos con certeza.

Cuarta cuestión: el capitalismo. ¿Se está derrumbando? ¿Durará más tiempo? La respuesta depende a qué nos referimos, en su acepción. El capitalismo como un ismo y como un concepto económico se reafirma a sí mismo con la revolución industrial apenas al comienzo del siglo XIX. La palabra latina caput significa cabeza, y ha sido utilizada por largo tiempo como predicado en expresiones tales como pena capital (decapitación) y pecados capitales. Sin embargo, en su acepción económica más básica durante los dos pasados siglos el capitalismo significa acumulación de riqueza. Pero es preciso señalar la diferencia entre “riqueza por consumo” y “riqueza por inversión”. La riqueza por consumo ha existido siempre y era dilapidada en edificios, palacios e iglesias, en los placeres mundanos, y en hacer guerras. No hay nada de capitalismo en todo aquello. El capitalismo en cambio riqueza por inversión. Si los sistemas económicos (empezando por la revolución industrial) requieren la acumulación masiva de riqueza, en la misma medida el capitalismo como tal es una condición necesaria. Podemos exterminar a los capitalistas, pero el capitalismo no puede ser una res nullius, por tanto debemos tener un estado capitalista. Es verdad que el capitalismo puede tomar muchas formas, individual, gerencial, industrial, financiero, etc.; pero no tiene caso ser anticapitalista en principio.

Finalmente el mercado. En el fondo el sistema mercantil es un mecanismo que establece costos y precios. Como tal no tiene otras alternativas. Este es y sigue siendo un punto firme. Sin embargo los sistemas mercantiles requieren controles y regulaciones. Entre menos regulados, mejor son varias de las fórmulas mal-aconsejadas de economistas de hoy en día. Pero a este respecto sólo intento exponer el argumento general de que la mayoría de los economistas exageran bastante los méritos y las capacidades del mercado.

Por una parte, el sistema mercantil es sólo un subsistema. No incluye, en principio, los llamados “bienes colectivos” que son pagados por lo general por las partidas de impuestos. Viajamos por carreteras por las que el viajero no ha pagado, y recibimos servicios policiales sin que nos llegue recibo alguno. Pero la omisión más importante son las “externalidades”, los efectos exteriores. Quien contamina el agua o la atmosfera lo hace gratis, y fuera de la vista del mercado. Finalmente, el mercado es débil visual. Sabemos que muchos recursos naturales se están extinguiendo. Sin embargo el mercado nos pide esperar, antes de intervenir, que el precio de la gasolina y/o el agua, cuando escasee, suba al grado en que un sustituto sea económicamente conveniente. Pero eso no es suficiente. No podemos esperar unos diez años antes de que el agua marina se procesada en cantidades suficientes en agua potable, sin hablar del hecho de que la agricultura no puede absorber los costos adicionales.

Lo fundamental es que nos enfrentamos a un desarrollo no sustentable saldado, por lo pronto, por un creciente déficit ecológico suicida. Pero los economistas se rehúsan a ver la realidad, e imaginan al mundo como rebosante de recursos que se regeneran infinitamente. El hecho es que estamos echando mano de recursos naturales cuya “renovación natural” es ya sea insuficiente o imposible, lo cual parece, para los economistas, una externalidad que no les concierne. Los economistas sólo agravan sin importar que lo hagan inconscientemente, el desastre ecológico que se aproxima. Hay que recordar también que hace un siglo éramos menos de 3 mil millones. Ahora somos aproximadamente 7 mil millones. Para el 2050 puede que seamos 9 mil millones. ¡Ay de nosotros!

Los desastres demográfico-ecológicos combinados se manifestarán probablemente como un cambio climático drástico que dejará miles de millones de personas sin comida y sin agua. Sólo imaginen lo que pasaría a la India si los monzones cambiaran su curso o sencillamente desaparecieran. ¿Podrán las democracias lidiar con desastres de tal magnitud? Este es el reto que más me preocupa. Las democracias son máquinas lentas y con frecuencia ineficientes. A menos que estén preparados para lo que viene (y no lo están) hay poco espacio para el optimismo.

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* Giovanni Sartori es profesor emérito de la Universidad de Florencia y titular de la Cátedra “Albert Schweitzer” en Humanidades de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Entre sus obras más conocidas destacan Qué es la democracia, Ingeniería constitucional comparada y Hommo videns, la sociedad teledirigida. Este texto es su conferencia magistral en la VII Bienal Iberoamericana de Comunicación, pronunciada el pasado 23 de septiembre en la ciudad de Chihuahua, en México.
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