Comparación Incómoda

Esta comparación puede resultar un poco extraña pero un amigo me dijo una vez, mientras almorzábamos un ceviche, que los mariscos y demás productos marinos que no son peces, como los langostinos, machas, caracoles, cangrejos, choros, ostiones, muy muys, etc; eran como los insectos del fondo marino y que por lo tanto al consumir un ceviche con estos animalitos fritos o nadando en leche de tigre, estamos comiendo insectos, pero del mar: “Es como si te comieras una cucaracha o un grillo, pero del mar”.

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“Mozo, la cuenta!”. Leer más

Puerto Pizarro: Lugar no propicio para el amor, al menos para parejas que no sepan nadar

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Puesta de sol en Puerto Pizarro

Al igual que las moscas cuando son atraídas por el olor de plantas carnívoras o de algunos animales que gustarían tragar sapos de colores llamativos a pesar de que son concientes de su peligrosidad, las playas de Puerto Pizarro son un lugar no propicio para las parejas de enamorados o esposos que quieren pasar una tarde solos completamente aislados de la civilización o cualquier vestigio de ella. Su belleza encantadora hipnotiza y deja de lado cualquier precaución de algunos calenturientos visitantes.

Sin embargo, como dije, este lugar es una trampa segura para los amantes que, bajo una sensual puesta de sol, se dicen todo lo que no pueden decir cuando estan vestidos sin saber lo que vendrá más adelante. En fin, las trampas estan en todo lugar y en todas las formas. La historia del tramposo con la trampa siempre tiene un final que será conocido tarde o temprano por todos..en este caso será conocido muy pronto:

Cuentan que una pareja se fue a Puerto Pizarro, plenos de alegría, celebrando los días de soledad del amante cuya mujer viajó a la capital para ver algunos asuntos familiares. La chica, quien aún no llegaba a los 20, vió en este fin de semana la oportunidad de pasar un tiempo con ese curita travieso que gustaba de visitar capillas, este sábado, ella era una de ellas. Llegaron por la Panamericana, voltearon a la izquierda y llegaron al puerto. 09:00 hrs, turistas nacionales e internacionales se juntaban con algunos lugareños en una fila para abordar los botes que los llevarían a las playas del puerto que estaban 10 minutos hacia adentro. Vendedores del lugar ofrecían”bolos”, sombrillas, toallas y bolsas de mango verde con sal a los visitantes. “Ahí tiene a un sol, lleve, lleve nomás, a un sol la bolsita de ciruelas con sal”.

Agua, olor a pescado fresco, rostros pringosos cual panes recien horneados; calor mañanero a 28ºC. El sol se estampa en el rostro y calvas de algunos. Todos calurosos, sudando, esperando. El primer bote parte dejando escuchar un moderno motor marca “Honda”. Se aleja. Una estela queda marcada hasta que se escucha: “¡Segundo Bote!”. La ocasional pareja sube, ella con miedo de caer al agua, él la ayuda para que no pierda el equilibrio, se sientan juntos, beso, sonrisas. El bote cruza las aguas de la reserva y los lleva a una gran isla con algunas lomas altas rodeadas de vegetación y manglares más abajo. El guía menciona que el agua es salada y dulce, la pareja comenta esto y rien. No logran escuchar la última recomendación dada por el guía. Algunas garzas volaban a lo lejos.

Llegan, desembarcan y el bote promete llegar a las 18:00 hrs. Hay una cevichería más allá pero hay que ir en bote. La isla es extensa y el agua casi llega a cubrirles la mitad de los pies. Nada profunda. Sintieron que podían caminar sin necesidad de utilizar un bote. Caminaron hacia la cevichería y luego de consumir un delicioso ceviche fresco con ají y conchas negras había llegado la hora del descanso. Sentados en la estancia, abrazados, mirando las lejanas olas que se juntaban con el agua dulce a lo lejos. El día corría, el viento fresco y las caricias elevaban la temperatura de los amantes. Decidieron dejar el lugar y entregarse a la naturaleza sin conciencia ni temores. Grave error.

Luego de sumergirse en las aguas y nadar cual peces antropomorfos, disfrutaron de la refrescante sombra de un extraño árbol del lugar, el tiempo pasaba y “lo que tuvo que pasar pasó”. Caricias, besos y promesas se mezclaron y se derritieron cual caramelo caliente en un sartén. “Yo te amo, yo tampoco”, “Me siento feliz ahorita contigo”, “Amor de lejos”,etc. Melosos y viscosos se entregaron a un sueño plácido y sin preocupaciones, mientras el sol bajaba en su trayectoria con dirección al océano pacífico.

