Aníbal Quiroga León ([1])
La trama que subyace a “Tiburón”, un clásico taquillero de Spielberg, era la pugna entre el protagonista y héroe Sheriff y su antagonista el necio Alcalde del balneario; uno alarmado pensando en la seguridad de los veraneantes y el otro ocultando el peligro pensando en el alejamiento del turismo estival del que dependía su economía local.
Más o menos la misma dicotomía se presenta hoy, y no solo en el Perú, sino en todo el mundo. En el orbe se han dado las más variadas respuestas frente a la pandemia que se presenta como un monstruo insaciable de insondables fauces y la economía que luce profundamente herida, al punto que muchos comparan -la de hogaño – en el nivel de la postguerra con Chile y con un futuro muy incierto.
Si a ello se suma que la dirección política ya no luce tan acertada, que nuestro sheriff cambia dos piezas importantes del equipo de lucha en medio de la batalla sin mayor explicación, que el oscurantismo y el secretismo predomina donde las preguntas no son bienvenidas (mejor pregunta mañana) y donde las voces disidentes son peyorativamente acalladas desde las alturas del poder, donde los figurettis de siempre anuncian el apocalipsis con más plagas que las tuvo Egipto, y los adulones son públicamente expuestos por minimizar la cosa ofreciendo subregistros en las casi diarias exposiciones que ya lucen cansinas, repetitivas y con lugares comunes copiando frases de líderes extranjeros (la del Presidente italiano, “debo alejarme hoy, para abrazarte mañana), que la cuarentena no se cumple cabalmente, que cantidad de gente que se desplaza de aquí a acullá, sin control ni ayuda, llevando el contagio por doquier, la verdad es que la cosa no pinta nada bien y tal parece que este tiburón podría devorarnos …
Eso pasa cuando la improvisación llega a la impostura. Cuando la experiencia es reemplazada por la genialidad juvenil teñida de género. Cuando el CV de un profesional incluye ser implacable troll de izquierda que luego se despinta en la cancha cuando se está fuera de los 140 caracteres protegidos por una pantalla. La pandemia nos ha cogido prevenidos en la noticia, pero sentados en una carcasa absolutamente desatendida e ineficiente como ya lo era la (in)salud pública ofrecida por el MINSA. ESSALUD estaba un poco mejor, pero no tan mejor, y la sumatoria de esas dos ineficiencias históricas a las que el Estado -que quiere ser parte de la OCDE- le dio la espalda hace muchos años, nos han reventado en la cara, y con empeño de última hora, improvisaciones y los latrocinios de los carroñeros de siempre que lucran en la desgracia (así pasó con la ineficiencia del Estado en el terremoto de Ica en 2007) hoy tenemos el resultado que nos escupe a la cara, y que oficialmente se quiere maquillar o, en el peor de los casos, ocultar.
Entretanto, para la tribuna, el premier discute con la joven ministra del MEF acerca del supuesto impuesto a la riqueza -de dudosa constitucionalidad- para que solidariamente los ricachones con más de 10,000 soles de ingreso mensual (¿?) paguen la ineficiencia estatal frente a la pandemia.
Como siempre será la clase media la que pague los platos rotos, porque los ricachones hace rato que se llevaron su plata (el dinero es lo mas cobarde ante una crisis económica, y más ante una crisis de credibilidad política) y, como ya ocurrió en el segundo gobierno de Belaunde y el malhadado “impuesto de solidaridad”, sólo nos generará menor desarrollo y más atraso. Si los impuestos ya gravan la renta y la riqueza mediante un cálculo progresivo acumulativo, donde quien más gana más paga, y sólo tributan los formales en un país altamente informal, debieran saber los gobernantes que en el Perú -como en todo el mundo- la riqueza formal ya está gravada, y que la mejor fuente de recaudación es la real reactivación económica, porque con ello hay trabajo, ventas, industria, construcción, consumo y, por ende (LQQD) más impuestos. ¡Eureka! No es tan difícil, ¿no?
¿Cuál es el secreto? Muy simple, separar la politiquería barata y su nocivo populismo de la parte técnica que gobierna la economía, aquella que se llena de orgullo cuando habla de los “fundamentos macroeconómicos” que tuvo hasta marzo la economía del Perú.