por Raquel Alegría
Acola, o mas bien Accola, como reclaman los mayores entre sus comuneros, es un centro poblado pequeño y cercano al pueblo de San Juan.
No llegan muchos visitantes fuera de la temporada de fiestas. Las personas que llegan a Acola son normalmente trabajadores que pasan para trabajar en alguna chacra o construcción, y otras, por motivos diversos o de familia. Una señora residente
en Acola que posee una tiendita nos confirmó esto diciéndonos que en realidad no se vende mucho porque los residentes no compran y los visitantes son pocos, “a veces unas cervecitas los trabajadores consumen, nada más”. Es por esto que Acola puede constituirse más bien como un destino casual y no planeado para los visitantes esporádicos.
En nuestra estadía pudimos conocer a dos estudiantes del Pedagógico de Puquio, un joven y una joven, que realizaban sus prácticas en el Colegio secundario técnico en San Juan, y se hospedaban donde unos conocidos en Acola. Luego también conocimos a dos hermanos hijos de la señora Isabel Rodríguez de Lozada, a su vez hija de comuneros. Ella había vivido hasta los 7 años en Acola y luego se muda a Lima, donde estudia y se casa. Sin embargo sigue manteniendo algunas tierras heredadas de sus padres, en las cuales cultiva o extrae madera. En la temporada de cultivo de este año la señora Isabel llegó con sus 2 hijos, Adriana y Guillermo. Ella trabajando en la municipalidad de San Juan y Guillermo ayudando a su madre.
Como vemos, los visitante de Acola son en su mayoría personas con algún tipo de relación con sus habitantes, o conocen gente o son migrantes de retorno que vienen a trabajar o a participar en alguna celebración.
La gente en Acola nos recibió con muy buen ánimo, muy atentos y hospitalarios. He notado que el ser hospitalario es un deber del que es visitado. Es un acto de reciprocidad, pues se espera ser tratado igual al estar ellos de visita en cualquier lugar. Es una forma de establecer redes. Sin embargo también se espera cierto comportamiento de parte de los foráneos, como que saluden debidamente, que se presenten, que comenten el por qué de su visita, etc. Por otra parte, en relación a lo económico, se ve en el visitante un posible consumidor de productos y un agente importante que incentive la llegada de más visitantes más que nada durante las celebraciones.
Me parece de todos modos necesario comentar que aunque la hospitalidad de los acolinos es inmensa, no necesariamente indica una aceptación o un querer que lleguen cada vez más visitantes y cada vez más variados. Por un lado, porque pueden desviar las actividades dirigidas hacia problemas mayores (el agua y las tierras), dada la organización que se necesitaría para recibir a grandes números de visitantes, y por otro lado porque pueden ser fuente de incomodidades y malentendidos. Una señora comentando acerca de otra cosa nos dio una buena pista: “Ahí hay plata (indicando un pueblo). No, acá no hay gente millonaria, acá hay gente buena”. Me parece un punto como para reflexionar. A diferencia de la ciudad, en poblados pequeños la gente se conoce, sabe de la vida de los demás; conocer a la gente, incluido a los que visitan permiten conocer también sus intenciones y calificarlos como buena gente o no.
Se espera de los visitantes un sincero interés y respeto a sus fiestas, costumbres y tradiciones, así como una reciprocidad en el trato. Pues durante nuestras visitas a Acola, cuando conversábamos con las señoras o algunos jóvenes, también se interesan por la “cultura” del visitante, que hacen donde vive, que piensa sobre la situación actual; el conocimiento y el compartir experiencias es una actividad enriquecedora y se aprecia mucho.