“La imperfección nos puede enseñar a ser auténticos”

3:00 p m| 7 dic 16 (RD/BV).- Conócete. En el mundo ruidoso, competitivo y tornadizo en el que vivimos, este imperativo de los antiguos se vuelve cada vez más difícil de cumplir. El sacerdote y filósofo Víctor Márquez Pailos, no obstante, tiene una propuesta para nosotros. La de escuchar al otro, no simplemente oírlo. Cuidarlo para cuidar a nosotros mismos. Y eso como modo de atravesar la frontera de la felicidad, de la que ya tenemos la puerta pero solo el otro tiene la llave.

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-Da gusto empezar el día con alguien que no tenga cara de “pepinos en vinagre”, como dijo el Papa Francisco. Vienes a presentarnos tu última obra, El pequeño tratado de imperfección. Es una palabra maldita, “imperfección”. ¿Por qué?

Porque lo imperfecto no deja de ser la sombra de la luz, que es la perfección de la idea y de la forma. Y que es un poco la matriz de nuestro pensamiento occidental de la filosofía.

-Nos educan para ser perfectos.

Claro. Y últimamente para tener éxito. Para triunfar. Por eso el fracaso tiene mala prensa, y la imperfección parece que tiene poco que enseñarnos, poco que aportar. Al contrario, parece que es algo de lo que debemos huir.

-¿Y qué nos puede enseñar la imperfección?

Nos puede enseñar a ser humildes, que es lo mismo que ser nosotros mismos. Ser auténticos.

-Conocernos un poquito. Nuestros límites. Nuestros talentos, en el fondo.

Eso es. Nuestras posibilidades también. En este sentido, la unidad tiene que ver mucho con la vida real. Lo que ahora nos enseñan los psicólogos; a conocernos, a ayudarnos, y a crecer como personas.

-El mindfulness. Pensamiento positivo y todo esto.

Las técnicas de relajación y de concentración. Todo eso tiene mucho que ver con la humildad cristiana.

-¿No te da la sensación de que los expertos están cogiendo cosas tradicionales del cristianismo? De la forma de vivir en cristiano, despojándolo de ese aura confesional. Pero en el fondo, hacer lo mismo que llevamos haciendo mucho tiempo, intentar conocernos un poco a nosotros mismos y tirar para adelante.

Sí, pero con una precisión. La del consumo. El interrogante que planteo a este proceder, es el ánimo de convertir en un producto de consumo, y por tanto en algo pasajero y que no llega al fondo del ser humano, una tradición.

-Y un motor de vida.

Claro. Ese es el reparo que yo le pongo a la moda. Que no deja de ser moda. Por ejemplo, en mi libro trato el tema del silencio. ¿Por qué el silencio se pone de moda? Porque la demanda es inevitable en el mundo del ruido. Y, sin embargo, la demanda no puede ser el criterio del silencio. No puede traer el silencio.

-¿Cuál es entonces?

El silencio, yo creo que lo trae la palabra. No la demanda, ni la necesidad humana de bienestar. Las palabras verdaderas, profundas, esenciales, la palabra poética, ante todo, creo que es lo único capaz de dejarnos callados, en silencio.

-Lo que pasa es que a lo mejor necesitamos también otra de las herramientas que hemos desechado a lo largo de esta historia de la humanidad y que es la capacidad de escuchar.

Sí, claro. Porque en la cultura del ruido no se escucha, sino que se oye. Un síntoma curioso de esta confusión entre escuchar y oír, no sé si la habrás advertido, es que ya, en el español actual, no se distinguen los dos conceptos.

-Tiene su diferencia porque la escucha implica una…

Una actitud.

-Sí, un colocarte en el lugar de tu interlocutor. Oír, es inevitable (a no ser que tengas una discapacidad). Pero escuchar implica un acto de voluntad y de relación.

Es algo muy profundo que se pierde. Y lo que no podemos hacer es escuchar el silencio.

-¡Pues es una frase muy socorrida!

Yo no la comparto. Porque creo que lo único que podemos escuchar es la palabra. La palabra que nos deja en silencio cuando tiene algo que aportar. Y se acabó.

