¿Puede un empresario llegar a santo?

8:00 p.m. | 26 feb 21 (LN/EC).- Enrique Shaw, el empresario argentino que está camino a convertirse en el primer hombre de negocios en ser declarado santo, hubiera cumplido 100 años esta semana. Considerado siervo de Dios desde el año 2001, Shaw promovió una mirada empresarial a partir de las enseñanzas del Evangelio e impulsó el crecimiento humano de los trabajadores, inspirado en la doctrina social de la Iglesia. Reunimos artículos que presentan momentos importantes de su vida, testimonios y mensajes que sirven para conocer a un hombre que apuntó al éxito empresarial a partir de un perfil de cercanía y preocupación por sus trabajadores.

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En 2015, el papa Francisco anticipó en una entrevista: “Estoy llevando adelante la causa de beatificación de un rico empresario argentino, Enrique Shaw, que era rico, pero era santo”. Detrás del “pero” de Bergoglio hay siglos de debate acerca de la relación entre el catolicismo y las riquezas, lo celeste y lo terrestre, lo de Dios y lo del César. ¿Podría saldarlo la elevación a los altares de este ejecutivo considerado ejemplar no sólo por su familia y amigos sino también por sus empleados, que acudieron en masa a donar sangre antes de que muriera de cáncer a los 41 años?

 

El trámite debe atravesar varias constataciones en Roma. Primero, la comisión ordinaria de obispos y cardenales de la Congregación para la Causa de los Santos tiene que votar y expedirse sobre si Shaw ha ejercido de manera heroica las virtudes que se le endilgan y, si así lo resuelve, emitir un decreto para considerarlo “venerable”. El siguiente paso es hallar un milagro atribuible a su intercesión, que será analizado por médicos y teólogos. En el clero argentino son optimistas. Dicen que la comisión podría expedirse antes de mitad de año y que el supuesto milagro, cuyos detalles mantienen en reserva, ya fue enviado a Roma: es la curación de un chico que sufrió un accidente.

Lo que sí está probado es cómo entusiasma la figura de Shaw a quienes lo conocieron. Gerente general de Cristalerías Rigolleau, “un hombre de enorme coherencia entre lo que decía y hacía -lo recuerda al diario argentino La Nación el sindicalista Carlos Custer, que trabajó con él entre 1956 y 1963 y llegó a delegado de sección-. Aunque alguna vez no hayamos estado de acuerdo, él trataba de escuchar y entender al otro. Recorría los hornos, le preguntaba a cada empleado por la familia y andaba sonriente: seguro tenía mil dificultades, pero nunca perdió la sonrisa”.

Shaw interpela también, por contraste, este momento de pandemia y de crisis. Quienes lo trataron destacan su ingenio en los momentos adversos y en épocas de ebullición sindical. En su libro “La empresa, comunidad de vida y relaciones humanas: el ejemplar caso de Enrique Shaw”, Mónica Aranda Baulero recuerda el momento en que los accionistas de Rigolleau resuelven cerrar la carpintería, que hacía pallets y cajones para botellas y encarecía los costos: era más barato comprarles a proveedores externos. Shaw no esquivó la decisión, pero le encontró una vuelta: arregló con los empleados el despido, pero les dio un préstamo para que armaran una cooperativa y los ayudó a comprar un terreno frente a la fábrica. Serían ellos, mediante un contrato de exclusividad, los que venderían cajones y pallets a Rigolleau a precios de mercado. La idea fue un éxito: la planta bajó los costos y los obreros, ya propietarios, mejoraron sus ingresos.

Enrique afirma que el desempleo es “en primer lugar un mal moral porque afecta con todos sus sufrimientos a los seres humanos físicamente y en su corazón. La pérdida de empleo y la pérdida total de ingresos -añade- provocan en las familias afectaciones de tristeza y restricción, incluso en las necesidades esenciales de la vida”. Señala que, además, “da lugar a la incertidumbre, el miedo al futuro y, con frecuencia, la miseria”. Por tanto, considera que “ningún cristiano, ninguna buena persona puede permanecer indiferente ante la posibilidad de tal sufrimiento”.

