Los obispos que quiere el Papa Francisco: diez claves

Papa mensaje a nuevos obispos

8.00 p m| 25 set 14 (ECCLESIA/RV/BV).- La semana pasada el Papa se reunió en dos ocasiones con los obispos nombrados durante el último año, en ambos encuentros ofreció también un discurso. Un primer grupo fue recibido por Francisco el jueves 18, eran los participantes de un congreso promovido por la Congregación para los Obispos y por la Congregación para las Iglesias Orientales. Recibió a un segundo grupo de obispos dos días después, participantes en un Seminario promovido por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. “La Iglesia tiene necesidad de pastores, de servidores, de obispos que sepan arrodillarse ante los demás para lavarles los pies”, les dijo.

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Diez claves del mensaje ofrecido a los obispos el jueves 18:

1.- Vivir en el misterio de Dios: “Les pido, principalmente, que nunca den por descontado el misterio que se les ha investido; que no pierdan el estupor ante el designio de Dios, ni el temor a caminar conscientemente en su presencia y en presencia de la Iglesia, que es, ante todo, suya”.

2.- Presencia y relación con “el rebaño”: “Siento el deber de recordar a los pastores de la Iglesia el vínculo indisoluble entre la presencia estable del obispo y el crecimiento de su rebaño. Toda reforma auténtica de la Iglesia de Cristo empieza por la presencia: por la de Cristo, que nunca falta, pero también por la del pastor que gobierna en nombre de Cristo. Y esta no es una recomendación piadosa. Cuando el pastor brilla por su ausencia o no puede ser localizado, están en juego la cura pastoral y la salvación de las almas”.

3.- Sin fecha de caducidad, sin afán de cambiar de dirección: “No sean obispos con fecha de caducidad, que necesitan siempre cambiar de dirección, como medicinas que pierden la capacidad de curar, o como esos alimentos insípidos que hay que tirar porque resultan ya inútiles (cf. Mt 5, 13)”.

4.- No obispos apagados o pesimistas: “No obispos apagados o pesimistas, que, apoyándose solo en sí mismos y, por consiguiente, rendidos a la oscuridad del mundo o resignados a la aparente derrota del bien, gritan ya en vano que el fortín se ve atacado. Su vocación no consiste en ser guardianes de una masa fracasada, sino custodios del Evangelii gaudium, y por lo tanto no pueden estar faltos de la única riqueza que realmente tenemos para dar y que el mundo no puede darse a sí mismo: la alegría del amor de Dios”.

5.- Amor al Pueblo de Dios confiado al cuidado del obispo: “Les ruego, además, que no se dejen engañar por la tentación de cambiar al pueblo. Amen al pueblo que Dios les ha dado, incluso cuando hayan ‘cometido un pecado gravísimo’, sin cansarse de ‘volver al Señor’ para obtener perdón y un nuevo inicio, incluso a costa de ver borradas muchas de sus imágenes falsas del rostro divino o las fantasías que han alimentado acerca de la forma de suscitar su comunión con Dios (cf. Ex 32, 30-31)”.

6.- Obispos localizables y acogedores: “Quisiera que fueran obispos localizables no por la cantidad de medios de comunicación de los que disponen, sino por el espacio interior que ofrecen para acoger a las personas con sus necesidades concretas, dándoles la integridad y la amplitud de la enseñanza de la Iglesia, y no un catálogo de añoranzas. Y que la acogida sea para todos sin discriminación, ofreciendo la firmeza de la autoridad que permite crecer y la dulzura de la paternidad que engendra”.

7.- Obispos sin cortes, ni camarillas: “Y, por favor, no caigan en la tentación de sacrificar su libertad rodeándose de cortes, de camarillas o de coros de consenso, ya que, en los labios del obispo, la Iglesia y el mundo tienen el derecho de encontrar siempre el Evangelio que libera”.

8.- Despiertos, disponibles y sin nostalgias del pasado: “Veo en ustedes a los centinelas, capaces de despertar a sus iglesias, levántense antes de la aurora o en plena noche para avivar la fe, la esperanza, la caridad; sin dejarse adormecer o conformar por el lamento nostálgico de un pasado fecundo, pero ya fenecido. Sigan excavando en sus fuentes, con el valor de eliminar las incrustaciones que han ocultado la belleza y el vigor de sus antecesores peregrinos y misioneros, que implantaron iglesias y crearon civilizaciones”.