Lo que no se puede es escuchar el silencio. Porque en definitiva el silencio viene de la naturaleza, del mundo no humano. Porque el mundo humano es el mundo de la palabra, el mundo del logos. En el mundo no humano no hay silencio: hay vida, hay naturaleza, hay sonidos. Sonidos de la vida. Pero es el hombre, el que con su palabra los humaniza.

-Pero faltan hombres con esa palabra profética, que decías, que nos fuercen, que nos obliguen a entrar en ese silencio.

Yo creo que no faltan, lo que pasa es que no están de moda.

-¿Y dónde están?

Pues cada uno los conoce. Están en su casa, en su ámbito más cercano. Son las personas a las que damos crédito. De las que nos fiamos porque encontramos que todo en ellas es palabra, nos dice algo. También su su silencio, su conducta. Su vida.

-No es cuestión solo de palabras, sino de actitudes.

Eso es.

-Y de testimonio. Porque los profetas no solo son denunciantes de palabras, sino también de obras. ¿Qué otras características tiene también este Pequeño tratado de imperfección?

Bueno, el nombre es más bien comercial. Responde más a unos de los epígrafes, quizá. Yo quería, a través de las páginas de este libro y de algunos textos, poemas y columnas periodísticas de Jesús Fonseca, poner de relieve una crítica sobre esa idea antigua y nueva de que la felicidad es algo que llevamos dentro. Y que por tanto, nosotros tenemos la llave que abre la puerta de esa felicidad.

-Estás destrozando todas las campañas publicitarias, de ahora a Navidad.

Por eso uno se atreve, porque cree que tiene algo que decir. Y a mí me parece que la llave que abre la puerta de la felicidad humana no la tiene uno mismo, la tiene el otro. Lo que pasa es que tú tienes la puerta. Y tienes la felicidad, pero no tienes la llave. Una puerta cerrada, es una felicidad sin realizar.

-Sin compartir.

Sí. Creo que la experiencia humana nos enseña que nos necesitamos mutuamente. Que el ser humano nace a la vida sin garras, sin instrumentos biológicos necesarios para defenderse y para salir adelante en su entorno. Y por eso, en el ser humano se verifica toda la importancia que tiene la ayuda.

-Lo que pasa, es que desde el origen de la tradición del ser humano en la tierra, en el Génesis, en relatos, somos una humanidad de víctimas y de victimarios. Los hijos de Adán y Eva, se acaban matando entre sí. Es como decir que en el germen de esos relatos nos muestran que desde el origen de la humanidad está esa violencia de unos contra otros. Esa existencia de personas que hacen daño a otros. Y de personas que sufren.

Es cierto. Y sobre este punto, creo que es revelador, quizá, algo que hace muchos años escribió Erich Fromm y que he tenido la ocasión de reflexionar últimamente: viene a decir que el ser humano hace el mal por impotencia. Porque no sabe, no puede hacer el bien.

-Pero tu dices que nacemos sin garras y me parece una figura muy gráfica y muy bonita, pero contradice en cierto modo ese “el hombre es un lobo para el hombre”.

Pero la violencia no está en las garras, está en la mente humana.

-Pero esa imagen de un recién nacido sin garras…

Indefenso.

-No solo indefenso como incapacidad de defenderse, sino en el sentido de no poder atacar. No sé cuál sería el término.

Inerme. Sí.

-Que son dos términos que no es que signifiquen lo mismo, pero prácticamente. Esa imperfección del ser humano, yo creo que sí nos lleva a la violencia.

No a la violencia. Nos lleva a la cooperación, a la sociedad.

-Pero cuál es entronque natural ¿el de la violencia o el de la cooperación?

El de la cooperación. Los estudiosos del tema, básicamente coinciden en que el ser humano es un ser social. Es una idea tan antigua como la filosofía griega, en la que Aristóteles encuentra su primera afirmación canónica. Pero que confirma la paleontología. Los restos humanos más antiguos hablan de seres humanos, los primeros humanos, como personas que entierran a sus muertos, que se cuidan.

