Vuelve a Jesús, mira a tu hermano
9.00 p m| 31 mar 15 (VIDA NUEVA/BV).- Jesús es el crucificado que ha resucitado. A nosotros solo nos queda caminar con Él y profundizar en su amor, del que nada ni nadie nos podrán separar. El camino de la cruz que ahora emprendemos es un camino en el que la compasión y la indignación se unen para lograr la transformación. Por eso, en el triduo pascual, nos atrevemos a “volver a Jesús y mirar al hermano”.
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Vía crucis de compasión
– Jesús, silenciado por un estado del Bienestar que anestesia
El Dios de Jesús no es el Dios de los triunfadores. Es el Dios de los que entregan su vida a la causa del Reino y fracasan, el Dios de los torturados, el de los mártires, el Dios de los profetas asesinados, el de los cristianos encarcelados y asesinados. Solo los que en la entrega total pueden dar un grito desesperado de esperanza revelan cómo es Dios.
He aquí el Hombre-Dios, que en Jesús resulta ser un Mesías crucificado, decepcionando a todos los que lo esperaban triunfador. Un Dios excluido, echado fuera; que no hace alardes en las alturas, sino que desciende hasta padecer los abismos del sufrimiento humano. Este Dios se hace solidario, “compañero” de nuestras cruces y miserias, un Dios que toma sobre sí nuestras soledades e impotencias, un Dios a quien le afecta en lo más profundo la suerte de tantos millones de seres humanos humillados y de tantas criaturas maltratadas. Un Dios que no fuese solidario no podría consolarnos, no podría ser fundamento sólido de nuestra esperanza. Un Dios que desde su debilidad requiere y pide nuestra ayuda podrá salvar al pobre, al excluido, al condenado, al rechazado.
El Padre Dios no es indiferente ante el mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo. El Dios de Jesús sufre la muerte de su Hijo en el dolor de su amor, y asume en sí todo el dolor de la historia, un dolor que está hoy esparcido por todos los rincones del mundo.
Pero, ante esta historia de dolor, surge la tentación de la indiferencia, de lavarnos las manos como Pilato, de no querer ver ni escuchar el dolor: nos anestesiamos y adormecemos por la cultura del estado del Bienestar, que nos incapacita para poder compadecernos ante los clamores de los otros, nos hacemos insensibles al dolor de los hermanos (EG 54). La indiferencia del sacerdote y del levita ante aquel hombre tirado al borde del camino es la enfermedad de nuestros días, que nos sumerge en el individualismo y el egoísmo.
Nos acostumbramos a ver y escuchar noticias cargadas de odio, de resentimientos, de conflictos, de intolerancias, de persecuciones, de pobrezas. Respondemos con indiferencia, “resignación” o cierto paternalismo: “pobres siempre ha habido”, “guerras siempre han existido”, “¡pobres ellos, que lástima!”. La indiferencia se está globalizando.
Necesitamos salir de nuestra indiferencia y llenarnos de los pensamientos, sentimientos y actitudes de Jesús. Se nos invita a tener una mirada compasiva ante los que sufren, que se traduzca en acciones concretas solidarias y de empeño por construir la paz y la justicia en los ámbitos en los cuales nos encontramos. Cada uno está llamado a cargar con el otro, a ser artífice de paz y de solidaridad y justicia. “Si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 cor 12, 26).
“El hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero álter ego, a quien el señor ama infinitamente. si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón” (Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2012).
– Jesús aliviado y acompañado por los que se dejan afectar
El camino de la cruz se hace largo y pesado, las fuerzas flaquean. Se siente la impotencia, la debilidad y la soledad, el dolor que desgarra, el abandono sin sentido. Junto al camino están las mujeres conmovidas, llorando, les duele ver a aquel hombre destrozado, quieren aliviarle y acompañarle en su dolor. También está Simón de Cirene, obligado a ayudar a Jesús.
Lo importante es que alivia a Jesús, se compromete con él. Lo libera del peso de la cruz y comparte con él su dolor. La cruz reclama compasión y solidaridad, dejarnos afectar e indignarnos por el dolor de los hermanos, como lo hizo Jesús. La auténtica compasión nos hace volver la mirada hacia el hermano, mirar “no ya solo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo” (DCE 18); mirar con amor y con compasión, sintiéndonos “guardianes de nuestros hermanos”. Es Dios quien de nuevo nos está preguntando: “¿dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9), y nos invita a salir del ensimismamiento que nos anestesia ante el dolor de aquellos que están sufriendo los efectos más devastadores de esta crisis económica y de valores.
La fuerza transformadora del amor empieza por dejarse afectar, saberse reclamado, amonestado, frágil, conmovido. Jesús de Nazaret se “conmovía” ante los gemidos y los clamores de los excluidos socialmente, de los marginados religiosamente, de los pobres. Jesús se deja afectar, sus sentidos se abren, para poder percibir y ver la realidad. El primer paso para construir un mundo diferente es tener los ojos bien abiertos para ver, los oídos atentos para escuchar y el corazón sensible para conmoverse y, tras la conmoción, actuar. “El programa del cristiano –el programa del Buen samaritano, el programa de Jesús– es un “corazón que ve”. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (DCE 31,b).
