Cómo acercar la fe a jóvenes estudiantes

Acercar la fe a estudiantes

3.00 p m| 16 may 13 (AMERICA/BV).- Matt Emerson, profesor de teología y director de admisión del “Xavier College Preparatory” en California, comenta sus métodos y experiencia cotidiana respecto a presentar la fe a estudiantes no creyentes. Si bien reconoce que pueden existir diferentes maneras de aproximar a los jóvenes a la fe, un pilar importante en cualquier caso es inducirlos a un cuestionamiento de sus certezas heredadas.

Respecto a la publicación, hay que tener en cuenta que si bien se refiere a estudiantes y escuelas de origen norteamericano, la respuesta de los jóvenes estudiantes ante los estímulos que se explican a continuación no deberían ser diferentes.

Aquí el texto publicado en America Magazine:

A excepción de los no creyentes más acérrimos, es raro encontrar una persona que no disfrute una historia de transformación espiritual, del progreso del alma del invierno a la primavera. Una de mis favoritas de este género implica al Dr. Francis S. Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud, que ahora está haciendo con la religión y la ciencia lo que Steve Jobs hizo con las computadoras y teléfonos celulares.

Todo se inició cuando rondaba sus 20 años, como médico residente, el Dr. Collins observó la fe de los moribundos. Aunque pensó que la religión era irracional, una reliquia de una era no científica, quería saber por qué sus pacientes creían en Dios. Esto llevó a las conversaciones, luego a los libros y, eventualmente, la cruz.

Cada año, discuto la conversión del Dr. Collins con mis estudiantes, y siempre me hacen recordar de algo que olvido con facilidad: Tener fe toma tiempo. La conversión es una evolución multi-dimensional que altera la vida e implica el conocimiento, la experiencia, otra gente, la auto-reflexión, la humildad, el misterio y la gracia. Y eso es sólo el comienzo. Para la mayoría, la conversión se produce en etapas y depende de ciertas condiciones, ciertos hábitos de la mente y el corazón, que permiten a una persona aceptar una vida transformada.

Estos hábitos de la mente y el corazón pueden ser referidos colectivamente como “preámbulos” a la fe. El desarrollo de estos “preámbulos” y el camino hacia la fe trae a la mente el libro del Éxodo. Antes de que los israelitas puedan entrar en la Tierra Prometida, como parte de su formación para aceptar el pacto, el Señor tenía para prepararlos. Él tenía que exponer la futilidad de sus falsos dioses, el vacío de la autoridad egipcia y la inconstancia de la naturaleza humana. Tenía que enseñarles acerca de la tentación, la fuerza y la fidelidad, un proceso que involucró un período de confusión y frustración, pero que al final permitió a los israelitas un renacer entre la fe y la libertad.

Los jóvenes de hoy deben someterse a una metamorfosis similar antes de alcanzar una vida católica floreciente, antes de que pueden unirse a aquellos que se hacen llamar católicos practicantes. A medida que avanzamos en este Año de la fe, quiero entrar en detalle sobre la noción de “preámbulos”. Mi objetivo es guiar a las escuelas católicas en sus esfuerzos de alimentar una identidad católica en contextos donde la creencia religiosa se mezcla con la apatía, el escepticismo u hostilidad. Para que estas reflexiones no vayan a quedar solamente en un plano abstracto, voy a ofrecer métodos y recursos que han sido de gran ayuda en mis propias clases y encuentros.

Empezando con Sócrates

Los jóvenes no suelen pensar en la religión porque consideran sus temas tan poco verificables como para ser dignos de consideración. Por lo que es un deber para las escuelas católicas animar un espíritu de cuestionamiento en los jóvenes, que sientan el deseo de descubrir lo que hay más allá de lo que ven en un microscopio o en el monitor de sus computadoras.