9.- Siempre dialogantes y sin buscar enfrentamientos: “Dialoguen respetuosamente con las grandes tradiciones en las que están inmersos, sin miedo a perderse y sin necesidad de defender sus fronteras, ya que la identidad de la Iglesia está definida por el amor de Cristo, que no conoce fronteras. Aun custodiando celosamente la pasión por la verdad, no derrochen energías para la contraposición y el enfrentamiento, sino para construir y amar.

10.- Siempre pastores  que caminan delante, en medio y detrás del rebaño: “Así -centinelas, hombres capaces de  cuidar los campos de Dios; pastores que caminan delante, en medio y detrás del rebaño- me despido de ustedes y les dejo un abrazo, deseándoles fecundidad, paciencia, humildad y mucha oración”.


Texto completo del discurso ofrecido a los obispos el jueves 18:

Queridos hermanos:

Me complace encontraros ahora personalmente, porque en verdad debo decir que de algún modo ya os conocía. No hace mucho tiempo me fueron presentados por la Congregación para los obispos o por aquella para las Iglesias orientales. Sois frutos de un trabajo asiduo y de la incansable oración de la Iglesia que, cuando tiene que elegir a sus pastores, quiere actualizar esa noche entera que el Señor pasó en el monte, en presencia de su Padre, antes de llamar a los que quiso para estar con Él y para ser enviados al mundo.

Así que doy las gracias en las personas de los señores cardenales Ouellet y Sandri a todos los que contribuyeron a preparar vuestra elección como obispos y se entregaron por organizar estas jornadas de encuentro, seguramente fecundas, en las que se experimenta la alegría de ser obispos no aislados sino en comunión, sentir la corresponsabilidad del ministerio episcopal y la solicitud por toda la Iglesia de Dios.

Conozco vuestro curriculum y alimento grandes esperanzas en vuestras potencialidades. Ahora puedo finalmente asociar la primera impresión que tuve de las listas a los rostros, y tras haber oído hablar de vosotros, puedo personalmente escuchar el corazón de cada uno y fijar la mirada en cada uno para percibir las numerosas esperanzas pastorales que Cristo y su Iglesia depositan en vosotros. Es hermoso ver reflejado en el rostro el misterio de cada uno y poder leer lo que Cristo os ha escrito. Es consolador poder constatar que Dios no deja a su esposa sin pastores según su corazón.

Queridos hermanos, nuestro encuentro tiene lugar al inicio de vuestro camino episcopal. Ya pasó el estupor suscitado por vuestra elección; se superaron los primeros temores, cuando vuestro nombre fue pronunciado por el Señor; incluso las emociones vividas en la consagración ahora se van depositando gradualmente en la memoria y el peso de la responsabilidad se adapta, de alguna manera, a vuestros frágiles hombros.

El aceite del Espíritu Santo versado sobre vuestras cabezas aún perfuma y al mismo tiempo va descendiendo sobre el cuerpo de la Iglesia encomendada a vosotros por el Señor. Ya habéis experimentado que el Evangelio abierto sobre vuestras cabezas se ha convertido en casa donde se puede vivir con el Verbo de Dios; y el anillo en vuestra mano derecha, que a veces aprieta mucho o algunas veces corre el riesgo de deslizarse, posee de cualquier manera la fuerza de unir vuestra vida a Cristo y a su Esposa.

Al encontraros por primera vez, os pido principalmente jamás dar por descontado el misterio que se os ha conferido, no perder el estupor ante el designio de Dios, ni el temor de caminar conscientemente en su presencia y en presencia de la Iglesia que es antes que nada suya. En algún lugar de sí mismo es necesario conservar protegido este don recibido, evitando que se desgaste, impidiendo que haya sido en vano.

Ahora, permitidme hablaros con sencillez sobre algunos temas que me interesan. Siento el deber de recordar a los pastores de la Iglesia el vínculo inseparable entre la presencia estable del obispo y el crecimiento de su rebaño. Toda reforma auténtica de la Iglesia de Cristo comienza por la presencia, la de Cristo que nunca falta, pero también la del pastor que gobierna en nombre de Cristo. Y esta no es una pía recomendación. Cuando el pastor está ausente o no se le encuentra, están en juego el cuidado pastoral y la salvación de las almas (decreto De reformatione del Concilio de Trento ix). Esto decía el Concilio de Trento, con mucha razón.

