Cardenal Ravasi y diario oficial de la Santa Sede recordaron a David Bowie

1:00 p m| 10 feb 16 (VN/THE TABLET/BV).- Los homenajes por la muerte de David Bowie el pasado enero llegaron de inmediato, y la Santa Sede no fue la excepción. Apenas al día siguiente de su fallecimiento, el diario L’Osservatore Romano, destacó su “rigor artístico”, una personalidad musical que “nunca fue banal”, y un legado, que más allá de los excesos aparentes, está ligado a “una especie de sobriedad personal que tenía”. También el cardenal Gianfranco Ravasi -presidente del Pontificio Consejo de la Cultura- se manifestó rápidamente al citar a través de Twitter una frase de Space Oddity, reconocida composición del músico británico, para luego explicar en una columna que al seguir su música a través de los años pudo percibir en él una permanente “inquietud” espiritual.

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David Bowie: how the man who sold the world never stopped searching for God
Cardenal Gianfranco Ravasi

Es este un recuerdo muy particular de David Bowie que nace de mi escucha de su música desde hace tiempo para descubrir su secreta e implícita espiritualidad. En el fondo, siempre le acompañó una cierta inquietud, aunque fueran pocos los que se dieron cuenta de ello. Por ejemplo, en la época de Station to Station (disco publicado en 1976), este artista que cinco años antes había confiado a los extraterrestres la misión de la salvación, se dedicaba a la contemplación de las estaciones de la Cruz en este álbum que reflejaba sus años más negros.

En la oscuridad de las adicciones y de sus preguntas lacerantes, Bowie rezaba: “Lord, I kneel and offer you my word on a wing / And I’m trying hard to fit among your scheme of thing” (“Señor, me pongo de rodillas y te ofrezco mi palabra en un ala / Y busco desesperadamente cómo encontrar mi espacio dentro de tu orden de las cosas”).

La búsqueda no acabó en aquella época ni dejó de atormentarle, alimentando así su arte. Desde aquellos días –lo contaba él mismo– empezó a llevar un pequeño crucifijo de plata. Sus preguntas iban dirigidas hacia lo más alto y más que una respuesta, obtuvo el misterio. Bowie intentó entender el sentido de la oración en Loving the alien (1984), cuando se preguntaba si la invocación a Dios escondía en su interior la verdad, si la religión no era creer –una vez más– solo en un extraterrestre: “And your prayers they break the sky in two / You pray till the break of dawn” (“Y tus oraciones parten en dos el cielo / Rezas hasta que surge el alba”). Resulta imposible contar las citas y las referencias de David Bowie a la espiritualidad, tormentosa y angustiada, pero nunca exclusa de su vida.

“Soy un hombre joven en conflicto / con la Biblia / Pero yo no pretendo que la fe nunca funcione / cuando estamos de rodillas / rezando en la parada del autobús”, escribía en Bus stop. La llegada de Jesús a la tierra lo dejaba con un sentimiento mixto de esperanza y de incredulidad. Nunca abandonó esta parte de su alma, nunca dejó de pedir una señal a Dios. “Ábreme tu corazón / Muéstrame quién eres / Y yo seré tu esclavo… / Dame la paz interior, al fin / Enséñame todo lo que eres / Ábreme tu corazón / Y yo seré tu esclavo”. (I would be your slave, 2002). En ocasiones bromeaba sobre el tema, como cuando declaró en 2003: “No soy ateo y esto me preocupa, ¡pero dadme un par de meses!”.

Con la sonrisa en los labios confesaba que, con el transcurrir de los años, el número de sus preguntas había disminuido, pero que estas eran cada vez más profundas y lacerantes. Tenía una viva tensión moral que le llevó a decir: “Hay un crecimiento en el conocimiento que no es verdadera evolución. Desde el punto de vista ético, la humanidad no progresa. Como animales no hemos cambiado: matamos e intentamos sobrevivir”.

Esta misma tensión moral probablemente también se encuentra en Blackstar, su último trabajo, publicado dos días antes de su muerte y que aún no conozco. Estoy en cualquier caso seguro de que este original protagonista de la música contemporánea hablará a su modo, una vez más, de la espiritualidad, manteniéndose siempre en la resbaladiza frontera entre lo sacro y lo profano, en la que su voz conseguía en el pasado –aunque fuera “laicamente”– hacer vibrar el ánima también de aquellos que no saben inquietar sus conciencias.


