Francisco y la experiencia latinoamericana para la Iglesia universal

Jorge Mario Bergoglio en Aparecida

11.00 p m| 31 mar 15 (NCR/BV).- Una de las historias no contadas detrás de la elección de Francisco en marzo del 2013 fue el surgimiento de América Latina como la nueva fuente para el catolicismo mundial. Los cardenales no sólo eligieron un hombre, sino un programa, inspirado sobre todo en el gran documento elaborado por los obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil (2007). El autor principal del documento era el entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio. Aparecida marcó el momento en que una teología llegó a su mayoría de edad. Su enfoque -misionero, evangelizador, pastoral y centrado en los pobres- ahora subyace al programa de Francisco: su exhortación apostólica Evangelii Gaudium.

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Así como la iglesia en España e Italia fue la fuente de la Contrarreforma, y la iglesia de Francia y Alemania, la fuente para el Concilio Vaticano II, América Latina es ahora la fuente de una nueva era de reforma de la Iglesia. Si Francisco deja perplejo a europeos y norteamericanos, quienes están acostumbrados a pensar en términos “liberal-conservador”, es porque tiene una perspectiva y un lenguaje que provienen de fuera de esas categorías.

Como ejemplo reciente, considere su discurso en enero sobre el control de la natalidad, que terminó siendo opacado en el reporte de la entrevista a bordo del avión papal -de vuelta de Manila, Filipinas- por su comentario sobre los “conejos”. Lo notable fue la articulación de Francisco de la oposición del Papa Pablo VI a la anticoncepción artificial, en términos de una posición con valentía profética, en nombre de los pobres del mundo contra los poderes de nuestro tiempo, impulsados por supuestos neo-malthusianas y eugenésicas que la pobreza es una consecuencia de la población.

Los liberales en el Norte, que tanto dentro como fuera de la Iglesia han visto esto como una cuestión de autonomía personal más que una defensa anticolonial de los derechos de los pobres, se quedaron desconcertados. Pero también quedaron así los conservadores, acostumbrados a la defensa de la Humanae Vitae en términos doctrinales.

Las palabras de Francisco quedaron en total sintonía con lo conversado en el encuentro del CELAM de 1968, el consejo de obispos latinoamericanos reunidos en Medellín, Colombia. La reunión tuvo un profundo impacto sobre Jorge Mario Bergoglio, luego de terminar sus estuDios jesuitas de teología.

Medellín -encuentro reconocido por articular la “opción por los pobres”- vio Humanae Vitae en términos de: Roma viene en ayuda de los países pobres asediados por las estrategias de desarrollo de los países ricos y por la imposición de un “erotismo de la civilización burguesa”. Esta fue la Iglesia hablando en nombre de los pobres evangelizados, defendiendo su cultura.

Del mismo modo, más de 40 años más tarde en el avión papal, Francisco habló de “colonización ideológica”, tal como lo había dicho antes a los padres en Manila, “Los pueblos no deben perder su libertad. Un pueblo tiene su cultura, su historia”.

Este es precisamente el lenguaje que Bergoglio como provincial utilizó en la década de 1970 con sus compañeros jesuitas, divididos en ese momento por rivalidad en ideologías. Los instó a centrarse en las necesidades y valores de lo que llamó “santo pueblo fiel de Dios”, un término que mezcla la idea del Vaticano II de “la gente de Dios” con la “opción por los pobres” de Medellín, formado sin embargo por el nacionalismo y la cultura, en lugar de las ciencias sociales.

Aunque el término “santo pueblo fiel de Dios” fue de Bergoglio, su pensamiento refleja una expresión específicamente Argentina de la teología latinoamericana, identificada sobre todo con los teólogos Lucio Gera y Rafael Tello. En esencia, la teología del pueblo, la teología de la gente, rechazó categorías liberales y marxistas, vistas como instrumentalización imperialista de los pobres, y más bien acogió el ver a la gente como sujetos de la historia y la cultura, como beneficiarios y agentes de evangelización.

Bergoglio solía decir que las personas tienen una manera de ver, una conciencia, una hermenéutica. Como le dijo a los jesuitas en 1980: “La primera pregunta que cualquier pastor que busca reformar estructuras [de injusticia] debemos hacernos es: ¿Qué es lo que mi gente pide de mí? ¿Qué es para lo que me invocan? Y entonces debe atreverse a escuchar”.

Esta fe en la historia y la cultura, más que en las ciencias sociales y la revolución política, fue una importante línea divisoria entre la versión argentina de la Teología de la Liberación y la versión de América Central que era más conocida. También fue la fuente de la discordia entre los bergoglianos “nacionalistas” y los “liberales” antibergoglianos dentro de la provincia jesuita argentina.

Sin embargo, mientras que Bergoglio fue finalmente desplazado dentro de los jesuitas, fue la teología del pueblo la que poco a poco ganó, tanto con la Evangelii Nuntiandi (1975) de Pablo VI -un documento muy influenciado por Gera y Tello, y fundamental para los eclesiásticos latinoamericanos de la generación de Bergoglio- como con la reunión del CELAM cuatro años después en Puebla, México.

Para los teólogos del pueblo, el proyecto de liberación no es el que busca tomar el Estado por la revolución, sino el de enfoque nacionalista católico de construir la fe del pueblo, en el que Dios está llamando a sus fieles a un nuevo nacimiento de la justicia, protegido y alentado por una Iglesia que ve en primer lugar a los pobres y las periferias.