Pasadas algunas horas, una pequeña sensación de humedad en sus pies los despertó. Cuando se levantaron, todo lo que habían visto unas horas antes había desaparecido bajo las aguas de la marea de la tarde. Eran las 17:00 hrs. y la imagen de ellos era la de una pareja abrazada en una isla desierta sin luz ni algo para que, por lo menos, pudieran hacer una señal para que sean encontrados a lo lejos. Temerosos comenzaron a gritar, ella lloraba y con sus sollozos se desesperaba cada vez más el ocasional galán.

Pidieron auxilio en voz alta pero nada. Fue cuando empezaron a sentir el agua a la altura de sus tobillos que gritaron de verdad. Ella seguía llorando desesperada mientras el agua continuaba subiendo. Sólo pasaron 15 minutos y el agua les llegaba a los muslos. Desesperados imaginaron su final. Alucinaron las principales noticias de la prensa local: “Mueren ahogados por tramposos”. Ya veían sus nombres apareciendo en las líneas de la crónica policial en las investigaciones del caso y todo tipo de comentarios en sus respectivos funerales. Finalmente, se insultaron, se callaron mútuamente y se dijeron de todo. Inmediatamente después de esto, escucharon a lo lejos el motor “Honda” de un bote cuyo “capitán” gritaba: “¿Hey!, Dónde están?”.

“Aquí, Aquí, Ayuda por favor!”. El dueño del bote les gritó y les dijo que el guía le había advertido a todos que no se alejaran de la playa porque la marea sube y atrapa a la gente ahogándola y llevándosela con la corriente. Al parecer, este pata era guía también. “Han tenido suerte Shh..” dijo, el conductor de la lancha como queriendo cobrar alguito más por el rescate. Lo justo ¿no?. Al final, pagaron por el rescate. Él retornó a su casa para luego llamar por teléfono a sus amigos y contarles lo que le había sucedido. Reunió a todos al día siguiente, después del trabajo (era lunes) los llevó al chicherillo y dijo: “A que no me van a creer lo que me pasó ayer con la Julita”. La historia de los amantes también se divulgó por Puerto Pizarro, más temprano que tarde, gracias al dueño del bote.

Post: Él regresó con su mujer, un beso y un abrazo y a seguir viviendo la vida, pasó un tiempo y retornaron a Trujillo. Julita regresó a Piura y tiempo después fue raptada por un pretendiente que la quería de verdad. Dicen que ahora vive feliz en Morropón tejiendo telas y modelando cerámica; lejos de puertos, mangles y relaciones prohibidas. Leer más

Megalómanos

Se me vienen a la mente los conceptos de “ideal” y “competencia” como dos cuestiones intimamente relacionadas. ¿Lo ideal es bueno o malo?, ¿la competencia exitosa por un ideal lleva finalmente a la megalomanía? ¿qué cosa ensalza nuestra cultura? ¿somos libres de decidir? ¿son nuestras aspiraciones logradas el fruto de nuestra libertad? ¿que viva el relativismo cultural? ¿hay tantas morales como seres humanos en la tierra? ¿vamos directo a una nueva era despojada de privacidad?. Todo me lleva al concepto de competitividad y sus implicancias dentro de nuestra cultura que da pase libre a la creación de “monstruos controlados por otros monstruos más grandes”.

Considero que la competitividad es la causa de la corrupción, crímenes y barbaridades. Deberíamos prepararnos en el amor, en la real excelencia. Hoy, por nuestra cultura, se justifica la excelencia economica y se aceptan crímenes contra los derechos de los demás con tal de que triunfen el mercado y el dinero. Es pues, la creación de un mundo de megalómanos mosntruosos que buscan primar en la tierra. Una pena.

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Fauna Ambulante: El Papero

No hay colegio en el Perú (estatal o privado) que no tenga sus vendedores ambulantes ubicados en el exterior del local esperando, deseosos, la llegada de la turba estudiantil a la hora de la salida. Donde yo estudié, existía todo tipo de ambulantes quienes vendían figuritas, chucherías y hasta comida al paso. Había de todo para todos los gustos y estratos sociales. En el caso de mi ex colegio teníamos mas venta de comida que otra cosa y entre la fauna ambulante podíamos ubicar al cevichero, el naranjero y su máquina para pelar naranjas creada (según él) por un alemán que estaba loco, al señor que vendía fruta verde con sal, y al infame papero.

