Aníbal Quiroga León ([1])
Ahora que la parte dura de la cuarentena parece terminar, nos enfrentaremos a una nueva realidad, muy diferente a la que habíamos vivido hasta la primera semana de marzo del verano del 2020. Será una suerte de cuarentena escalonada. Algunas empresas no funcionarán, otras cerrarán y otras quebrarán; nadie sabe a ciencia cierta si los bancos en verdad ayudarán por la mala fama -bien ganada- de nunca quemarse y siempre lucrar (algunos pretenden hasta el 10% de interés cuando el BCR les ha librado 300 millones de soles al 2.5% para el rescate financiero de las MYPES). Un viejo adagio cuenta que los bancos son como un paraguas que solo se abre cuando no llueve y se cierra a la primera garúa. Y después preguntan lastimeramente porqué tienen tan mal predicamento.
Tampoco las personas saben si van a tener trabajo. Los profesionales no saben si continuarán con sus clientes, los clientes recortarán gastos y puestos de trabajo, muchos trabajadores se verán desempleados y las cuentas por pagar se acumularán. Hoy, además del estrés natural por el inédito encierro familiar forzado al que no estamos acostumbrados ni preparados, con muchas casas no aptas para que las familias convivan las 24 horas, se une la incertidumbre económica y laboral. Son como ollas de presión que deben desfogar por algún lado. Uno de esos resquicios son los colegios y las universidades, en que hay una notoria cesación de pagos e ingentes reclamos de padres que sienten que se les ha privado del servicio educativo, por lo que no se sienten obligados a pagar las pensiones, entrompándose con los colegios privados en muy distintas formas y decibeles, sin tener en cuenta que también allí hay trabajadores, auxiliares, profesores y directivos que están enclaustrados y que, no obstante eso, han hecho su mejor esfuerzo por cumplir con sus metas educativas: un excelente punching bag.
Ciertamente nuestra vida no será la misma. No puede ser la misma. A los cuidados y prevenciones que deberemos seguir tomando frente a la pandemia y sus riesgos latentes, con una ineficiente infraestructura de salud pública-ESSALUD, a pesar del enorme esfuerzo desplegado a última hora, tendremos que cuidarnos a diario de no ser contagiados con una enfermedad que luce imparable, por lo menos hasta fin de año en que con suerte se pueda contar con su vacuna.
No habrá espectáculos públicos, ni teatros, ni cines, ni deportes masivos, ni reuniones, ni turismo. Todos los negocios y empresas -y el tráfico comercial alrededor de eso- deberá esperar buen tiempo aún. Trabajaremos lo más eficientemente posible encerrados la mayor parte hasta lograr una media aceptable de eficiencia y seguridad. Las empresas ralentizarán sus funciones, serán muy cautas con sus gastos, reducirán salarios de personal esencial y prescindirán de todo lo prescindible; empezando -para variar- por sus “colaboradores” (huachafo eufemismo con el que llaman a los trabajadores), compras no esenciales, proveedores no urgentes, -servicios legales p.ej.-, beneficios, bonos, comisiones, etc. Las empresas estarán aliviadas con ese oxímoron llamado “la suspensión perfecta de laborales” que manda al afectado tres meses sin paga a su casa: ¿Perfecta? ¿Sí? ¿Para quién?
El día después de mañana será muy duro y totalmente diferente. A fuerza deberá serlo. Y a fuerza nos deberemos adaptar y, con ello, rehacer la vida, la producción, la economía, nuestras actividades y el sostenimiento de la familia. Deberemos abandonar por un tiempo gastos extras, beneficios y comodidades recreacionales que ya habíamos adquirido (cuántos asistieron al mundial de Rusia, al otro lado del mundo), y volvernos sobre una economía de guerra hasta que finalmente la pandemia sea controlada por la ciencia del hombre (y de la mujer).
Esperemos que en ese día del mañana también participe el necesario recambio político y que las elecciones del 2021 no se frustren por los apetitos nuevos y añejos que subsisten y aparecen, amenazando nuestra fragilizada institucionalidad democrática, también afectada por el Covid19, y que nuestro Bicentenario nos encuentre sanos, recompuestos y con nuevas autoridades en el Gobierno y en el Congreso.