¿Cristianos sin sacramentos?

8:00 a.m. | 19 jun 20 (AM).- El distanciamiento social obligatorio imposibilita la celebración de los sacramentos y es un escenario que se podría sostener por un tiempo indeterminado. Sin embargo, eso no implica sentirse alejado de la práctica católica o peor aún, generar una ansiedad que provoque arriesgar nuestra salud. Dos reflexiones nos ofrecen alternativas para alimentar la vida sacramental y encontrar la calma para esperar que la situación mejore, desde la mesa eucarística familiar, a través de la reflexión sobre los signos de los tiempos, y por supuesto con la oración y lectura de la Biblia.

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Cómo los católicos pueden usar este tiempo sin la Eucaristía para acercarse a Cristo

En muchos lugares del mundo no podemos celebrar la misa y ni sacramentos debido a la pandemia por COVID-19. Además, como medidas preventivas de aislamiento social, autoridades civiles y eclesiásticas han suspendido las clases escolares, afectando también la catequesis.

En los Estados Unidos se han creado peticiones para presionar para que se suavicen estas medidas y se permita la celebración de los sacramentos. También se han hecho esfuerzos creativos, como confesiones en autocaravanas y misas en estacionamientos, para proporcionar acceso a los sacramentos. Otros han preferido limitarse a la misa transmitida a través de la televisión, la radio o las redes sociales, que obviamente no es lo mismo que la participación física. En este contexto, hemos recordado la doctrina de la “comunión espiritual”. La unción de los enfermos, cuando parece más necesaria, es casi imposible.

¿Qué está en juego?

Al discernir la necesidad de evitar el contagio en comparación con la necesidad de ofrecer acceso a los sacramentos, es necesario comprender lo que está en juego.

Una consideración inicial es que nuestra fe cristiana no ofrece ninguna inmunidad al contagio. Este virus es una bestia sin alma, oportunista y potencialmente letal, que se ha llevado a muchos sacerdotes católicos y a pastores de otras iglesias y religiones. Es prácticamente imposible celebrar los sacramentos sin el tipo de contacto que infecta. Incluso la señal de la cruz genera riesgo si queremos evitar tocar la cara y la boca donde el virus tiene acceso a nuestra garganta y pulmones. No debemos subestimar el peligro que representa este virus.

A medida que la pandemia se ha ido extendiendo, nos hemos ido dando cuenta de lo contagioso que es el nuevo coronavirus. Muchos profesionales de la salud, incluso con todas las precauciones que toman, se han infectado. En países como Italia y España, un número desproporcionado de sacerdotes han enfermado y muerto.

Nuestro derecho a los sacramentos

El documento final del Sínodo Panamazónico declara:

“Existe un derecho de la comunidad a la celebración, que deriva de la esencia de la Eucaristía y de su lugar en la economía de la salvación. La vida sacramental es la integración de las diversas dimensiones de la vida humana en el Misterio Pascual, que nos fortalece. Por eso las comunidades vivas claman verdaderamente por la celebración de la Eucaristía. Ella es, sin duda, punto de llegada (culmen y consumación) de la comunidad; pero es, a la vez, punto de partida: de encuentro, de reconciliación, de aprendizaje y catequesis, de crecimiento comunitario.

Muchas de las comunidades eclesiales del territorio amazónico tienen enormes dificultades para acceder a la Eucaristía. En ocasiones pasan no solo meses sino, incluso, varios años antes de que un sacerdote pueda regresar a una comunidad para celebrar la Eucaristía, ofrecer el sacramento de la reconciliación o ungir a los enfermos de la comunidad”.

Estas palabras resumen el argumento para considerar la ordenación de hombres casados al sacerdocio. Irónicamente, muchos de los que ahora piden a gritos permiso para participar de los sacramentos en medio de la pandemia, se oponían a hacer cualquier excepción al celibato sacerdotal para aumentar la disponibilidad de la Eucaristía en la Amazonía, a pesar de las súplicas de los católicos de la región. Esta contradicción debería llevarnos a reflexionar sobre cómo entendemos los sacramentos en la vida de la Iglesia y de los fieles.

