El Papa nombra nuevo secretario personal

9:00 a.m. | 19 feb 20 (AM/EO).- Francisco ha elegido como su nuevo secretario personal al P. Gonzalo Aemilius, un sacerdote uruguayo de 40 años, a quien admira y conoce desde el 2006 por su labor pastoral en un proyecto dedicado a sacar a los jóvenes de Montevideo de la adicción a las drogas. También ha sido reconocido por su labor como director de una escuela secundaria, que ofrece educación gratuita con gestión privada.

Para entender este cambio, es importante saber que Francisco ha dejado claro que no quería el tipo de secretarios personales de sus predecesores. No busca un “guardián del Papa”, que por consiguiente acumulara o ejerciera una considerable influencia o poder durante el pontificado. Más bien, apuesta por la “rotación” del personal, como un “servicio temporal”.
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El Vaticano anunció que un sacerdote uruguayo que trabajó mucho con chicos de la calle, el padre Gonzalo Aemilius, de 40 años, será el nuevo secretario privado del Papa. Ese puesto crucial se encontraba vacante desde diciembre pasado, cuando dejó esa función el padre argentino Fabián Pedacchio debido a una “ordinaria rotación”.

Aemilius trabajará junto al otro secretario privado de Francisco, el padre egipcio Yoannis Lahzi Gaid, que cumple esta función “a medio tiempo” ya que también trabaja en la sección árabe de la Secretaría de Estado, como en su momento el muy discreto Pedacchio, que ahora a regresado a sus labores a tiempo completo en la Congregación de Obispos.

Debido al principio de rotación que impuso el Papa, que no quiere secretarios privados vitalicios con demasiado poder -como ocurrió con Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI-, sino que cumplan un “servicio temporal”, también el padre Gaid pronto podría dejar su puesto.

Según observadores de cuestiones vaticanas es significativo que el nuevo secretario privado de Francisco sea uruguayo y no argentino, visto y considerando que los secretarios de todos sus antecesores siempre fueron de la misma nacionalidad del Pontífice.

Una larga amistad

Nacido el 18 de septiembre de 1979 en el seno de una familia acomodada de Montevideo, de una abuela judía y padre no creyentes, Aemilus se convirtió durante la escuela secundaria, sorprendido por la sonrisa y la alegría en el rostro de algunos sacerdotes que ayudaban a los niños de la calle, según recordó Vatican News. Fue así que “decidió hacerse sacerdote y dedicar su vida a los niños pobres y abandonados de su país”, subrayó el portal del Vaticano.

Fue ordenado sacerdote el 6 de mayo de 2006 y, con gran creatividad fundó el Liceo Jubilar Juan Pablo II en Montevideo, una escuela para chicos pobres y estudió teología en Roma. Conoce al Papa desde 2006, cuando el entonces cardenal y arzobispo de Buenos Aires lo llamó porque había oído de su trabajo con los chicos de la calle y quería saber más sobre esa iniciativa.

Aemilius, más bien conocido como padre Gonzalo, saltó a la fama internacional en los primeros días del pontificado de Francisco porque, poco antes de su primera misa pública en la Iglesia de Santa Ana, en el Vaticano, el Papa lo reconoció entre la multitud que lo vivaba desde atrás de un vallado en la Puerta de Santa Ana. “¡Jorge, soy Gonzalo, estoy acá!”, le gritó el padre Gonzalo y el Papa se acercó: “Vení pasá, te estuve llamando ayer y no me atendiste”, le dijo. “Es que tuve el celular apagado”, le contestó Gonzalo, con quien se fundió en un abrazo tomado por cámaras de todo el mundo y que, al final de la misa, fue presentado públicamente por el Papa, que pidió a los presentes que rezaran por él y por su gran trabajo con los chicos de la calle y con los adictos a las drogas.