En efecto, en los pastores que Cristo concede a la Iglesia, Él mismo ama a su Esposa y da su vida por ella (cf. Ef 5, 25-27). El amor hace semejantes a quienes lo comparten, por ello todo lo que es bello en la Iglesia viene de Cristo, pero también es verdad que la humanidad glorificada del Esposo no ha despreciado nuestros rasgos. Dicen que después de años de intensa comunión de vida y fidelidad, también en las parejas humanas las huellas de la fisonomía de los esposos gradualmente se comunican mutuamente y ambos terminan por parecerse.

Vosotros estáis unidos por un anillo de fidelidad a la Iglesia que se os ha encomendado o que estáis llamados a servir. El amor por la Esposa de Cristo gradualmente os permite imprimir vuestra huella en su rostro y al mismo tiempo llevar en vosotros los rasgos de su fisonomía. Por ello es necesaria la intimidad, la asiduidad, la constancia, la paciencia.

No se necesitan obispos felices superficialmente; hay que excavar en profundidad para encontrar lo que el Espíritu continúa inspirando a vuestra Esposa. Por favor, no seáis obispos con fecha de caducidad, que necesitan cambiar siempre de dirección, como medicinas que pierden la capacidad de curar, o como los alimentos insípidos que hay que tirar porque han perdido ya su utilidad (cf. Mt 5, 13). Es importante no detener la fuerza sanadora que surge de lo íntimo del don que habéis recibido, y esto os defiende de la tentación de ir y venir sin meta, porque “no hay viento favorable para quien no sabe adónde va”. Y nosotros hemos aprendido adónde vamos: vamos siempre a Jesús. Estamos en búsqueda de saber “dónde vive”, porque jamás se agota su respuesta que dio a los primeros: “Venid y veréis” (Jn 1, 38-39).

Para vivir en plenitud en vuestras Iglesias es necesario vivir siempre en Él y no escapar de Él: vivir en su Palabra, en su Eucaristía, en las “cosas de su Padre” (cf. Lc 2, 49), y sobre todo en su cruz. No detenerse de pasada, sino quedarse largamente, como permanece inextinguible la lámpara encendida del Tabernáculo de vuestras majestuosas catedrales o humildes capillas, para que así en vuestra mirada el rebaño no deje de encontrar la llama del Resucitado. Por lo tanto, no obispos apagados o pesimistas, que, apoyados sólo en sí mismos y por lo tanto, rendidos ante la oscuridad del mundo o resignados a la aparente derrota del bien, ya en vano gritan que el fortín es asaltado. Vuestra vocación no es la de ser guardianes de un montón de derrotados, sino custodios del Evangelii gaudium, y por lo tanto, no podéis privaros de la única riqueza que verdaderamente tenemos para dar y que el mundo no puede darse a sí mismo: la alegría del amor de Dios.

Os pido además, que no os dejéis engañar por la tentación de cambiar de pueblo. Amad al pueblo que Dios os ha dado, incluso cuando hayan “cometido pecados grandes”, sin cansaros de “acudir al Señor” para obtener el perdón y un nuevo inicio, aun a costa de ver eliminadas tantas falsas imágenes vuestras sobre el rostro divino o las fantasías que habéis alimentado sobre el modo de suscitar su comunión con Dios (cf. Ex 32, 30-31). Aprended el poder humilde pero irresistible de la sustitución vicaria, que es la única raíz de la redención.

También la misión, que ha llegado a ser tan urgente, nace de ese “ver dónde vive el Señor y permanecer con Él” (cf. Jn 1, 39). Sólo quien encuentra, permanece y vive, adquiere el atractivo y la autoridad para conducir el mundo a Cristo (cf. Jn 1, 40-42). Pienso en muchas personas que hay que llevar a Él. A vuestros sacerdotes, in primis. Hay muchos que ya no buscan dónde vive, o que viven en otras latitudes existenciales, algunos en los bajos fondos. Otros, olvidados de la paternidad episcopal o quizá cansados de buscarla en vano, ahora viven como si ya no existieran padres o se engañan de que no tienen necesidad de padres.

