Dios de misericordia, Iglesia de misericordia. Entrevista al cardenal Walter Kasper (Parte I)

Walter Kasper

8.00 p m| 29 may 14 (COMMONWEAL/BV).- Durante su mensaje en su primer Ángelus, Francisco recomendó una obra de teología, la que comentó así: “me ha hecho tanto bien ese libro… dice que la misericordia cambia todo; cambia el mundo… lo hace menos frío y más justo”. El Papa se refería a “Misericordia: La esencia del Evangelio y la llave de la vida cristiana” del cardenal Walter Kasper. El cardenal alemán también fue autor del discurso sobre los problemas de la familia leída en el Consistorio de febrero de este año.

Esa intervención propició el debate sobre la cuestión que se perfila como la más delicada del Sínodo extraordinario sobre la familia que se llevará a cabo en octubre: los sacramentos para los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil. Kasper respondió a algunas objeciones de sus críticos en una vasta entrevista con la revista estadounidense “Commonweal”, la que presentamos de manera íntegra en dos entregas.

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En su libro “Misericordia”, usted sostiene que la misericordia es innata a la naturaleza de Dios. ¿Cómo es que la misericordia es la clave para comprender a Dios?

A la doctrina sobre Dios se llega por la comprensión ontológica -Dios es el ser absoluto y así sucesivamente- lo cual no está mal. Pero la comprensión bíblica es mucho más profunda y más personal. La relación de Dios con Moisés denotada en la zarza ardiente no es un “Yo soy “, sino un “yo estoy contigo. Yo soy para ti. Yo voy contigo”. En ese contexto, la misericordia ya es fundamental en el Antiguo Testamento. El Dios del Antiguo Testamento no es un Dios airado, sino un Dios misericordioso, si lees los Salmos. Esta comprensión ontológica de Dios era tan fuerte que la justicia se convirtió en el principal atributo de Dios, no la misericordia. Tomás de Aquino dijo claramente que la misericordia es mucho más fundamental, porque Dios no responde a las exigencias de nuestras reglas. La misericordia es la fidelidad de Dios a su propio ser, que es de amor. Y la misericordia es el amor que se nos revela en hechos y palabras concretas. Así que la misericordia se convierte no sólo en el atributo central de Dios, sino también en la clave de la existencia cristiana. Sean misericordiosos como Dios es misericordioso. Tenemos que imitar la misericordia de Dios.

¿Por qué es tan necesario recuperar hoy ese entendimiento?

El siglo XX fue un siglo muy oscuro, con dos guerras mundiales, los sistemas totalitarios, gulags, campos de concentración, la Shoah, y así sucesivamente. Y el comienzo del siglo XXI no es mucho mejor. La gente necesita de la misericordia. Necesitan el perdón. Es por eso que el Papa Juan XXIII escribió en su biografía espiritual que la misericordia es el más bello atributo de Dios. En su famoso discurso en la apertura del Concilio Vaticano II, dijo que la Iglesia siempre ha mostrado resistencia a los errores del día a día, a menudo con gran severidad, pero ahora tenemos que utilizar la medicina de la misericordia. Ese fue un gran cambio. Juan Pablo II vivió la última parte de la Segunda Guerra Mundial y luego el comunismo en Polonia, y vio todo el sufrimiento de su pueblo y su propio sufrimiento. Para él la misericordia era muy importante. La primera encíclica de Benedicto XVI fue Dios es amor. Y ahora el Papa Francisco, que cuenta con la experiencia del hemisferio sur, donde dos tercios de los católicos viven, -muchos de ellos personas pobres- ha hecho de la misericordia uno de los puntos centrales de su pontificado. Creo que es una respuesta a los signos de los tiempos.

Se supo que el Papa Francisco le preguntó a un joven jesuita en qué estaba, y cuando le dijo que estaba estudiando teología fundamental, el Papa dijo en broma “No puedo imaginar nada más aburrido”. Parece que Francisco quiere enfatizar en el papel de la teología pastoral ¿Qué significa eso para la práctica de la teología?

No veo una contradicción entre la teología dogmática -que es lo que he estudiado- y la teología pastoral. Teología sin una dimensión pastoral se convierte en una ideología abstracta. Siempre fue importante durante mi tiempo como académico el visitar parroquias, hospitales, etc. Cuando era responsable de las relaciones católicas con el Tercer Mundo, visité muchos barrios pobres de África, América Latina y Asia. Para mí, esas experiencias fueron importantes porque la palabra de Dios no es una doctrina, es un discurso a la gente. El trabajo pastoral sin cierta base doctrinal no es posible. Se convierte en arbitrario o simplemente un comportamiento con buena onda. Por lo tanto la teología dogmática y teología pastoral se interrelacionan; se necesitan mutuamente.

Obviamente hay una conexión entre la misericordia y el perdón. ¿Cree que en el entendimiento cristiano puede haber perdón sin reconciliación? ¿El perdón necesariamente implica dos partes: uno para ofrecerlo y otro para aceptarlo? ¿O es simplemente una cuestión de disposición a perdonar que no depende de la voluntad de otra persona para aceptar el perdón o reconocer la necesidad de hacerlo?

