Como todos los 29 de julio, dentro de la Fiesta Nacional se realizó el desfile de las fuerzas armadas y fuerzas policiales ante toda la civilidad. Es una tradición que pretende acercar a las fuerzas de seguridad con su pueblo y, por eso, se habla de una fiesta cívico-militar. Esta vez ha incluído –como antaño- fuerzas civiles, bomberos y organizaciones sociales.
Sin embargo, cada vez se escuchan diversas opiniones que recusan la exhibición marcial y disciplinada de las fuerzas de seguridad, bien sea porque les parece contrario al espíritu civil que conlleva una democracia constitucional en la hora actual, bien sea por el exhibicionismo militarista, bien sea porque les parece una oda hacia las armas que matan. Tal vez preferirían un pasacalle con pañuelos blancos y cartelones con los símbolos de “haz el amor y no la guerra” como en el hipismo setentero.
El problema es que desde nuestra civilidad no llegamos a comprender adecuadamente, en nuestra concepción de nación y de Estado, qué es la defensa nacional, a quien compete y cuál es nuestra responsabilidad frente a ella. Nos gusta sentirnos seguros, nos gusta que nuestros bienes y nuestras familia estén seguros, nos gusta que nuestros negocios estén seguros, nos gusta salir, viajar y disfrutar de la riqueza natural de nuestro país con seguridad (que no nos maten, que no nos roben, que no nos lastimen), pero no llegamos a entender qué es lo que el Estado desarrolla para que todos sus ciudadanos, sin excepción, estemos seguros en nuestra integridad, nuestra vida, nuestra familia y nuestras posesiones.
Desde el punto de vista doctrinario, la defensa nacional no es otra cosa que el conjunto de previsiones y acciones que el Estado genera ejecuta en forma integral y permanente para lograr la seguridad nacional y alcanzar sus objetivos de otorgar esa seguridad nacional, tanto a nivel interno, como a nivel externo. Y, por eso, la Constitución, subordina a todas las fuerzas de seguridad al poder civil nacido del voto, donde será la disciplina militar la llamada a garantizar que esas armas sólo se usen dentro del orden constitucional y sólo al servicio de ese orden constitucional.
Es curioso comprobar como aquellos que tienen especial pasión por el derecho y la economía de los EEUU, que remedan y repiten sus más profundas aficiones yanquis, no reparan que los EEUU es el país dotado con la fuerza armada más grande, letal, eficiente, sofisticada y tecnificada; que es una nación donde se hacen desfiles y honores militares por todo y para todo, absolutamente patriotera y nacionalista.
Tampoco habremos avanzado mucho en nuestra democracia constitucional si dejamos de apreciar que el desfile militar no es otra cosa (además de una tradición) que el sometimiento de las fuerzas de seguridad al poder civil, al poder democrático y a las normas previstas en la Constitución, porque de eso se trata esa tradición. Y por último, olvidamos alevosamente la historia cuando no reparamos que las revoluciones y la independencia sólo se lograron con las armas puestas al servicio de la libertad y de los ideales republicanos. Ninguna independencia de ganó a punta de codigazos, ni con pañuelos, ni con flores, sino con el tesón, la valentía y la entrega de quienes con su sangre y a costa de su vida honraron las armas que -en nombre del pueblo- blandieron para forjar esa nación que es el Perú de hoy, próximo a su Bicentenario.
Uno de los grandes males de nuestra falta de institucionalidad ha sido la absurda dicotomía entre civiles y militares. Nos olvidamos que los militares no son más que el pueblo disciplinado al servicio de la nación, y que los civiles somos, por mandato constitucional, potenciales defensores de la patria cuando la amenaza pretenda acecharnos. Con grave irresponsabilidad no recordamos las cinco fronteras que geopolíticamente llevamos a cuestas y las ingentes riquezas naturales de nuestra patria que son nuestra mayor reserva para el mejor futuro. Un pueblo que olvida su historia, está condenado a repetirla…
Castilla, “Soldado de la Ley”, cuyo lugar de nacimiento peruano ya no es más territorio del Perú, nos legó antes de 1870 un mensaje que desgraciadamente echamos en saco roto: “si Chile compra un buque, el Perú debe comprar dos…”
De Roma hemos recibido una gran civilización, cultura y el aporte más grande del derecho sobre todas las familias jurídicas. Y los romanos enseñaron dos cosas: Amat victoria curam (la victoria solo alcanza a los que se preparan); y Si vis pacem, para bellum (Si quieres paz, prepárate para la guerra).