Tumbas en internados: Responsabilidad de la Iglesia

4:00 p.m. | 16 jul 21 (CW/VN).- En junio se adelantó que una delegación de pueblos indígenas se reuniría con el Papa tras el hallazgo de cientos de tumbas de niños indígenas en internados católicos. Semanas después, el episcopado canadiense anunció la fecha de este “significativo encuentro de diálogo y sanación”: del 17 al 20 de diciembre en el Vaticano. Entre los invitados se ha considerado a un grupo de ancianos sabios de las comunidades, sobrevivientes de estos orfanatos y líderes indígenas. Un reflexión sobre la responsabilidad de la Iglesia católica acompaña al anuncio del encuentro.

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“El papa Francisco está profundamente decidido a escuchar directamente a los Pueblos Indígenas, expresando su más sincera cercanía, abordando el impacto de la colonización y el papel de la Iglesia en el sistema escolar residencial, con la esperanza de responder al sufrimiento de los Pueblos Indígenas y los efectos continuos de la trauma intergeneracional”, han explicado los obispos en un comunicado.

Asimismo, los prelados han mostrado su “profundo agradecimiento” ante el “espíritu de apertura del Santo Padre al extender generosamente una invitación para encuentros personales con cada uno de los tres grupos distintos de delegados –Primeras Naciones, Métis e Inuit– así como una audiencia final con todos los delegados juntos en 20 de diciembre de 2021″.

La visita incluirá la participación de un grupo diverso de ancianos “guardianes del conocimiento”, así como sobrevivientes de estos orfanatos y jóvenes de todo el país, acompañados por un pequeño grupo de obispos y líderes indígenas. “La planificación de la delegación está en curso y se anunciarán más detalles cuando estén disponibles”, apuntan los obispos. “Reafirmamos nuestra sincera esperanza de que estos próximos encuentros conduzcan a un futuro compartido de paz y armonía entre los pueblos indígenas y la Iglesia católica en Canadá”, concluye la Conferencia Episcopal.

“Sigo con dolor las noticias sobre el espantoso descubrimiento. Me uno a los obispos canadienses y a toda la Iglesia católica para expresar mi cercanía al pueblo canadiense, que ha quedado traumatizado. Estos tiempos difíciles son una fuerte llamada para que todos nos alejemos del modelo colonizador y caminemos juntos en el diálogo, el respeto mutuo y el reconocimiento de los derechos y valores culturales de todas las hijas e hijos de Canadá”, explicó el Papa días después que se encontraran restos de 215 escolares indígenas enterrados en un internado católico. Se calcula que unos 150000 niños amerindios, mestizos y enuit fueron reclutados por la fuerza hasta la década de 1990 en 139 escuelas –mayoritariamente a cargo de congregaciones– donde quedaban aislados de sus familias. Como apuntan las mismas estimaciones, más de 4000 murieron además de ser maltratados y abusados sexualmente, según una investigación de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Canadá.

 

Responsabilidad de la Iglesia católica

El 24 de mayo de 2021, la Primera Nación Tk’emlúps te Secwépemc (Columbia Británica, Canadá) anunció que había localizado los cuerpos de 215 niños, algunos de tan sólo tres años, enterrados en tumbas sin nombre en el emplazamiento del antiguo internado indio de Kamloops. En las semanas siguientes, se encontraron aún más niños enterrados en lugares de todo Canadá, incluido el descubrimiento de 751 cuerpos de niños en el antiguo internado indio de Marieval, en Saskatchewan. Dado que hubo más de 130 escuelas de este tipo en Canadá, se espera que las próximas semanas y meses revelen muchas más tumbas sin marcar.

Las “escuelas residenciales”, el eufemismo canadiense para referirse a los internados que separaban a los niños indígenas de sus familias y comunidades, estaban diseñadas para quitarles la lengua y la cultura indígena, “para matar al indio que hay en el niño”. Estas escuelas existieron desde finales del siglo XIX hasta 1997, y alrededor del 70% de ellas fueron gestionadas por órdenes misioneras y diócesis católicas romanas. Y, no sólo eran explícitamente imperialistas en sus objetivos, sino que, como es lógico, fueron escenario de muchos abusos emocionales, físicos y sexuales. Los sobrevivientes y sus comunidades siguen sintiendo el trauma causado por el sistema.

