El Colegio Militar Leoncio Prado (CMLP) es una institución emblemática y singular. Ha cumplido 71 años y sus instalaciones han visto mucho de la historia reciente del Perú, al punto de que parte de su vida aparece magistralmente descrita en la universal novela de Vargas Llosa, inicialmente titulada La morada del héroe, en referencia a Leoncio Prado, pasando a llamarla Los impostores, con la que ganó el Premio Biblioteca Breve en 1962. J. M. Oviedo cuenta que el entonces joven escritor no estuvo satisfecho con ese título, sugiriéndole dos: La ciudad y la niebla y La ciudad y los perros. Vargas Llosa optó por este último.
Fue fundado el 27 de agosto de 1943 mediante decreto ley del presidente Manuel Prado y Ugarteche, hijo del ex presidente Mariano I. Prado (con quien se declaró la guerra con Chile en 1879) y hermanastro del héroe de Huamachuco, quien le dio su nombre. Tiene como característica brindar solo los tres últimos años de educación secundaria bajo un esquema militarizado en el cual jóvenes de entre 14 y 16 años se internan como cadetes a una mixtura de escuela-cuartel para culminar la secundaria y compatibilizar sus estudios con una vida militarizada, con todas las características y complejidades que esto trae a los adolescentes en pleno tránsito a la adultez.
Lo que mejor describe la obra de Vargas Llosa es que, por su estructura, el CMLP concentra –en cada promoción– a todas las capas de la sociedad peruana sin exclusión y, asimismo, a todas las razas sin excepción. Los hay blanquiñosos, rubios, afrodescendientes, mulatos, morochos, andinos, amazónicos, chinos, niséis y, sobre todo, mestizos de toda laya. Y, claro, como al ingresar lo primero que se hace es raparles el pelo, darles botas y uni¬formes nuevos (las prendas “civiles” con las que ingresan son devueltas a casa), la uniformización es absoluta. No se puede distinguir quién es de los de arriba ni quién es de los de abajo. Tampoco el lugar de origen, apenas distinguible por el acento. Ello, sumado a la disciplina de jóvenes jugando a ser militares, constituye un crisol de razas y clases sociales, como un micro¬cosmos de la realidad peruana que espera a sus cadetes en sus extramuros, enfrentándolos de golpe y a muy temprana edad con la cruda realidad nacional.
Es evidente que el paso del escribidor fue enriquecedor y aleccionador, pero no grato. De hecho, no terminó en el CMLP, sino en Piura. De ello dejó constancia en una conferencia brin¬dada en el ICI, en 1983, en Madrid, ante la interrogante de un excadete, respondiendo que le quedaba claro que la experiencia entre el preguntón y suya eran “muy diferentes”.
En los 70 leer La ciudad y los perros en el CMLP estuvo prohibido. Pertenecía al “Index” del decálogo militar del cadete. Eso la hacía mucho más atractiva, ya que descubrir el CMLP desde la descripción del escribidor, al tiempo de vivir su experiencia evadiendo una sanción, era una aventura fascinante. Se constataba que en cada promoción –y, en verdad, en cada una de sus 10 secciones– siempre había un ‘Jaguar’, un ‘Esclavo’, un ‘Boa’, un ‘Serrano’, un ‘Teniente Gamboa’, un ‘Brigadier Arróspide’ o un ‘Poeta’.
Pero la realidad del CMLP trascendió a la famosa novela. De hecho, la célebre expresión “¿Qué me mira cadete? ¿Quiere que le regale una foto mía calato…?” fue lo que más quedó del imaginario del filme sin haber sido parte de la pluma del escribidor. Pertenece a la cotidianidad de su disciplina durante las formaciones (en la realidad, la frase es más larga y más grosera) y debe haber saltado al guión de la película desde alguno actores que fueron excadetes (J. M. Ochoa o R. García).
Como a toda gran institución, las leyendas también rodearon al CMLP. Una de estas contaba en los 70 que en 1968 (algunos dicen en 1964) en el patio formación se había exorcizado la famosa novela, quemándose 500 ejemplares (algunos dicen que 1,000) y convirtiéndose en un libro prohibido para los militares. Esto alimentó su fama de intolerantes en una época de Gobiernos de facto en toda América Latina, al tiempo que crecía la bien ganada fama y mérito literario de la novela. Si bien siempre se dio por hecho la quema, esto nunca fue comprobado.
Se podría afirmar que la calidad de la educación no era el punto fuerte del CMLP. En el pasado tuvo mejores maestros. Pero, en todos los tiempos, el apego a la disciplina –aunque la mayoría de sus egresados no optaran por la carrera militar–, el amor a la patria, el deporte y el amor propio en la competitividad fueron sus principales valores. Sin duda, la principal virtud en la convivencia de 3 años fue la solidaridad. La amistad, la camaradería y la ayuda al otro fueron los principales valores que prontamente desarrollarían compañeros tan disímiles: los de la sección se ayudaban entre sí, los de la promoción entre sí y los del CMLP siempre se mostraban unidos frente a los demás. Por ello que su paso, a tan tierna edad, dejaba en la mayoría de sus exalumnos una impronta indeleble que se extendería toda la vida: “¡Tres años de cadetes, amigos, para toda la vida!”. ¡Alto el pensamiento!