Sacramentos y el misterio pascual

Aunque la eficacia de los sacramentos se logra “ex opere operato”, es decir, por el simple hecho de celebrarlos válidamente, facilitado con la disposición y las motivaciones adecuadas, hay que evitar el tipo de fundamentalismos que conducen a los fanatismos. Por ejemplo, consideramos que el bautismo es necesario para la salvación, pero no podemos considerar a los no bautizados como condenados al infierno. Al mismo tiempo, la Iglesia reconoce un bautismo de sangre en el caso de los mártires e incluso un bautismo de deseo, en el que no hay ninguna forma sacramental y ciertamente ningún certificado. Esta realidad debería exiliar cualquier tipo de comprensión “mágica” de los sacramentos.

Me gusta especialmente la afirmación del sínodo de que “la vida sacramental es la integración de las diversas dimensiones de la vida humana en el Misterio Pascual” porque en lugar de centrarse en algo tan abstracto como la “gracia”, toca las realidades prácticas de la vida diaria: el nacimiento y la muerte, la familia y la comunidad, nuestro pan de cada día, la sexualidad y la enfermedad.

Si vivimos los sacramentos en su verdadera profundidad como creyentes bautizados, cuando nos sentemos a la mesa eucarística experimentaremos una auténtica comunión familiar, y cuando nos sentemos a la mesa familiar experimentaremos una eucaristía, porque ambas actividades serán una participación en la muerte y resurrección de Cristo que respira el don del Espíritu Santo para nosotros y a través de nosotros.

Getsemaní y Emaús

Integrado en el misterio pascual, el drama que estamos viviendo ahora tiene paralelos en los pasajes bíblicos del Jardín de Getsemaní y el Camino de Emaús.

Estamos en Getsemaní porque con toda la humanidad tenemos que enfrentarnos al desafío de esta pandemia, rezando, “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad y no la mía”. La decisión de todo trabajador de la salud que atiende a pacientes con coronavirus se puede percibir así porque tiene que aceptar el riesgo de contaminarse a sí mismo y a su familia. Y por supuesto, lo que todos hacemos para evitar la propagación del virus, las autoridades y los ciudadanos, requiere esa misma oración si queremos tomar las decisiones que están de acuerdo con la voluntad de nuestro Padre celestial.

Los ya infectados, especialmente aquellos que podrían perder la vida, viven también esta oración. Sería muy triste que los más cercanos a Jesús se fueran en este momento, sin comprensión espiritual, sin participar en el misterio pascual.

También estamos en el camino de Emaús. Jesús deseaba ser reconocido al partir el pan, pero primero era necesario hacer el camino que le permitiera explicar las Escrituras a la luz de su pasión, y su pasión a la luz de las Escrituras. También esperamos nuestra participación al compartir el pan, pero quizás necesitamos tomarnos el tiempo que se nos da ahora para hacer primero el camino a Emaús. En nuestro camino, necesitamos aprender a escuchar la voz de Cristo resucitado mientras camina con nosotros en este momento en que es difícil entender lo que ha sucedido en estos días. “¡Qué lentos son sus corazones para creer!” Jesús nos dice.

Todavía se discute la distancia de Emaús hasta Jerusalén; hoy en día, Emaús está más distante para algunos que para otros porque no es tan fácil leer los signos de los tiempos, especialmente cuando estamos en medio de la tormenta. Tenemos que entender mejor la integración del misterio pascual y la pandemia actual. Esto requiere un diálogo con el Señor que no sea apresurado ni superficial.

Cuando llegue el momento, Jesús mismo tomará el pan, dará la bendición, lo partirá y lo compartirá con nosotros. Si hemos aprovechado el camino, entonces lo reconoceremos con mayor claridad y experimentaremos un fuego transformador que arderá durante mucho tiempo en nuestros corazones.