Para lograr que los estudiantes se interesen, he descubierto que una de las mejores cosas que se puede hacer es no abrumarlos con la apologética (que a menudo asume cosas que ellos niegan), sino inducirlos a un cuestionamiento. Si quieres llegar a Jesús, comienza con Sócrates. Antes de que los estudiantes puedan comprender el misterio de la fe, es necesario perfeccionar una introspección, auto-examen de perspectiva, y todos los cursos deben formar parte de este proyecto, no sólo la teología. Sea sobre las Escrituras o Inglés, Álgebra I y ciencias del medio ambiente, cada clase debe causar un remezón en el pensamiento de los estudiantes, al igual que María frente al ángel Gabriel, preguntando: “¿Cómo puede ser esto? ¿Qué estoy omitiendo? ¿Qué más debo saber? “

Recién cuando los estudiantes dejan de lado sus certezas sobre las creencias heredadas es que pueden repensar su resistencia a Dios. Una manera en que las escuelas católicas animan este desprendimiento es a través de jornadas de inmersión. Algunos de mis alumnos, por ejemplo, regresan de una visita de dos noches en un refugio para desamparados en Los Angeles con una idea diferente sobre los marginados, los inmigrantes y los pobres. Mientras que antes tienen incrustadas ideas clasistas (“los pobres no son culpa mía”), regresan con sus nociones preconcebidas totalmente desbaratadas. Estos viajes neutralizan los prejuicios y generan nuevas perspectivas de la caridad y la humildad que arden con el fuego de las Bienaventuranzas.

Prueba de Ciencias

Como adultos tendemos a sentirnos cómodos con lo misterioso, pero los adolescentes no se sienten así. Llevan juegos portátiles que hacen que la tangibilidad y visibilidad sean los indicadores más potentes de lo real. Además para ellos, la educación despeja los misterios y simplifica las dificultades. Para la mayoría de nuestros estudiantes, por lo tanto, es ilógico creer en una dimensión espiritual.

Por eso, y porque además la enseñanza moderna parece definir que sólo las ciencias brindan conocimiento genuino, los estudiantes tienden a asumir que hay básicamente dos tipos de vida: una que depende de la fe y otra que no lo hace.

Por lo tanto, como preámbulo para poder creer en Dios, las escuelas católicas deben lograr que sus estudiantes tengan “fe en la fe”, y demostrar que la dicotomía que dibujan en sus cabezas -la vida de la fe frente a la vida de la racionalidad- no es consistente. En la encíclica de 1998, “Fe y Razón”, el Beato Juan Pablo II escribió que la persona humana es un ser que vive de creencias, porque ningún hombre o mujer podrían verificar y demostrar con certeza, todo en lo que creemos a lo largo de nuestra vida. Esta observación puede parecer tan obvia como para no necesitar más discusión, pero es precisamente un punto que no es evidente para los estudiantes. La mayoría de ellos simplemente no se dan cuenta de cuánta fe y creencia impregnan su existencia.

Para reforzar este punto, resulta útil hacer que los estudiantes piensen en la fe en contextos que no son explícitamente religiosos, pero que tienen implicaciones religiosas. Les pido a mis alumnos, por ejemplo, “¿Puedes probar con un 100% de certeza que alguien te ama?” Van a decir que no, que no puede ser probado así, y luego discutir por qué. Los estudiantes reconocen que la cuestión del amor no es formulista, no es susceptible de una ecuación. Y, sin embargo, están de acuerdo que es posible creer en el amor, tanto para dar como para recibir. Todos reconocen la existencia y creen en el amor, incluso si no se puede graficar ni medir. Más importante aún, los estudiantes reconocen que cuando se trata de amor, deben tener algún tipo de fe, sobre todo si piensan en casarse. Intuitivamente, saben que una relación matrimonial requiere una fe que va más allá de lo que puede ser garantizado o verificado personalmente.

Otra técnica exitosa para acercar a los estudiantes a la idea de la fe es presentarles el trabajo de científicos que son algo así como herejes en su campo, eruditos como Francis Collins, John Polkinghorne y Leon Kass, que están acortando la brecha de separación entre la fe y la ciencia. Un buen lugar para comenzar es un artículo de opinión que apareció en el New York Times en 2007 titulado: “Abordar la ciencia desde la fe”, por Paul Davies, físico de la Universidad Estatal de Arizona. Davies se pregunta por qué las leyes de la física son lo que son. ¿Cómo podemos explicar su existencia? ¿Cómo sabemos que no van a cambiar de repente? Hasta que los científicos pueden responder a estas preguntas, escribe Davies, toda la ciencia se fundamenta sobre la creencia de que las leyes de la ciencia y las de las matemáticas no van a cambiar, se tiene fe de que el mundo seguirá siendo ordenado, racional e inteligible.

