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Lima: la experiencia citadina

– “Averígualo es lo más importante y difícil. Ese indio ha sido adiestrado o se ha adiestrado. ¿Conoces Lima?
Gregorio Guardó los billetes en uno de los bolsillos de su chaqueta
– He estado ingeniero. Hey visto a los chicos chiquitos comer basura junto con los chanchos en esa barriada que le dicen el Montón. Todavía huele en mi pulmón la pestilencia ¿Es gente, señor, esos que viven más tristes que el gusano? El gallinazo les pegaba a los chiquitos ¡Carago, yo soy cristiano! El río, que dicen, apestaba; con el sol era pior y más pior con ese aguacerito de la costa. No hay cielo en la capital dicen. Me hey venido rápido. Los paisanos me atajaban. “¡Espera, espera…, de aquí vamos a entrar adonde vive la gente!” decían. ¡Carago mentira! Ahí están, años, escarbando lo que bota la gente. Yo, ingeniero, conozco al Redón… usted dice ¿quien puede más? Está bien. El ha estado cinco, seis años en Lima; el común le mandaba plata. Ha estado junto a la parada, al mercado grande. EL ha entrado fuerte a la capital que dicen.
– Esa es su ventaja Gregorio (…)”

(J.M. Arguedas, Todas las Sangres, Peisa- Lima 2001:117)
En esta obra se identifica en distintos personajes un rasgo que los diferencia de los demás, la experiencia citadina y más específicamente el conocer Lima. Es la situación de 3 personajes como son Rendón Willka, Gregorio y Perico Bellido. Siguiendo la narrativa así como las reacciones de los personajes podemos señalar que, esta, es calificada de manera ambivalente.
Por un lado se considera que alguien que conozca la ciudad es más. Tomemos en cuenta que en la obra se presenta la valoración predominantemente negativa de los llamados indios por parte de los señores del pueblo, que entre su repertorio de calificativos se encontraba “la ignorancia”. El que conoce Lima sabe entonces más, tanto en conocimiento técnico como en el sentido de haberse vuelto más astuto (más “zorro”).

Pero este saber más significa también una especie de pérdida de la inocencia. La situación que lleva a esta pérdida de inocencia está para mi descrita en la cita, la condición miserable de quienes llegaban a empezar desde cero en la ciudad.

“”Nada con los que viene de esos pueblos en que el infierno se asienta”

(J.M. Arguedas, Todas las Sangres, Peisa – Lima 2001:35)

Dice el personaje de don Bruno respecto a Rendón Willka. Este saber más de estos personajes es tomado con cautela, genera pues así como admiración, desconfianza y esta desconfianza está presente en las relaciones que entablan entre los personajes mencionados, esto se hace más evidente en el caso de Rendón Willka.
Esta experiencia implica un trato diferente a la de cualquier otro indio, sin embargo no se vuelve un trato horizontal con los señores del pueblo, presenta la imagen entonces de alguien que se encuentra en el medio de estas dos clases. El vestirse de casimir es querer diferenciarse de los indios pero sin llegar a ser lo otro, por lo cual genera burla por parte de unos así como condena de parte de otros.
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Caserío minero

“En el caserío de tan angostas calles gozaban las moscas sobre el piso al que lanzaban las aguas sucias, especialmente junto a la puerta y el corral de las pensiones y cantinas. Algunas de las cantinas pertenecían a mujeres “que se vendan “y, los días sábados, recibían mestizas de San Pedro y de la capital de la provincia. Los indios las llamaban ch´aran k´ara.
(…) Las radiolas tragamonedas que habían instalado ya en dos cantinas del caserío retumbaban en el bajo techo de calamina y en la callejuela. Tocaban música de moda y huaynos mestizos e indios daban al caserío un ambiente urbano ridículo, pero evidente.”

(J.M. Arguedas. Todas las sangres. Peisa: Lima 2001:129)
En esta cita notamos como lo urbano, en esta novela esta definido como lo moderno, las radiolas, los tragamonedas, pero así también por todo eso que es dañino y está asociado con vicios, sea el alcohol, el sexo, el juego.
Tal como cuando se describe el paisaje limeño, la descripción del campamento minero “de ambiente urbano” no parece ser nada favorecedor, por el contrario parecería irrumpir violentamente en lo que es descrito como pacífico y hermoso.

