Comenzó con unas pocas y extrañas manchas de baba que colgaban de las rocas del río Heber, en Canadá.
Un año después, las manchas se habían convertido en unos gruesos tapetes en flor.
En cuestión de años, los tapetes habían crecido hasta transformarse en un moco verde gigante.
Y en unas pocas décadas, el moco se había extendido por el mundo entero, obstruyendo ríos en lugares tan remotos como Sudamérica, Europa y Australasia.
Este moco, que sigue floreciendo, es causado por un alga microscópica, una diatomea conocida en el mundo científico como Didymosphenia geminata. Se ha vuelto tan famosa, que tiene su propio apodo: Didymo.
Un alga sin reglas
La culpa de la explosión repentina y global de este organismo minúsculo se le ha echado al ser humano, que lo habría transportado de río en río, en equipo de pesca, botes y kayaks.
Los enormes mocos que forma han causado el caos en las vías acuáticas, forzando a efectuar costosos operativos de limpieza.
Pero detrás de su extraña apariencia hay una historia todavía más extraña.
Los científicos han estado haciendo descubrimientos que apuntan a que su aparición repentina podría no haber ocurrido tan repentinamente.
Además, su florecimiento no es tal. Es más bien una metamorfosis inducida por un elixir.
Y Didymo también parece hacer caso omiso de las reglas que siguen otras especies invasoras.
Todo parece indicar que es probable que esta pequeña diatomea no sea el problema en sí misma, sino que sea un síntoma de grandes cambios que están ocurriendo en los sistemas de agua dulce en el mundo entero.
Transformación maligna
Normalmente las diatomeas y otras algas florecen en aguas ricas en nutrientes. Esto les permite reproducirse en forma explosiva.
Eventualmente, mueren también en forma masiva. La putrefacción resultante agota el oxígeno disponible en el agua y sofoca a especies de agua dulce como insectos, crustáceos y peces.
Pero, curiosamente, nada de esto aplica a Didymo.
Según han descubierto los científicos, cuando Didymo crea su moco gigante no se está reproduciendo: se está transformando de algo benigno en algo maligno.
Cada organismo unicelular exuda largos tallos fibrosos de moco que se enredan, lo que crea los tapetes y los mocos que cubren las rocas.
Las condiciones del agua que causan esta transformación también son inesperadas.
“La mayoría de los florecimientos de algas se atribuye a la presencia de demasiados nutrientes”, explica la investigadora Sarah Spaulding, del US Geological Survey en Colorado. “Esta es la primera vez que se debe a la falta de ellos”.
Resulta que Didymo sólo se vuelve maligno cuando hay muy poco fósforo en el agua, un nutriente frecuentemente asociado a la contaminación por detergentes y fertilizantes.
Esto acarrea una ironía extrema. Gobiernos y organizaciones en todo el mundo han tratado por mucho tiempo que detener el florecimiento de algas reduciendo la contaminación por fósforo. Al hacerlo, es posible que hayan estimulado el verde moco de roca.
¿Siempre presente?
Didymo también tiene otra sorpresa para los científicos.
Por décadas, se creyó que eran las personas las que lo propagaban por el mundo.
Pero es posible que en realidad haya estado ahí todo el tiempo, dicen Brad Taylor, del Dartmouth College en New Hampshire, EE.UU. y Max Bothwell, de la Estación Biológica de Pacífico Canadiense.
Los dos investigadores acaban de publicar un estudio en la revista especializada BioScience que recoge evidencia fósil e histórica de la existencia de Didymo desde hace mucho tiempo en todos los continentes menos África, Antártica y Australia.
Eso explicaría por qué las medidas aplicadas hasta ahora para contenerlo no han servido para nada.
Hay un lugar que Didymo podría haber invadido: Nueva Zelanda. La ecologista Cathy Kilroy, del Instituto de Investigaciones Acuáticas y Atmosféricas de ese país, piensa que la especie fue introducida en la zona, no habiendo encontrado ninguna evidencia histórica que señale lo contrario.
¿Catastrófica o no?
Para los pescadores y marineros que luchan con el moco verde de Didymo la discusión sobre su origen es académica.
Lo que quieren saber es su efecto sobre las aguas y sobre los peces, así como los invertebrados que les sirven de alimento.
Pero incluso en esto sorprende.
La investigación demuestra que la presencia del alga eleva la cantidad de insectos pequeños, como los mosquitos y jejenes, y reduce el de los más grandes.
“Parece haber un cambio universal en estas corrientes”, dice el biólogo Daniel James, del US Fish and Wildlife Services en Dakota del Sur, donde Didymo apareció en 2002.
Hasta ahora, dice James, los peces no se han visto afectados: simplemente están comiendo más insectos pequeños.
Así las cosas, dice, el moco de roca “es más bien una molestia”
Hasta ahora, el mayor impacto parece ser estético. “Su principal efecto es que cambia la apariencia de los ríos y corrientes”, coincide Kilroy. “No es tóxico: no hace nada realmente horrible”.
Los verdaderos invasores
¿Así que qué podemos aprender del fenómeno Didymo? La respuesta quizás se encuentre en lo que nos dice acerca de nuestro propio impacto sobre los ecosistemas de agua dulce.
Bothwell, Taylor y Kilroy acaban de publicar un trabajo en la revista Diatom Research en la que sugieren algunos mecanismos por los cuales los seres humanos podrían haber alterado los ríos del mundo, creando una oportunidad para Didymo.
Por un lado, los combustibles fósiles como el petróleo han incrementado el número de compuestos de nitrógeno en la atmósfera. Esto hace que los organismos en tierra usen mejor el fósforo y haya menos del nutriente en ríos y corrientes, creando las condiciones favoritas de Didymo.
El uso de fertilizantes ricos en fósforo y el cambio climático contribuirían al mismo efecto.
Es posible que haya diferentes mecanismos detrás del florecimiento de Didymo en diferentes partes del mundo o que funcionen en forma sinérgica.
Cualquiera que estos sean, los investigadores parecen sugerir que ya conocemos a los invasores, y que no son las diatomeas que ocasionan el moco verde de Didymo. Somos nosotros.
Lea la historia original en inglés en BBC Earth
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