-Eso lo entiendo. Es una cuestión más de visión; una optimista y otra pesimista de la vida. Pero igual que entiendo esto de la cooperación de la asociación y de vivir en sociedad, también es cierto que somos una sociedad competitiva. Que aplasta a los más pobres y enaltece a los más ricos. Que se basa también en el banquete de epulones y de lázaros. No sé si son compatibles ambas visiones.

Sí, la experiencia nos enseña que lo son. Porque no solo hay mal en el mundo, violencia y guerra. También hay paz, cooperación y amor.

-¿Confías en eso? No sé si es una pelea de triunfo del bien sobre el mal, como nos han enseñado en muchas ocasiones. ¿Confías en esa luz, en esa aspiración del hombre a la bondad?

Creo que el hombre de mundo encuentra mucha dificultad para creer todavía en el bien. Porque está viendo a su alrededor mucha injusticia y mucho sufrimiento. El hombre de mundo es una manera de ser hombre. Pero hay otras.

Los que no somos hombres de mundo nos fijamos, tal vez, en experiencias más concretas, más íntimas, relacionadas con el sufrimiento y la esperanza. Y en esos pequeños ámbitos de vida humana que son la familia, los enfermos que cuidamos, los pequeños encuentros, es ahí donde vemos mucha esperanza en medio del sufrimiento. Te puedo decir, que en ninguna parte he encontrado tanta esperanza como en un hospital.

-No hemos dicho que Víctor es sacerdote y que estuvo bastante tiempo en un monasterio. Salió, y por eso la dinámica del ruido y del silencio. Ha estado en distintos lugares, y desde hace un tiempo está trabajando, colaborando pastoral y afectivamente, en un hospital de Madrid. Esa vivencia que estás teniendo, reafirma esa sensación de una palabra que todavía no hemos utilizado, que es el “cuidado”. La de “hacerse responsable de”. Uno de los ejes del papa Francisco en Laudato si’, refiriéndose a la naturaleza, que incluye al hombre. ¿Cómo has cambiado esa visión del cuidado, si me lo permites más práctico, más de “carne”, en tu experiencia vital actual? En comparación a la vida monástica, probablemente de carácter más espiritual.

Yo veo mi vida muy en continuidad. Porque los escenarios cambian, pero el drama sigue siendo el mismo. Y el cuidado estaba vivo en mi vida monástica, porque era cuidador y cuidado a la vez. Y lo está todavía, en el entorno de la salud, también. Lo que ahora veo un poco afirmado, afianzado, es la intuición de que allí donde realmente se sufre y se palpa la soledad humana, es donde a veces brota con más vigor la esperanza, la ilusión, la alegría y las ganas de vivir. La inocencia, a veces. Lo cual es una paradoja. Es, quizá, la paradoja de la cruz. Que solo se entiende plenamente a la luz de la Pascua.

-Es el sufrimiento que puede llevar a un mayor conocimiento, y a ofrecer también no solo el sufrimiento sino la propia experiencia. Estamos hablando, en muchos casos, del final de la vida con personas mayores, que no se cansan. Probablemente es en los últimos momentos, cuando mejores lecciones prácticas de vida nos dan a los que estamos cerca.

De vida y de silencio. Porque, qué le dices a alguien que lo está pasando muy mal y que se quiere morir. Decía Bonhoeffer algo así como que hablar sobre Cristo significa a veces, callar sobre él. Y yo también lo creo.

Creo en el silencio, no en el que ahora está de moda por influencia oriental, sino en el silencio que deja la palabra. El silencio en la frontera, allí donde no puedes decir algo que no sea repetir una fórmula, que esto, es algo muy triste. Que no suena auténtico.

-Algo tristemente común. Pero es una realidad.

Pero es mejor callar y escuchar. Y aprender.

Al final, lo que yo veo, es que el cuidador es cuidado, y se desarrolla entre los seres humanos una dinámica de encuentro y de donación mutua. Que es tan antigua como el ser humano a pesar de que, desde luego, el mal siempre es noticia.


Fuente:

Religión Digital

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