Os exhorto a cultivar en vosotros, padres y pastores, un tiempo interior en el que se pueda encontrar espacio para vuestros sacerdotes: recibirles, acogerles, escucharles, guiarles. Os quisiera obispos fáciles de encontrar no por la cantidad de los medios de comunicación de los que disponéis, sino por el espacio interior que ofrecéis para acoger a las personas y sus necesidades concretas, dándoles la totalidad y la amplitud de la enseñanza de la Iglesia, y no un catálogo de añoranzas.

Y que la acogida sea para todos sin discriminación, ofreciendo la firmeza de la autoridad que hace crecer, y la dulzura de la paternidad que engendra. Y, por favor, no caigáis en la tentación de sacrificar vuestra libertad rodeándoos de séquitos y cortes o coros de aprobación, puesto que en los labios del obispo la Iglesia y el mundo tienen el derecho de encontrar siempre el Evangelio que hace libres.

Luego está el Pueblo de Dios encomendado a vosotros. Cuando, en el momento de vuestra consagración, el nombre de vuestra Iglesia fue proclamado, se reflejaba el rostro de los que Dios os estaba dando. Este pueblo tiene necesidad de vuestra paciencia para curarlo, para hacerlo crecer. Sé bien lo desierto que se ha hecho nuestro tiempo. Se necesita, luego, imitar la paciencia de Moisés para guiar a vuestra gente, sin miedo a morir como exiliados, pero gastando hasta vuestra última energía no por vosotros sino para hacer que Dios entre en los que guiais.

Nada es más importante que introducir a las personas en Dios. Os confío, sobre todo a los jóvenes y a los ancianos. Los primeros porque son nuestras alas, y los segundos porque son nuestras raíces. Alas y raíces sin las cuales no sabemos quiénes somos y ni siquiera adónde tenemos que ir.

Al final de nuestro encuentro permitid al sucesor de Pedro que os mire profundamente desde lo alto del misterio que nos une de modo irrevocable. Hoy viendoos en vuestras diversas fisonomías, que reflejan la inagotable riqueza de la Iglesia extendida en toda la tierra, el obispo de Roma abraza la católica. No es necesario recordar las singulares y dramáticas situaciones de nuestros días. Cuánto quisiera que resonara, por medio de vosotros, en cada Iglesia un mensaje de aliento. Al regresar a vuestras casas, donde estas se encuentren, llevad por favor el saludo de afecto del Papa y asegurad a la gente que está siempre en su corazón.

Veo en vosotros centinelas, capaces de despertar vuestras Iglesias, levantándoos antes del alba o en medio de la noche para avivar la fe, la esperanza, la caridad; sin dejaros adormecer o conformar con el lamento nostálgico de un pasado fecundo pero ahora declinado. Excavad todavía en vuestras fuentes, con la valentía de remover las incrustaciones que han cubierto la belleza y el vigor de vuestros antepasados peregrinos y misioneros que han erigido Iglesias y creado civilizaciones.

Veo en vosotros a hombres capaces de cultivar y de hacer madurar los campos de Dios, en los que los nuevos sembradíos esperan manos dispuestas a irrigar cotidianamente esperando cosechas generosas.

Veo finalmente en vosotros pastores capaces de reconstruir la unidad, tejer redes, remendar, vencer la fragmentación. Dialogad con respeto con las grandes tradiciones en las que estáis inmersos, sin miedo de perderos y sin necesidad de defender vuestras fronteras, porque la identidad de la Iglesia está definida por el amor de Cristo que no conoce frontera. Incluso custodiando la pasión por la verdad, no gastéis energías para contraponerse o enfrentarse sino para construir y amar.

Así, centinelas, hombres capaces de cuidar los campos de Dios, pastores que caminan delante, en medio y detrás del rebaño, os despido, os abrazo, deseando fecundidad, paciencia, humildad y mucha oración.

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La Iglesia necesita obispos que sepan arrodillarse ante los demás para lavarles los pies

“Se advierte hoy la imperiosa necesidad de una conversión misionera”. Una conversión que tiene que ver con cada bautizado y con cada parroquia, pero que los pastores “están llamados a vivir y a testimoniar en primera persona”. Es lo que subrayó el Papa Francisco al encontrar el sábado pasado a los obispos participantes en el Seminario promovido por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

Los desafíos del mundo actual “hacen aún más ardua la misión de los obispos”, recordó el Santo Padre, notando además que el servicio a la humanidad es el fulcro de la “conversión misionera de la Iglesia”, llamada a imitar “al Señor que ha lavado los pies a sus discípulos”.

