El papel de la conciencia moral

5:00 p m| 6 jun 19 (LC).- Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia ha puesto la libertad de conciencia en el corazón de la dignidad humana. Pero la conciencia moral no es un absoluto, no se puede comparar con un instinto que evitaría la reflexión, la información, el debate, la prudencia y el discernimiento. La libertad de conciencia está ligada a la búsqueda de la verdad. Reflexión de Geneviève Médevielle, profesora del Instituto Católico de París, publicada en La Croix.

—————————————————————————

-¿Qué es la conciencia?

Responder a esta pregunta, bruscamente expuesta, supone que nos interesamos por el uso que hacemos de la palabra en lo cotidiano de nuestra vida. Porque, si hay un problema de definición, es que la palabra se haya en un gran número de frases y expresiones en las cuales recibe un gran número de sentidos diferentes.

Un primer sentido puede hacer referencia al conocimiento de algo, como en las expresiones: “Tomo conciencia de”, “Tengo conciencia de”, “Soy consciente de”. Conciencia (o consciencia) refiere, pues, a conocimiento, claridad o, simplemente, al pensamiento de una cosa en sí misma o fuera de sí.

Un segundo sentido, psicológico, se encuentra en los usos siguientes: “Entrar en nuestra conciencia”, “Perder la consciencia”, “Ser un inconsciente”. Notamos que en estos casos podemos hablar de pérdida, de desaparición de un sentimiento más o menos confuso pero sensible, de una presencia en uno mismo y en el mundo. Así, mientras que el primer grupo de expresiones evidencia lo que está presente en nuestro espíritu, este segundo nos enfrenta a la pregunta filosófica de saber si siempre tenemos conciencia de aquello sobre lo que tenemos conciencia.

Los filósofos han puesto en evidencia que la consciencia reflexiva tiene sus límites. Freud nos enseñó que ciertos contenidos de la consciencia, aquellos que forman parte de la vida psíquica inconsciente, permanecen por naturaleza inaccesibles.

-“¡Es mi conciencia!”

Queda aún un tercer sentido, el propio de la conciencia moral que encontramos en las siguientes expresiones: “¿Eres consciente de a lo que te comprometes?”, “Tengo la conciencia intranquila”, “Es mi conciencia”, “Tener la conciencia tranquila”, “Ser un caso de conciencia”, “Actuar en conciencia”. La conciencia hace pues referencia a la experiencia de responsabilidad.

“Ser un inconsciente”, es actuar contra la prudencia, en la ignorancia de los riesgos que, o bien corremos, o bien hacemos correr a otros. La conciencia, en estos casos, juega el papel de juzgar o justificar en relación con la capacidad de inteligencia y de libertad. Así, reconozcámoslo, el recurrir a la conciencia en nuestros días es una paradoja.

Por un lado, parece que jamás ha hecho tanta falta el apelar a la conciencia para justificar las posiciones éticas adoptadas. En el nombre de una moral donde cada uno busca el cumplimento de su responsabilidad y su libertad, el recurso a la conciencia testificaría en favor de la madurez ética de nuestros contemporáneos, capaces del discernimiento en una situación pluralista. Cada uno, en conciencia, parece poder encontrar criterios buenos y justos para decidirse a actuar éticamente. Cada uno, para justificar sus actos, puede decir: “Es mi conciencia”.

Por otra parte, no es cierto que apelando a la conciencia nuestros contemporáneos tengan la idea de que esta conciencia moral es constitutivamente conciencia universal de lo que está bien y de lo que está mal en sí mismo.

-Buscar el conocimiento de la verdad

Estas son las cuestiones sobre los riesgos y las ambigüedades de la conciencia moral moderna que explican la posición matizada, casi desconfiada, de la Iglesia católica, visto esto. Por un lado, la tradición cristiana tiene claro que la conciencia es ese lugar donde se expresa de forma eminente la dignidad del ser moral. El Vaticano II hizo una exposición clara y concisa en Gaudium et Spes, en el párrafo 16, de lo que hay que entender por conciencia:

“En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello”.

El tono es similar en el papa Juan Pablo II: “Ninguna autoridad humana tiene el derecho de intervenir en la conciencia de ningún hombre. Esta es también testigo de la transcendencia de la persona frente a la sociedad, y, en cuanto tal, es inviolable. […] Negar a una persona la plena libertad de conciencia y, en particular, la libertad de buscar la verdad o intentar imponer un modo particular de comprenderla, va contra el derecho más íntimo”.