Bowie nunca banal

L’Osservatore Romano

Cinco decenios de música rock vividos con un rigor artístico que puede parecer en contradicción con la imagen ambigua utilizada, sobre todo al inicio de la carrera, para llamar la atención de los medios de comunicación.

Se podría, en cambio afirmar que, más allá de los excesos aparentes, la herencia de David Bowie, muerto el pasado 10 de enero a 69 años, está envuelta en una especie de personalísima sobriedad, expresada hasta en el físico delgado, casi filiforme. Una personalidad musical, por lo tanto, nunca banal, poco a poco construida gracias a las frecuentes incursiones en otras formas artísticas – la primera entre todas, la pintura, aunque también el cine y el teatro– y gracias también a la apertura a innumerables sugerencias.

Comenzando por el «beat» inglés a mediados de los 60’s, Bowie, en sus 25 discos (el último de los cuales es Blackstar, publicado sólo hace algunos días) se ha movido del «soul» al «R&B», del «folk» al «glam rock». Realizó, además, algunas auténticas perlas, como «Heroes», un simple himno rock dedicado a los jóvenes de Berlín aún separados por el muro. Y logró suscitar un consenso creciente con el paso de los años. En una entrevista para la BBC, además, el primado anglicano, Justin Welby, recordó el lunes 11 de enero cómo la música de Bowie constituyó una especia de banda sonora personal.


David Bowie, entre Dios y el hombre

Juan Carlos Rodríguez – Revista Vida Nueva

Muere un hombre renacentista, un espíritu vanguardista, un músico, porque Bowie fue también protagonista de un peregrinaje espiritual que le llevó a una relación compleja, tumultuosa, con Dios y con la fe. En Bowie no existían absolutos; todo era puesto en duda, el arte y la música, el instante y el todo, la vida y la religión. Fue muchos yo, encarnó personajes que se confundieron con él mismo, ejerció una libertad absoluta y una continua búsqueda: en la vida y en la música. No quiso repetirse jamás. Pero siempre tuvo un eje sobre el que giraron sus canciones y su ser mismo: Dios y la espiritualidad, el más allá y la humanidad.

Starman, Somebody up there likes me, Space Oddity, Bus stop, Changes, Modern Love y otros tantos temas hablan de ello. Oraciones, silencios, peticiones, reproches. El gran ojo de Dios en todas partes. “Cuestionar mi vida espiritual siempre fue el germen de lo que escribo. Siempre. Eso es porque no soy del todo ateo y eso me preocupa. Hay algo en mí que sigue creyendo”, afirmó en la revista Rolling Stone en 2003: “Bueno, soy casi ateo –acabó por manifestar–. Denme un par de meses”. A la vez que se preguntaba a sí mismo poco después: “Es cierto que Dios existe… ¿de verdad creo eso? Si todos los demás clichés son ciertos… Bueno, mejor no me preguntes por eso”.

Había una lucha entre el Dios y el hombre, entre el creyente y David Bowie, entre la fe y la institución eclesiástica, fuera evangelista o católica. Incluso budista. En Modern Love, por ejemplo, una de las canciones más conocidas de Bowie, escrita y grabada en 1982, con aquel estribillo a dos voces: “Nunca caeré en manos de/ (Amor moderno) camina a mi lado/ (Amor moderno) sigue de largo/ (Amor moderno) me lleva a la Iglesia a tiempo/ (Iglesia a tiempo) me aterra/ (Iglesia a tiempo) me incorpora/ (Iglesia a tiempo) me hace confiar en Dios y el hombre/ (Dios y el hombre) sin confesiones/ (Dios y el hombre) sin religión/ (Dios y el hombre) no crean en el amor moderno”.

Bowie ha sido la banda sonora de una época. Y sus idas y venidas sobre Dios siempre han estado en ellas, a veces de manera muy críptica: ese hoy creo, mañana soy ateo, luego agnóstico, ahora no tan ateo, y vuelvo a empezar, se refleja constantemente en sus entrevistas y su treintena de discos. “La religión es para la gente que tiene miedo de irse al infierno. La espiritualidad es para aquellos que han estado ahí”, afirmó a finales de los 90, según recoge el libro David Bowie, el hombre que cambió el mundo, de Wim Hendrikse. En Radio Vaticano, el año pasado, se llegó a confesar, o casi, mientras admitía que Dios ha jugado “un papel muy importante” en su vida: “Me dirijo muy a menudo a Él, y mientras más viejo soy, Él se vuelve un punto de referencia”.