Una figura clave durante muchos años para la articulación de Bergoglio de esta idea de “teología del pueblo”, fue su amigo filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré. Posiblemente el más importante intelectual católico laico latinoamericano del siglo 20, Methol Ferré pasó la mayor parte de su vida convencido de que América Latina se había estado moviendo de ser una “Iglesia de reflexión” -la que se hizo eco de Europa- a una “Iglesia de origen”, que en el tiempo fortalecería la Iglesia universal.

Vio el retiro del marxismo en un primer momento y más tarde del neoliberalismo en América Latina, como la apertura de una nueva era en la que el pueblo finalmente tomara protagonismo. Sin embargo ese proceso se ha retrasado, tanto por la toma de control de la teología latinoamericana por la izquierda, como por el centralismo del Vaticano durante el papado de Juan Pablo II.

Methol Ferré y Bergoglio en el 2005 creían que el momento de América Latina aún no había llegado; y ambos creyeron que el cardenal Joseph Ratzinger debería ser Papa. Ese fue en parte el motivo por el que Bergoglio resistió el intento de un grupo de cardenales de elegirlo en ese cónclave.

Pero después de 2005, empezó a quedar claro que el momento había llegado. “En las próximas dos décadas, América Latina tendrá un papel clave en las grandes batallas que se van perfilando en el siglo XXI”, escribió Bergoglio en el prólogo de un libro que salió ese año.

En Lima, Perú, para conmemorar el 50 aniversario de la fundación del CELAM, dijo que era el momento para el continente -que incluía la mitad de los católicos del mundo-, “de prestar un servicio a la Iglesia universal”, para compartir los dones que el Espíritu Santo había derramado sobre su pueblo.

En primer lugar, sin embargo, la Iglesia latinoamericana tuvo que reunirse de nuevo. Methol Ferré estaba demasiado enfermo para asistir a Aparecida, y murió dos años después. Pero al igual que Moisés en el Monte Nebo vislumbrando la Tierra Prometida, vivió para ver que sucede. En su América Latina en el siglo XXI, el filósofo había argumentado que la elección del Papa Benedicto XVI podría marcar el comienzo de una nueva primavera del pensamiento católico de América Latina, ya que antes como Ratzinger se había comprometido profundamente con su teología, en la preparación de sus famosas “instrucciones” sobre la Teología de la Liberación.

De hecho, entre las primeras medidas de Ratzinger está el permiso para la reunión del CELAM en Aparecida, que el secretario de Estado saliente, el cardenal Angelo Sodano, había bloqueado por buen tiempo. En el vuelo de São Paulo, Brasil, hacia el santuario de Aparecida, Benedicto XVI dijo: “Estoy convencido de que a partir de aquí se decidirá -al menos en parte, pero una parte fundamental- el futuro de la Iglesia católica”.

En su homilía en el Santuario, después de la partida de Benedicto XVI, Bergoglio utilizó una metáfora sorprendente cuando habló por primera vez (al menos en un importante espacio público) de las periferias existenciales. La frase golpeó muchos acordes. Se refirió no solo a los barrios pobres, sino a un mundo de vulnerabilidad y fragilidad, un lugar de sufrimiento y pobreza, pero también -a causa de la proximidad de Cristo- de alegría y esperanza.

Bergoglio fue elegido por sus colegas obispos para hacerse cargo de la redacción del documento final, que está plagado de conceptos de la teología del pueblo.

Por su visión y vigor, su feroz defensa de los pobres y espiritualidad misionera, y su audaz proclamación del nacimiento de una nueva primavera de fe, Aparecida era ahora el programa, la clave para un nuevo gran esfuerzo de evangelización en América Latina vinculado, indisolublemente, a la liberación de un pueblo. En ningún otro lugar en el mundo había algo que se le compare. Era la expresión de una nueva madurez, de una iglesia local que llegó a su mayoría de edad.

Es por eso que es tan conmovedor que Benedicto, decidió mientras estaba en América Latina en marzo de 2012, retirarse un año después. Es difícil no ver una agobiada Iglesia europea dando paso a una vigorosa Iglesia de América Latina, que además toma su lugar.

La transición se hizo evidente en el Sínodo sobre la nueva evangelización de octubre de ese año. Las iglesias de Europa y EE.UU. estaban ansiosas, se volvieron sobre sí mismas, centrándose en lo que les faltaba. ¿Por qué fue que un obispo de Asia o de Oriente Medio, cuyos fieles son asesinados en conflictos que no parecen tener fin, podía mostrarse optimista y alegre, pero los obispos de una iglesia en la que nadie sufrió una verdadera persecución, hablaron como si la civilización cristiana enfrentara la aniquilación?

“En el Sínodo, el viento sopló desde el sur”, declaró a Radio Vaticano un teólogo argentino. Bergoglio también lo vio. La iglesia del mundo rico estaba culpando a la cultura de su declive. Sin embargo, el primer obstáculo no era la cultura, sino una iglesia que había crecido mundana y autorreferencial, que ya no evangeliza. El problema, dijo Bergoglio a un grupo de trabajadores de Cáritas en retiro, fue que “tenemos a Jesús atado en la sacristía”.

Sólo tres meses después, le dijo a los cardenales que a veces parecía que Jesús no toca la puerta para entrar, sino que lo quiere es salir. Les ofreció una elección entre una Iglesia orientada a la misión y la misericordia, o una Iglesia paralizada y distante.

Hace dos años, en la Capilla Sixtina, los cardenales eligieron no sólo el hombre, sino el programa. Estuvieran o no conscientes de eso, con la elección de Francisco estaban permitiendo que el fuego encendido en Aparecida llegue a Roma, para sacudir el Vaticano e iluminar la Iglesia universal.


Fuente:

National Catholic Reporter

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