El informe de 2015 de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Canadá concluyó que el sistema de escuelas residenciales equivalía a un “genocidio cultural”. Las preguntas que todos los canadienses se plantean ahora sobre la restitución y las reparaciones a los pueblos indígenas son, por tanto, especialmente urgentes para nosotros los católicos, incluso por la responsabilidad que tenemos por pecados que, en algunos casos, se cometieron hace siglos. Es difícil vernos como cómplices, por no decir culpables, por haber nacido en un tiempo y lugar determinados, y aceptar la responsabilidad de acciones que nos parecen meramente históricas.

Un espíritu de honestidad debería obligarnos a reconocer el hecho de que seguimos beneficiándonos de la continua devastación de los pueblos indígenas que participaron en la creación de países como Canadá y Estados Unidos. Dado el papel de la Iglesia en el genocidio de los pueblos indígenas de Canadá, los católicos debemos preguntarnos, así como lo hicieron aquellos en el infierno de Dante: ¿maldecimos nuestra situación histórica contingente, o reconocemos nuestra complicidad limitada, pero real, incluso en situaciones que no son de nuestra incumbencia?

Cuando negamos nuestra participación en los males del colonialismo, intentamos eludir la culpabilidad precisamente de esta manera: queremos los beneficios de lo que fue este “nuevo” mundo sin asumir los males necesarios al tomarlo y aprovecharlo. Planteamos una Iglesia ahistórica, un mundo en el que podemos elegir nuestros orígenes. Reconocer que esto no es así es una ofensa al orgullo que dice que no soy pecador a menos que tenga la intención de serlo.

El Papa emitió una declaración en la que expresaba su “cercanía a los canadienses traumatizados”, pero no se mencionaron las palabras “lo siento” o “disculpa”. En una entrevista con la Canadian Broadcasting Corporation (CBC), el cardenal Thomas Collins expresó sus dudas de que una “cosa grande y dramática [como una disculpa papal] sea el camino a seguir”, subrayando, en cambio, la importancia de un enfoque paciente y pastoral. Seguramente se puede hacer un buen trabajo pastoral para ayudar a la reconciliación con los pueblos indígenas de Canadá, pero estas mismas personas -y muchos de los fieles de la Iglesia canadiense- piensan que una disculpa es un requisito previo para comenzar el trabajo de construir una relación de confianza y respeto mutuo. Es una muy buena noticia que luego el papa Francisco haya pactado una reunión con los líderes indígenas canadienses, aún cuando en este momento no reemplaza a una disculpa directa.

Mientras los canadienses se enfrentan al legado del colonialismo, la Iglesia debería poder recurrir a sus recursos teológicos, pastorales y materiales para ayudar a la reconciliación. El escándalo de nuestra negativa a reconciliarnos con los pueblos indígenas de Canadá ha desprestigiado el Evangelio donde y cuando más se necesita. En Laudato si y en otros espacios, el Papa denuncia repetidamente una “cultura del descarte”, pero ¿qué evidencia más sorprendente podríamos encontrar de esta cultura que un sistema escolar nominalmente católico que descarta los cuerpos de los niños en tumbas sin nombre? Francisco ha criticado con vehemencia el “nuevo colonialismo” de la globalización, pero estas críticas pierden su fuerza si como católicos no reconocemos nuestro papel en el “viejo” colonialismo, que, por cierto, es inseparable del nuevo. Reconocer los pecados cometidos en nombre de nuestra Iglesia, y modelar el arrepentimiento y la restitución de este pecado, no es una traición a la Iglesia. Es nuestra única opción para vivir el Evangelio.

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Fuentes

Commonweal Magazine / Revista Vida Nueva / Foto: Amber Bracken para el The New York Times

 

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