“La Iglesia, en cuanto comunidad evangelizadora, está llamada a crecer en la proximidad, a acortar las distancias, a abajarse hasta la humillación si es necesario”. “Los obispos -observó el Papa- deben comportarse ‘como aquellos que sirven’, teniendo siempre presente el ejemplo del Buen Pastor”.

La Iglesia -subrayó- tiene necesidad de pastores, de servidores, “de obispos que sepan arrodillarse ante los demás para lavarles los pies”. “Pastores cercanos a la gente, padres y hermanos mansos, pacientes y misericordiosos; que amen la pobreza, ya sea como libertad para el Señor, que como sencillez y austeridad de vida”.

Un ejemplo luminoso de tal servicio pastoral -recordó el Pontífice- “son los santos Mártires coreanos, Andrea Kim Taegŏn, sacerdote, Pablo Chŏng Hasang y compañeros”, cuya memoria litúrgica se celebra hoy. “Anclados en Cristo, Buen Pastor, no dudaron en derramar la propia sangre por el Evangelio, del cual fueron dispensadores fieles y testimonios heroicos”.

El pensamiento del Papa se dirigió luego a los obispos chinos que, por varios motivos, no han podido participar de este encuentro. “¡Como hubiera querido -aseguró el Obispo de Roma- que estuviesen presentes hoy! Pero en lo más profundo del corazón deseo que ese día no esté lejos”. Si a veces pueden tener la sensación de estar solos -agregó- “es más fuerte la certidumbre que sus sufrimientos traerán fruto” por el bien de sus fieles y de toda la Iglesia.

El Papa Francisco, recordando luego el camino sinodal sobre la familia, pidió a los obispos participantes al Seminario rezar por la próxima Asamblea del Sínodo. “Las familias -explicó- están a la base de la obra evangelizadora”. En este sentido el Papa alentó a los prelados “a promover la pastoral familiar, para que las familias, acompañadas y formadas, puedan dar siempre de la mejor manera su aporte a la vida de la Iglesia y de la sociedad”.


Mensaje completo del sábado 20, a los obispos participantes de un seminario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos

Queridos hermanos:

Os doy mi cordial bienvenida, junto a los responsables del dicasterio misionero, guiados por el cardenal Fernando Filoni, a quien agradezco sus palabras que introdujeron nuestro encuentro. Deseo que este seminario de actualización sea fructuoso para cada uno tanto espiritual como pastoralmente.

Vosotros habéis respondido con fe y generosidad a la llamada del Señor, que os ha elegido para ser pastores de su rebaño. No os dejaistes asustar por las dificultades y los desafíos del mundo actual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 52-75), que hacen hoy aún más ardua la misión de los obispos, pero habéis puesto vuestra confianza en el Señor, a imitación de los primeros discípulos y de san Pedro, quien exclamó: “¡Por tu palabra, echaré las redes!” (Lc 5, 5).

También vosotros estáis llamados, con todos los pastores de la Iglesia, a poner en la base de vuestra misión la Palabra de Jesús, para dar esperanza al mundo.

Durante estas dos semanas habéis visto las diversas dimensiones de la vida y del ministerio episcopal, que responden a la misión fundamental de la Iglesia: anunciar el Evangelio. Como puse de relieve en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, se advierte hoy la imperiosa necesidad de una conversión misionera (cf. 19-49); una conversión que respecta a cada bautizado y a cada parroquia, pero que naturalmente los pastores están llamados a vivir y testimoniar en primer lugar, en cuanto guías de la Iglesia particular. Por lo tanto, os aliento a ordenar vuestra vida y vuestro ministerio episcopal hacia esta transformación misionera que interpela hoy al Pueblo de Dios.

En el centro de esta conversión misionera de la Iglesia está el servicio a la humanidad, a imitación de su Señor que lavó los pies a sus discípulos. La Iglesia, en cuanto comunidad evangelizadora, está llamada a crecer en la proximidad, a acortar las distancias, a abajarse hasta la humillación si es necesario y asumir la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24).