¿Cómo honrar el cuerpo y la sangre de Cristo cuando no podemos recibir la comunión?

Con muchas personas que aún no pueden recibir la comunión físicamente, presento algunas alternativas para honrar la eucaristía mientras esperamos recibir el sacramento en el futuro.

En el Deuteronomio, Moisés habla a su comunidad de los actos salvíficos de Dios que los liberó de la esclavitud. Moisés recuerda a los israelitas que Dios les ha proporcionado alimento y cuidado a lo largo de su viaje, enviando maná, codornices y agua para sostenerlos (Ex 16:1-17:7). El maná, el pan del cielo, emerge bajo una capa de rocío; es similar a las obleas hojaldradas con sabor a miel, resaltando la dulzura del regalo de Dios. El maná del cielo tiene hermosos paralelos con el Evangelio de Juan, donde Jesús se llama a sí mismo el pan de vida.

En Juan, Jesús alude al maná cuando se describe a sí mismo como el pan de vida del cielo. El Evangelio de Juan no contiene una historia de la Última Cena, con la institución del Santísimo Sacramento, como se encuentra en los Evangelios Sinópticos (Mt 26:26-29; Mc 14:22-25; Lc 22:15-20). Sin embargo, en la lectura del domingo pasado, escuchamos el lenguaje de la sacramentalidad de Juan con Jesús identificando su cuerpo y su sangre como regalos celestiales que son el verdadero alimento que lleva a la vida eterna.

Durante este período de distanciamiento social, la mayoría de las personas han sido físicamente incapaces de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo. ¿Cómo, entonces, podemos celebrar esta fiesta que por naturaleza es tan tangible? El papa Francisco ha sugerido una oración para la comunión espiritual que reconoce este desafío:

“Jesús mío, creo que estás presente en el Santísimo Sacramento. Te amo por encima de todas las cosas, y deseo recibirte en mi alma. Ya que no puedo en este momento recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Te abrazo como si ya estuvieras allí y me uno totalmente a ti. Nunca permitas que me separe de ti. Amén”.

Los salmos también pueden ayudarnos a expresar este sentido de pérdida y anhelo. Los salmos de Coré (Sal 42-49, 84, 85, 87 y 88) son particularmente aptos. A veces, los coritas estaban aislados y separados del Templo. Algunos de sus salmos expresan el deseo de estar cerca de Dios, y de manera emotiva -algunas veces con amargura- piden Su ayuda en momentos de crisis: “Como ansía la cierva corrientes de agua, así mi alma te ansía, oh Dios” (Sal 42:2); “¡Qué delicia es tu morada, Señor Todopoderoso! Mi aliento se consume anhelando los atrios del Señor; mi corazón y mi carne exultan por el Dios vivo” (Sal 84, 2-3); “¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes? Espabílate, no nos rechaces más. ¿Por qué escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión?” (Sal 44:24-25). La lectura de los salmos puede ayudarnos a reflexionar sobre nuestras emociones y problemas mientras nos ayuda a acercarnos a Dios.

A medida que continuamos en este viaje, la Escritura nos proporciona una gran cantidad de textos que pueden sostenernos. Como los israelitas, puede que necesitemos que se nos recuerden las bendiciones que ya hemos recibido de Dios. Como los de Coré, podríamos necesitar desahogar nuestra angustia y frustración mientras expresamos nuestro deseo de reunirnos físicamente con Dios y con los demás. Y, como vemos en el Evangelio y en la oración del papa Francisco, debemos seguir esperando recibir el cuerpo y la sangre de Cristo de nuevo.

Fuentes:

“How Catholics can use this time without the Eucharist to grow closer to Christ” de Robert Flock / “How can we honor the body and blood of Christ when we can’t receive communion?” de Jaime L. Waters. Ambos publicados en America Magazine. Traducción libre de Buena Voz Noticias.

Pintura: La Cena de Emaús (1633) de Matthias Stom

 

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Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

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