LAS OTRAS VÍCTIMAS DE LA PANDEMIA

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Aníbal Quiroga León ([1])

Luego de haber avanzado hasta donde ha avanzado la virosis del COVID-19 -que no es poco-, se constata que hay muchas más víctimas que aquellas de las que usualmente dan cuenta las estadísticas. Es decir, no solo han sido gravemente afectados en su salud los contaminados, lo han sido también sus familiares que angustiosamente han sobrellevado al enfermo so riesgo de contagio, los familiares de los lamentablemente fallecidos -que tampoco son pocos- que ni siquiera han podido despedirse, velar o enterrar a sus seres queridos, condenados a morir por esa simbiosis de enfermedad letal e ineficiencia absoluta de los servicios de la salud pública.

Además de la ingente cantidad de policías contaminados, lo que se percibe con facilidad en las calles, los que no quieren trabajar y los que se han excusado por factores de riesgo, se ha afectado la escasa seguridad ciudadana que teníamos antes de la pandemia, ya que los delincuentes también han estado a regañadientes encerrados -y sin bono-, por lo que han empezado a delinquir con mucho más fuerza y fiereza.  Tienen que ponerse al día…

También se ha afectado la institucionalidad democrática, desde que la pandemia obliga al aislamiento social y a no salir de casa, y ello colisiona con la metodología natural del Congreso, por más empeño virtual que le quieran poner, lo que en los hechos hace que el Poder Ejecutivo prácticamente gobierne solo desde septiembre pasado y no tenga interés en asociarse con el Congreso.  Para el Presiente Vizcarra, y sus credenciales democráticas, esta situación -ya lo hemos sostenido- representa una “tormenta perfecta”, ya que le permite el control casi absoluto de las personas por medio de la FFAA y PNP, de la economía nacional casi sin contrapeso de poderes, ni a quién rendir cuentas.  Su figura en solitario, como si gobernase solo en el Perú, como si no tuviese contrapeso constitucional, es algo que él ha alentado con sus cansinos mensajes casi a diario en TV -con el consabido tutorial del lavado de manos- como consecuencia de la pandemia.  Al final, el viernes pasado, ni el mismo se entendió y lució desconcentrado y exhausto. Tuvo que disculparse por ello.

Si, como bien se señaló desde estas páginas, estamos en guerra contra el COVID-19 -desde el punto de vista conceptual, no en una reducción militarista- contra un enemigo rápido, letal y desconocido, otra gran víctima ha sido la verdad.  Fue el Senador estadounidense Hiram Johnson, en 1917, durante la Primera Guerra Mundial a quien se atribuyó la frase: “en una guerra, la primera víctima es la verdad”. Veinticinco años después, durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill lo parafraseó señalando “en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras”. Por eso la prensa independiente es tan importante y, por eso mismo, en plena pandemia la libertad de expresión es sagrada e irrevocable.

Por ello, otra víctima es el disidente, el crítico, que termina amenazado y señalado con dedo acusador del poder tan solo por no comulgar con las ideas, ni con las decisiones, de quienes transitoriamente tienen la batuta del Gobierno, como lo evidenció el Dr. Ernesto Bustamante (twitter del 23.05.20), reputado epidemiólogo y ex jefe del INS, con más pergaminos y experiencia que el actual Ministro de Salud, al que -para nuestro mal- el encargo parece haberle quedado sobradamente grande.

Las otras víctimas no reconocidas son los pobres y olvidados de siempre en una nación pretensiosa que quería ser moderna y desarrollada, sin haberse mirado el interior ni haber paliado las agudas necesidades básicas y esenciales: educación, alimentación, infraestructura vial, apoyo logístico del Estado (aviones, helicópteros, camiones) y, oh desgracia, la tan necesaria salud pública con atención hospitalaria eficiente, con infraestructura decente, con personal médico y auxiliar de primer nivel pero, por sobre todo, bien remunerado.

Sabiendo, como se sabe, que nos movemos en un calendario cíclico e  inexorable, que empieza con: las lluvias de verano e inundaciones -en el mejor de los casos, “Niños” en el peor-; terremotos que nos pueden asolar en cualquier momento y lugar; friajes invernales; accidentes de gran magnitud debido a nuestra escarpada geografía o enmarañada selva; y ahora, grandes pandemias virales desconocidas, incontenibles y mortales, que nos poden de vuelta y media forzándonos a tener que “inducir al coma a nuestra economía”, como lo ha afirmado la joven Ministra de Economía.

Si todo eso ya es sabido, y es de todos los años, ¿Por qué como Estado, como Gobierno, como sociedad civil y como clase política con poder y recursos no hemos sido capaces de prepararnos adecuadamente? ¿De quién es esa responsabilidad histórica por la que hoy estamos pagando tan caro en vidas perdidas, con grave costo social e hipotecando nuestro futuro desarrollo nacional?

([1]) Jurista. Profesor Principal PUCP

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