Entrevistado por diversos medios después de este increíble reencuentro, Aemilius contó que conoció al Papa siendo seminarista y que cuando él se interesó por su iniciativa con el Liceo Jubilar, se transformó para él en un “referente muy grande”. “Tuve el privilegio de ser guíado por él en ese proceso”, dijo. Y detalló que cuando Bergoglio se fue para el cónclave, le prometió que si era electo, algo que no esperaba para nada, viajaría a Roma. Fue así que su familia, consciente de la amistad que los une, le regaló el pasaje para ir y tuvo ese encuentro casual el 17 de marzo, que dio la vuelta al mundo.

Entrevistado por L’Osservatore Romano al día siguiente de ese episodio, el padre Gonzalo contó que le había impresionado la capacidad del entonces arzobispo Bergoglio para integrar diferentes valores y canalizarlos en una sola dirección: “Experimentar esta capacidad suya fue decisivo en mi vida. Me enseñó a tomar lo mejor que hay en cada individuo, por más diferente que sea de todos los demás, y a aprovecharlo para el bien de todos”.

Conozca a Gonzalo Aemilus: Un sacerdote del siglo XXI (extracto – 2012)

El liceo (secundaria) Pedro Poveda lo marcó. “Ahí tuve una de las experiencias más hermosas de mi vida, porque descubrí lo que es la experiencia de fe”. Su acercamiento con las teresianas, que llevan adelante el Poveda, fue clave para Gonzalo. “Ellas son laicas consagradas que entregan su vida a los demás, pero no parecen monjas, tienen sus trabajos y de apariencia son mujeres comunes y corrientes”. A Gonzalo no le iba mal en el liceo, por lo que sus padres no podían “retarlo mucho”. Él tenía una vida tan activa que entraba y salía de la casa todo el tiempo. “Mi padre me decía ‘esto no es un hotel’, pero como yo cumplía con mis obligaciones, no podían decirme mucho más que eso”.

A los 17 o 18 años, en el momento de decidir su futuro profesional, que parecía iba a estar en la contabilidad (profesión de su padre), Gonzalo contempló la posibilidad de dar la vida por los demás. “Empezaba a preguntarle a Dios: ‘¿Para qué estoy? ¿Para qué nací?’. Y ahí empezaron todas las dudas de cuál era mi misión en la vida”. De a poco Gonzalo fue inclinándose hacia el lado de la fe. Desde que entró al Poveda y comenzó su religiosidad, sus padres, aunque no eran creyentes, nunca le pusieron trabas, le dieron la libertad hasta para bautizarse, tomar la comunión y confirmarse.

Gonzalo, el adolescente que usaba pelo largo y escuchaba rock and roll, el que tenía que atarse el pelo para que lo dejaran entrar al colegio, el que tenía novia, salía a bailar y hacía lo que cualquier joven de su edad hacía, quería ser sacerdote. Y si bien tenía sus dudas, estaba dispuesto a probar. “Estaba en todo ese dilema, y un día fui a misa y escuché una lectura que me encantó, la del joven rico: se acerca un joven y le pregunta a Jesús: ‘¿Qué tengo que hacer para lograr la vida eterna y ser feliz?’ Y Jesús le responde: ‘Cumple los mandamientos’. El joven le contesta: ‘Lo vengo haciendo desde chico, ¿qué más?’. Y Jesús le dice: ‘Vende todo, ven y sígueme’. Fue como que… capaz que es un bolazo, pero yo venía cumpliendo todo. Entonces ahí, con 18 años, dije, ‘perdido por perdido, si no es, no es’. Y me vino una felicidad tan grande que salí de la misa con la decisión tomada”.

A nivel personal estaba decidido. Lo que seguía era igual o más difícil que la propia decisión. “De ahí, ir a decirles a mis viejos: mirá, papá, voy a ser cura”. Hubo muchas idas y venidas, algunas relacionadas con los prejuicios que una familia no religiosa tenía sobre la vida de los sacerdotes. Luego de estar días sin hablarse y de un tiempo lógico de procesamiento y asimilación, el padre de Gonzalo le escribió una carta que decía: “En la vida traté de darte dos cosas: alas para que vueles alto y una pista de aterrizaje para que tengas siempre donde estar parado”. “Todavía tengo la carta que me dio”, confiesa Gonzalo, que explica que si bien sus padres quedaron impactados con la abrupta novedad, lo ayudaron a decidirse. “Papá con el deber ser sobre todo; mamá con la ternura, la paciencia, la pasión y la acción”.

