“Al final, hacían callar la orquesta, y con arpa, guitarra, bandurria y canto, prendía la fiesta de ellos; y hasta las avenidas, donde cruzaban los autos de lujo, llegaba el huayno, la voz del charango y de las quenas. El canto de la sierra, en quechua o en castellano, el alma de las quebradas, de la puna y de los ríos, de los montes de retama, de kiswar y de k’eñwa.”
(J. M. Arguedas, Yawar Fiesta. Lima: Horizonte, 1980: 101)
A este trozo de la novela le precede la descripción de la migración desde Lucanas a Lima, facilitada por la construcción de la carretera Nazca-Puquio. Estableciendo una analogía entre las costumbres limeñas, que pretenden ser más cercanas a lo europeo culturalmente y a lo estadounidense materialmente, los migrantes lucaninos traen consigo su riqueza cultural, sin negar otras influencias (se menciona al jazz, el tango y la rumba).
La singularidad del huayno es la reivindicación de Arguedas de identificarla con la voz de todo un pueblo; para el autor solamente ella puede transmitir la congoja, la sensibilidad, la ternura contenida en ellos. Y no acaba aquí, a través de huayno y en general de la música, se reconstruye un ambiente similar al de origen. Las quebradas, la puna y los ríos regresan y están próximos otra vez, la naturaleza se siente y se recuerda hondo a través de las evocaciones del huayno. La música es un lugar fundamental, pues sólo ella puede como por arte de magia traer de vuelta aquello que se añora.
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