Archivo de la categoría: 09.1 Los Lugares de José María Arguedas

Presenta fichas sobre ‘lugares’ o espacios simbólicos consignados en la obra poética y antropológica del escritor que pudieron haber sido inspirados por la infancia del autor en San Juan de Lucanas.

Paisaje

“Contempló, entonces, el paisaje como si la compañía tan reverente de los comuneros le infundiera un sentimiento nuevo, un modo diferente de apreciar el aspecto tumultuoso y silente de ese mundo; la faz desnuda del oscuro Pukasira en cuya cima nevaba y especialmente en sus paredes de roca, parecía que latía el eco de sus palpitaciones, del ritmo con que corría su sangre.”
(José María Arguedas, Todas las Sangres, Ediciones PEISA: Lima, 1973:212)
La descripción del paisaje es sin duda una forma reconocerse dentro de los lugares narrativos de Arguedas. Sobretodo en Todas Las Sangres, es importante ubicar la belleza e importancia del paisaje, pero más que ello el autor decide resaltar un elemento característico del paisaje serrano: la montaña, el cerro, finalmente el Apu

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Dioses

 

“Tomó la iniciativa Demetrio. Pidió permiso a don Fermín para levantarse; se dirigió a paso lento y solemne junto a la fogata:
– ¡Poderoso Apukintu!… –exclamó en quechua, cerca de las llamaradas bajas que no quemaban mucho.
Don Adrián se arrodilló. La masa de indios de hacienda también se puso de rodillas, cuidándose de no hacer ruido, en la sombra de los corredores.
– Sagrado Pukasira –continuó invocando Rendón, y nombró al poderoso wamani, al dios de los colonos; señor K’oropuna; más sagrado señor Salk’antay…
Pronunciaba los nombres de las lejanas, de las inalcanzables montañas nevadas, dioses de toda la tierra, y esparció con los dedos gotas de aguardiente en el aire.
– Padre nuestro, río Lahuaymarca; dios barranco negro de La Providencia; cascada de plata donde miran su destino los fuertes, los valientes colonos de los Aragón de Peralta; dioses grandes y menos grandes, cerro de Apark’ora también; aquí estamos tus hijos. Vamos a comenzar mañana otro destino. ¡Danos tu aliento, extiende tu sombra a nuestro corazón apacible!”
(Todas las Sangres 2001. p: 121)

 

Era necesario hacer petición a los dioses, sagradamente y ante todos. Porque todos los indios eran sus hijos y porque hasta los señores miraban “su destino” en ellos. Dioses presentes e inalcanzables que dan protección y dan hálito, de cuya voluntad depende la vida. Eran todos lo que eran, siempre grandes, unos más pero todos siempre en la vida de los indios. Era necesario orar para poder trabajar en la mina, en nombre de los cerros de donde vivían los indios, en nombre de los cerros más grandes, de aquel a donde se cree van los indios a trabajar después de morir, de aquel también donde está la mina.

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Apukintu

 

“Tras de la iglesia, el cerro protector del pueblo aparecía rojo, cubierto a mantos por las flores del k’antu…El viejo miró hacia la alta montaña.
– ¡Yo te prefiero, Apukintu! Te han robado flores – dijo.”
(Todas las Sangres 2001. p: 8)
La primera mención de alguno de los cerros, en la primera escena de todo el libro. El viejo se encuentra en el campanario, antes de sorprender a todos los que saldrán de la iglesia. El “gran señor” Aragón de Peralta prefiere al Apukintu, que está detrás; pues sus hijos son para él caínes y parricidas, el cura es anticristo. El viejo se reclama desde una altura que “no es solo de Dios”, desde su altura de caballero, de noble, cuya sangre se encuentra en la fundición y en la materia de las campanas. El viejo anuncia y repica su muerte, su voluntad de entregar todo a los indios, a aquellos que dependían de él, y que eran limpios. El viejo dejará para entregarse. Dicen que se ha vuelto como indio, cree en los cerros, pero no deja de ser señor por Dios y no deja de juzgar en su nombre. Dios se encuentra más alto, el Apukintu detrás; los hombres libres son caínes y anticristos, los indios son hijos de Dios y del Apukintu. El “gran señor” se hace hijo del Apukintu porque los hablan de Dios atentan contra él.
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Luz en Puquio

