HOY TUVE UN SUEÑO

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Aníbal Quiroga León ([1])

Siempre me pareció una bella forma de empezar un discurso. Pronto comprendí que fue usada por Martin Luther King en su célebre manifiesto – titulado así- de 1963, cuando su mayor anhelo era la real integración racial en los EEUU.  Será que de muy niño debo haberla escuchado y quedó guardada en los profundos pliegues de mi consciente temprano, como una maravillosa expresión.

Soñaría con una sociedad más desarrollada e igualitaria, donde la brecha entre la riqueza y la pobreza no sea tan obscena, y donde ese esfuerzo se logre sobre la base de un desarrollo económico pujante y moderno, logrado con el trabajo y el empeño del esfuerzo privado, y no diseñado por un burócrata en una pizarra jugando michi con capitales que no son suyos, sobre los que da cuenta a nadie y para lo cual no tiene más mérito que ser amigote del gobernante de turno.

Soñaría con una sociedad verdaderamente justa, en donde no haya falsos dobleces, ni dobles discursos, donde la ley sea igual para todos y no solo para los enemigos, en donde la hipocresía no sea la forma natural de sobrevivencia, donde no existan figurettis disfrazados de falsos justicieros, ídolos con pies de barro, aplicando una justicia selectiva, deformando el derecho hasta convertirlo en una argamasa ininteligible para terminar convalidando cualquier cosa a troche y moche, constituyendo la delicia mediática del momento.

Soñaría con una sociedad en donde no se dieran exclusiones arbitrarias basadas en las meras ideas de las personas, donde las oportunidades no riñeran con la sola discrepancia y se compadecieran con la tolerancia que tanto se predica y se dice practicar, en donde la meritocracia sea para todos y no solo para los unos, ya que los otros, los iluminados, son convocados por ser “genios(as)” sin cumplir con la antigüedad y experiencia que a los demás se les exige con espartano rigor.

Soñaría con una sociedad en donde al personal médico se les atienda siempre como gente de primera, bien remunerado, bien tratado y con el moderno equipamiento requerido, y que su heroicidad, los aplausos y las lágrimas de cocodrilo no sean estacionales, sólo durante Niños, terremotos, epidemias, pandemias o catástrofes, sino una actividad permanente de modo que siempre estemos preparados para ello, con menos gasto del Estado en asuntos superfluos y más en los verdaderamente esenciales. La victoria es sólo para los que se preparan (amat victoria curam).

Soñaría con una sociedad que tenga unas FFAA y una PNP bien preparada, moderna, profesional, bien remunerada y bien tratada, que nos de seguridad y luche eficazmente contra la delincuencia, y que luego la sociedad no los castigue injustificadamente por hacer lo que se les pide, aún a riesgo de su propia vida.

Soñaría con una educación pública de calidad, con profesores verdaderamente bien remunerados, con un alto estándar de enseñanza, pero -al mismo tiempo- con una calidad de vida digna, que se desempeñen con orgullo y solvencia en su profesión, formando a las nuevas generaciones de peruanos con conocimiento y empatía.

Soñaría con una sociedad que tenga una infraestructura básica, con una autopista del Pacífico que una, sin escalas, Tumbes con Tacna, que sea un verdadero eje del trasporte longitudinal y no con vías históricamente extractivas.  Asimismo, con un tren de alta velocidad que corra paralelo a esa autopista, con ramales que unan a los distintos puntos del centro del país.

Soñaría una otra autopista que, de una vez por todas, pudiera unir ese eje comercial y esencial entre Lima y Huancayo, cuando menos, ya que en pleno Siglo XXI nuestra “autopista” este de tan solo 10 kms es una vergüenza y un monumento a la ineficiencia estatal.

Soñaría, finalmente con eliminar la desnutrición infantil y la anemia, que trae atraso y ciudadanos condenados a no sobrevivir, y cuando lo logran, a tener un menor desarrollo educativo/profesional.  Con menos “todos, todas y todes” y más igualdad real quizás, algún día, lograremos ser un país mejor y vivir en una mejor sociedad.

Pero los sueños, sueños son. Una irrealidad.  Quién sabe si algún día lleguemos a verlos realizados.  En 1963 Martin Luther King jamás imaginó, ni en su mayor alucinación, que sus sueños de igualdad racial culminarían con un afrodescendiente en la Casa Blanca.  Así que, quién sabe…

([1]) Jurista. Profesor Principal PUCP.

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