El papero: aquél personaje que, parado junto a una gran canasta (obviamente repleta de papas rellenas), recibía con mucho gusto los cincuenta céntimos que costaba cada uno de sus aceitosos pero deliciosos productos. Los alumnos siempre le compraban ese brillante manjar al paso de manera religiosa; el papero, solícito, procuraba perfeccionar su técnica de servido: 1/4 de papel bulky, papa rellena, cucharita, quirúrgica incisión en medio de la papa, abrirla y colocarle la cebolla con ají rojo dentro de ella, “servido jóven”. Y si querías, por sólo cincuenta céntimos más, tu vaso de jugo de maracuyá heladito para pasar la papa y soportar el intenso calor.

Papero-Estudiante: relación que iba más allá del simple intercambio dado en función de la lógica del mercado. Esta era una relación mútua a través de la cual existía la confianza de adquirir un producto, consumirlo y vivir para contarlo. Personalmente, las condiciones de higiene en Tumbes no eran lo máximo en relación con el agua, sin embargo, estas papas rellenas sirvieron para adiestrar mi estómago a las siguientes pruebas culinarias que me depararía este oasis del norte en mis siguientes años.

Todo iba bien con el papero durante 3 años; sin embargo, un día de esos, en que uno mira más de lo debido, noté que el papero sudaba mucho por causa del inclemente sol norteño. Era la hora de salida y el papero, pringoso y sudoroso, sudaba profusamente y nisiquiera la gorrita blanca que llevaba puesta podía ayudarlo para evitar el baño de sudor que se le venía cuando atendía a decenas de estudiantes que tenían ganas de tragar lo que sea a esa hora. Unos compraban fruta verde, generalmente mango o ciruelas, con una pizca de sal encima dentro de bolsas de marcianos cerradas por un artesanal nudo. Otros compraban ceviche, pero como yo no tenía una fe incólume con las cuestiones sanitarias del lugar (menos del vendedor), nunca me animé a comer pescado recalentado por el sol y con limón para rematar.

Como mencioné, un día se me cayó la poca fe que tenía en el papero cuando vi su frente sudando profusamente, fue un momento acíago en el que no sé como pude mirar y darme cuenta de que pasaba sus dedos índice y medio, juntos, sobre su frente para, a modo de limpiaparabrisas, acumularlas y a a guisa de latigazo lanzarla contra el balde de jugo de maracuyá. Puaj!

En ese momento, cual castillo de naipes, cayó mi fe en el papero. Todos esos años tomando jugo de maracuyá con sudor. Centrar mi pensamiento en su sudor, mezclado con el néctar de fruta, hizo que se me viniera el gato en one. Sentí sonidos de regurgitación en mi estómago. Hubiera vomitado en ese momento, pero me abstuve de hacerlo respirando mucho y tratando de pensar en algo bonito ese día. Le conté a mi mejor amigo lo sucedido, pero me dijo que yo estaba inventando y no me creyó. La reputación del papero era fuerte y mi opinión respecto a sus dudosas prácticas relacionadas con la higiene no podían ser tomadas en cuenta. Como nadie me creyó en el bus, dejé que todos siguieran tomando ese refrescante jugo con ADN ajeno.

Hoy, si me estoy muriendo de sed trato de comprar algo envasado. Esta mal porque todo lo envasado no es ecológico y tal vez esa sea mi única debilidad en mi nanométrico aporte en favor de la naturaleza. El papero fue un personaje simpático y bonachón, pero tal vez alguien debió decirle que echarle sal de esa manera a su mercadería no era lo mejor.

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El Tibet y Cachemira: Esos candados estratégicos

Es interesante observar el destino que le ha tocado vivir a las zonas que se ubican entre países tan cercanos pero con distintas concepciones culturales e ideológicas. Los casos del Tíbet y Cachemira en Asia son un ejemplo de tal situación.

Como sabemos, los principales países que tienen la batuta en el continente asiático son la India y China. Ambos superpoblados e industrializados poseen las economías emergentes más fuertes del mundo y fácilmente podrían expandirse económicamente a todo el mundo instaurando un nuevo orden mundial. Sin embargo, no deseo pecar de pitoniso improvisado y mas bien centrarme en el tema.