“Por la noche, en el corredor de la municipalidad, alumbraba una lámpara de gasolina. Los faroles de las esquinas de la plaza apenas aclaraban el blanqueo de las paredes; la gente se veía, en esa luz, como sombras. Los faroles de kerosene aumentaban la oscuridad en el centro de la plaza. La luz del municipio pasaba por alto, como saliendo por una ventana, llegaba a la torre y a la cumbre de la iglesia; la cruz de acero de la iglesia se veía claro, el trapo blanco que colgaba de uno de sus brazos temblaba con el viento.”


(J. M. Arguedas, Yawar Fiesta. Lima: Horizonte, 1980: 71)

La luz es más que un espacio, un lugar común para describir la atmósfera de la narrativa. Lo que hace en este extracto la luz, es alumbrar la plaza pero oscurecer a las personas: se está concentrando la descripción en el entorno a los habitantes del pueblo, los cuales pasan cual fantasmas anónimos.

Otro punto que sobresale es el de la Iglesia; pareciera que Arguedas nos estuviera indicando que en la noche, esta luz artificial se dirige a los lugares significativos del pueblo: el espacio comunal y el espacio religioso. La cruz que se ve clara a la vez tiembla, da la impresión de ser frágil, inestable. Bajo ella pasan los indios, los mistis, todos por igual. Todos bajo la misma luz que los ilumina y al mismo tiempo, los esconde.
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Cerro y molino

“Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que correteaban en las laderas del Chawala. Los eucaliptos de la huerta sonaban con ruido largo e intenso; sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino, subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del Chawala: el cerro, medio negro, recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches claras conversaban siempre dando las espaldas al cerro”.

(J. M. Arguedas, Warma kuyay, en: Breve Antología didáctica. Lima: Horizonte, 2005:33)

Casi siempre Arguedas menciona en sus obras que las casas, molinos y paredes parecieran moverse, sobretodo en las noches, en las que los sentidos se agudizan para percibir hasta la sonoridad de las plantas. Como si el mundo fuera distinto de día y de noche: un molino, que de día es espacio de luz y de trabajo para el sustento, en la noche adquiere movimiento y conduce, como las tantas otras paredes y casas, a la presencia imponente del cerro o apu, un personaje principal en la narrativa de Arguedas. Éste infunde temor y respeto pues es una divinidad cargada de misterio.
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Los seres de los cerros

“Ya se patrón. Conozco al indio. Voy a inventar que en la mina hay un amaru grande que come indios
– ¿Amaru?
– Si patrón, culebra grueso como el cuerpo de un toro padrillo, largo que no se llena con diez hombres. Voy a decir que es hijo del cerro, del Apark´ora que no quiere que saquen su mineral (…)”

(José María Arguedas, Todas las Sangres. Lima: PEISA, 2001:116)

Como ya se ha mencionado con anterioridad existencia de elementos animados esta muy presente en la obra de Arguedas, sin embargo, muchas veces parece ser un recurso literario (no imaginario) que pretende resaltar la conexión y relación horizontal con la naturaleza.
En esta cita vemos otro tipo de ser animado, el Amaru, hijo del cerro Apark´ora. Esta es la creación del cerro para defender sus intereses, como podemos ver este se comporta como ser humano y tiene entendimiento como cualquiera, sin embargo no es como los dioses o imágenes cristianas: genéricamente buenas. Estas son capaces de hacer daño si es que es necesario.
Arguedas, introduce entonces a su relato diferentes voces que le dan ambiente a la historia de este modo estos seres sobrenaturales del panteón andino no podían quedar de lado, los pagos a la tierra, las ceremonias a los wamanis, así como la organización de las comunidades andinas, entre otros, se acercan al lector, a través de la creación literaria. Los cerros aquí son seres que generan respeto, la intrusión como lo es la exploración minera, se ve como una posible ofensa, por lo que la figura del Amaru es algo para temer y tener cuidado.

