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Aníbal Quiroga León ([1])

Por fin el Congreso corto puso a votación en sesión virtual -como la realidad impone- la renuncia que en su día hizo la Segunda Vicepresidenta de la República, culminando con ese nirvana constitucional de tener una vicepresidenta renunciada, pero que no era efectiva al no estar aceptada por un Pleno que no existió al momento de formularse.

La Constitución exige que la plancha presidencial a ser elegida conste de tres candidatos: un presidencial y dos vicepresidenciales con un orden prelativo.  De esa manera se les elige al mismo tiempo, con los mismos votos y la misma legitimidad, de eso no queda duda.  Y eso mismo marca la línea de sucesión presidencial: en defecto del elegido presidente, asume el primer vicepresidente y, en defecto de éste, el segundo vicepresidente.

Ahora tenemos a un Presidente que carece de Vicepresidentes; uno, porque él mismo fue un vicepresidente que asumió la presidencia llamado por la sucesión y, la otra, porque se apartó de la vicepresidencia por renuncia irrevocable.

Una vez aprobada la renuncia de la segunda vicepresidenta, se escucharon voces en el Congreso corto anunciando una supuesta responsabilidad constitucional por los actos y hechos congresales ocurridos la aciaga noche del cierre del anterior Congreso, que ciertamente fue muy discutible constitucionalmente, a despecho de la posterior convalidación de la ajustada mayoría del Tribunal Constitucional de enero último.  Pero esa decisión, inédita en la historia constitucional del Perú, fue polémica y discutible, tanto así que marcó un parteaguas en el constitucionalismo doméstico (entre el opositor y el oficialista) y de eso dan cuenta los sesudos votos en minoría del TC que hablan desde un acto marcadamente inconstitucional rayano en el golpe de Estado, hasta la inexistencia de la mal llamada “negación fáctica de confianza” que ni siquiera la mayoría del TC -en acto de pudor- pudo recoger y que fue el pretexto blandido por el Presidente en el anuncio en TV que precedió a una decisión aprobatoria que correspondía al Consejo de Ministros que recién se dio al día siguiente, y que también se adelantó al propio nombramiento del Premier, lo que hizo sólo luego del mensaje televisado.  Esto es, volver al futuro en versión criolla…

Aquella noche nadie sabía si el Presidente había obrado bien o no.  El Congreso que se quería disolver se negó a aceptar tal decisión que -a ojos vista- parecía no reunir las formalidades constitucionales esenciales, declaró la vacancia presidencial y juramentó a la Segunda Vicepresidenta.  El tema se decantó esa misma noche, ya tarde, cuando la Vicepresidenta no logró convocar a nadie y el Presidente se lució con una fotografía, análoga a la que exhibió Fujimori luego del golpe del 5 de abril, con los Comandantes Generales de las FFAA y el Jefe de la PNP. Alea Jacta Est.

Al día siguiente la Vicepresidenta renunció a lo que había juramentado y a la propia vicepresidencia, y la PNP nunca más dejó sesionar al Congreso (ni siquiera hubo que apelar a las FFAA, bastaron los varazos policiales), y el tema se cerró alrededor del Presidente arropado en un envión de poder y popularidad. ¿Qué actos generó la juramentación simbólica de la Vicepresidenta? ¿Qué se materializó? ¿A quién o qué logró convocar? ¿Qué perjuicio causó?  La respuesta es nada: fue un acto simbólico en una noche incierta -aciaga para muchos- en que parecía que el país se debatía en una bicefalía constitucional. A las 24 horas, el tema estaba decantado.

En el derecho penal y, en general, en el derecho sancionador, no puede haber responsabilidad sin perjuicio.  Algunos le llamarán acto fallido, otros acto preparatorio y otros tentativa, si es que se quisiera rebuscar alguna responsabilidad política o constitucional o penal.  Pero en verdad, no hay ni lo uno ni lo otro.  Fue un acto simbólico, absurdo para los ganadores, valiente para los perdedores, que no trajo ninguna consecuencia, más allá del claro enojo y enemistad presidencial; pero responsabilidad, cero.  Finalmente, la historia inmediata es escrita por los vencedores, pero la verdadera historia pondrá en su día las cosas en el lugar que corresponda.

También Máximo San Román juramentó como Presidente en el CAL como acto simbólico contra el Golpe de Estado de Fujimori en 1992.  Se le reconoció como un acto valiente bajo aquellas circunstancias, pero ni siquiera a las huestes de Fujimori se les ocurrió perseguir penalmente a San Román por supuesta “usurpación de funciones”.  Sería un verdadero despropósito si eso materializa en este Congreso corto.

El ser humano es el único animal que persigue al rendido, al caído, a quien ya no representa amenaza alguna, para destruirlo totalmente. En la guerra se llama “repase” y revela el mayor grado de insanía. Los animales, más sabios, dejan ir al que se da vuelta, muestra la grupa y abandona la pelea.

([1]) Jurista. Profesor Principal PUCP.

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