Un discernimiento ético sobre el sistema económico y financiero

7:00 p.m. | 10 dic 19 (RM).- A pesar de la última crisis financiera, no se ha observado una verdadera búsqueda de nuevos criterios para enfrentar los desafíos que representan las economías en el mundo. Con esa idea como estímulo, el Vaticano presentó el documento “Oeconomicae et pecuniariae quaestiones” (2018), propuesto como una orientación para un discernimiento ético sobre esas materias, sosteniendo como fundamento una visión del ser humano en la sociedad. En el siguiente artículo de Tony Mifsud SJ, publicado en la revista Mensaje, se sintetizan algunas de sus ideas principales.


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Según plantea “Oeconomicae et pecuniariae quaestiones”, la creciente influencia de los mercados sobre el bienestar material de la mayor parte de la humanidad, exige una regulación adecuada de sus dinámicas y, además, un fundamento ético que garantice un bienestar compartido y una calidad humana de relaciones que los mecanismos económicos, por sí solos, no pueden producir.

La dimensión humana involucrada en un sistema económico requiere de algunos principios éticos basados en la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad, porque, si bien es cierto que el bienestar económico global ha aumentado, también hay que señalar que al mismo tiempo han aumentado las desigualdades entre los distintos países y dentro de ellos. El número de personas que viven en pobreza extrema sigue siendo enorme.

A pesar de la reciente crisis financiera, “no ha habido ninguna reacción que haya llevado a repensar los criterios obsoletos que continúan gobernando el mundo. Por el contrario, a veces parece volver a estar en auge un egoísmo miope y limitado a corto plazo, el cual, prescindiendo del bien común, excluye de su horizonte la preocupación, no solo de crear, sino también de difundir riqueza y eliminar las desigualdades, hoy tan pronunciadas” (No 5).

El horizonte antropológico

Desde una perspectiva ética, toda realidad y actividad humana tiene que respetar la dignidad humana y orientarse al bien común. En otras palabras, toda acción humana supone una comprensión del ser humano y del mundo, que revela su mayor o menor mérito a través de los efectos y el desarrollo que produce.

Una comprensión individualista del ser humano tiende a considerarlo principalmente en términos de consumidor con la finalidad primera de optimizar sus ganancias pecuniarias. No obstante, “es peculiar de la persona humana, de hecho, poseer una índole relacional y una racionalidad a la búsqueda perenne de una ganancia y un bienestar que sean completos, irreducibles a una lógica de consumo o a los aspectos económicos de la vida”. Es decir, esta racionalidad resiste cualquier reducción que cosifique sus exigencias de fondo. “En este sentido, no se puede negar que hoy existe una tendencia a cosificar cualquier intercambio de bienes, reduciéndolo a mero intercambio de cosas” (No 9).

El ser humano se comprende como sujeto constitutivamente incorporado en una trama de relaciones, porque toda persona nace dentro de un contexto familiar (dentro de relaciones que lo preceden y sin las cuales sería imposible su mismo existir) y, más tarde, desarrolla las etapas de su existencia entrando en constante relacionalidad con otros.

Este carácter original de comunión lo orienta naturalmente a la vida comunitaria, lugar fundamental de su completa realización. “Solo el reconocimiento de este carácter, como elemento originariamente constitutivo de nuestra identidad humana, permite mirar a los demás no principalmente como competidores potenciales, sino como posibles aliados en la construcción de un bien, que no es auténtico si no se refiere, al mismo tiempo, a todos y cada uno” (No 10).

Tres principios claves

Por consiguiente, esta antropología relacional requiere de una comprensión integral del bienestar, es decir, de todo el ser humano y de todos los seres humanos. Este horizonte llega a la conclusión de que ningún beneficio es legítimo cuando se pierde el horizonte de (a) la promoción integral de la persona humana, (b) el destino universal de los bienes, y (c) la opción preferencial por los pobres.

Estos tres principios exigen necesariamente el uno al otro en la perspectiva de la construcción de un mundo más justo y solidario. “Así, todo progreso del sistema económico no puede considerarse tal si se mide solo con parámetros de cantidad y eficacia en la obtención de beneficios, sino que tiene que ser evaluado también en base a la calidad de vida que produce y a la extensión social del bienestar que difunde, un bienestar que no puede limitarse a sus aspectos materiales” (No 10).

El auténtico bienestar humano tiene que evaluarse con criterios que no se limitan al Producto Interno Bruto de un país, porque también es preciso considerar otros parámetros, como son la seguridad, la salud, el crecimiento del capital humano, la calidad de la vida social y del trabajo. Por tanto, la justa búsqueda del beneficio no constituye la única referencia ética de la acción económica. “En una perspectiva plenamente humana, se establece un círculo virtuoso entre ganancia y solidaridad, el cual, gracias al obrar libre del hombre, puede expandir todas las potencialidades positivas de los mercados” (No 11).

La actividad financiera

El mercado, propulsor de la economía, es incapaz de regularse a sí mismo. De hecho, los mercados “no son capaces de generar los fundamentos que les permitan funcionar regularmente (cohesión social, honestidad, confianza, seguridad, leyes…), ni de corregir los efectos externos negativos (diseconomy) para la sociedad humana (desigualdades, asimetrías, degradación ambiental, inseguridad social, fraude…)” (No 13).