Entonces, es conocida la animadversión que existe entre la India y China en diversos aspectos, pero específicamente por el tema del Tíbet. Luego de la Revolución Cultural China liderada por Mao, el ejército popular arrasó con la población de la región del Tibet para posteriormente bautizar la región como Xixang y poblarla con la llegada en masa de gente perteneciente a la étnia Han. La misma situación se ha dado con la población de Uigures quienes son de religión musulmana, lengua de origen túrquico y alfabeto árabe (ligados al turkestán oriental) y que se ubican en la problemática zona de Xinjiang. Es público el sentimiento que existe entre la China y todas las regiones que se encuentran bajo su poder; como dicen, el que mucho abarca poco aprieta y en este caso China aprieta con las justas. Así, la cuestión tibetana ha traído tantos dolores de cabeza para el gobierno chino que inclusive ellos han nombrado a su propia reencarnación del próximo Dalai Lama en desmedro de cualquier jovencito que se atreva a decir que en su vida pasada fue la máxima expresión de la autoridad tibetana. Entonces, hay dos niños reencarnados, uno original y el otro creado por el gobierno chino. Este problema ligado a la intolerancia china respecto de otras religiones generó que se llevara a cabo el exilio del gobierno tibetano al palacio de Dharamsala al noreste de la India. Las fricciones entre ambos paises no han llegado a una escalada de guerra gracias a la existencia de regiones “colchón” como el Tíbet y Cachemira.

Luego de la independencia de la India, los musulmanes que habitaban en la colonia durante el dominio británico pugnaron por escindirse y vivir en una nación propia. Luego de una cruenta guerra civil nació Pakistán pero quedó una región en disputa llamada Cachemira que ha servido de justificación para mantener el equilibrio de poderes en la región asiática. La región se encuentra actualmente dividida entre India, Pakistán y China, y es actualmente uno de los puntos de disputas internacionales más importante de la región. Pakistán controla la región noroccidental (Azad Kashmir), India controla los sectores central y meridional de la región (Jammu y Cachemira), mientras que China ocupa la región nororiental (Aksai Chin).

Si China no tolera al Gobierno de la India que protege bajo su cuidado al Dalai Lama, La India no tolera esa incómoda alianza entre Pakistán y China que la encierran en un peligroso cerco geopolitico y estratégico. Sin embargo, Rusia entra al ruedo y al aliarse con la India, mantiene una alianza estratégica que cierra al gobierno comunista y sus aspiraciones expansionistas territoriales. A pesar de los programas de ayuda económica, convenios de apoyo tecnológico y demás acciones de integración entre estos países; es evidente que se dan en función de mantener la división entre estos 4 aliados por una conveniencia estratégica que pinta de cuerpo entero la frase “divide y vencerás”. Ahora, cabría preguntarse ¿quién es el elemento divisor?. Interesante ¿no?

De este modo, quedan estáticas las aspiraciones expansionistas de estos dos países gracias a dos actores internacionales que fungen de candado estratégico que dudo mucho se pueda abrir salvo que “ése que tiene las llaves del mundo” la abra. Imagino una región asiática integrada y tiemblo. Leer más

El Acompañante: con cinco chicas a mi lado PARTE II

Ni bien pasó el sujeto con cuchillo, otro indeseable pasó por nuestro lado y se escondió detrás de una de las chichonas para luego sacar una reluciente arma de fuego automática que haría gritar a todas las que lo vieron. Parecía un coro de locas y ya me estaban pasando su desesperación. Luego de pensar dije algo que nos salvó la vida esa noche: “CORRAN!”.

Huímos como locos, buscando un escondite a prueba de rocas. Yo corría con dos chicas colgadas en mi brazo derecho y tres que me jalaban el brazo izquierdo. Todo un ganador y con 5 hembras al costado, Gua!. Creo que hasta ahora no he superado esta proeza. Todas me agarraban (Ok, por miedo) y su nerviosismo se notaba en sus punzantes uñas que ya estaban clavadas en mis extremidades. Con tanta tensión en el ambiente no sentía nada, sólo queríamos salir de ahí rápido.

Paró un mototaxi y tres de ellas me soltaron. Que decepción. Se subieron y a los que quedamos nos gritaron “Concordia!”, “Concordia!” (existe un paseo denominado “La Concordia”), pasó otra moto, la detuvimos y le gritamos “Concordia!”. El mototaxi dudó en pasar por donde estaba la bronca, obviamente no lo iba a hacer, y tomó la peor ruta que puede tomar cualquier motorizado: Un camino de tierra no asfaltado. La hermana que más me gustaba estaba a mi lado y las imperfecciones del camino generaban mi deleite cuando, de reojo, miraba al costado un sensacional efecto de la física: Boing, Boing!