 

También explicó que el desempleo es un mal moral porque viola los planes de Dios, pues Él quiere que el hombre trabaje y obtenga de su trabajo los medios para que él y su familia puedan vivir una vida humana útil para la comunidad. En una sociedad justa y bien organizada -destaca-,no habrá lugar para el desempleo”. Tras lo cual deja en claro ante la crisis de la empresa que los despidos se producirán “cuando no hay otra posibilidad de evitarlos” y “si el bien común lo requiere”. Y que se harán con “justicia, equidad y caridad” después aplicarse todas las medidas legales.

Es cierto que el desvelo de aquellos empresarios por los costos no incluía factores que, con los años, se fueron sumando a la discusión, por ejemplo cuando se hace referencia a los innumerables impuestos del Estado. Pero Shaw parece haberse anticipado a ese debate. En 1958, según consigna el libro “Y dominad la Tierra. Palabras y escritos de Enrique Shaw”, una compilación de Fernán Elizalde, habló así de los sindicatos:

“No hay que tenerles fastidio, sino comprensión. Si se quiere la libertad en el campo económico -y hay que quererla- hay que aceptar las condiciones que hagan posible la libertad. Los problemas de las empresas deben ser resueltos por los interesados -patronos y sindicatos- de común acuerdo. De lo contrario los resolverá el Estado y el gran problema, viéndolo en su conjunto, no es cómo defenderse de los sindicatos, sino cómo defenderse del Estado. La empresa libre sólo puede encontrar seguridad para su desarrollo en una democracia y la democracia no existe donde no hay sindicatos, porque su ausencia provoca tal intervencionismo del Estado que mata la libertad económica y, con ella, la libertad política”.

Era una concepción más que ideológica. Porque Shaw veía en el trabajo la oportunidad de cada empleado de realizarse hacia lo trascendente. Y, a diferencia de muchos creyentes de hoy, incluso sacerdotes y obispos, no disfrazaba su fe de filantropía a la manera de las ONG: hablaba en sus conferencias de Cristo, de la Virgen, de la Eucaristía.

Tampoco evitaba palabras hoy resistidas en el ámbito de la justicia laboral como, por ejemplo, productividad. Al contrario: citaba al industrial belga Léon Antoine Beckaert, que decía que el concepto de productividad estaba ya consignado en el Evangelio de San Mateo, en la parábola de los talentos. “Todos tienen el deber de hacerlos fructificar al máximo”, parafraseaba Shaw. Y más allá de lo que pensara sobre el capitalismo o el rol de un empresario, hay una característica de Shaw que puede resultar atractiva al Pontífice: la austeridad. “Al encargado de nuestro edificio le llamaba la atención que papá no tuviera un mejor auto -recuerda Sarah, la segunda de sus nueve hijos-. Él nos decía: Lo necesario, sí; pero no cosas superfluas”.

Enrique nació el 26 de febrero de 1921. Tras estudiar en el colegio La Salle de Buenos Aires ingresó a la Armada. Allí obtuvo los mejores promedios y se convirtió en el oficial más joven en la historia de la Marina argentina, donde realizó una intensa labor apostólica en tiempos en que era la fuerza menos religiosa. Pese a una foja de servicios sobresaliente y tras haber fundado el Círculo de Cadetes de la Acción Católica, se retiró como capitán de fragata. Es que Enrique quería adquirir la disciplina militar, pero ser empresario. Paralelamente se fue destacando como dirigente católico: fundó la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) y fue su primer presidente. Además, intervino en congresos, dictó conferencias, editó publicaciones, participó en el movimiento familiar cristiano y sostuvo vínculos importantes con la Universidad Católica Argentina.

De una gran humanidad, el enorme cariño que despertaba entre los obreros se reflejo cuando, con apenas 41 años, un cáncer apagaba su vida y más de 250 de sus empleados de Rigolleau se presentaron en la clínica para donarle sangre. Gracias a una recuperación precaria, Shaw pudo agradecer el gesto al personal en la fábrica con elocuencia: “Puedo decirles que ahora casi toda la sangre que corre por mis venas es sangre obrera”.

Antecedentes en Buena Voz Noticias
Fuentes:

La Nación / Clarín / Perfil / UCA / Imagen: Religión Digital

 

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