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Religión y ritual. El mundo sobrenatural

Autor: Monika Banach

“Kukachay” Awkikunapa makimpim, pallay llikllapa pampampim, willakuy kiputam paskanki; mastasqa qumir rapikim, tukuy willakuyta willakun.

“Mi coquita” Puesta en las manos del sacerdote andino, y sobre la hermosa manta de adornos bordados, descifras el futuro y sucesos, tendida tus verdes hojitas, descubres y descifras secretos.

“Mój listku koki” W rękach andyjskiego kapłana, na pięknym obrusie wyszywanym, odczytujesz przyszłość i zdarzenia, ułożone twe liście zielone, odkrywają i odczytują sekrety.

Juan Perfecto Escajadillo Roca

Resumen

A base de los relatos recogidos, en el trabajo se muestra como los habitantes de Utec comparten cierta visión asociada a los cerros que rodean el pueblo, a la tierra y el agua. Por lo tanto, realizan rituales con el fin de protección, solicitud o oración, realizados tanto en la vida cotidiana como en el tiempo de fiesta. La visión se refleja en los mitos conocidos en el pueblo, cuyos elementos tienen características panandinas. Como la mina es una parte importante de la vida y historia de Utec, también existen ciertos mitos, costumbres y creencias tales como los chinchilicos, asociadas al trabajo de los mineros. En el pueblo se celebran varias fiestas religiosas, entre ellas la fiesta de la Mamacha Asunta, patrona de Utec, cuya historia esta asociada a la hacienda de Viseca, y fiestas costumbristas tales como fiesta del agua o herranza del ganado.

Imagen en la pared de la casa hacienda Viseca

Ilustración 1: Imagen religiosa en las paredes de Viseca

Ilustración 2

Ilustración 2: Imagen religiosa en las paredes de Viseca

Ilustración 3

Ilustración 3: imagen religiosa en las paredes de Viseca

 

 

El mundo de las creencias

La concepción del siguiente trabajo era tratar de recoger, en un tiempo muy corto, la mayor cantidad de expresiones y relatos posibles sobre la imagen del mundo de las creencias, tanto aquellas religiosas como tradicionales, vigentes en la vida “de cada día” y en el tiempo de celebración en la actual comunidad, en el pueblo del Utec. Se encuentra [Leer más …]

Dioses

 

“Tomó la iniciativa Demetrio. Pidió permiso a don Fermín para levantarse; se dirigió a paso lento y solemne junto a la fogata:
– ¡Poderoso Apukintu!… –exclamó en quechua, cerca de las llamaradas bajas que no quemaban mucho.
Don Adrián se arrodilló. La masa de indios de hacienda también se puso de rodillas, cuidándose de no hacer ruido, en la sombra de los corredores.
– Sagrado Pukasira –continuó invocando Rendón, y nombró al poderoso wamani, al dios de los colonos; señor K’oropuna; más sagrado señor Salk’antay…
Pronunciaba los nombres de las lejanas, de las inalcanzables montañas nevadas, dioses de toda la tierra, y esparció con los dedos gotas de aguardiente en el aire.
– Padre nuestro, río Lahuaymarca; dios barranco negro de La Providencia; cascada de plata donde miran su destino los fuertes, los valientes colonos de los Aragón de Peralta; dioses grandes y menos grandes, cerro de Apark’ora también; aquí estamos tus hijos. Vamos a comenzar mañana otro destino. ¡Danos tu aliento, extiende tu sombra a nuestro corazón apacible!”
(Todas las Sangres 2001. p: 121)

 

Era necesario hacer petición a los dioses, sagradamente y ante todos. Porque todos los indios eran sus hijos y porque hasta los señores miraban “su destino” en ellos. Dioses presentes e inalcanzables que dan protección y dan hálito, de cuya voluntad depende la vida. Eran todos lo que eran, siempre grandes, unos más pero todos siempre en la vida de los indios. Era necesario orar para poder trabajar en la mina, en nombre de los cerros de donde vivían los indios, en nombre de los cerros más grandes, de aquel a donde se cree van los indios a trabajar después de morir, de aquel también donde está la mina.

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Apukintu

 

“Tras de la iglesia, el cerro protector del pueblo aparecía rojo, cubierto a mantos por las flores del k’antu…El viejo miró hacia la alta montaña.
– ¡Yo te prefiero, Apukintu! Te han robado flores – dijo.”
(Todas las Sangres 2001. p: 8)
La primera mención de alguno de los cerros, en la primera escena de todo el libro. El viejo se encuentra en el campanario, antes de sorprender a todos los que saldrán de la iglesia. El “gran señor” Aragón de Peralta prefiere al Apukintu, que está detrás; pues sus hijos son para él caínes y parricidas, el cura es anticristo. El viejo se reclama desde una altura que “no es solo de Dios”, desde su altura de caballero, de noble, cuya sangre se encuentra en la fundición y en la materia de las campanas. El viejo anuncia y repica su muerte, su voluntad de entregar todo a los indios, a aquellos que dependían de él, y que eran limpios. El viejo dejará para entregarse. Dicen que se ha vuelto como indio, cree en los cerros, pero no deja de ser señor por Dios y no deja de juzgar en su nombre. Dios se encuentra más alto, el Apukintu detrás; los hombres libres son caínes y anticristos, los indios son hijos de Dios y del Apukintu. El “gran señor” se hace hijo del Apukintu porque los hablan de Dios atentan contra él.
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