Especial: Una década del papa Francisco
7:00 p.m. | 15 mar 23 (RNS/VTN).- Francisco cumplió el décimo aniversario de su elección, superando con creces los “pocos” años que una vez imaginó para su pontificado y sin mostrar signos de desaceleración. Al contrario, con una agenda llena de pendientes y sin la sombra del papa Benedicto XVI, Francisco (86) ha dejado de hablar de retirarse y recientemente describió el papado como un trabajo para toda la vida. El primer Papa latinoamericano de la historia ya ha dejado huella y podría tener aún más impacto en los años venideros. Reunimos editoriales de varios medios católicos, además de columnas de vaticanistas y líderes de la Iglesia que comentan, desde diferentes perspectivas e intereses, el perfil de estos 10 años de pontificado.
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Diez años después de la elección de Jorge Mario Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, vale la pena volver a lo esencial. Vale la pena recordar lo que el mismo Francisco sigue proponiendo y testimoniando: el rostro de una Iglesia que, como leemos en Evangelii gaudium, “sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”.
Una década de (r)evolución
En estos 10 años se han dado muchos cambios en la Iglesia, pero, sobre todo, el primer pontífice de Latinoamérica ha desinstalado a la Iglesia de las inercias en las que parecía atrapada con un cierto estancamiento, cuando no atragantamiento, respecto al Concilio Vaticano II. Y es que, las medidas adoptadas hasta ahora no son fruto de las ocurrencias de jesuita porteño, sino que brotan del aggiornamento que apuntaló Pablo VI.
Por eso, más que una “revolución”, por la connotación intrínseca de violencia que puede llevar consigo esta expresión, esta década ha propiciado una “evolución” desde ese planteamiento bergogliano de abrir procesos, sin prisa pero sin pausa, que sean irreversibles. Sin acelerones: quienes esperaban un volantazo copernicano en materia doctrinal, en números específicos del Catecismo, quizá se han podido sentir defraudados. Sin frenazos: se han visto sumamente incomodados aquellos que se mantienen en un tradicionalismo inmovilista, cuando no involucionista.
Francisco no representa ni lo uno ni lo otro. Él mismo lo ha explicado en innumerables ocasiones, sin necesidad de traductores, cuando ha compartido sus sueños sobre una Iglesia en salida, pobre para los pobres, discípula y misionera, hospital de campaña. Esta apuesta se traduce ahora en la sinodalidad, en ese caminar juntos, abiertos a la escucha atenta del Espíritu, en una comunidad poliédrica y horizontal que sepa rescatar la esencia de aquellos primeros hombres y mujeres que acompañaron a Jesús hasta la cruz, pero que continuaron adelante sin miedo como apóstoles de la Resurrección.
Esta puesta a punto se ha apuntalado con una riqueza magisterial que tuvo en Evangelii gaudium su primera hoja de ruta, a la que han dado continuidad Fratelli tutti y la originalidad de Laudato si, situando la ecología integral como una prioridad católica y enraizando la actual emergencia climática en los primeros versículos de la Biblia. La escucha atenta a los signos de los tiempos le ha llevado a recuperar para el papado una autoridad social global ganada a pulso. Su constante grito en favor de los pobres y descartados, con una insistencia incansable en defensa de los migrantes y refugiados, así como su impronta personal en materia diplomática para propiciar la paz –lo mismo en Ucrania que en Sudán del Sur–, han situado a este Papa en el epicentro de la agenda política humanista.
Francisco abrió la puerta de la reforma de la Iglesia. Es hora de atravesarla
Antes de que los cardenales del mundo entraran en cónclave en marzo de 2013 para elegir al sucesor del papa Benedicto XVI, celebraron una serie de reuniones en el Vaticano para debatir lo que la Iglesia católica de 1.300 millones de miembros podría necesitar más de su próximo líder. El difunto cardenal de La Habana Jaime Ortega Alamino diría más tarde que el momento más impactante de la reunión se produjo cuando un tal cardenal Jorge Bergoglio pronunció unas breves palabras, en las que pidió una Iglesia “que evangelice y salga de sí misma”. Bergoglio, que entonces tenía 76 años y se preparaba para jubilarse como arzobispo de Buenos Aires (Argentina), utilizó una imagen especialmente evocadora.
Ortega recordó la frase completa como: “En el Apocalipsis, Jesús dice que está a la puerta y toca. Obviamente, el texto se refiere a que llama desde fuera para entrar, pero yo pienso en los momentos en que Jesús llama desde dentro para que le dejemos salir”. En más de un sentido, todo lo que vendría después en los 10 años siguientes puede remontarse a esa única imagen. Jesús, encerrado dentro, queriendo salir. Y un Papa, tratando de abrir la puerta. Mirando hacia atrás desde 2023, es difícil incluso evocar la situación de la Iglesia en vísperas del cónclave de 2013.
Era una Iglesia de investigaciones secretas a teólogos. De medidas enérgicas injustificadas contra el trabajo de las religiosas estadounidenses. De la atrofia de la visión del Concilio Vaticano II y el regreso de la Misa en latín preconciliar. De obispo tras obispo encubriendo abusos sexuales o mala conducta, y a los que se les permitía permanecer en el cargo. Era una Iglesia anterior a la llamada a crear una “cultura del encuentro”. Antes de la visión de una comunidad “magullada, herida y sucia porque ha estado en la calle”. Antes de la declaración de “no hacer concesiones” a quienes quisieran dar marcha atrás en las reformas del Vaticano II. Antes de priorizar los “compromisos ecológicos que emanan de nuestras convicciones”. Antes de la denuncia obligatoria de sospechas de abuso o encubrimiento, en todo el mundo.