Pero si la conciencia es ese lugar de origen de la moral, en lo más íntimo de nosotros mismos, no olvidemos la reserva que Juan Pablo II lleva un poco más lejos: “Sin embargo, la conciencia no es un absoluto que se sitúe por debajo de la verdad y del error, e incluso su naturaleza íntima supone una relación con la verdad objetiva, universal e igual para todos, que todos pueden y deben buscar”.

También añade: “Por tanto, no es suficiente decir al hombre: sigue siempre tu conciencia. Es necesario añadir enseguida y siempre: “pregúntate si tu conciencia dice verdad o falsedad, y trata de conocer la verdad incansablemente”. La conciencia, pues, está ligada a otras referencias aparte de sí misma.

-La conciencia necesita guías

Hablemos ahora de lo que podemos compartir con nuestros contemporáneos. No olvidemos que la conciencia, tal como la vimos funcionar en los disidentes de los países del Este en los años 70 no puede estar en el orden de la opinión y de lo arbitrario. Si no, ¿cuál sería su fuerza para obligar y para testificar? A partir de ahí, incluso si en las épocas moderna y contemporánea hemos conocido una auténtica revolución en la definición de conciencia moral, la opinión, cada vez más extendida, de que la conciencia no sería más que la simple fachada de un nihilismo o de un relativismo moral exacerbado, no es justa.

Ciertamente, la conciencia moral no funciona más a la manera de las fuente morales de las cuales la teología cristiana ha nutrido sus modelos. Pero permanece, en el testimonio de los disidentes, la cuestión del acceso a la verdad y la integridad de los que la vida depende.

Retomemos el problema de la fragilidad de la conciencia. Porque la conciencia, ordenada a la verdad, no debería equivocarse. Sin embargo, la experiencia más común nos aporta muchos desengaños. De hecho, es un error pensar que la conciencia moral, de forma espontánea, funcionaría como por instinto y podría evitarse la reflexión, la información, el debate y el discernimiento.

Podemos ser responsables de su error, sobre todo cuando somos negligentes en el desarrollo de los conocimientos morales, en el examen de las circunstancias de la acción o cuando nos dejamos guiar por la pereza, la precipitación o la pasión. Es por esto que no podemos pensar en la conciencia moral sin hablar de su formación.

La conciencia necesita guías: una lectura seria de la Escritura, tradición, experiencia compartida con la comunidad de los creyentes, la escucha de los hermanos, la información… No nos podemos excusar de una falta cometida por ignorancia si no hemos hecho todo lo que podíamos a fin de aclarar nuestra acción. La conciencia es en nosotros el órgano de la verdad y del bien. Ella contiene las promesas. Ella no se puede dispensar el buscarlas.

-Se construye en el diálogo

Es difícil para nuestros contemporáneos juzgar lo errático de la conciencia moral en un mundo pluralista puesto que ellos son incapaces de reconocer unánimemente una verdad compartida y testificable por todos. Sin embargo, más que nunca, frente al individualismo radical que nos lleva a un respeto que suena falso cuando abandona al individuo a sí mismo, hay que tener en cuenta que la conciencia se construye en el diálogo. Esta se destruye y se pervierte en el aislamiento social. Sin diálogo, no hay oportunidad para la universalización de nuestras conductas como signo de que somos compañeros de una misma humanidad.

Es por esta razón que el teólogo protestante americano H. Richard Niebuhr describía la experiencia de la conciencia moral como “una conversación”. Una conversación que no puede ignorar situaciones ni la temporalidad y que obliga a explicitar las razones y a someterlas a la crítica de los demás. Por este trabajo la conciencia se puede ver fortalecida, confirmada o transformada por la mediación de otros.

Que la conciencia se deja educar por esta vida de relación entre los seres se reafirma, aún más, dado que, teológicamente, Dios es para el cristiano “el menos externo a todas las relaciones y el que, desde dentro de la experiencia humana, contribuye a su buen fundamento y le otorga el gusto de avanzar en la aventura de la comunicación”.

Ahí está, sin duda, una convicción esencial del cristiano que debería permitirle comprender por qué la Iglesia, teniendo en cuenta la eminente dignidad de la conciencia personal, nos reenvía a todos al discernimiento en comunidad.

 

Fuente:

La Croix

Puntuación: 0 / Votos: 0

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *