Karen Armstrong: “El terrorismo, sea cual sea su motivación, es siempre político”

2:00 p m| 22 nov 17 (EL PAÍS).- Fue religiosa durante siete años. Cuando colgó el hábito, no dejó de darle vueltas a la idea de Dios. La reciente ganadora del Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales (Worcestershire, Reino Unido, 1944) es hoy una de las intelectuales más reputadas en religión comparada. Defiende a ultranza el concepto de compasión y apasionada del fenómeno religioso, ha explicado a profundidad en sus escritos por qué se produce la radicalización religiosa y ha reclamado la importancia que para el ser humano tiene creer en su trascendencia. Desde la organización Charter for Compassion, lucha por transformar un mundo agobiado por pensar demasiado en sí mismo y muy poco en los demás. Entrevista tomada del diario El País.

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-Usted dice que vivimos en una sociedad “esencialmente conversadora” pero “altamente dogmática”. Sin embargo, si salimos a la calle a preguntar casi nadie se reconocerá como dogmático e incluso muchos presumirán de ser tolerantes.

Realmente no me gusta la palabra tolerante. Si echamos un vistazo a su origen, tiene una raíz latina que significa “soportar algo”. Es el lenguaje del vencedor que dice que tolerará a la minoría. Tenemos que ir más allá de eso, porque vivimos en un mundo global cada vez más interdependiente. Si la Bolsa cae en un lugar determinado, los mercados bajarán alrededor del mundo ese mismo día. Estamos conectados electrónicamente. Lo que sucede en Siria hoy puede tener repercusiones aquí mañana, y lo hemos visto. No podemos vivir más los unos sin los otros, y aun así vemos gente que se recluye en guetos nacionalistas. Y, aunque todo el mundo sabe que tiene que ser tolerante, esto sucede. Creo que los medios también tienen su parte de responsabilidad.

-¿En qué sentido?

Le pongo un ejemplo. Yo escribo sobre el islam. Desde el 11-S se han realizado investigaciones que deberían ser relevantes para el público en general, pero de las que la gente nunca ha oído hablar. Después del 11-S, un psiquiatra forense que no es precisamente un liberal, sino un antiguo agente de la CIA, fue enviado a Guantánamo a entrevistar a los reclusos encerrados allí y se encontró con que solo el 20% de los presos tenía una educación musulmana. El resto eran o conversos —algunos autodidactas— o no eran practicantes hasta que se convirtieron al radicalismo. No responden, por tanto, a la imagen que tenemos de los fundamentalistas. ¡Pero si incluso dos jóvenes que dejaron Reino Unido para luchar con el ISIS en Siria habían encargado en Amazon un libro llamado Islam para tontos, lo que muestra su absoluta ignorancia!

Tras los atentados del 11-S, Gallup hizo la mayor encuesta que nunca ha realizado: en 35 países de mayoría musulmana y durante cinco años. Preguntaron a los encuestados si justificaban los atentados del 11-S. El 93% dijo que no y las razones fueron totalmente religiosas, citando el Corán. Lo interesante es que para el 7% que lo justificaba, las razones no eran religiosas, sino políticas. Este tipo de cosas deberían aparecer en portadas de medios como The New York Times para que el público tuviera una idea más completa del problema al que nos enfrentamos. Es muy fácil decir que esto es cosa de la religión, pero el terrorismo, sea cual sea su motivación, es siempre político.

-El mundo laico identifica dogmatismo con religión. En muchos ambientes, declarar que se profesa una religión es colgarse un cartel con la palabra dogmático escrita en él.

Sigamos con el ejemplo del islam. El dogmatismo que se vive en él es una cosa relativamente reciente. Hasta el siglo XIX, el sufismo era la tendencia dominante, y un sufí le dirá que él no es ni musulmán, ni cristiano ni judío. Que se siente en casa en una mezquita, en una iglesia y en una sinagoga. Desafortunadamente, eso ha cambiado por Arabia Saudí, que goza de un gran apoyo de Occidente gracias al petróleo y que ha exportado una forma muy peculiar del islam que se remonta solo al siglo XIX. Varias generaciones de jóvenes musulmanes han crecido con esta versión tan limitada de su religión.

-Usted asegura que durante el siglo pasado el fanatismo ha ganado terreno en las tres grandes religiones, pero la percepción en las sociedades occidentales no es esa. No hay un terrorismo cristiano matando gente.

Ya, pero sí hay un terrorismo budista matando gente en Sri Lanka y, perdone que le diga, estoy sentada en un hotel que se llama Reconquista, recordando que aquí se luchó en el nombre de Dios. Aunque suene complicado, los yihadistas no son particularmente religiosos. Si lo fueran no harían esas cosas, insisto. Y los medios son responsables por no resaltar con la suficiente determinación ideas que van contra esta imagen. Desde que hemos comenzado a convertirnos en un mundo global, en el siglo XX, ha ganado terreno la idea de lo diferentes que son las religiones: judaísmo, cristianismo e islam. Y hay gente que se ha refugiado en pequeños grupos que denominamos fundamentalistas. Esto comenzó en EE UU y posteriormente llegó a Oriente Próximo a partir de la guerra de los Seis Días. La derrota árabe en esa contienda se vivió como un drama, y todo eso llevó a un sentimiento de profundo miedo a la aniquilación del que se aprovechan estos grupos.