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Puquio

“El pueblo se ve grande, sobre el cerro, siguiendo la lomada: los techos de teja suben desde la orilla de un riachuelo, donde crecen algunos eucaliptus, hasta la cumbre; en la cumbre se acaban, porque en el filo de la lomada está el jirón Bolívar, donde viven los vecinos principales, y allí los techos son blancos, de calamina. En las faldas del cerro, casi sin calles, entre chacras de cebada, con grandes corrales y patios donde se levantas yaretas y molles frondosos, las casas de los comuneros, los ayllus de Puquio, se ven como pueblo indio. Pueblo indio, sobre la lomada, junto a un riachuelo.”

(J. M. Arguedas, Yawar Fiesta. Lima: Horizonte, 1980: 19)

De esta manera, Arguedas introduce el pueblo de Puquio en la primera página de la obra. La descripción da al lector una idea clara de lo que está a punto de ver en las siguientes páginas, sin embargo es una descripción que está marcada por dos factores: el ambiente rural y la separación de clases.
El contexto es el de uno donde reina la naturaleza y la forma de vida rural. Puquio es identificado desde el inicio con la agricultura y ganadería (chacras, corrales), y con la cercanía a lugares naturales que son importantes para el autor (cerro, riachuelo/agua). La división clasista muestra cómo el paisaje se parte por la adquisición de riquezas, y señala que la sociedad habitante del pueblo se rige por esta jerarquía. El “pueblo indio” se construye bajo la óptica de la separación, y son sus polos opuestos los que fundan la sociedad andina.

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Lima

“¡Llegar a Lima, ver, aunque fuera por un día, el palacio, las tiendas de comercio, los autos que se lanzaban por las calles, los tranvías que hacían temblar el suelo, y después regresar! Esa era la mayor ambición de los lucaninos.”

(J. M. Arguedas, Yawar Fiesta. Lima: Horizonte, 1980: 88)

En la novela Arguedas, presenta Lima juegando en varios planos. Es un referente importante ya que es un lugar que simboliza directamente la modernidad, la tecnología, la concentración de conocimiento y riqueza. La capital es el centro del progreso, en comparación con el mundo animista y rural relacionado con la sierra.

Hay en esta cita no sólo una evidencia de dicho contraste, sino una fascinación por lo diferente que Lima contenía. Es casi como si fuera otro mundo: sale tanto de la cotidianeidad de aquellos que viven fuera de ella, que se vuelve una urgencia verlo en vivo y en directo aunque sea una vez. Cabe mencionar que se juega cierto prestigio en haber conocido el mundo exterior y “civilizado”; Lima era el paradigma de lo que debía ser la nación, y de lo que debían ser los peruanos. Los indios no encajaban en este esquema, de ahí también el sentimiento de extrañeza.

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El huayno

“Al final, hacían callar la orquesta, y con arpa, guitarra, bandurria y canto, prendía la fiesta de ellos; y hasta las avenidas, donde cruzaban los autos de lujo, llegaba el huayno, la voz del charango y de las quenas. El canto de la sierra, en quechua o en castellano, el alma de las quebradas, de la puna y de los ríos, de los montes de retama, de kiswar y de k’eñwa.”

(J. M. Arguedas, Yawar Fiesta. Lima: Horizonte, 1980: 101)

A este trozo de la novela le precede la descripción de la migración desde Lucanas a Lima, facilitada por la construcción de la carretera Nazca-Puquio. Estableciendo una analogía entre las costumbres limeñas, que pretenden ser más cercanas a lo europeo culturalmente y a lo estadounidense materialmente, los migrantes lucaninos traen consigo su riqueza cultural, sin negar otras influencias (se menciona al jazz, el tango y la rumba).