En esta perspectiva, el Concilio Vaticano II, al tratar de la obligación del obispo como guía de la familia de Dios, destaca que los obispos en el ejercicio de su ministerio de padres y pastores en medio de sus fieles deben comportarse como “quienes sirven”, teniendo siempre ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que vino no para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos (cf. Exhort. ap. postsin. Pastores gregis, 16 de octubre de 2003, 42).

Un ejemplo luminoso de este servicio pastoral son los santos mártires coreanos, Andrés Kim Taegŏn, sacerdote, Pablo Chŏng Hasang y compañeros, cuya memoria litúrgica celebramos precisamente hoy. Anclados en Cristo, Buen Pastor, no dudaron en dar la propia sangre por el Evangelio, del que eran fieles dispensadores y testigos heroicos.

La Iglesia tiene necesidad de pastores, es decir servidores, de obispos que saben ponerse de rodillas ante los demás para lavar sus pies. Pastores cercanos a la gente, padres y hermanos mansos, pacientes y misericordiosos; que aman la pobreza, ya como libertad para el Señor, ya como sencillez y austeridad de vida.

Vosotros estáis llamados a vigilar incesantemente el rebaño encomendado a vosotros, para mantenerlo unido y fiel al Evangelio y a la Iglesia. Esforzaos por dar un auténtico impulso misionero a vuestras comunidades diocesanas, para que crezcan cada vez más con nuevos miembros, gracias a vuestro testimonio de vida y a vuestro ministerio episcopal realizado como servicio al Pueblo de Dios. Sed cercanos a vuestros sacerdotes, atended la vida religiosa, amad a los pobres.

Mientras me dirijo a vosotros, no puedo dejar de ir con mi pensamiento a los hermanos que, por distintas razones, no están aquí con nosotros. A todos envío un saludo fraterno y de bendición. Cómo quisiera, por ejemplo, que los obispos chinos recientemente ordenados en estos años estuvieran presentes en el encuentro de hoy. Sin embargo, en lo hondo del corazón, deseo que ese día no esté lejos. Quisiera asegurarles no sólo la mía y nuestra solidaridad, sino también la del episcopado mundial para que, en la fe común, sientan que, si a veces pueden tener la impresión de estar solos, más fuerte es la certeza de que sus sufrimientos traerán frutos -¡y gran fruto!- por el bien de sus fieles, de sus conciudadanos y de toda la Iglesia.

Queridos hermanos, estamos viviendo un tiempo de camino sinodal sobre la familia. Mientras confío también a vuestras oraciones la próxima asamblea del Sínodo, me gustaría destacar con vosotros que las familias están en la base de la obra evangelizadora, con su misión educativa y con la participación activa a la vida de las comunidades parroquiales.

Os aliento a promover la pastoral familiar, a fin de que las familias, acompañadas y formadas, puedan dar siempre mejor su aportación a la vida de la Iglesia y de la sociedad. Que la Virgen María, Estrella de la Evangelización, os acompañe con su ternura maternal. Sobre todos vosotros y sobre vuestras diócesis, invoco la bendición del Señor.


Fuentes:

Eclessia Digital / Radio Vaticana / Vatican.va

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Un pensamiento en “Los obispos que quiere el Papa Francisco: diez claves

  • 3 octubre, 2014 al 9:29 am
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    Realmente muy buen mensaje, espero que con la gracia y la bendición de Dios, todos los Obispos del mundo se sientan llamados a cumplir lo que el Santo Padre les pide. Hay muchos de ellos que aún no se identifican con los preferidos del Señor:LOS POBRES DE ESPÍRITU Y DE SUSTENTO MATERIAL…Aún hay tiempo para el cambio…todo se puede si tenemos como GUIA, NORTE. EJEMPLO A SEGUIR A JESÚS Y A MARÍA QUE VIVIERON EN ESTA TIERRA Y FUERON TAN HUMANOS COMO NOSOTROS…PERO GRACIAS A SU FE, CONFIANZA Y AMOR EN DIOS PADRE HIZÓ POSIBLE QUE SE CUMPLA EL PLAN DE LA SALVACIÓN PARA NOSOTROS.
    En conclusión estimados Obispos, no descuiden a la oveja perdida, no la hagan a un lado, no la dejen caer por el despeñadero, no la abandonen, no dejen que los lobos se alimenten de ella,curen sus heridas…¡ayúdenla!…ella es muy importante para completar el rebaño que les ha confiado y quiere DIOS.

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