-Desde la Revolución Francesa resulta complicado el encaje de la religión en la sociedad moderna. Usted subraya que es un factor que ayuda a tener las cosas tranquilas, pero la realidad parece que va en dirección contraria.

Actualmente escribo un libro sobre la importancia de la escritura en las religiones y, para mi sorpresa, he encontrado que todas pueden ayudarnos a lidiar con nuestro presente. Por ejemplo, la religión hindú trata del medio ambiente y tenemos un huracán en dirección a Irlanda. Las religiones monoteístas han insistido siempre en la igualdad y la justicia. Es el mensaje del Corán, del Evangelio y de los profetas de Israel, pero no hemos encontrado todavía una motivación racional para promover la universalización de los derechos humanos. Y son las religiones, y no los Estados, las que hoy están hablando por los pobres. Ahí está el Papa —jamás me imaginé diciendo esto—, por ejemplo. Realmente me gusta lo que está haciendo. Está metiendo el dedo en la llaga, y no escucho a muchos otros hacer lo mismo. La separación Iglesia-Estado siempre es buena, pero la religión puede servir de contrapeso.

-Hagamos un silogismo. Las religiones, según su obra, son algo esencialmente práctico. La tecnología también es práctica. ¿Es la nueva religión?

Da un poco de miedo. Tomemos como ejemplo Twitter. La idea de que puedes expresar pensamientos sustanciosos en 140 caracteres, o los que sean, es peligrosa, porque está reduciendo la complejidad. Por no mencionar todo el odio que aparece, y que la gente puede desplegar sin estar cara a cara con sus interlocutores. Se supone que es algo que sirve para unir, pero, a la vez, está haciendo aflorar algunos de nuestros peores defectos. A pesar de eso, es curioso cómo la gente prefiere hablar de esta manera en vez de hacerlo a la cara.

Es hasta dramático ver cómo un grupo sentado alrededor de una mesa en vez de charlar se dedica a concentrarse individualmente en sus teléfonos. Es extraño, porque es como salirse del propio cuerpo. Los neurólogos dicen que aprendemos a través de él; por esa razón los rituales son importantes. No es una casualidad que un musulmán se postre mirando a La Meca o que en la Edad Media el canto fuera tan importante. Este aprendizaje con el cuerpo se está perdiendo, especialmente desde la Ilustración, y la tecnología es el último paso en esa dirección.

-¿Le preocupa que una gran parte de las nuevas generaciones sean incapaces de procesar ideas complejas?

Podría suceder. La tecnología está cambiando el lenguaje y la manera de hablar y escribir. Mucha gente es incapaz de escribir. Pero, siendo sinceros, tampoco hemos escrito durante tanto tiempo; apenas unos pocos podían hacerlo hasta el siglo XIX. Y tengo que decir que, aparte del Papa, tampoco veo a la gente en el campo de la religión utilizar la complejidad. El islam, por culpa de la influencia saudí, está sufriendo el crecimiento del dogmatismo y de la simplicidad mal entendida. Y no son los únicos. Representantes de la Iglesia de Inglaterra se reunieron una vez para debatir el tema de los curas gais. Pudimos verlo, porque la BBC lo retransmitió, y se hablaban unos a otros con tanto odio.

-¿Hay remedio para eso?

Recordar la regla de oro: nunca trates a los demás como no quieres que te traten a ti. A no ser que aprendamos a aplicar esto de una manera global, con todos, nos gusten o no, el mundo simplemente no será un lugar donde se pueda vivir. Es muy interesante ver cómo mucha de la gente que ofrece ayuda no son los líderes religiosos, sino hombres de negocios, lo cual tiene su lado bueno porque saben cómo hacer las cosas de una manera práctica. Algunos han descubierto que la avaricia y el egoísmo son malos para el negocio en sí mismo. Deberíamos estar hablando de cómo hacer que la gente piense en los demás. Buda, Cristo o Mahoma no vivieron en sociedades pacíficas, sino sumidas en la inestabilidad, y los tres insistieron en que no se puede aplicar la compasión solo a los tuyos.

-Sin embargo, en estos tiempos, ¿cómo se convence a alguien de que ser compasivo no es ser débil?