El factor humano presente en el mundo financiero posibilita la presencia del egoísmo y el abuso que tienen un potencial muy grande para causar daño a la comunidad. Así, se dan casos en los cuales algunos de los medios utilizados por los mercados, aunque no sean en sí mismos inaceptables desde un punto de vista ético, generan abusos y fraudes. “Por ejemplo, comercializar algunos productos financieros, en sí mismos lícitos, en situación de asimetría, aprovechando las lagunas informativas o la debilidad contractual de una de las partes, constituye de suyo una violación de la debida honestidad relacional y es una grave infracción desde el punto ético” (No 14).

El rendimiento del capital amenaza con suplantar la renta del trabajo. El trabajo mismo, con su dignidad, pierde su condición de bien para el ser humano, al convertirse en un simple medio de intercambio dentro de relaciones sociales asimétricas. De tal manera que se invierte la relación entre medios y fines, “en virtud del cual el trabajo, de bien, se convierte en instrumento y el dinero, de medio, se convierte en fin, encuentra terreno fértil esa cultura del descarte, temeraria y amoral, que ha marginado a grandes masas de población, privándoles de trabajo decente y convirtiéndoles en sujetos sin horizontes, sin salida” (No 15).

El problema ético no reside en la ganancia, “sino el aprovecharse de una asimetría en favor propio para generar beneficios significativos a expensas de otros; lucrar explotando la propia posición dominante con desventaja injusta de los demás o enriquecerse creando perjuicio o perturbando el bienestar colectivo” (No 17). Una sociedad merece el nombre de humana cuando pretende ser acogedora e inclusiva, es decir, “donde haya espacio para los más débiles y donde la riqueza se utilice en beneficio de todos” (No 17).

El mecanismo del mercado

El mercado puede comprenderse como un gran organismo, en cuyas venas corren inmensas cantidades de capitales. Se puede también hablar de la salud del mismo organismo, cuando sus medios y aparatos procuran una buena funcionalidad del sistema, en el cual el crecimiento y la difusión de la riqueza van de la mano. Por tanto, la salud del sistema depende de la salud de cada una de las acciones realizadas.

Así, también, cada vez que se introducen y difunden instrumentos económicos y financieros no fiables, que ponen en serio peligro el crecimiento y la difusión de la riqueza, creando puntos críticos y riesgos sistémicos, se puede hablar de una intoxicación de ese organismo. Por consiguiente, favorecer la salud y evitar la contaminación, incluso desde el punto de vista económico, es un imperativo ético ineludible para todos los actores comprometidos en los mercados.

La experiencia de las últimas décadas ha demostrado, por un lado, lo ingenua que es la confianza en una autosuficiencia distributiva de los mercados, independiente de toda ética y, por otro lado, la urgente necesidad de una adecuada regulación, que conjugue al mismo tiempo libertad y tutela de todos los sujetos que en ella operan en régimen de una sana y correcta interacción, especialmente de los más vulnerables.

Esa regulación se comprueba aún más necesaria, ya sea por la constatación de que entre los principales motivos de la reciente crisis económica se hallan también conductas inmorales de representantes del mundo financiero, ya sea por el hecho de que la dimensión supranacional del sistema económico permite burlar fácilmente las reglas establecidas por los distintos países. Además, la extrema volatilidad y movilidad de los capitales comprometidos en el mundo financiero permite, a quien dispone de ellos, operar fácilmente más allá de toda norma que no sea la de un beneficio inmediato, chantajeando a menudo desde una posición de fuerza también al poder político de turno.

Por tanto, los mercados necesitan orientaciones sólidas y robustas, tanto macroprudenciales como normativas, lo más participadas y uniformes que sea posible; así como reglas, que hay que actualizar continuamente, porque la realidad misma de los mercados está en continuo movimiento. En tal sentido, es importante mantener una coordinación estable, clara y eficaz entre las diversas autoridades nacionales de regulación de los mercados, con la posibilidad, y a veces incluso la necesidad, de compartir con prontitud decisiones vinculantes cuando lo exija el riesgo para el bien común.

El documento termina ofreciendo algunos criterios éticos con respecto a algunos aspectos del actual sistema económico y financiero: la información, el crédito, la especulación, la cooperación, la empresa, la fijación de la tasa de interés y aquella de cambio, el mundo de las finanzas off shore, el sistema fiscal de los Estados, la deuda pública.

A modo de conclusión

La circularidad natural que existe entre el beneficio (factor necesario en todo sistema económico) y la responsabilidad social (elemento esencial para la supervivencia de toda forma de convivencia civil) está llamada a revelar toda su fecundidad, mostrando el vínculo indisoluble entre una ética respetuosa de las personas y del bien común, y la funcionalidad real de todo sistema económico-financiero. Solo el reconocimiento y potenciación del vínculo que existe entre la razón económica y la razón ética posibilita un bien que sea para todos los miembros de la sociedad.

El documento subraya que cualquier práctica financiera presupone, consciente o inconscientemente, una antropología, una visión del ser humano en sociedad. Por tanto, urge un cambio de paradigma financiero porque los mercados por sí mismos no pueden asegurar el auténtico progreso en términos del desarrollo humano integral y la inclusión social. “El mercado, para funcionar bien, necesita presupuestos antropológicos y éticos, que por sí sólo no es capaz de producir” (No 23). Un cambio en la forma de hacer negocios implica un cambio en la forma de hacer política, para lo cual se requiere un cambio de estilo de vida.

ENLACE: Documento “Oeconomicae et pecuniariae quaestiones” (oficial)

Fuente:

Artículo tomado de la revista Mensaje, edición de mayo 2019, página 42.

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