 

La singularidad del huayno es la reivindicación de Arguedas de identificarla con la voz de todo un pueblo; para el autor solamente ella puede transmitir la congoja, la sensibilidad, la ternura contenida en ellos. Y no acaba aquí, a través de huayno y en general de la música, se reconstruye un ambiente similar al de origen. Las quebradas, la puna y los ríos regresan y están próximos otra vez, la naturaleza se siente y se recuerda hondo a través de las evocaciones del huayno. La música es un lugar fundamental, pues sólo ella puede como por arte de magia traer de vuelta aquello que se añora.

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San Pedro, capital de provincia

“El ultimo golpe que sufrió San Pedro, como consecuencia de su ruina, fue la decisión del gobierno de cambiar la capital de la provincia a una más antigua e india población próxima que, durante siglos, fue considerada con desprecio por los opulentos mineros de San Pedro. “
(José María Arguedas, Todas las Sangres, Ediciones PEISA: Lima, 1973:80)
José María Arguedas no piensa que San Pedro y los demás espacios que crea en su narrativa son “islas”, por lo que reconoce en citas como esta la influencia de decisiones externas sobre todo de políticas gubernamentales en la constitución de la actualidad político y social de San Pedro.

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Hacienda ‘La Providencia’

“(…) con gran lucidez las extensas lomas de ‘La Providencia’; las ruinas de los centenares de andenes incaicos que bajaban desde la parte mansa de los cerros hasta el rio; toda una zona de rocas y tierras negras, escarpadas, casi abismales, ahora cubiertas de arbustos que permitían ver, sin embargo, la línea de los antiguos andenes, su altura, su ordenamiento.”

(José María Arguedas, Todas las Sangres, Ediciones PEISA: Lima, 1973:251)

La Hacienda, otro eje fundamental para la sierra peruana, no es solo una construcción contemporánea como espacio de producción. Tal parece recordar Arguedas en esta cita, que la agricultura articula la región desde hace mucho tiempo, haciendo un especial recuerdo en el incanato.

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“La Esmeralda”

“(…) en cambio habrá hecho el trabajo previo que para nosotros sería más violento: liquidar a ese loco fanático del Bruno y a la tropa de hambrientos cholos de San Pedro, que se hacen llamar “caballeros”, “señores”, “viracochas”. Necesitamos el agua del río y la pampa de “La Esmeralda”.”
(J.M. Arguedas. Todas las sangres. Milla Batres: Lima 1980:70)

La pampa de San Pedro era codiciada por su extensión y fertilidad. Empobrecidos los señores y vecinos no pudieron hacer nada frente a la industria y el capitalismo.

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“Moyas”

“Se llamaban “moyas” en esa región del Perú a las tierras de pasto de la zona fría, próxima a los nevados. Los “colonos” fueron arrojados cada vez más arriba, y no solo los siervos sino las comunidades libres.”
(J.M. Arguedas. Todas las sangres. Milla Batres: Lima 1980:32)
Al caer la producción de las minas que poseían de los “señores” de la zona éstos volvieron sus cabezas hacia las tierras de los indios y comuneros buscando en la agricultura su forma de mantenerse económica y socialmente. Las buenas tierras, cerca de las quebradas y valles, fueron usurpadas y en menor medida compradas por los “vecinos” de San Pedro y otros pueblos.

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“Kacharparly pata”

“Don Fermín entró al taller del platero por el patio. Ocupaba una de las últimas casas, hacia el oeste, camino de la costa; el patio era una especie de andén que formaba como el segundo piso de otro más bajo en que concluía el pueblo. Allí, en el bajo, solían despedir a los viajeros, antes de la construcción de la carretera. Los despedían con himnos tristes, especialmente a los reclutas. A ese andén donde se cantaba, siempre entre lágrimas de las mujeres y de los niños, se llama, como en todos los pueblos antiguos, “Kacharparly pata”, campo del desgarramiento.”
(J.M. Arguedas. Todas las sangres. Milla Batres: Lima 1980:43)

“Solían despedir”. Podría sugerir que antes de la construcción de la carretera la gente no dejaba tanto el pueblo, las despedidas eran entonces motivo de reunión de todo el pueblo, era la pérdida de parte de la familia y de la sociedad en su conjunto, por una lucha que no es la suya.

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