Puede empezar con el término latino misericordia. Misericordia significa tener un corazón para los pobres -pobre en un sentido amplio, no sólo la pobreza material, sino también pobreza relacional, espiritual, cultural, y así sucesivamente. Pero me refiero no sólo al corazón como emoción, sino también como actitud, la de cambiar la situación del que lo necesita tanto como me sea posible. Pero la misericordia además no se opone a la justicia. La justicia es lo mínimo que estamos obligados a hacer para mostrar respeto hacia otros seres humanos -que obtenga lo que debe obtener. Pero la misericordia es el máximo -que va más allá de la justicia. Sólo la justicia puede resultar muy fría. La misericordia se centra en cada persona en concreto. En la parábola del buen Samaritano, el prójimo era la persona que el samaritano encontró en la calle . No está obligado a ayudar. No es una cuestión de justicia. Pero va más allá. Se le movió el corazón. Se acercó y ayudó a ese hombre. Esa es la misericordia.

La misericordia es la plenitud de la justicia, porque lo que la gente necesita no sólo un reconocimiento formal, sino amor. Usted pregunta sobre el perdón: la misericordia es también perdón, pero no debe ser reducido solamente a perdonar. Va más allá del perdón. A menudo, mi disposición a perdonar es una condición para el otro para abrirse él mismo, pero no está en mis manos. Puedo ofrecer el perdón, o puedo preguntar, “Por favor, perdóname”, pero no puedo hacer más. Si no abre su corazón, no puedo cambiarlo. Puedo orar por él, puedo preguntar, puedo mostrar mi buena voluntad. Más no puedo hacer. Por supuesto, sin el perdón, la reconciliación no es posible. Es una condición de la reconciliación. Pero el otro tiene que aceptarlo. Es una cuestión de libertad. Perdonar es mi libertad, y el otro es libre de aceptar o no.

En su libro usted se refiere a la segunda encíclica de Juan Pablo II, en la que escribe que la justicia por sí sola no es suficiente, y que a veces la justicia más alta puede llegar a convertirse en la mayor injusticia. ¿Ha sido ese el caso al interior de la propia Iglesia, sobre todo con respecto a la forma en que la Congregación para la Doctrina de la Fe ha lidiado con algunos teólogos?

La misericordia no solo involucra a los individuos. También es un imperativo para la Iglesia misma. La Iglesia se definió en el Concilio Vaticano II como un sacramento de la gracia de Dios. ¿Cómo puede la Iglesia ser sacramental, signo e instrumento de la misericordia, cuando ella misma no vive la misericordia? Es así que muchas personas no perciben la Iglesia como misericordiosa. Es complicado. Juan XXIII dijo que debemos usar la medicina de la misericordia dentro de la Iglesia. La misericordia es también un punto crítico para la Iglesia. Ella tiene que predicarlo. Tenemos un sacramento de la misericordia -el sacramento de la penitencia, pero me parece que tenemos que reevaluarlo, y me refiero apuntando al comportamiento social y las obras sociales. El Papa ha dicho que debemos convertirnos en una Iglesia pobre para los pobres, ese es su programa. En este sentido, él inicia una nueva etapa en la recepción del Concilio.

Usted también observa que la misericordia y la justicia no pueden “definirse” con un criterio terrenal, y que todo el que ha tratado de crear el cielo en la tierra ha creado en cambio, el infierno en la tierra. Usted dice que esto también se aplica a los eclesiásticos perfeccionistas -los que conciben a la Iglesia como un club para los puros. ¿Cúan dominante es esa perspectiva entre los líderes de la Iglesia hoy en día?

Hay algunos que creen que la Iglesia es para los puros. Se olvidan que la Iglesia es una Iglesia de pecadores. Todos somos pecadores. Y estoy feliz de que sea así, porque si no lo fuera no formaría parte de ella. Es una cuestión de humildad. Juan Pablo II ofreció sus mea culpas -por el Magisterio de la Iglesia y por otros comportamientos. Y tengo la impresión de que esto es muy importante para Francisco. No le gusta la gente que está en la Iglesia solo para condenar a los demás.

Cuando se trata de las críticas de la CDF hacia algunos teólogos, no siempre había el debido proceso. Eso es evidente, y aquí tenemos que cambiar nuestras medidas. Eso también es un problema cuando se trata la cuestión de la comunión para las personas divorciadas y vueltas a casar, que ahora está en estudio como parte de la preparación para el Sínodo de los Obispos de este otoño. Por otro lado, también tenemos signos positivos de misericordia dentro de la Iglesia. Tenemos los santos, la Madre Teresa -hay muchas Madres Teresas. Eso también es una realidad en la Iglesia .

