Para los católicos chinos la libertad religiosa sigue siendo un sueño prohibido

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1.00 p m| ROMA, 03 ago. 10 (CHIESA/BV).- Dos veces en el lapso de pocos días “L’Osservatore Romano” ha dado amplia cobertura de dos nuevas consagraciones episcopales ocurridas en China, la primera el 10 y la segunda el 15 de julio. Los textos de una y otra noticia, por lo delicado del asunto desde el punto de vista diplomático, no han sido realizados en la redacción sino directamente en las oficinas de la secretaría de Estado del Vaticano.

Ambas noticias señalan un cambio en la secuencia de las ordenaciones episcopales en aquel país. En los últimos años las ordenaciones episcopales en China han sido oscilantes, entre apertura y endurecimientos del gobierno comunista. En el 2005 todos los nuevos obispos fueron ordenados con la aprobación del Papa y de las autoridades chinas. En el 2006, en cambio, en reacción al nombramiento como cardenal del obispo de Hong Kong, Joseph Zen – nombramiento considerado hostil por Pekín – el gobierno chino volvió a ordenar obispos sin indicación del Papa. En el 2007, tras la carta de Benedicto XVI a los católicos de la China, los obispos volvieron a ser consagrados con la aprobación de Roma. También el nuevo prelado de Pekín fue designado con el consentimiento del Papa.

Pero desde diciembre del 2007 se bloqueó todo. Por más de dos años no ya no hubo ninguna ordenación. El bloqueo se interrumpió el 18 de abril de este año, cuando, en Hohhot, fue consagrado obispo el sacerdote Paolo Meng Quinglu, 47 años. Desde entonces las nuevas ordenaciones se reiniciaron a buen ritmo. Y siempre con la aprobación tanto de Roma como de las autoridades chinas.

La Santa Sede ha dado amplia publicidad a los dos nombramientos episcopales ocurridos en julio, dando así prueba de creer que el nuevo curso de las relaciones está en fase de consolidación. En ambos casos, las noticias publicadas en “L’Osservatore Romano” especificaron que todos los obispos gozan de la doble aprobación de Roma y Pekín.

En el Vaticano se mira pues con cauto optimismo esta hornada de nombramientos episcopales, realizados con la doble aprobación de Roma y de Pekín. Naturalmente, los diplomáticos vaticanos saben que nuevos endurecimientos por parte de China están siempre al acecho. Saben sobre todo que una solución de este tipo no es, de hecho, la óptima, ni para la Iglesia, ni para la libertad religiosa en general. Hoy, en el mundo, sólo en Vietnam existe la obligación del “placet” estatal para cada nuevo obispo, y la Iglesia tiene que sufrir tal condición en obediencia a los acuerdos escritos con el régimen. En China no existe ningún acuerdo de ese tipo, ni se prevé que vaya a existir dentro de poco, pero es precisamente lo que está ocurriendo hoy en la práctica. Dando por descontado que para los obispos no reconocidos por el gobierno la vida es dura, plena de arrestos y vejaciones. Así como también la actividad de los obispos reconocidos oficialmente y las respectivas diócesis son sometidas a controles asfixiantes.

A inicios de este mes de julio, el ministerio de los asuntos religiosos reunió en Pekín a decenas de obispos durante cuatro días de adoctrinamiento sobre la política religiosa del gobierno. Las autoridades comunistas trabajan para colocar a Ma Yinling, uno de los poquísimos obispos chinos sin reconocimiento del Papa a la presidencia de los dos mayores organismos de control sobre la Iglesia, la Asociación Patriótica y el Consejo de obispos chinos, un facsímile de la conferencia episcopal.

Todo esto mantiene una alta tensión entre los dos componentes del catolicismo chino: las comunidades “subterráneas” y las oficialmente reconocidas. La carta escrita en el 2007 por Benedicto XVI a los católicos de China para indicarles cómo volver a unirse choca con la voluntad de las autoridades chinas de tener vivas y usufructuar en su propio beneficio estas divisiones. Y de hecho la carta papal es hasta ahora un tabú en el país, circula con dificultad.

Imagen: (Reuters)Niños en China durante su Primera Comunión.

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