Llegamos a “La Concordia” y decidimos cenar algo por ahí. Con cinco chicas al costado, más calmado y sonriente, les dije que contaran lo que pasó por su mente durante lo ocurrido. Todas pensaron que les iba a caer una roca en la cabeza pero que gracias a mi, que les dije que se agacharan, no les pasó nada (aunque en verdad les dije que se agacharan para ver las “lolas” de la hermana más dotada). Esa noche de fuertes emociones la pasé con cinco mujeres y todas sudaron conmigo y me dieron las gracias a su manera (luego fuimos a un bar y todas me bailaron como odaliscas). Por supuesto que yo tenía impresa en la cara una gran sonrisa de ganador. Bien hecho!. Al día siguiente y como consecuencia de aquella acelerada noche, me desperté con arañazos en los brazos y los hombros.
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El Acompañante: con cinco chicas a mi lado – PARTE I

Antes cuando veía a un hombre rodeado de muchas chicas, cruzaban por mi mente dos posibilidades: O es cabro o es medio cabro. Pensando en como pude realizar aquella intolerante apreciación, el cerebro se me convierte en un Budín y hoy le otorgo el beneficio de la duda al “brother”, es decir, está acompañándolas “circunstancialmente”; así como me sucedió hace mucho tiempo.

Eran mis últimos días en Tumbes y estábamos de vacaciones. Las cosas por la casa estaban aburridas y quería salir con la gente que conocía a algún lugar para botar la rigidéz y el marasmo muscular que me causaba el estar echado con la panza al aire en la puerta de mi casa sobre una sábana blanca y con un viento cálido soplándome gentilmente las pelotas.

Mi mejor amigo y yo habíamos quedado en salir con dos amigas que eran hermanas. ellas habían planeado ir a una fiesta en la única discoteca del lugar esa noche y nosotros estábamos invitados. Yo, que casi nunca salía de mi casa, sino a jugar fulbito, quería respirar aire nuevo. Quedamos en encontarnos con las damas en el Paseo de Los Libertadores para después ir a la discoteca a bailar. Íbamos a ser 2 parejas, es decir 4 personas en total; esa fue la apreciación previsora de las cosas que tuve ese día; sin embargo, a mi amigo lo castigaron por responderle a su todopoderoso padre (limpia patio y barre tu cuarto! + ya me voy papá, no puedo = TU NO SALES HOY #%&$*DA!).

En ese tiempo aún no habían llegado los celulares al país y todo acuerdo debía realizarse con horas de anticipación. No existía la hoy tan mentada “comunicación inmediata e ilimitada”.

Caballero nomás, iré yo solo y estaré con dos chicas, cada una cogida de cada brazo. Me sentía bien, las hermanas con las que iba a salir eran conocidas en la ciudad por sus enormes pechos. Pasaban muy advertidos, y ellas “como hacía calor” las sacaban a pasear en tiritas para que se refresquen un rato. Qué chévere!.

Llegué a la hora pactada (9:00 p.m.) y se aparecieron las 2 hermanas y una amiga más. Difícilmente reconocí a la tercera y la saludé preguntándome dónde michi la había visto antes. Bueno, no importaba, la tercera presencia iba a suplir a mi testarudo amigo y ello podría facilitar que yo baile y me tome mis tragos con la mejor equipada del grupo.

– “Bueno, ¿ya nos vamos?” – pregunté con un aire seguro y seductor.
– “Estamos esperando a Liz y a Maria” – me dijeron mis superpoderosas acompañantes.
– “¡Ah! ¿hay más?” – repliqué yo sorprendido.

Pasaron 5 minutos y aparecieron 2 chicas más a quienes nunca había visto, pero estudiaban con las “powergirls”. Volví a preguntar si ya podíamos irnos y todas al unísono dijeron que sí. Estaba rodeado de cinco chicas, todas guapas y llamativas. Me disculparán, pero en esa situación y a los 16 años me sentía como el dueño de un grupo de Geishas, un padrote total, un chulo de primera, todas me seguían y hacían lo que yo les decía.

Primer problema: ¿Cómo nos vamos?. Detuvimos una mototaxi y subieron 3, le dijimos que espere un momento hasta parar otro transporte para subir 3 más. Nuevamente, uno seguía al otro. LLegamos al Paseo Triunfino y nos dijeron que la entrada al local costaba S/. 50.00. Obviamente, yo a esa edad no tenía esa cantidad de dinero en ninguno de mis bolsillos y creo que también las demás chicas. El gorila de la puerta (quien premonitoriamente se parecía al futuro presidente de Venezuela, Hugo Chávez) ofreció la entrada a las “hermanas poderosas” pero ellas, en un loable acto de solidaridad, no aceptaron su invitación.

Nos paramos en medio del paseo triunfino pensando a dónde michi íbamos a ir ahora, y de pronto vimos una estampida de pandilleros que corrían hacia nosotros. Yo, el único hombre, con 5 mujeres al costado veía a una turba de galifardos misios corriendo hacia nosotros.

Sentí que una piedra cayó cerca a nosotros, luego otra roca y otra y otra.

Llovían piedras entre dos bandos y nosotros en medio de la bronca. Puta madre! y ahora? El enfrentamiento hizo que se me ocurriera llavarlas a la estación de policía que estaba al frente, pero incluso desde el muro de protección de la comisaría ahí lanzaban piedras (WTF!?). La policía simplemente no estaba.

En ese momento, pasa uno cerca a nosotros y le dice a una de las chicas “un permisito amiga” mientras le mostraba un cuchillo de cocina brillante y al parecer bien afilado. Ellas gritaron, pero la hoja del cuchillo, felizmente, no estaba reservada para nosotros sino para uno de los tristemente célebres “Tirapiedras” (la pandilla organizada más temida en Tumbes). Las piedras seguirían cayendo. (Leer la 2da parte)

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Como la Mazamorra y el Arroz con Leche: la historia de dos amigos

Yo no sabía qué fijación tenían los norteños con el nombre de la mamá, las orejas de las personas o demás características físicas (por no decir defectos) que en Tumbes le definían a uno la vida. Si uno era muy blanco le decían “borracho”, si tenías las orejas grandes te decían “pailón” (por las “pailas” de comida que sirven allá) u “oreja de tapa de water”, si caminabas raro te marcaban como “pisahuevos”, si eras bocón te decían “cirugía” o si eras medio sonso te decían “¡amá!” o “¡mami!”, con ese declive de voz característico de los sonsos.

Cuando llegué por primera vez al colegio de Tumbes, me dí con la sorpresa de que mis compañeros se insultaban intercambiando el nombre de sus madres queridas junto con adjetivos muy picantes y ofensivos (léase: “pendeja”, “ruca”, “puta”, “cachera”, “cacheraza”, “rompecatres”, “sacaconejos”, etc). Toda una novedad para mi, teniendo en cuenta que si lo hubieran hecho en Lima ya estarían con la trompa reventada. Nunca supe por qué lo hacían, así que antes de ver mancillado el nombre de mi mamá, preferí dar un nombre falso que al final no me afectaría. Fue en este intento por evitar que el nombre de mi madre sea utilizado como chiste que conocí a uno de mis primeros “amigos” de colegio:

-Hola!, me dicen “Gopo” ¿Eres nuevo?..¿cómo te llamas?, ¿Cómo se llama tu mamá? – me preguntó un morenito gordo que al parecer había vivido en el norte toda su vida (tan quemado que tenía el color de una morcilla).
-¿Mi mamá?, estee, ehhh..seeee llaaama “Martha” – Inventé lo que pude. El negro me sonrie y con un aire triunfal me dijo: “caíste, qué huevón!, je, je!”.
-“Se llama Martha!”, “les presento al hijo de la Martha”, “saluden a la Martha”; “que se porte bien porque sino la vamos a clavar hasta que ya no pueda”, La Martha por aquí, la Martha por allá: La Martha, la Martha, la Martha.

En eso se me acerca otro nuevo compañero de clases, pero este, a diferencia de “Gopo” era blanco y de ojos claros y con cabello castaño ondulado. Se llamaba “Cuko” y era descendiente de yugoslavos, europeos que aún no me explico cómo michi llegaron a Tumbes. Este personajillo era una especie de demonio suelto, era el típico blancón malcriado de la clase. No era abusivo porque era chato, pequeño y regordete; sin embargo, lo respetaban por el apellido de su familia que algo de importancia habría hecho por esa ciudad.