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Puna

“En otros tiempos, todos los cerros y todas las pampas de la puna fueron de los comuneros. (…) La puna grande era para todos. No había potreros con cercos de piedra, ni de alambre. La puna grande no tenía dueño. Los indios vivían libremente en cualquier parte: en las cuevas de los rocales, los cerros, cerca de los manantiales. Los mistis subían a la puna de vez en vez, a cazar vicuñas o a comprar carne en las estancias de los indios. (…) De verdad la puna era de los indios; la puna, con sus animales, con sus pastos, con sus vientos fríos y sus aguaceros. Los mistis le tenían miedo a la puna, y dejaban allí vivir a los indios.
– Para esos salvajes está bien la puna – decían”

(J. M. Arguedas, Yawar Fiesta. Lima: Horizonte, 1980:30)

La puna es un lugar encontrado a lo largo de la producción literaria de Arguedas, pero en este caso específico parece representar una suerte de terreno para la utopía. Es allí donde “los indios vivían libremente”: antes de la propiedad privada y de la explotación del gamonalismo, existe una etapa indiferenciada donde todos aprovechan por igual de la tierra y de los recursos naturales.

Es paradójico que se señale a los mistis como contenedores de un discurso peyorativo hacia los “indios” según Arguedas, cuando al afirmar que ellos tenían miedo a la puna también se los está considerando como incapaces de dominarla. Los comuneros aparentemente vivían en paz y en armonía, es en el momento de la intervención activa de los mistis en espacios que no le corresponden dentro del imaginario cultural que se rompe el tenue balance.

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La naturaleza

“Al mediodía, durante los meses de invierno, el sol encendía las quebradas y las pampas. Las piedras de los campos, las piedras porosas o rajadas y la que tuvieron yerbas en el tiempo de lluvias, quedan como atontadas; el viento carga los tallos secos, los arranca y desparrama. Las piedras lustrosas de los ríos brillan, despiden a distancia el fuego del sol. En el mundo así quemado, las manchas de flor de k’antu aparecen como el pozo o lago de sangre del que hablan los himnos de las corridas de toros…”
(J.M. Arguedas,Todas las sangres. Lima: PEISA, 2001:19)
Arguedas siempre pinta los escenarios naturales en sus narraciones. Su manera de describir aún las texturas de las piedras nos hace pensar que los elementos de la naturaleza en sus narraciones son algo más que paisajes o escenarios donde ocurren los eventos. Son, en resonancia con la cosmovisión andina, acontecimientos en sí mismos y espacios para la contemplación de la belleza, del espanto y la serenidad, de la divinidad y la humanidad.

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Preparativos

Por Cecilia Rivera
A continuación una muy breve explicación de la razón por la que se irán subiendo en este espacio citas comentadas de las obra literaria de José María Arguedas.

José María Arguedas es uno de los más importantes pensadores o intérprete de la sociedad peruana del siglo XX. Se desempeñó como narrador, antropólogo, educador y funcionario público, desarrollando trabajos pioneros en todos estos campos.

Años fundamentales de su infancia transcurrieron en las comunidades de San Juan de Lucanas. Los habitantes del pueblo de San Juan, la hacienda Viseca, las comunidades de Utec y de Acola que compartieron con él sus mundo social, cultural y su paisaje marcaron una experiencia cuya huella se puede, en cierta forma, reconocer en los cuentos y novelas del narrador.

El grupo de estudiantes del curso Práctica de Campo 1 que viajaran conmigo a San Juan hicieron el camino inverso. Aun sin conocer San Juan, los estudiantes leyeron novelas y cuentos; y eligieron en estas narraciones aquellos lugares, sobre todo espacios físicos, que les parecieron notorios y cargados de significados, y los comentaron. De este modo nuestro primer acercamiento a las comunidades de San Juan de Lucanas de hoy es la obra de ficción argüediana inspirada, en parte, en la experiencia de haber vivido allí a comienzos del siglo XX.

No sabemos todavía si los lugares de las citas elegidas se encuentran en San Juan, Utec, Acola o en Viseca; ni si traen las historias argüedianas a la memoria de sus actuales moradores.

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