Quedar afectado es un asunto más radical que la propia indignación, ya que incluye la conversión y la necesaria reacción, porque no se puede ser sensible y permanecer inactivo, no se puede “tocar” el sufrimiento de las personas y mirar para otra parte. No se puede conocer el atropello de la dignidad que causan las privaciones y precariedades de la vida humana y quedar indiferente.
– Jesús desnudado por la desigualdad y la injusticia
Jesús, imagen de Dios invisible, fue despojado de todo poder y dignidad y expuesto al mundo en la más absoluta vulnerabilidad. Su cuerpo desnudo nos revela la inmensa degradación que los seres humanos padecen en todo el mundo, porque la verdadera desnudez es ser despojado de la propia dignidad. Dios no impidió que el cuerpo despojado de su Hijo fuera expuesto en la cruz. Lo hizo para rescatar todo abuso injustamente cubierto, y demostrar que Él, irrevocablemente, está al lado y del lado de las víctimas.
Frente a la impotencia imperante, “la Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas” (EG 188). Cada cristiano y cada comunidad estamos llamados, como instrumentos de Dios, a trabajar por la liberación y promoción de los pobres, de los que han sido despojados de sus derechos (cf. EG 187). Y podemos hacerlo porque contamos con la luz del Evangelio. El camino de la cruz es un camino en el que la compasión y la indignación se unen para lograr la transformación.
Frente al despojamiento injusto, urge un pacto social inclusivo, la conversión de la economía y las finanzas hacia una ética a favor del ser humano y una mayor solidaridad desinteresada (cf. EG 58), porque mientras no se resuelvan los problemas de los pobres, atajando las causas estructurales de la “inequidad”, no se resolverán los problemas de nuestro mundo (cf. EG 202). Es necesario un cambio de modelo, donde la persona sea el centro. es tiempo de los derechos sociales.
– Jesús, el viviente, esperanza para los excluídos, los desesperanzados y los que no tienen futuro
El grito no tiene doblez, la negación y la afirmación son rotundas y claras: “no está aquí, ha resucitado”. el mundo, aparentemente, sigue igual, parece que no ha pasado nada relevante… La resurrección se gesta, también, en la sencillez de lo diario y en lo extraordinario de lo ordinario. En la sencillez y en la humildad extremas, la tumba no puede retener ni acabar con el amor de Dios –que se ha manifestado en Jesús de Nazaret.
Es necesario, por tanto, estar vigilantes en lo ordinario para sentir y alimentarnos de lo extraordinario que ahí se encierra. Los cristianos vivimos porque comulgamos el pan de la gloria, el cuerpo de cristo resucitado y glorioso; sacramento que veneramos y adoramos en la eucaristía, donde se nos hace realmente presente en el pan, pero que vislumbramos y tocamos en el quehacer de la historia, donde su espíritu de resurrección está actuando permanentemente mucho más allá de nosotros mismos y de todos nuestros controles. La tarea está servida: cada día podemos entrar en los clavos sanados y sanantes de cristo en la humanidad, en su lanzada resucitadora y vivificante para los ahogados y excluidos de la historia y de la vida, para los crucificados de hoy.
– Jesús viene
A la luz de esta mirada, ya no podemos buscar entre los muertos al que vive, ni la luz en la oscuridad, ni la salvación desde la condena. Se han roto todos los parámetros que velaban el templo y la ley, ahora están desbordados por la gracia y solo existen medidas de perdón y de misericordia, para todos y, especialmente, para los que sufren. El encuentro con el resucitado es de pura gracia:
* Él viene a donde no queríamos ir, a nuestro dolor personal, viene a nuestro interior y vive abrazándonos en un “amor propio” que se hace auténtico y rompe con todo egoísmo e individualismo, salvándonos de la indiferencia y llevándonos a lo más auténtico y original de nosotros mismos.
* Él viene en las relaciones de apuesta mutua, de aceptación incluyente y universal. Vive en todos los espacios en los que la palabra justicia y dignidad se hacen bandera indiscutible, y se rompen lanzas a favor de los desarmados de la historia.
* Él viene y vive en la imagen de un Dios que sana, consuela, acompaña, alegra, serena y pacifica a la humanidad. Un Dios que se hace presencia en la entrega gratuita de los que se aman.
* Y porque él viene y vive en nosotros, porque no está en la muerte y vive para siempre, ahora es el tiempo de la alegría, del aleluya imparable de una cruz exaltada y gloriosa por el amor absoluto del Dios que solo es ternura y compasión.
Fuente:
Extracto de pliego publicado en la revista Vida Nueva.