En su discurso para abrir el consistorio el pasado marzo [publicado como El Evangelio de la Familia], señaló que, por el bien de sus hijos, muchas personas separadas dependen de una nueva unión, el matrimonio civil. Más adelante en su discurso, se habla de la posibilidad de que un católico divorciado y vuelto a casar podrían, después de un período de penitencia, comulgar de nuevo. Usted dice que esto sería un pequeño número de personas, los que realmente quieren el sacramento y que entienden la realidad de su situación y respondan a las preocupaciones que su pastor tendría. ¿Está imaginando una situación en la que un católico divorciado y vuelto a casar -un católico con una nueva pareja y casado por civil- no podría vivir con su nueva pareja “como hermano y hermana”, sin destruir esa unión, ya que la otra pareja no podría permitir que la relación continúe en esos términos. ¿Es ese el tipo de escenario que tenía en mente?

El fracaso de un primer matrimonio no está relacionado solamente a un comportamiento sexual inadecuado. Puede provenir de la incapacidad de darse cuenta de lo que se prometió ante Dios y ante la pareja y ante la Iglesia. Por lo tanto, fue fallido; hubo deficiencias. Eso tiene que ser confesado. Pero no puedo imaginar una situación en la que un ser humano haya caído en un abismo y no haya vía de escape. A menudo no se puede volver al primer matrimonio. Si esto es posible, debería haber una reconciliación con la esposa o con el esposo, pero, a menudo, esto no es posible

En el Credo decimos que creemos en el perdón de los pecados. Si hubiera esta falta, y si existiera el arrepentimiento, ¿la absolución no sería posible? Mi pregunta pasa por el sacramento de la penitencia, mediante el cual hemos accedido a la santa comunión. Pero la penitencia es la cosa más importante: el arrepentimiento por lo que salió mal y una nueva dirección de vida. La nueva “casi familia” o la nueva relación deben ser sólidas, y hay que vivir de forma cristiana. Un tiempo de nueva orientación (metanoia) sería necesario. No para castigar a las personas, sino para ofrecer una nueva dirección de vida, porque el divorcio es siempre una tragedia. Se necesita tiempo para resolverlo y para encontrar una nueva perspectiva. Mi pregunta -no solución, solo pregunta- es la siguiente: ¿No es posible la absolución en este caso? Y si la absolución es posible, ¿lo es también la santa comunión? Hay muchos argumentos de nuestra tradición católica que podrían permitir este proceder.

¿Vivir juntos como hermano y hermana? Naturalmente tengo un enorme respeto por los que están haciendo esto. Pero es un acto heroico, y el heroísmo no es para el cristiano promedio. Y podría crear nuevas tensiones. El adulterio no es solo un comportamiento sexual erróneo. Es dejar una “Familiaris consortio”, una comunión, para establecer una nueva. Pero normalmente son también las relaciones sexuales en tal comunión, así que no puedo decir si se está produciendo adulterio. Por lo tanto creo que sí, que la absolución es posible. Misericordia significa que Dios da a todos los que se convierten y se arrepienten una nueva posibilidad.

Un defensor de la enseñanza actual de la Iglesia y la práctica pastoral diría que la absolución exige penitencia, y que supone un firme propósito de enmienda, es decir, que no tiene intención de volver a la situación de pecado, como si nada hubiera cambiado. Tiene la intención no sólo de no pecar más, sino de evitar “la ocasión cerca al pecado”. Los críticos de su propuesta dirían, sí, estamos todos por la absolución de gente así, pero puede requerir lo que usted describe como un “heroico” ajuste en sus vidas para que sean bien dispuestos a recibir la Comunión.

Tengo gran respeto por estas personas. Pero si puedo imponer es otra cuestión. Mas bien yo diría que las personas deben hacer lo que sea posible en sus situaciones. No somos capaces, como seres humanos, de alcanzar siempre un ideal, lo mejor. Debemos hacer lo mejor posible en una determinada situación. Una posición que se encuentre entre el rigorismo y el laxismo. El laxismo no es posible, naturalmente, porque iría en contra de la llamada a la santidad de Jesús. Pero tampoco el rigorismo pertenece a la tradición de la Iglesia.

Alfonso María de Ligorio era un rigorista al inicio. Después trabajó con gente sencilla en Nápoles y descubrió que no es posible ser rigoristas. Y era un confesor. Luego elaboró ​​este sistema de equiprobabilismo -donde hay argumentos a favor y en contra, y en estos casos se puede elegir. Considero mucho esa noción. Y, por supuesto, Alfonso María de Ligorio es el patrón de la teología moral. No estamos en mala compañía, si confiamos en él. Y Tomás de Aquino escribió sobre la virtud de la prudencia, que no critica la regla común, sino que se aplica en lo concreto y en una situación muy complicada. Entonces, creo que existen argumentos en la tradición

Solamente para estar claros, cuando habla de un católico divorciado y vuelto a casar que no es capaz de cumplir con los requisitos de los rigoristas sin incurrir en una nueva culpa, ¿cuál sería esta culpa?

La ruptura de la segunda familia. Si hay niños, no se puede hacer. Si tú te comprometiste con una nueva pareja, si diste tu palabra, no es posible.


Fuente:

Entrevista de Matthew Boudway y Grant Gallicho para Commonweal Magazine.

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