Es un asunto peliagudo. Parte del problema no va de ser fuerte o débil, sino de que estamos convirtiendo la religión en una especie de viaje sobre uno mismo. Hay mucho yoga que termina pareciendo un juego del cubo de Rubik, algo que va de que tú seas más feliz. Lo del mindfulness, por ejemplo, es una locura. Todo se basa en estar en contacto contigo mismo, con tus sentimientos, ¡cuando resulta que el punto central del mindfulness budista consiste precisamente en lo contrario, en renunciar completamente a ti!

Hay gente que te dice: “Vale, pero yo empiezo a ser compasivo conmigo mismo”. Eso es quedarse muy corto en el camino. Hay que ir hasta el final y comprender y amar a los enemigos entendiendo lo que esto significa realmente. No se trata de algo sentimental, sino de una cosa de carácter más práctico. No es quererse, sino ayudarse y mirar por los intereses del otro. Si el Imperio Británico se hubiera comportado según esa regla de oro, no tendríamos tantos problemas hoy en Oriente Próximo.

-¿El lema de la diplomacia debería ser algo así como “no hagas lo que no quieras que te hagan”?

Sí. Tras el atentado de Charlie Hebdo en París estuve en Jordania en un encuentro con la familia real, políticos y diplomáticos. Había una persona que había trabajado en el Tratado de Paz con Israel y en un determinado momento dijo: “Occidente ha perdido su humanidad”, y eso me dejó conmocionada. Lo decía por la cantidad de personas que mueren —incluso hoy— en países como Irak, Siria, Afganistán o Pakistán por ataques de drones occidentales y que nunca son mencionados. Estamos dando la impresión al mundo de que unas vidas valen más que otras. Deberíamos hermanar ciudades, pero no como cuando se hace en Europa con un bonito pueblo alemán, sino con lugares como Karachi; con gente a la que se le puede decir: “Dime qué estamos haciendo mal”.

-Y en medio de este panorama usted reivindica la música.

Claro. La música es significado sin palabras. Nos toca profundamente. Es un arte físico, no un viaje mental. Durante mucho tiempo los instrumentos han sido fabricados con tripas y tendones, algo muy físico, pero a la vez es misteriosa porque nos llega sin palabras y nos ayuda a trascendernos a nosotros mismos. Ahora que me he hecho mayor, lo que llena mi corazón son los cantos gregorianos que aprendí siendo monja. Lo que hacen los monjes griegos es increíble: el canto hace brotar el sentido. Limitarse a leer las escrituras religiosas no logra eso. Por eso Haendel y Bach entran al rescate de las ceremonias protestantes, para darles esta dimensión. El silencio también es importantísimo. Por ejemplo, ese momento que se produce al final de un concierto, cuando la orquesta ha terminado de tocar pero todavía nadie ha empezado a aplaudir. Es un momento muy intenso.

-Si esa música es tan importante, ¿lo que escuchamos todo el día en todas partes es una perversión de la música?

No lo sé. Yo era una gran fan de Bob Dylan. Es inconformista y tiene unas letras maravillosas. Cuando dejé de ser monja, fue la primera voz moderna que escuché. Lo de ahora, sin embargo, no lo entiendo. Dum-dum-dum. La música debe llevar tu atención hacia algo, no solo rememorar una especie de tambor tribal. Es algo que debería empujarte fuera de ti. Como decía Buda, después de lograr la iluminación debes volver a ponerte en el lugar de un mono y practicar la compasión con todos los seres humanos. Ninguna de estas grandes personas se quedó en lo alto de una colina practicando mindfulness y esas cosas. Buda mandó a sus monjes entre la gente. Jesús no se quedó sentado a la mesa; es más, se le consideraba un creador de problemas. Confucio se fue a hablar con un emperador sobre cómo cambiar China y Mahoma regresó a La Meca para enfrentarse al caos que había allí en ese momento.

-La religión, entonces, ¿no es algo sobre el cielo sino sobre el mercado?

Hay que ir al mercado y llevar algo. Mahoma decía que no puedes ser creyente si puedes dormir tranquilo sabiendo que alguien pasa hambre. Y nosotros hoy sabemos del hambre y la devastación a gran escala porque todas las noches lo vemos en una pantalla. Esto debería hacernos estar profundamente incómodos porque nos muestra lo increíblemente privilegiada que es nuestra vida. Como práctica espiritual deberíamos tomar una de esas terribles imágenes que vemos y recordarla unas tres veces al día. Pensar en ese niño enfermo y hambriento desde primera hora de la mañana. Podemos creer que no se puede hacer nada, pero no debemos caer en la autoindulgencia de decir: “Soy muy sensible a esto, pero no puedo”. La incomodidad es lo que nos hará salir de nuestro caparazón.

-Pero ahora podemos calmar nuestras conciencias con unos likes o unas fotos compartidas en Facebook.

Pero no es suficiente. Es un poco perverso tener un instante de compasión y luego pasar a otra cosa. Sentirse incómodo con la realidad es bueno, de lo contrario algo raro está pasando. ¡Usted debería sentirse incómodo!

 

Fuente:

El País

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