Gonzalo había declarado su deseo de entrar en el seminario a su familia. “Después… decirles a mis amigos, la mayoría no creyentes, fue lo más difícil. Una vez fuimos a bailar y me agarraron cuando nos volvíamos con la intención de sacarme una confesión y me preguntaron: ‘A ver…, ¿vos querés ser cura en serio?’. Respondí que sí con mayor firmeza aun, y de ahí en adelante nunca me volvieron a preguntar si estaba seguro” [risas]. Hoy ha casado a muchos de ellos y bautizado a los hijos.

¿Qué terminó de ayudarme a decir yo quiero esto para mí? El modelo de mucha gente que se fue cruzando en el camino. Especialmente porque a mí me fascina Jesucristo porque tiene actualidad, novedad, tiene cosas tan lindas para regalarle al ser humano que me hicieron explotar, me hicieron vivir la vida de otra forma y aprender a ver la vida de otra manera. Esa alegría y felicidad que Jesucristo despertó en mí es la que me siento invitado a despertar en los demás. Ojo, esto acompañado de muchos curas y testimonios de mucha gente”.

Mientras lo entrevisto, me pregunto recurrentemente si no se habrá arrepentido alguna vez de su elección, si no querrá formar una familia con hijos. Y entonces le pregunto a él cómo se hace para elegir el celibato para siempre. No se sorprende, se nota que no soy la primera persona que se lo pregunta. Asiente con un gesto de su cabeza, avalando la lógica de mi pregunta y luego contesta. “Yo me recontra siento padre de la vida de estos niños [los alumnos del Liceo Jubilar]”; y enseguida aclara: “Tengo clarísimo que no son mis niños biológicos. En cierta medida es una opción, pero nunca me sentí ni castrado, ni frustrado. Me siento hiperpadre y me siento empáticamente conectado con lo que muchos padres viven, porque lo vivo desde mi paternidad espiritual”.

Si bien la decisión personal de Gonzalo queda clara, le consulto si a nivel general le parece bien el celibato en estos tiempos. “Creo que el celibato es una opción, por ejemplo en mi caso. Si no fuera célibe no podría vivir la vida que vivo, entregarme como me entrego, llenar mi corazón como lo lleno. Algo tendría que abandonar. ¿Captás? No podría estar acá entregando la vida como la entrego en el liceo y en la parroquia sabiendo que estoy dejando una mujer e hijos. Algo estaría abandonando, con algo estaría siendo infiel. Por eso creo que el celibato es una buena nueva, también”.

Si bien todo lo que dice puede ser discutible para muchos, les aseguro que en su mirada y en su voz transmite una gran convicción y una alegría inmensa. De todas maneras, indago un poquito más y le pregunto si no se siente atraído sexualmente hacia las mujeres. Sonríe, y me dice: “No perdés ninguna atracción sexual, no perdés ninguna pasión. El tema no es controlarse, es encauzar. Yo tengo un montón de energía vital que ¿dónde la canalizo?, ¿dónde la entrego? En lugar de volcarla en un acto sexual, la vuelco en otro tipo de cosas”.

“No solo los curas somos célibes, hay un montón de otras personas o parejas que hacen la opción de celibato por razones personales. El celibato bien vivido es fuente de alegría. Tiene su cuota de carencia, es verdad. A veces uno siente la falta de no tener a alguien concreto cuando llegás a tu hogar, pero también está el montón de otras redes que uno va tejiendo y que te van dando las fuerzas para vivir y encontrarle el gusto a la vida. El celibato es signo de que hay muchas formas válidas de amor. No tengo ningún tipo de vergüenza de decir me siento amado por Dios he invitado a brindar ese amor a los demás. Esa es la fuente del celibato, no se entiende sino es desde esa experiencia de amor con Dios y que te lleva a decir: Nunca pensé que iba a estar tan bueno ser cura hasta que lo fui.

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Fuentes:

America Magazine / Vatican News / La Nación / Foto: Radek Pietruszka

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