El mencionado artículo, que es breve y sencillo, intriga a los estudiantes, ya que socava la percepción unidimensional que tienen sobre la ciencia. La mayoría de ellos no han considerado que incluso la ciencia requiere la voluntad de creer en algo que no se conoce del todo, la voluntad de entrar en el misterio. Incluso los científicos tienen una “convicción de lo que no se ve”. Cuando los estudiantes comprenden que hasta para la ciencia hay que  creer de ese modo, la religión ya no parece tan absurda.

Creando espacio para la fe

Una de las frases que se repiten en la educación jesuita es cura personalis o “cuidado de la persona”. Cura personalis significa que la formación debe elevar y ennoblecer la salud de la persona de manera integral -corazón, mente, cuerpo y alma-. Cuando la educación pierde ese énfasis, cuando el bienestar personal y psicológico de los estudiantes se desestabiliza, la vida espiritual sufre.

Los maestros ven esto todos los días. Cuando los estudiantes duermen, por ejemplo, y se despiertan por los gritos de sus padres que pelean, empiezan a dudar de la posibilidad del amor y el compromiso. Si los estudiantes son intimidados, o si están deprimidos, es probable que perciban al mundo como inquietante y caótico, no como un espacio para la gracia de Dios. Cuando los estudiantes están emocionalmente atormentados, quieren un alivio inmediato de su angustia, una disposición que es opuesta al estado de tranquilidad y paciencia necesaria para la oración.

Los ejemplos podrían multiplicarse, pero la lección es la misma: En adolescentes, un estado psicológico sano es un preámbulo indispensable para el desarrollo de una fe resistente. Es indispensable tener excelentes maestros y consejeros. Ambos son guardianes de la gracia y de la verdad, sólo que en diferentes formas.

En las jornadas en que difundimos la fe, podríamos preguntarnos: ¿Existe alguna actividad en la que se conjugan preámbulos, donde los hábitos de la mente y el corazón funcionan más como una sinfonía y no de manera aislada? Creo que se juntan en los retiros más que en cualquier otro lugar.

En instituciones como la Compañía de Jesús (que son los que conozco mejor), el fruto de los retiros es abundante. Permiten a los estudiantes apartarse por unos días de los deportes, las tareas y la familia, de modo que tienen la tranquilidad física y mental para disfrutar horas ininterrumpidas de contemplación. En un retiro, los estudiantes se reúnen con otros con los que normalmente no compartirán, y divulgan las dificultades que les provocan miedo y ansiedad. Los estudiantes reconocen las máscaras que llevan, los falsos yoes que habitan y las formas en que se han atrapado a sí mismos con patrones dañinos de pensamiento. Para los estudiantes que provienen de hogares rotos o desordenados, los retiros comienzan a fomentar la confianza en sí mismos, en otros y en el futuro; y por último permiten que los estudiantes se sientan cómodos con lo desconocido, es decir, con Dios.

En un retiro reciente se debatía acerca de la fe, y se le pidió a un estudiante admitir que parte de su incredulidad surgió de su deseo de control. Él no quería entregarse a lo desconocido, o a algo o alguien que pudiera limitar su libertad. Otro estudiante compartió la angustia que había sufrido a causa de la crueldad en línea y alguno más me dijo que en el retiro finalmente aceptó su verdadero yo. En el silencio de las montañas, se decidió finalmente a amar y apreciar lo que la hacía diferente a sus compañeros.

Lo mencionado es sólo una muestra. Muchos otros métodos y recursos pueden propiciar un acercamiento a la fe. Pero donde doy clases, en un colegio jesuita de siete años de antigüedad, me he dado cuenta que para fomentar la credibilidad en la fe cristiana, los estudiantes deben desarrollar, como mínimo, primero un espíritu contemplativo y socrático que los lleve a cuestionar sus propios supuestos; segundo, una fe en la fe, un reconocimiento de que la existencia humana, incluso la parte en que se cruza con la ciencia, requiere creer en lo desconocido; y tercero una estabilidad psicológica, un equilibrio mental y emocional básico que permita a los estudiantes acercarse cada día sin sentir como si están luchando por sobrevivir.


Artículo publicado en America Magazine.

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