Entonces “Cuko” me comenzó a presentar a todos mis compañeros de clase:

-“Ahí esta el hijo de la Maruja, por aquí tienes al hijo de la Luz, por acá esta el hijo de la Rosa y el que esta al fondo es el hijo de la René”, etc. – el blancón este hablaba con la autoridad que le daba su porte de payaso (nariz ancha, blanco y con cabello ondulado..cual payaso ruso era la niñez del político David Waisman) que no caía mal a nadie.
-“¿La Maruja?” – Pregunté yo.
-“Sí, ella es contadora de profesión, le dicen “la Maruja cuentapendejos”- y yo me reí a más no poder, desternillándome de risa llegaba al llanto y a cierta camaradería con este nuevo amigo.

Yo venía de la capital y prácticamente era un alien, un outsider, el nuevo; por ello, fui la atracción del salón de clases durante un cortísimo tiempo. “Cuko” me invitó a su gigantesca casa a escuchar el “rap de los simpsons” mientras su hermana (blanca, de ojos y cabellos claros, bonita) observaba al nuevo amigo de su hermano. Nos sentábamos en el malecón, conversábamos intercambiando puntos de vista sobre las diferencias entre la gente de Tumbes y la de la capital.

“Cuko” me preguntaba sobre mis gustos musicales, si yo había tenido un supernintendo o si había jugado algunos juegos en esa consola. Le dije que sí, y hablábamos de juegos, música, las chicas del salón que me gustaban y, claro, sexo (el “cachito” sería un tema infaltable en una conversación de varones en el futuro). Le pregunté cuántos años tenía su hermana y me dijo que quince – Muy mayor para mi, pensé – le dije que me gustaba Greta de la sección B, aunque esperaba largarme de Tumbes lo más pronto posible porque hacía mucho calor y porque no me gustaban las mototaxis y la gente que insultaba a las madres y que se fijaba en los defectos físicos de las personas, además de la mafia de ladronzuelos y pandilleros que lo único que sabían era robar gorras y lentes para el sol (es que el primer día que llegué me habían quitado mi gorra y tiempo después se la ví puesta a uno de esos galifardos haraganes en su sucia cabeza) – “Esos conchesumadres! que se pudran” – me decía él.

Pasaba el tiempo y dejé de frecuentar su casa (más porque su hermana ya tenía enamorado), pero algo extraño sucedió y “Cuko” cambió. Se puso serio y se le notaba más preocupado. De pronto subieron sus notas y lo veía más afanoso con las clases. Hacía una que otra broma estúpida incomparable con las que hacía antes. Se aisló y sólo hablaba con “Gopo”; mientras que con los demás de la clase: cero conversación.

Finalmente, me enteré que “Cuko” y “Gopo” fueron amigos inseparables. Eran uña y mugre para las malcriadeces y faltas de respeto a las autoridades del colegio. Eran como “Mazamorra y Arróz con Leche”. Simplemente combinaban. Ambos eran muy chistosos y le daban vida al salón. Sin embargo, pasó el tiempo y al año siguiente sólo pude saludar a “Gopo” , que esperaba a un nuevo compañero que se sentara a su lado. “Cuko” ya se había matriculado en un colegio estatal por problemas económicos en su familia y ya nadie se acordaría de él, peor fue al tercer año en el cual “Gopo” tampoco se matriculó y nunca más apareció ni se supo nada más de ellos después.

El año pasado, por un amigo en común me enteré que “Gopo”, quien soñaba con volverse algún día en oficial de la Fuerza Aérea, murió en uno de esos duros entrenamientos que le hacen hacer a uno en las Fuerzas Armadas. Su corazón no resistió y partió de todos modos hacia arriba. Jóven y con sueños, ahora estará cerca de los cielos haciendo pendejada y media, señalándo las orejas del ángel Gabriel o seguramente preguntando por el nombre de la mamá de San Pedro. Gopo, no fuiste mi gran amigo pero si que me hiciste reir mucho. Leer más

La Cabeza de Payaso

Cuando uno es adolescente hace cojudeces. Uno es un mamarracho púber y sólo sabe hacer huevadas que no tienen sentido. Suceden cosas que son graciosas y extrañas. A los nuevos del salón nos habían convencido de que existía un rito de medio año que era el “tradicional” lance de la cabeza del Payaso.

Le decían “payasho” o “payashito”, en realidad no importaba porque independientemente de su denominación esa cosa era mortal. Al fin y al cabo sus efectos iban a ser los mismos.