Incluso en el más breve de los resúmenes, queda clara la trayectoria de los logros del papa Francisco en los últimos 10 años. El antiguo cardenal Bergoglio ha cambiado la Iglesia de forma sustancial. Mirando hacia el futuro, está claro que gran parte del tiempo que le queda a este papado se dedica ahora al proceso en curso del Sínodo de los Obispos. Francisco está claramente centrado en la importancia del proceso en sí mismo: el esfuerzo de tres años para consultar a los católicos de todos los niveles sobre lo que más necesita la Iglesia ahora, y para abrir el diálogo global. Como dijo en el sínodo de 2014 sobre la vida familiar: “Que nadie diga: Esto no se puede decir”. Ese sentimiento por sí solo es un avance increíble respecto a la Iglesia de 2013.
Pero aquí es donde llegamos al “sin embargo”. Si después de tres años de preparación y dos Sínodos de Obispos consecutivos en Roma en 2023 y 2024, los resultados no expresan cambios o avances sustanciales, uno no necesitará mucha imaginación para pensar en la decepción de los católicos con mentalidad reformista de la Iglesia. Jesús llamó a la puerta. Francisco abrió la puerta. Es hora de atravesarla.
El reformador tiene sus raíces en el Concilio Vaticano II
Para entender a Francisco como reformador, primero es necesario aclarar un malentendido sobre su predecesor, el papa Benedicto XVI. Algunos comentaristas y obispos han invocado el discurso de Benedicto a la Curia en 2005 para afirmar que exigió una “hermenéutica de continuidad” entre la Iglesia anterior y posterior al Vaticano II. De hecho, mientras Benedicto rechazaba una “hermenéutica de ruptura”, pedía una “hermenéutica de reforma, de renovación en la continuidad”. Eso es precisamente lo que logró el Concilio Vaticano II al equilibrar de forma cuidadosa y consciente el impulso de aggiornamento (puesta al día) que San Juan XXIII impartió al concilio y la teología de ressourcement (vuelta a las fuentes) que hizo posible el concilio y dio a los documentos conciliares su forma y contornos más básicos.
La renovación combina esos dos pilares, y todos los esfuerzos de reforma de Francisco están marcados con este sello de aggiornamento y ressourcement, tal como lo pedía el Vaticano II. ¿Por qué, entonces, todo este alboroto acerca de que Francisco es una especie de revolucionario?
En gran parte, se trata de la más cristiana de las historias. “Es una característica llamativa de los Evangelios que, aunque la gente común aceptó a Jesús con entusiasmo, levantó alarmas entre los que se veían a sí mismos como guardianes de la tradición y la verdad”, escribió Austen Ivereigh en su libro de 2019, Pastor herido: El papa Francisco y su lucha por convertir a la Iglesia católica. “La hostilidad hacia Francisco por parte de los grupos tradicionalistas y conservadores de la Iglesia ofrece algunos paralelismos sorprendentes”.
El esfuerzo de Francisco por volver a centrar la misericordia en el corazón de la enseñanza cristiana, como se vio en su Jubileo de la Misericordia y de innumerables otras maneras, hace perder la paciencia a algunos. El resentimiento vertido contra el Papa fue evidente. El síndrome del “hijo mayor” que se encuentra en la parábola del pródigo, lleno de indignación farisaica, ha estado en plena exhibición estos 10 años entre muchos de los críticos de Francisco.
En segundo lugar, la forma en que Francisco entiende su papel como pastor ha dado forma a todas las reformas que ha promulgado, y ha enfurecido aún más a sus críticos. En sínodos y sermones, el Papa ha insistido en que los pastores se acerquen a la gente y la acompañen. Su temprana invocación de la imagen de la Iglesia como hospital de campaña mostró su atención a las heridas que arrastra el pueblo de Dios. Millones de personas, cansadas de ser juzgadas por prelados desde las alturas, suspiraron aliviadas cuando Francisco dijo célebremente: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Sólo los altaneros y los orgullosos se indignaron.
En un reciente discurso, el arzobispo Christophe Pierre, citó la Evolución creadora del filósofo Henri Bergson para explicar cómo el Santo Padre confía en sus intuiciones pastorales tanto o más que en el razonamiento teológico: “Vemos que el intelecto, tan hábil en el trato con lo inerte, es torpe en el momento en que toca lo vivo. Tanto si quiere tratar la vida del cuerpo como la vida de la mente, procede con el rigor, la rigidez y la brutalidad de un instrumento no concebido para tal uso. […] La intuición, por el contrario, se amolda a la forma misma de la vida. Mientras que la inteligencia lo trata todo mecánicamente, la intuición procede, por así decirlo, orgánicamente”.
“La intuición, sin embargo, sólo puede funcionar en un contexto específico, que es la proximidad con la realidad que queremos explorar”, añadió el nuncio. “La intuición requiere un movimiento y un compromiso que tiende un puente entre el observador y lo observado. De hecho, su postura es la opuesta a la del método científico, que exige un cierto distanciamiento entre el científico y el objeto de estudio.”
Y aunque no se respalde cualquier menosprecio del intelecto en un momento en que la idea misma de verdad está siendo atacada, Bergson y el nuncio están en lo cierto. Como mínimo, concebir las enseñanzas de la Iglesia en términos abstractos, como si la solicitud pastoral consistiera en entregar a la gente un ejemplar del catecismo, ha resultado un desastre. Cuando Francisco dice que quiere volver a lo básico, no se refiere al catecismo; se refiere al Evangelio. Esta es la reforma clave que subyace a todas y cada una de las reformas particulares.
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Fuentes
Religion News Service / Vatican News / National Catholic Reporter (2) / Revista Vida Nueva / Videos: Líderes Católicos – Clarín – France24 – Rome Reports / Foto: RTVE