De rodillas en Wembley

Está también ese David Bowie recitando el Padre Nuestro de rodillas en aquel memorable concierto en recuerdo de Freddie Mercury el 20 de abril de 1992 en el Estadio de Wembley. Y está aquel otro de respuestas manieristas, como señaló a la revista Epok en 2003: “Lo que encuentro difícil es en lo que crecí, el cristianismo que tuerce la espina dorsal y sigue órdenes. Soy un cristiano muy malo. Ya no soy cristiano”.

Mientras que reorganizaba su discurso, adaptándolo a modas y terrenos comunes: “No puedo evitar pensar que los inicios del cristianismo no tienen nada que ver con lo que conocemos hoy. Era una serie de consejos humanísticos sobre la vida y la supervivencia cotidiana. El Nuevo Testamento es un libro censurado, con pasajes escogidos, y se dejó de lado todo lo que se ha reencontrado hoy en los manuscritos del Mar Muerto, o el Evangelio de Tomás. Pienso que la palabra de Cristo era más cercana a la de los gnósticos”.

Y está, por supuesto, ese Bowie heterodoxo de, por ejemplo, aquel videoclip de The Next Day hace poco más de un año –su regreso tras una década de silencio musical– en el que se inviste del Mesías y convierte una discoteca en un cabaret para sacerdotes, con prostitutas y travestis. La letra, en tanto, habla de tentación y corrupción. Aquel incluso que afirmó en 2004 a Esquire: “Estoy en el temor del universo, pero no necesariamente creo que haya una inteligencia o agente detrás de él. Tengo una pasión por lo visual en los rituales religiosos, a pesar de que pueden estar completamente vacíos y carentes de sustancia. El incienso es poderoso y provocativo, ya sea budista o católico”.

Entonces ya había renunciado también al budismo, pero recordó qué le atrajo de esa confesión oriental: “Yo decidí hacerme budista con 18 años, y lo que me atraía del budismo es que nadie interfería en tu relación con Dios. El concepto occidental de Iglesia no me interesa, por todo lo que tiene de disciplina militar, de férreo control social”.

Sombras, luces, tinieblas. Así era Bowie, un icono de la música del siglo XX y un símbolo de que entre rock, glam, soul, krautrock, folk, jazz o música electrónica, la religión fue una constante preocupación y también un consuelo. Lázaro resucitado, la fe que regresa intacta como una necesidad mientras viene la muerte.

Su testamento musical: “Mírame, estoy en el cielo”

Blackstar, el disco publicado el día de su cumpleaños, el 8 de enero, tan solo dos días antes de su muerte, es el testamento de David Bowie: “Mírame, estoy en el cielo”, canta. Era su despedida. Pocos sabían de su cáncer terminal. Así se sentía: una “estrella negra” en el espacio, seguramente cerca de Dios. Ese tema, que abre y titula el disco, son casi diez minutos de sonido muy perturbador que presenta una tierra asolada por religiones oscuras.

En Lazarus, la tercera pista, incluye múltiples referencias a una muerte que sabía inminente: “Mira aquí arriba, estoy en el Cielo/ tengo cicatrices que no pueden ser vistas”. En el desasosegante videoclip aparece con los ojos vendados, postrado en la cama de un psiquiátrico, como si observara su propio funeral: “Oh, seré libre / justo como ese pájaro azul / Oh, seré libre / No como yo ahora”.

Aparece luego blandiendo un libro con una estrella negra, entre extraños personajes poseídos y tres espantapájaros crucificados en lo que se podría interpretar como una crítica al fanatismo religioso, y él mismo aparece como una especie de predicador de alguna religión poco recomendable. Es lo que sostiene el saxofonista Donny McCaslin, que grabó con Bowie este último disco: que la historia se refiere al ISIS. Nunca se sabrá.

Lazarus también es el título de un musical en el que Bowie se había volcado en el Off-Broadway de Nueva York –fue estrenado el 7 de diciembre– y que llegará este año a Londres. Está basado en la novela de ciencia ficción El hombre que cayó a la Tierra, de Walter Tevis, cuya adaptación cinematográfica –realizada por Nicolas Roeg en 1976– estuvo protagonizada por el mismo Bowie. Una tragedia. La de un extraterrestre que se siente completamente humano en la desorientación y en el constante sentimiento de indefensión que experimenta al verse rodeado de mundo que le cuesta comprender: el mismo David Bowie.


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Fuentes:

The Tablet / Vida Nueva / L’Osservatore Romano

Puntuación: 5 / Votos: 2

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