‘La búsqueda de una brújula moral. Una historia global de la ética’ de K. Malik (reseña de libro)

Kenan Malik - Libro Brujula moral

10.00 p m| 29 may 14 (THE TABLET/BV).- Como un estudio del pensamiento filosófico, la narrativa de Kenan Malik es un logro increíble. Con rangos que van desde Sócrates hasta Richard Dawkins y de China a Haití,  desarrolla su obra de manera cronológica, y va descubriendo cómo las sucesivas generaciones de pensadores han tratado de conciliar las paradojas perennes que enfatizan la existencia humana. Sin embargo, Malik hace más que un simple resumen de lo que dicen estos protagonistas de la historia de la filosofía, a lo largo del libro resalta las conexiones entre los hilos claves del pensamiento a través del tiempo. Jonathan Sacks, para la revista The Tablet, propone una interesante reseña.

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La moral se ha convertido en la gran innombrable. Hace más de 30 años, en “Tras la virtud”, Alasdair MacIntyre sostiene que todos estábamos viviendo, sin darnos cuenta, entre los restos de varios sistemas morales, algunas antiguos, otros formulados a raíz de la Ilustración, cada uno incompatible con los demás. Robert Bellah, lamentó, en palabras de John Donne, “Todo está en pedazos, toda coherencia se ha ido”.

Ante eso resulta oportuno el nuevo libro de Kenan Malik, “La búsqueda de una brújula moral”. Es historia intelectual, en la tradición de la historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell, escrito con la misma claridad, accesibilidad y el brío narrativo como el propio maestro. Como el subtítulo dice, “una historia global de la ética”, deja claro, sin embargo, que el alcance de Malik es más amplio que el de Russell, que se extiende más allá que Occidente para incluir el hinduismo, el budismo y dos buenos capítulos sobre el Islam, así como estudios de los maestros chinos, Confucio, Mo Tzu y Lao Tzu y sus herederos contemporáneos. Al final resultan de las partes más gratificantes del libro y las más necesarias. Una vez estuve presente en un foro mundial sobre el futuro de la economía cuando al expresidente del Banco Mundial, Sir James Wolfensohn, se le preguntó qué consejo le daría a sus nietos. “Aprender mandarín”, fue su respuesta contundente. Después de leer este libro, lo más probable es añadirle: “Y leer los neoconfucianos”.

Los juicios de Malik son generosos y la orientación general de su narrativa es sin duda correcta. Se inicia con los presocráticos en una época en que los seres humanos eran conscientes de su impotencia frente a grandes y caprichosas fuerzas que hicieron estragos en los dispositivos y deseos humanos. Fue logro de ellos el crear un espacio para la dignidad humana y el honor, en la cara de un destino ciego e inexorable. Luego vinieron los dos enfoques que entre ellos crearon la matriz de la civilización occidental hasta la edad moderna: el intento de los filósofos griegos de fundamentar la moral en la razón y la naturaleza, y la posición judeo-cristiana de la autoridad en la palabra y voluntad de Dios.

Ambos fueron socavados por la Ilustración. Las ciencias naturales ponen en duda la física aristotélica y la idea de que los propósitos son discernibles en la naturaleza. Y después de un siglo de guerras religiosas en la estela de la Reforma, los filósofos buscaban una base para la moralidad que no descanse sobre polémicas presuposiciones religiosas. Algunos, como Hume, la buscaron en la emoción y en el “sentido moral”. Otros, sobre todo Kant, la encontraron en la razón y el deber. Bentham y Mill argumentaron a favor de juzgar los actos por sus consecuencias.

Pero Kant había colocado involuntariamente un “artefacto explosivo” en el paisaje moral. Al insistir en la autonomía -autolegislación- introdujo una ambigüedad fatal en el discurso intelectual de Occidente. Esto significó que para ser moral tenemos que interiorizar las normas de la sociedad o comunidad de la que formamos parte. Pero también podría interpretarse en el sentido de que cada uno se convierte en su propio legislador moral, con el resultado previsible de que vamos a terminar con el caos que se describe al final del libro de los Jueces: “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía el bien según le parecía”.

Eventualmente sería Nietzsche y Kierkegaard quienes condujeron el pensamiento occidental por un segundo camino, Nietzsche con su ataque a la ética judeo-cristiana, etiquetándola de vengativa, de los que no tienen poder contra los poderosos, y Kierkegaard con su “suspensión teleológica de la ética”, con el argumento de que la obediencia a Dios podría tener prioridad sobre la moral misma. Estas fueron ideas peligrosas y el resultado fue el caos. El pragmatismo de Dewey, el intuicionismo de Moore, el emotivismo de Stevenson y de Ayer, cada uno por distintos caminos fracasaron finalmente en encontrar una base objetiva para la ética en la razón o en la revelación. El difunto Philip Rieff resume toda esta historia como el viaje del “destino” a la “fe” y de ahí a la “ficción”.

Cuando llegué a este punto de mi propia búsqueda de una brújula moral -después de haber sido tutelado por algunos de los pensadores más importantes del mundo, entre ellos Bernard Williams, Philippa Foot y Roger Scruton- reconocí la filosofía a lo “callejón sin salida” en la que había deambulado y entonces me volví a la religión. Un encuentro accidental una década más tarde con “Tras la virtud” de MacIntyre renovó mi amor por la filosofía. MacIntyre hizo por la ética lo que Isaiah Berlin hizo por el pensamiento político: le devolvió su historia y su dignidad.

La primera persona que lo vio así, como señala acertadamente Malik, fue la filósofa católica Elizabeth Anscombe a finales de 1950. Fue la primera en la academia de habla inglesa en darse cuenta de que el lenguaje moral que estábamos usando presupone una comprensión aristotélica de la naturaleza y de una fe judeo-cristiana que ya no se adapta a la cultura común de la modernidad. Estábamos usando palabras que habían perdido su contexto en la vida. Eso es ahora nuestra tragedia y desafío. Esto, Malik concluye, puede ser desconcertante o estimulante.

Épocas de grandes cambios en las civilizaciones tienden a producir nuevas formas de pensar sobre cómo podemos vivir con justicia y armonía en conjunto, que es la misión de la ética a través de las tiempos. Nuestros días encajan exactamente en ese momento, y en términos de la reflexión ética apenas hemos comenzado. Nuevos descubrimientos sobre la estructura del universo, la naturaleza del genoma humano, la plasticidad del cerebro y versiones de una inteligencia artificial cada vez más poderosa, nos están obligando a pensar de nuevo sobre lo que es ser humano en la compañía de los demás en un mundo lleno de peligro y diversidad.

Inevitablemente, en un estudio de esta envergadura hay omisiones. Me hubiera gustado ver más sobre el amor y el perdón, sobre la diferencia entre “shame and guilt cultures” (sociedades controladas por la vergüenza y la culpa), o sobre la distinción de Michael Walzer entre finos y densos conceptos morales -los que expresan nuestra humanidad universal y aquellos que encarnan las particularidades de nuestras tradiciones-. También hubiera sido interesante algo sobre la más importante de las contribuciones de la Biblia al pensamiento moral: la idea de que estamos hechos cada uno, a pesar de nuestras diferencias, a imagen y semejanza de Dios. Aunque al final son solamente sugerencias, ya que en realidad todos quedamos en deuda con Kenan Malik. Es una obra majestuosa y oportuna.


Fuente:

On living a good life in a bad world: “The Quest for a Moral Compass: a global history of ethics” en la revista The Tablet

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