Cuando sonaba la campana del descanso todos salíamos a comprar, estirarnos o conversar con amigos de otros salones de clase. Sin embargo, ese día fue diferente porque algunos se quedaron. Salí extrañado – ¿qué tramarán estos pendejos?. Fui al puesto de comidas y me compré un cevichito (en mi colegio vendían ceviche en los recreos) luego retorné inmediatamente al salón para enterarme lo que estaba por suceder. Error, no debí regresar.

Parado debajo del umbral de la puerta del salón con mi plato de ceviche en la mano, vi a todos mis compañeros de clase pegados a la pared y expectantes. Mi nuevo amigo, Carlos, estaba riéndose y los demás se miraban con una sonrisa cómplice – ¿qué va a suceder? miré al techo, detrás mio, a mis espaldas, mis pies; pero nada extraño, sólo esa sonrisa inexplicable de 17 compañeros de clase unidos por alguna “mágica” razón.

Peña, el más gigante de mis compañeros, me fue dar el alcance en la puerta y me señaló el techo. Miré, y en un abrir y cerrar de ojos ya me estaba retorciendo de dolor por un certero golpe en mis testículos. Mierda! qué dolor! p$%&ta $%&dre, hijo de p$%ta, conch$%&re, la rep%&ta! ah! auuch!. Mi reacción fue acurrucarme y tirarme al piso pero sin botar ni una gota de la leche de tigre de mi ceviche.

Mientras me agarraba las bolas con la mano derecha, yo aún podía sostener mi plato de ceviche con la mano izquierda, parecía un mozo humillado. Todos rieron, y sin embargo, mi brazo izquierdo era ese último bastión incólume que nunca claudicó.

El dolor de huevos era inspoportable, me blanqueó los ojos, iba desde abajo hasta la barriga y se quedaba ahí por un buen momento. Recordé pelotazos, manazos, golpes involuntarios, etc respiré hondo y al tiempo que se calmaban las carcajadas de los otros mi dolor también desaparecía.

Al abrir los ojos, vi que a mi costado estaba tirada la cabeza plástica de un payaso que, a pesar de no mirarme, sonreía de soslayo con aquellos ojos fijos y felices, maquillado y relajado.

En ese momento recordé los paneles publicitarios de los hermanos Fuentes Gasca, el circo Ringling y el Orlando Orfei. Ni hablar, cogí la “inofensiva” cabeza de payasito que estaba a mi lado y al observarla bien noté que estaba rellena de piedras y papeles. Pesaría cerca de medio kilo.

Era una estupidez, pero muy graciosa. Así como a los otros les había sucedido, mi reacción inmediata; luego de pararme cual moribundo; fue pegarme a la pared y esperar a la próxima víctima. Milla!. El chato llegó, sonreía como siempre, se paró en la puerta y todos le sonreímos también. Nos miramos con complicidad, le señalamos que mirara hacia arriba, – “¡mira oye!, ¡la araña!” – nuestra noble víctima miró hacia arriba y vi un brazo que se estiró cual catapulta medieval y con una puntería digna del troyano Paris al parecer le chuntó en la pelota derecha.

Entraron algunas compañeras al salón de clase y nos reímos. Les decíamos que se fueran sino el payasito les iba a hacer doler. Ellas volvían a salir del salón de clase con una expresión en el rostro como “¡Ay¡ pobrecitos estos enfermitos”. En fin, ellas no eran parte del juego. Así, con todos dentro del salón se cerró la jaula (Mi salón de clases no tenía ventanas de vidrio sino rejas con mallas mosquiteras, solamente se notaban los marcos de metal de las ventanas y la puerta de ingreso).

Encerrados todos, y con las mujeres esperando afuera y observándonos por las ventanas, empezaba la matanza: la cabeza de payaso iba golpeando a cualquiera de manera fortuita e inopinada. Podía ser cualquiera, era como la “ruleta rusa”, como un juego de azar, donde tu “premio” era un fuerte y certero golpe en las pelotas con ese proyectíl aparentemente inofensivo.

Cualquiera podía ser víctima, nadie se salvó ese día, yo recibí 2 golpes más y esquivé como 6 intentos. Lo mismo sucedió con mis compañeros.

Ese día sentí que hubo una comunión entre nosotros, algo que no se repetiría tiempo después hasta los partidos de fútbol con otra sección y nuestra fiesta de promoción. El que más sufrió ese día fue José quién recibió los saludos de “payashito” en la espalda, en el cuello, las piernas y la cara.

Chucky, el muñeco diabólico, quedó como un principiante ese día frente a “Payashito”!!

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